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Estado Opinión

LECCIONES DESDE COLOMBIA

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Por JOSÉ LUIS FIGUEROA GONZÁLEZ / MASEUAL

*  El casi incomprensible resultado del plebiscito para el proceso de paz

Jojutla, Morelos, México, 3 de octubre de 2016.-  Entre la guerra y la paz, entre el horror y la tranquilidad, pareciera que no habría lugar para discusiones vanas acerca de qué es lo más conveniente. El sentido común nos indica que es preferible intentar la convivencia y la tolerancia a estar metidos en contradicciones y la violencia. Por eso a la distancia nos parece absurdo el hecho de que el Colombia se haya votado por el NO a la paz, a la reinserción de los rebeldes a la vida política, a la búsqueda de fórmulas para reducir la desigualdad social y haya predominado el odio, la búsqueda de la malsana satisfacción de la venganza y el propósito de aniquilamiento total del adversario. Que los grupos del radicalismo defensor de privilegios se hayan pronunciado en contra de aprobar el proceso de negociaciones para lograr terminar un conflicto armado entre el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) que se originó hace 52 años, resulta un tanto comprensible; pero que una parte del pueblo colombiano haya sido arrastrado a ese posicionamiento resulta francamente deplorable y preocupante. Los resultados del plebiscito llevado a cabo el domingo 2 de octubre de 2016, después de 4 años de negociaciones, para indicar si se aprobaban o no los acuerdos de paz, han sido desastrosos toda vez que era casi un hecho –según encuestas- que Colombia amanecería con un nuevo horizonte hacia la reconstrucción del país. Ha sido el 50.2 % contra el 49.7 % el que ha decidido que siga la guerra y se apueste al aniquilamiento de los guerrilleros; es decir, apenas una cuarta parte de punto porcentual ha definido el destino próximo de Colombia hacia la continuación de un conflicto de medio siglo que ha dejado más de un cuarto de millón de muertos, heridos, secuestrados y millones de desplazados. De manera superflua podríamos decir que ni modo, así es la democracia. Pero no, este asunto tiene un fondo y unas consecuencias que se debe intentar descifrar.

Del histórico líder fundador de las FARC, Manuel Marulanda Tirofijo a Timoleón Jiménez Timochenko actual cabecilla, han pasado cinco décadas de lucha armada motivada por rezagos históricos de desigualdad económica y social que mantiene en condiciones de pobreza y marginación a campesinos y a trabajadores de la ciudad. El cansancio de gran parte de la población ante el sufrimiento por los efectos de la violencia, hacía prever que el SÍ tendría al menos un 20% de ventaja. Ahora sabemos que tal vez por exceso de confianza solamente participó el 37% de los electores, que hasta un ciclón se interpuso afectando la asistencia a las urnas, que los promotores del NO influyeron en el ánimo de muchos colombianos fomentando el odio en contra de los rebeldes pero solapando a la vez los desmanes de los paramilitares. Una derecha recalcitrante representada por el ex presidente Álvaro Uribe y su partido Centro Democrático, asociaciones de ganaderos deseosos de seguir el derramamiento de sangre, no parecían tener posibilidades de triunfo pero dieron la sorpresa; ahí están festejando no sabemos qué, pero contentos de haber detenido un proceso que en todo el mundo se esperaba con grandes esperanzas por lo que podría significar como modelo para resolver otros conflictos armados.

Cuando triunfa el odio sobre la esperanza, la idea de destruir sobre el proyecto de construir, se viene encima una especie de neblina de confusiones e impotencia. Desde lejos no alcanzamos a entender mucho pero si no hacemos el intento podemos perder la oportunidad para vislumbrar algo acerca de nuestras propias realidades. Lo aparentemente inexplicable del hecho de que el pueblo vote en contra de sí mismo desbaratando la más lógica de las expectativas, nos debe preocupar porque hasta ahora muchos hemos manifestado que la consulta a la población es el método idóneo para resolver distintos problemas sociales. Necesitamos comprender la raíz de cada situación, su contexto concreto y su temporalización. Si partimos de revisar cuáles fueron los acuerdos rechazados con el NO en Colombia, los mismos que costaron años de negociación con mediación internacional entre las delegaciones encabezadas por el presidente Juan Manuel Santos y Timoléon Jiménez, podríamos empezar a descifrar por qué hay fuerzas que prefieren la continuación del conflicto a ceder algo para pasar a otra etapa de la historia.

Con el triunfo de poco margen del NO se negó la posibilidad de que los cerca de 10 mil guerrilleros se incorporaran a la vía de participación política para aspirar al poder, se detuvo el definitivo alto al fuego entre las FARC y el gobierno tan demandado por casi todos los sectores sociales, se cancela la posibilidad de iniciar un proyecto de reforma agraria para dotar de tierras a campesinos que por décadas han luchado por ellas, se detiene la implementación de programas para brindar apoyos y justicia a las víctimas de la violencia, se enreda más el proceso para aproximarse a una solución a la siembra y tráfico de drogas y finalmente se suspenden los mecanismos regulatorios y de seguimiento que se habían previsto. Si el rechazo a estos acuerdos no es producto de una manipulación a través del miedo, la animosidad basada en deseos de venganza y dominio total del adversario, la apatía desinformada o frívola, el desconocimiento de la historia propia o el conocimiento tergiversado a favor del conservadurismo, el perfil de un colombiano con desajustes en la conciencia social, no se entiende cómo se patea, se rompe y se tira a la basura una propuesta que intentaba salvaguardar los intereses mayoritarios.

El plebiscito por la paz en Colombia nos ofrece varias lecciones que no deberíamos de menospreciar ni ver cómo asunto que no nos incumbe a los demás países latinoamericanos. De entrada es curioso ver cabos sueltos que pueden ir atándose para sacar conclusiones; ahí tenemos la arremetida de la derecha en Venezuela, la destitución de la presidenta de Brasil y el avance electoral de la derecha en las recientes elecciones brasileñas con la pérdida por el Partido del Trabajo de alcaldías como Sao Paulo. Algo importante debe estar pasando para que la derecha esté logrando triunfos a pesar de ir en contra de los derechos e intereses de los trabajadores. ¿Por qué se vota según orientan grupos que fomentan el odio, la conservación de privilegios y la defensa del estado de cosas? De pronto es difícil entender que un colombiano promedio desconozca su historia como pueblo o mantenga una visión enfocada en lo que se gesta desde los centro de poder de los privilegiados. ¿Será que las universidades y demás niveles escolares se han rendido a la enseñanza de la tecnología y han desplazado el conocimiento social? ¿Qué tipo de ciudadano se perfila en el siglo XXI si mantenemos la

postura del saber técnico especializado y las nociones superficiales del saber filosófico, histórico y social? Colombia nos enseña que la desigualdad en América Latina proviene de raíces profundas y que sus consecuencias pueden ser de la dimensión de una guerra de 50 años que no se quiere concluir por un afán de acabar con el contrario a pesar de implicar el propio sufrimiento; nos enseña también que no se puede ocultar la realidad por más que se niegue uno a reconocerla. Para otros, la lección es que la opción armada tuvo su auge pero que las condiciones actuales ya la han agotado y por lo tanto se requiere mayor inteligencia y creatividad para buscar salidas a los conflictos. El fallido intento de paz nos dice que una intrincada complejidad forma el plasma donde se desarrollan los acontecimientos de la vida real y dónde se gestan las opciones de superación así como los factores potenciales o adversos a su realización; el estudio de lo social se nos vuelve un desafío para ir encontrando la punta a la madeja desde lo cotidiano de nuestros quehaceres hasta lo especializado de los trabajos de los intelectuales.

De pronto se nos vuelve una intriga la composición de la sociedad colombiana en relación a los sectores representativos de todo tipo de interés, a la configuración del esquema social que hace posible echar para atrás una propuesta de paz. Pero se trata de un interés gratuito, se refiere a mirarnos en ese espejo y deducir lo que sucede en nuestros propios contextos; por ejemplo, ¿qué semejanza hay entre el comportamiento del electorado colombiano con el del ejército de electores que en México votan y siguen votando por sus propios verdugos? ¿Seremos capaces de cambiar un poco ese comportamiento en la elección presidencial del año 2018? Cúpulas priístas, panistas, perredistas y sus sucursales están seguros de que no entenderemos, de que nuestra memoria es tan flaca que tropezaremos con la misma piedra. La cuestión es tratar de dilucidar qué es posible, entre tanto que se nos presenta como imposible.

Colombia nos marca esta fecha para entrar en una fase de profunda reflexión acerca de qué realidad estamos viviendo para que al menos nos demos cuenta de qué es eso que no funciona pero lo seguimos haciendo. Prevenirse ante lo impredecible, ante la reacción de un pueblo que dice una cosa en las encuestas y hace otra en el momento preciso. El proceso electoral en Estados Unidos nos dirá si las encuestas funcionan mejor allá que en Colombia; de cualquier manera es aconsejable tener en cuenta que un racista y del todo deleznable puede estar al mando del todavía país más poderoso del mundo. Colombia nos previene de que se debe tomar en cuenta el papel de fuerzas que se mueven en la invisibilidad pero que a la hora de la hora ahí están defendiendo con todos los medios posibles sus intereses de grupo o de clase. La manipulación mediática se ha especializado con el apoyo del conocimiento generado desde la psicología, la sociología y las infinitas posibilidades de las aplicaciones tecnológicas en la comunicación de masas; la despolitización de las generaciones recientes es un punto a favor de los agentes de la manipulación de todo tipo; la educación centrada en el saber técnico, aunque el discurso oficial no deje de incluir otros saberes, es un mal que peligrosamente estamos tomando a bien. Lecciones desde Colombia, un curso rápido de antecedentes, procesos y consecuencias de la participación ciudadana en circunstancias tales.

Descifrar los resultados del plebiscito en Colombia nos debería ubicar en nuestros roles desde donde podemos pensar y repensar la realidad. Como docentes nos toca repensar la escuela, repensar el papel de la familia y la comunidad en la formación del ciudadano de este siglo. Pensar la formación para la convivencia pacífica desde la escuela requiere replantearse la función del conocimiento histórico con perspectiva de presente y futuro, definir el significado de la paz con dignidad, la formación de valores a partir de su construcción y no de su inculcación sin reflexión. Nos encontramos con una desdibujada formación para la ciudadanía desde una escuela atrapada en discursos carentes de referentes prácticos, con una competencia feroz entre educación pública y privada bajo el prejuicio de que la primera no sirve y que los valores burgueses son mejores que los pensamientos y prácticas o “atavismos” descalificados nomás porque no cuadran con el mundo de modernidad desenfrenada. Se pretende que el pensamiento crítico tenga cabida en la escuela pública como simple gancho para marear a los inconformes con modelos y reformas sacadas de recomendaciones ajenas para acabar con el sistema educativo de sostenimiento público.

Si el electorado se muestra como un incapaz “gran juez” de los asuntos sociales, es que ya estamos en una fase de involución social en la que se requiere considerar los riesgos de la democracia pensada linealmente. El modelo de educación empresarial no ofrece estrategias para la formación valoral que permitan predecir –considérese la caída en la bolsa de valores de las predicciones- el ejercicio de la crítica y de la autocrítica sino la mansa adecuación a lo establecido. Por eso, se hace necesario caminar hacia un bosquejo para un proyecto de educación ciudadana que permita corregir las fallas y los errores de las “prácticas democráticas” actuales. Esa es una faceta de la lucha magisterial que poco se alcanza a ver si solamente centramos la docencia en conseguir mejores prestaciones junto con la justa seguridad laboral que debemos obtener. Empezar por observarse a sí mismo en cuanto a qué hacemos con pensamiento crítico y qué tanto se hace por dejarse llevar; poner atención a la congruencia o no entre los discursos y las prácticas que sirven de ejemplo a nuestros alumnos. Ser capaces de construir mecanismos básicos para la convivencia centrada en principios y objetivos definidos por consenso. El mundo anda de cabeza pero las escuelas, sus alumnos, sus maestros, autoridades y padres de familia no pueden dejarse caer por la ley del menor esfuerzo.

Nuevamente es el maestro un personaje central en el gran dilema que planteó Shakespeare cuando hizo hablar a Hamlet con el dilema: “Ser o no ser, esa es la cuestión”. De Colombia para el mundo nos llegan lecciones que no deberíamos echar en saco roto. El conflicto existencial sigue siendo el mismo mientras no acabemos de aclarar quiénes somos, qué queremos, a dónde vamos y qué procede realizar.

 

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