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Estado Opinión

REDES SOCIALES DE SOLEDAD, CATARSIS E INCERTIDUMBRE

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Por JOSÉ LUIS FIGUEROA GONZÁLEZ / MASEUAL

*  Dificultades y posibilidades para encontrase y entenderse mediante la tecnología de la comunicación

Jojutla, Morelos, México, 26 de septiembre de 2016.-  En un artículo reciente dice Juan Villoro que un amigo suyo le confesó uno de sus cincuenta defectos y a la vez una de sus cinco virtudes: la hipocresía. A partir de esa confidencia Villoro desarrolla la idea de que en la actualidad las buenas maneras ya no son efectivas para sentirse seguro ante los demás dado el clima de violencia que se acentúa y prevalece. Y es que el mundo de hoy está adecuándose cada vez más y a gran velocidad a las posibilidades y problemas que se derivan del uso intenso de las llamadas redes sociales. Algunos refunfuñan como deseando volver al pasado así nomás diciéndole a la gente que deje de usar tanto dispositivo que los mete en mundos virtuales y los aleja de la realidad inmediata. Otros, generalmente los más jóvenes se abrazan del celular, de su laptop u otras chivas y manifiestan estar en la frecuencia perfecta que los mayorcitos no entienden y que por lo mismo no saben aprovechar. En la escuela se recomienda el uso didáctico, provechoso, de aprendizaje para el crecimiento personal y hasta se reparten tabletas electrónicas; sin embargo, con la mano en la cintura ganan los videojuegos y el uso de las redes sociales principalmente para chatear y desahogarse de las presiones familiares o sociales contándole a todo el mundo lo que no se atreve uno a decir de frente a los padres, a los maestros y a los amigos. Las redes sociales nos llegaron sin estar preparados para medir consecuencias ni para procesar la diversidad de su uso trastocando los hábitos y modos de vida en todos los planos de las relaciones sociales.

Como dice el amigo de Villoro, hasta hace poco la hipocresía o la diplomacia nos servía para movernos con “buenas maneras” entre la gente y así ir evitando dificultades o posibles malos entendidos que nos confrontaran innecesariamente con los otros. La franqueza, la sinceridad, el valor de la palabra empeñada, que nos inculcaron los mayores se venían practicando de forma dosificada porque se aprendía rápido que no era bueno practicarlo en demasía para no “alborotar la gallera” o para no ser “mal educado”. Pero hoy en día, en tiempos de redes sociales se presenta un doble fenómeno en este asunto de tratar con los demás; primero, la falta del cuidado familiar por ambos padres o al menos por la madre, por motivo de trabajar fuera de la casa en horarios extendidos, ha propiciado una generación de infantes y jóvenes que han crecido más al cuidado de internet que de personas reales y concretas. El sentimiento contradictorio de vivir con otros pero a la vez sentirse solamente arropado por imágenes de amigos y novios lejanos produce un vacío, una soledad que refuerza el apego a la máquina que recibe secretos y no regaña. La catarsis o desahogo de recuerdos e ideas que alteran el equilibrio de la mente se consigue de manera ficticia lanzando cualquier frase cuando en la fría máquina parece el letrero: “Di como te sientes”; a lo que cualquiera escribe: “La chiquis se siente triste”, “se me antoja una paleta”, “tengo ganas como de tomarme una cerveza”. Acto seguido se toman fotos del platillo que van a degustar y se siguen escribiendo notitas para causarle ansia a los mirones que anden por ahí. Parece juego, parece ocio nada más, pero hay algo profundo en un entretenimiento que va desplazando a las “buenas maneras”.

Las personalidades se van haciendo transparentes en las redes sociales cuando se desarrolla un perfil de internauta que podemos llamar de confesión. Es el perfil de los necesitados de alguien que los escuche, que diga que los entiende y les interesa su bienestar aunque se encuentre al otro lado del globo terrestre. El otro es un perfil anzuelo -muy abundante-, es el cazador de oportunidades de todo tipo que le sirvan para vender cualquier producto, para aventuras románticas o eróticas, para enganchar gente en cualquier actividad. El mundo real con sus sentidos y contrasentidos empujando hacia el hartazgo de todo y la satisfacción con nada vuelca a los internautas a sentirse de lo más modernos y a tono con su tiempo. El caso es que estamos ante el hombre cibernético bien dotado de recursos tecnológicos y muy carente de recursos vitales y emocionales para tratar y entenderse con los que lo rodean en su aquí y ahora.

Del vacío interior o de la confusión es fácil pasar a la soledad en medio de cientos o miles de amigos, en el centro de muchedumbres que hacen mucho ruido pero no dicen nada. Como un alucinógeno la adicción a las redes sociales se presenta peligrosa a la vez que inevitable, real en su virtualidad, parte de la vida de miles de millones de personas que sin saber cómo fue que la hicieron parte su existencia y cayeron en la dependencia. El punto ya no es rechazar las redes porque afectan sobre todo a niños y jóvenes, la cuestión es qué hacemos con las redes para reducir lo perjudicial y para aprovechar todas sus posibilidades para el desarrollo personal, para el entendimiento acerca de qué mundo nos tocó vivir, para identificar nuestra propia realidad con sus grandezas y sus problemas, para comprender al otro físicamente próximo y para planear y ejecutar acciones para demostrarnos que siempre es posible vivir de mejor manera.

Antes de los años 90’ del siglo pasado nos educaban y educábamos bajo el concepto de “las buenas maneras” y creíamos que la fórmula del buen vivir estaba en saber cómo actuar ante los mayores, los pares y los que venían atrás. El choque generacional siempre ha existido pero a fines de aquellos años se disparó la distancia entre jóvenes y adultos por la afición de unos a la tecnología de la comunicación y por la dejadez y rechazo fácil de los otros. Los adultos creyeron que era una moda más que pasaría pronto y no se imaginaron que la cosa iría de mal en peor. A todos nos ha dejado sorprendidos la vorágine de los cambios tecnológicos y la competencia se ha centrado en ver quién es el que se actualiza más rápido y se mueve mejor entre tanta innovación. Los adultos fueron descartados de inmediato pues empezaron a decir que tanta información y cambio “era cosa del diablo”; a los chicos les hizo gracia y tomaron delantera convirtiéndose en asesores de los adultos a cambio de algún privilegio de por medio. De ahí que los convencionalismos enseñados por gente torpe que le daba miedo encender una computadora fueron quedando rezagados y ganaron la soberbia, el aire de sabelotodo y hasta la prepotencia.

En el artículo de referencia firmado por Juan Villoro y titulado “El deterioro de la mentira” (El País, 23 de septiembre de 2016) plantea que los convencionalismos o “las buenas maneras” ya no funcionan como mecanismos de defensa en un clima de violencia generalizada. Recurre a la contradicción entre Rousseau y Diderot cuando chocaron en su apreciación del saber vivir; el primero resaltando el valor de la franqueza y la sinceridad y el segundo a favor de los disfraces como en el teatro. Rousseau odiaba el teatro por falso, Diderot lo amaba porque estaba de acuerdo en el juego de posturas para comportarse ante los otros. En medio de la pregunta acerca de qué es en la actualidad aquello que pudiéramos llamar buena educación, las redes sociales se nos presentan más a favor de Rousseau cuando actuamos con el perfil de confesión o de Diderot cuando lo hacemos con el de anzuelo. Villoro dice que va ganando Rousseau por “el torrente de confesiones” que se derraman en las redes sociales. Aquí se sostiene que hay una ambigüedad en todo esto, que se actúa por catarsis para descargar el peso que se lleva y a la vez todos cazadores buscamos oportunidades para hacerle el honor a Diderot. El problema sigue siendo cómo educar a los estudiantes o a los hijos en ese merequetengue de soledades, confusiones, confesiones, catarsis y lucha por sobrevivir el día a día dentro de un esquema en el que todo mundo se sueña lobo sin querer darse cuenta que es lobo del que se deja y cordero del que lo atrapa.

Las buenas maneras del tiempo de la canica tales como el saludo, el respeto a los mayores, el ejercicio del sentido de pertenencia e identidad, la corrección en el porte y la vestimenta, la cortesía con las mujeres, los valores familiares de unión, autoridad, respeto, etcétera, simplemente ya no funcionan en casi todos los ámbitos de la vida social. Villoro lo atribuye a que son fórmulas desfasadas dado que ya no sirven para protegerse de la violencia de los demás. A la vez estamos necesitados de que alguien nos escuche y nos decidimos a exhibirnos y desnudarnos –literalmente- en las redes sociales. Entonces parece lógico que hay un enlace entre buscar refugio en otros lejanos que dicen interesarse por nosotros y adoptar sus medios y modos de vida. En las redes voy aprendiendo a vivir bajo la influencia de contextos y modos que no son los míos y a la vez voy enseñando con mis propias ilusiones, necesidades, fantasías y traumas que los lejanos aparentar entender o tal vez se dejan sumergir en ellos.

Las redes sociales son un buen parapeto para el anonimato aunque ya no del todo efectivo. Lanzar dardos de datos desde la oscuridad es tan fácil como lanzar la piedra y esconder la mano; sirve para decirse “verdades” sin miramientos y a la distancia. Es como estar a solas en un cuarto oscuro con un desconocido o desconocida con quien se puede hablar en plena confianza dado que nunca nos veremos ante la claridad del día; en apariencia es un guardador de secretos. La sensación de “compañía se vuelve gratificante al menos por un rato, es un encuentro para descargar costales de frustraciones y evasiones de un lado para el otro. El uno descansa porque siente que carga menos, el otro se siente mejor al saber que hay otros que la pasan peor que él. Las redes sociales parecen ser el derrumbe de la hipocresía por la adicción a la libertad virtual que sirve para rechazar los agobiantes e inútiles convencionalismos.

La transparencia o desnudez ante las redes puede parecernos un avance porque rescatamos el valor de la franqueza por el que peleaba Rousseau o puede ser un retroceso si la vemos como una cadena de esclavitud a insospechadas formas de control y explotación. El problema es evitar la satanización de las redes sociales pretendiendo despojarlas de sus ventajas como su inmediatez, el bajo costo y la accesibilidad en aumento para muchos, su determinado grado de privacidad, el rastreo de lo que nos interesa, la posibilidad de contar con un millón de amigos. Sin embargo, el encadilamiento debe equilibrarse con el reconocimiento de las

desventajas como el aislamiento del mundo real y cercano, los contenidos orientados a la banalidad, el simplismo del sentido de la vida y la riesgosa catarsis ante los extraños. Lo superfluo y lo frívolo se levantan como obstáculos para encontrarse y entenderse realmente con los iguales en dificultades, en sueños y proyectos.

Las posibilidades de las redes sociales para la construcción de soluciones a problemas sociales apenas empieza a comprenderse sobre todo por los jóvenes que ya están orientando el uso hacia las convocatorias y hacia el encuentro concreto entre quienes se sienten ofendidos o agobiados por causas semejantes. Ya se va facilitando la organización de grupos de intereses determinados, aficiones o necesidades comunes. La diversidad para compartir todo tipo de textos, imágenes y sonidos empieza a ir más allá del entretenimiento, El alcance es ilimitado y los recursos para superar lo superfluo y banal son infinitos. Estamos ya en la posibilidad de impulsar una educación en el uso de las redes sociales que vaya más allá de lo técnico y que sirva a lo esencial; es posible ampliar los horizontes culturales en servicio de la interpretación del entorno inmediato para su comprensión y mejoramiento en lugar de dejarse atrapar por la seducción de lo placentero. En suma, es posible retornar a las buenas maneras pero reinterpretadas y al servicio de un modo de vida al servicio del ser humano y la naturaleza.

Redes sociales como herramienta para crecer y no como cadena para ser sometidos. Oportunidades para esclarecer la incertidumbre ante las expectativas de lo bueno, malo, prudente, imprudente, banal o esencial. El desafío de aprender a vivir a lado del uso de las redes sociales apenas empieza a comprenderse después del alborozo que nos provocó la llegada del nuevo juguete. La escuela debe ser punta de lanza en este entendimiento so pena de ser arrasada por la avalancha de datos, espectáculos, engañifas, conocimientos, oportunidades que vienen todos enredados en un alud que no deja títere con cabeza. El educador nuevamente será el fiel de la balanza o instrumento de enajenación.

25 DE SEPTIEBRE DE 2016.

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