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Estado Opinión

Thoreau ya hubiera dejado de pagar impuestos

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PorJOSÉ LUIS FIGUEROA GONZÁLEZ / MASEUAL

*  Invocando a Thoreau

*  Notas sueltas para fundamentar la desobediencia civil

Jojutla, Morelos, México, 20 de feberero de 2017.-  Si al filósofo y escritor norteamericano, nacido en Concord, Massachussets, Henry David Thoreau (1817-1862) le hubiera tocado vivir la era Trump con toda seguridad hubiera dejado de pagar impuestos como lo hizo durante la guerra de Estados Unidos contra México. Enemigo de lo injusto, desafecto a los modismos establecidos, promotor de la conciencia moral, naturalista convencido, trascendentalista de origen, Thoreau decidió no dejar su vida en manos de un Estado proclive al uso de la fuerza contra los ciudadanos y ajeno por lo general a la razón y a la justicia. Pensador empedernido y preguntón incorregible, a Thoreau no le fue difícil encontrar las contradicciones que se esconden en la aparente normalidad de la vida social; así fue que, a pesar de una mayoría que todo lo veía en orden, él decidió enfrentar con desobediencia temas como la injustificada guerra contra México y la esclavitud en su propio país. Amigo del filántropo Jhon Brown se unieron para lograr la liberación de una larga lista de esclavos, hasta la muerte de Brown en la horca. Con todo eso, la invocación al espíritu de Thoreau se vuelve imprescindible en los tiempos en que un desquiciado en Estados Unidos cuenta con la investidura de presidente del país más poderoso del mundial, con algunos disensos en lo económico pero muy real en el terreno militar. Desempolvar su ensayo titulado Civil Desobedience de 1849 se hace necesario en estos momentos en que parece que nadie sabe para dónde correr en medio de tanto caos. Por supuesto que el desorden y la confusión no se refieren solamente al contexto político y social en los Estados Unidos sino que puede considerarse generalizado a nivel mundial, pero con el subrayado en países tan conflictuados como México.

Al río revuelto provocado por la asunción de Trump, México está recibiendo una de las peores partes con la deportación de migrantes, con los insultos y tratos humillantes al gobierno encabezado por el enclenque Peña Nieto cuya afrenta nos pega a todos, con la amenaza fanfarrona de construir un muro por toda la frontera incluso con la amenaza del envío de tropas norteamericanas a nuestro país. La reacción retardada no nos funciona cuando el magnate caricatura de presidente día con día está inventando decretos y removiendo toda la casa para terminar de ponerla patas arriba. Por supuesto, Mr. Trump se queja de que recibió el gobierno hecho un desastre, que gran parte de la culpa es de los medios de información porque desinforman al no decir lo que él quiere escuchar, que va en camino correcto porque él prometió volver a hacer grande a su país, “first America, firts America, firts America”. Luego entonces, hay razón para invocar a Thoreau dentro de Estados Unidos como en otras partes del mundo.

Con la mirada tradicional veremos en los norteamericanos una sociedad practicante del fundamentalismo capitalista y nada más; sin embargo, los nombres de Thoreau, de Walt Whitman, de Mark Twain, Martin Luther King, etcétera, le hacen sombra a los más perversos y nos hacen recuperar el ánimo que se pierde cuando todo se considera perdido. El espíritu ético permanece para dar sentido a la vida cuando la balanza del poder se inclina demasiado hacia

los fanáticos del desarrollismo industrial que aceptan pasar por encima de cuanto valor moral se les atraviese en el camino. Para esos casos, ahí están los pensadores de carácter universal para recomponer nuestro pensamiento y orientar nuestras acciones de modo que no dejemos a los tiranos mandar en nuestras mentes para convertirnos en seres mansos y aprovechables.

La desobediencia civil propuesta por Thoreau es un punto de partida para pensar y repensar quiénes somos y qué hacemos en este pandemónium que comúnmente se le llama “sociedades democráticas y respetuosas de los derechos humanos”. La carcajada de Belcebú resuena burlona por los ingenuos y patética por los justos. El problema se presenta de enormes dimensiones pues se trata ni más ni menos que encontrar la fórmula para enfrentar al todopoderoso Estado, casi sin herramientas, casi a ciegas, casi sin conciencia de lo implicado. El planteamiento de Thoreau es cómo construir un Estado ético, justo y conveniente para todos los hombres. Cosa difícil si tomamos en cuenta las enseñanzas de la historia, maestra de la vida que nos dice que las etapas se repiten como tragedias y que muchas veces los humanos demuestran que no saben dejar de tropezar con la misma piedra. Pero al mismo tiempo la historia es un manual de propuestas que permite identificar qué funciona, cuándo funciona, cómo funcionó en su momento, para darnos una idea de qué hacer en el presente.

La historia de Estados Unidos fue marcada por la ideología del Destino Manifiesto o esa creencia de que esa nación estaba destinada a expandirse de océano a océano para llevar el progreso a todas partes. Absurda justificación para alentar la guerra con México y arrebatarle más de la mitad del territorio, tal como habían hecho con los nativos en Norteamérica. La rápida industrialización a través de los ferrocarriles, la maquinización del campo y la ciudad, el rendimiento elevado convirtieron en un dios al modo de producción al mismo tiempo que se aprovechaba para el control social sobre los modos de pensar y los modos de actuar. En ara de la industrialización las libertades de limitaron y lo más aberrante se justificó. Entonces Thoreau y otros levantaron la voz para preservar la libertad de pensamiento, la dignidad y la conciencia moral. Thoreau escribió que el mundo “es más maravilloso que conveniente, más hermoso que útil”, para reflejar su desinterés porque las utilidades estén por encima de las personas. Su discurso de graduación fue provocativo al señalar que se debería de trabajar un día a la semana para descansar seis; no en el sentido de promover el ocio por el ocio sino en la idea de dar tiempo a la realización del ser humano en tareas que lo lleven más allá que encadenarse a una máquina o a un trabajo repetitivo.

Con lo anterior pasemos a la invocación a Thoreau a través de la recuperación de una parte de pensamiento con la proyección ilustrada de comprender el aquí y ahora que nos ha tocado vivir con algunas satisfacciones, pero a la vez con muchas dificultades. Se debe tomaren cuenta el contexto de vida que le tocó a Thoreau y los acontecimiento en su país en la parte del siglo XIX que le correspondió. Lo relevante será extraer los elementos conceptuales que permitan interpretar nuestro presente para llegar a ubicar la desobediencia civil como una opción viable y adaptada para hacer algo en pro del cambio al sistema de opresión que padecemos. La vigencia del modelo de desobediencia civil, no se da por sí misma ya que las condiciones

cambian de una época a otra y una sociedad a otra. Con un pequeño esfuerzo de extrapolación podremos relacionar los aforismos de Thoreau con el presente e iluminar algo del camino que decidamos recorrer.

Una primera cuestión que encontramos en Desobedience Civil es la relación del ciudadano con el Estado. El autor señala que el poder se determina como un ejercicio por la fuerza dejando de lado lo que compete a la razón y a la conciencia. Dice Thoreau: “¿Acaso no puede existir un gobierno donde la mayoría no decida virtualmente lo que está bien o mal, sino que sea la conciencia? Lo deseable no es cultivar el respeto por la ley sino por la justicia”. Todos sabemos que el Estado ejerce el monopolio de la fuerza, pero que lo deseable sería un poder no tuviera que intimidar para administrar lo necesario al bienestar social. Un mal de origen es entonces la pervertida relación entre un Estado que aplasta y un ciudadano que tiene que ingeniárselas para escabullirse. Mucho esfuerzo se invierte en ambas acciones, esfuerzo que se podría aplicar a mejorar el modo de vida de todos. Para el Estado los ciudadanos son masas de seres uniformes a los que se les debe extraer alguna utilidad; es la premisa que orienta a todo el proceso social y por eso la despersonalización nos vuelve invisibles, incómodos y hasta peligrosos si caemos en la diferencia. Y es que:

“…la masa sirve al Estado no como hombres sino básicamente como máquinas, con sus cuerpos…En la mayoría de los casos no ejercitan con libertad ni la crítica ni el sentido moral, sino que se igualan a la madera a la tierra y a las piedras, e incluso se podrían fabricar hombres de madera que hicieran el mismo servicio…Tales individuos no tienen más valor que caballos o perros, y sin embargo se les considera, en general, buenos ciudadanos”.

Estas observaciones al papel homogenizante del Estado pueden resultar escandalosas por las comparaciones que se hacen, pero cumplen su objetivo de hacernos ver cómo nos perdemos en lo que se denominan masas y con ello renunciamos al derecho de vivir con plenitud guiados por su propio espíritu de lo que es o no es correcto. El valor del individuo para el Estado es tan diminuto que lo reduce a productor y consumidor de toda clase de productos, el desarrollo personal no le interesa al Estado y sólo se preocupa cuando las masas se le salen de control. El llamado de Thoreau es a rescatar el derecho de vivir más allá que caballos o muñecos de madera.

En otros aspectos el filósofo se refiere al acto de votar en las elecciones promovidas por el Estado. Critica seriamente la actitud de los ciudadanos que votando eluden su responsabilidad ante los problemas sociales. Considera que: “Las votaciones son una especie de juego, como las damas o el backgammon que incluye un suave tinte moral; un jugar con lo justo y lo injusto, con cuestiones morales; y desde luego incluye apuestas… Incluso votar por lo justo es no hacer nada por ello”. Descripción muy cercana a la perversa reducción de la ciudadanía al acto de depositar una boleta electoral para justificar el reconocimiento de tal o cual partido en el gobierno sin detenerse a precisar objetivos, acciones, consecuencias, participación ciudadana, proyectos, principios ni nada por el estilo. La apariencia de democracia que pasa por democracia, igual a tantos productos adulterados que

se venden en el mercado. La pregunta de Thoreau es: “¿Cuál es el valor de un hombre honrado y de un patriota hoy? Esperarán con la mejor disposición a que otros remedien el mal, para poder dejar de lamentarse. Como mucho depositan un simple voto y hacen un leve signo de aprobación y una aclamación a la justicia al pasar por su lado”.

A todo esto entonces es dado que el hombre de bien se pregunte qué hacer ante leyes injustas; las opciones son obedecer o intentar corregir lo que está mal. Es cómodo imaginar que todo se resuelve obedeciendo, pero entonces no seremos dignos de ser llamados hombres y mujeres de conciencia o espíritu moral. Seremos únicamente instrumentos de poderes e intereses ajenos a nosotros; entonces el mismo sentido de la vida se pone en entredicho. Pero qué hacer ante un Estado dueño del derecho a ejercer la violencia, que ante el primer reclamo de fuerza responderá “legalmente” con el peso de sus armas. Aquí entra en juego el principio básico de resistencia civil pacífica como lo entendieron Gandhi o Luther King: la trasgresión de la ley injusta y estar dispuesto a pagar su precio. Para Thoreau: “Hay leyes injustas: ¿Nos contentaremos con obedecerlas o intentaremos corregirlas y las obedeceremos hasta conseguirlo?¿O las trasgrediremos ahora mismo? La cuestión empieza a aclararse entiendo que lo justo no es un regalo divino ni de nadie, que el buen vivir se construye con el esfuerzo de todos, principalmente de quienes se atreven a desarrollar una conciencia moral por abatir los desórdenes provocados por intereses mezquinos.

Pasar de la obediencia inconsciente al la desobediencia consciente de lo justo y lo injusto, es un camino más o menos corto o largo según las primeras disposiciones del ciudadano. Si se considera la obediencia no como un designio sagrado sino como un acto voluntario, podemos decidir qué obedecer y qué no; si empezamos por comprender que nadie se puede meter en nuestras cabezas a ordenarnos lo que se le dé la gana, llegaremos a la irreductibilidad del alma o sea al entendido de que siempre queda un espacio en nuestra conciencia que no puede ser tocado por nadie. Saberlo o no saberlo es la diferencia entre la vida de caballo o de ser humano. La desobediencia civil se basa en tener la claridad mínima del respeto que nos debemos a sí mismos. Ser un desobediente no significa ser un agresor porque justifica la violencia en su contra, quiere decir ser pacifista pero a la vez no acatar lo injusto. En el supuesto de que todos obedecen menos uno, Thoreau apuntó: “Un hombre con más razón que sus conciudadanos ya constituye una mayoría de uno… Una minoría no tiene ningún poder mientras se aviene a la voluntad de la mayoría: en ese caso ni siquiera es una minoría. Pero cuando se opone con todas sus fuerzas es imparable”.

El problema es primero entender la necesidad de la desobediencia civil y después o casi enseguida viene el proceso y de asumir el costo de a resistencia. Para mejorar al Estado se tiene que plantear el ciudadano distintas maneras de controlarlo. Thoreau aplicó una medida en lo individual y asumió las consecuencias cuando dejó de pagar impuestos por la guerra de Estados Unidos contra México y por la esclavitud en su país; no fue tan grave pasar una noche en la cárcel porque alguien insistió en pagar por él; según cuenta, la experiencia le cambio el modo de ver a sus conciudadanos y reafirmó que estaba en lo correcto. No pagar impuestos, la

denuncia social, la protesta pacífica y creativa, quedarse en sus casas en una fecha determinada para paralizar al aparato económico, darle la espalda a los que creen nos engañan con sus discursos, engañar al tirano haciendo como que se hace y hacer poco en su beneficio, ridiculizar con monigotes a los autores de nuestros males, parodiar dichos y hechos de los malvados en el poder para el escarnio popular, boicotear productos, proyectos, y toda acción malévola de pérfidos gobernantes, etcétera; esto no tiene más límite que la creatividad de los desobedientes. El punto es no agredo con violencia física pero me resisto a obedecer lo injusto.

Para aproximarnos al Estado de conciencia que sustituya al Estado de fuerza se necesitan ciudadanos que se atrevan a pensar con libertad. El mismo ciudadano que retrató Thoreau al escribir: “Si un hombre piensa con liberta, sueña con libertad e imagina con libertad, nunca le va a parecer que es lo que no es, ni los reformadores ineptos podrán en realidad coaccionarle”. La formación del ciudadano en desobediencia civil debe tener como bases la inversión de la relación ciudadano-gobernante donde el primero es el pasivo y el segundo se reserva el derecho de actuar; a la inversa necesitamos un ciudadano activo que reduzca el activismo negativo del mal gobernante, le amarre las manos y le corte las uñas cuando se propase en sus actos. Para la desobediencia civil hay que poner en boga el concepto de dignidad ciudadana, tanto por el trato recibido del gobierno como por el propio desempeño ciudadano. El conocimiento del ciudadano sobre sí mismo y sobre lo social a través de una escuela que reivindique la vida humana con dignidad y bienestar para todos, será un componente básico para aproximarnos al sueño universalizado de Thoreau: “Me complazco imaginándome un Estado que por fin sea justo con todos los hombres y trate a cada individuo con el respeto de un amigo”.

La tremenda complejidad de los problemas sociales muchas veces nos apabulla al grado de considerarlos irresolubles o nos hacen esperar el momento en las multitudes acaudilladas por los mejores destruirán el caduco estado de cosas y lograremos vivir el mundo feliz que tanto hemos esperado. Si empezáramos por considerar dejar de sostener a los poderosos con esas pequeñas acciones de todos los días que de manera sencilla podemos dejar de hacer. Dialoguemos al respecto de qué tanto podríamos sacrificar ese consumismo inducido de productos y de mensajes o ideales. Pensemos qué tanto los poderosos lo son porque nosotros los sostenemos. Por ahí podría estar la punta para empezar a desenredar la madeja.

 

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