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Opinión

POESÍA EN LA ESCUELA, ¿PARA QUÉ?

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PorJOSÉ LUIS FIGUEROA GONZÁLEZ / MASEUAL

*  La formación del espíritu al margen del goce y la creación poética

Jojutla, Morelos, México, 19 de junio de 2017.-  Cada vez que me encuentro un libro de poemas de algún autor novedoso para mí, me pregunto dónde estaba yo cuando Valery, Shakespeare, Jaime Sabines, Rosario Castellanos, Pablo Neruda y tantos otros ya se leían en las aulas. Me pregunto por qué fui embarradito nomás de pinceladas de Sor Juana Inés de la Cruz, de Amado Nervo o de Rubén Darío, en trocitos que a veces los niños nos aprendíamos para la recitación de los lunes en el patio escolar. Cuánto tiempo de espera para descubrir a los poetas ocultos tras de las fatigosas tareas de escuela. Pienso qué habría sido de mí de haber encontrado a los tantos poetas marginados de los programas de estudio, un poco más a tiempo para sus almas tocaran la mía y haber sentido el goce estético y tal vez la creación de alguna frase digna para llamarla verso. Tomo conciencia de que no puedo culpar a mis maestros ni a mis padres porque seguramente ellos siempre quisieron lo mejor para mí, únicamente sé que la poesía nunca fue su prioridad. Por supuesto que no es posible aplicar la misma regla para todos mis maestros porque sí hubo quien me dejó entrever que detrás de ciertas líneas de poesía había una fuente inagotable, solamente que no le daba tiempo para enseñar todo a la vez. Lo principal para convertirnos en personas de provecho eran -antes y mucho más ahora-, los conocimientos prácticos que nos permitieran desempeñar un empleo remunerado; valor de cambio sobre valor de uso.

Esta es una historia repetida mil y más veces, así que no deberíamos asombrarnos de que predomine el valor de cambio de lo que se aprende; esto es, aprendo para canjear mis saberes y habilidades por algún beneficio objetivo que se puede llamar ingreso económico, prestigio, hegemonía ante otros o beneficios materiales varios. El valor de uso de los saberes adquiridos en la escuela se queda en las vaguedades que enuncian formarse como una persona íntegra, capaz de apreciar la cultura y el arte, persona que prefiere los valores a sus opuestos y demás sentencias con las que se supone seríamos sujetos de un bellísimo espíritu que irradie luz a los demás. Sabemos el resultado de esa comparación y ahí encuentro parte de la explicación de mi ignorancia prolongada o de mi descubrimiento tardío de los poetas y de la poesía más allá de mis tareas en la escuela. Bostezo cuando recuerdo los discursos de varios maestros de literatura que creían que memorizando un listado de ochenta figuras retóricas o los nombres de las corrientes literarias estábamos aprendiendo el arte de la palabra. Ahora repudio los exámenes que me ponían a adivinar la fecha de nacimiento de Cervantes o a identificar la métrica y la rima antes que haberme permitido “sentir” la poesía de un siglo de oro español al que miraba asustado por tratarse de un encumbramiento que me empequeñecía.

El perfil de los profesores y los estudiantes de “éxito” hoy en día parece sugerir que mi falta de triunfos en la vida se debe precisamente a que perdí precioso tiempo recitando “Los motivos del lobo” de Rubén Darío, en lugar de aplicarme más en mi limitadísimo inglés o mi incompleta inserción en el indispensable mundo de la informática y sus utilidades prácticas. Así mismo, los padres de familia hoy en día pueden ser condescendientes si sus hijos desconocen temas básicos de historia y literatura, pero no pueden admitir de ninguna manera que la escuela no

atienda con total suficiencia los saberes que sirven “para la vida”; para los desentendidos agrego que se trata particularmente de la vida laboral. El ciclo vital entonces queda entendido como nacer, crecer, obtener un empleo y en consecuencia bienes y satisfacciones materiales, reproducirse –opcional- y ya no habiendo otro pendiente, morir satisfecho de tanto éxito.

Cuando lo objetivo desplaza a lo subjetivo el individuo se cosifica, se vuelve un programa preestablecido. Al callar lo interno se admite que lo propio se queda adentro de uno y nada más, se reconoce que lo superficial es lo básico y obligatorio. Por eso, cuando Diógenes renuncio a todo bien material al grado de vivir dentro de un tonel y pasarse el tiempo deshaciéndose de lo que no necesitaba realmente, se creó la imagen del loco disidente nomás por llevarle la contra al mundo civilizado lleno de tantas satisfacciones y placeres. Sin embargo, también se generó la polémica acerca de qué tanto se puede quedar el ser humano atrapado solamente en lo objetivo o en lo subjetivo; la medida exacta para el buen vivir se sigue discutiendo y entre discusiones de sabios y legos no conseguimos ponernos de acuerdo hacia dónde vamos y por qué debe ser de tal manera. Lo más común es que se imponga por vía de hechos la tendencia macroeconómica dominante, el sentido común del régimen de gobierno o las medidas dictadas por los poderes de hecho y de derecho. De ahí que las escuelas sean lugares de formación o adiestramiento para la reproducción social según intereses establecidos cuyos principios están probados por la experiencia e interiorizados en el imaginario social como el único mundo posible.

A fin de cuentas, queda pendiente definir qué es la poesía y para qué puede servir en la escuela y en la sociedad. Orillados por el pragmatismo dominante los poetas y sus fans, incluyendo a los autodidactas, se han colocado en el rincón de la excentricidad, son los raros si no locos de remate a los que se debe “dar el avión” para mantenerlos a raya y no vengan a echar a perder la fiesta. Claro que es de buen ver y hasta de moda acudir a los recitales de poesía de autores reconocidos sobre todo para salir en las páginas de sociales o publicar la foto en las redes. Pero de ahí a que el síndrome de focas aplaudidoras quede superado por un acercamiento y aprecio real de la poesía, hay un buen trecho. Si lo fuera, lo aplaudidores y compradores de libros firmados y dedicados por el autor en persona, serían los primeros promotores de la poesía con sus familias, en las escuelas de sus hijos, en la sociedad. Los pobres poetas siempre van perseguidos por un snobismo aturdidor al que sólo soportan porque de algo tienen que vivir o como el rey de El principito, lo natural es que tengan súbditos o admiradores.

Así que en la escuela la poesía se queda en los momentos “bonitos” de festejo o de conmemoración solemne. Sirve para adornar programas o “eventos” socioculturales dedicados a la madre, tal vez al padre, a la bandera, muy raramente ya a la Patria, etcétera. La poesía es indiscutiblemente un conocimiento accesorio y complementario que de buena suerte obliga a los alumnos a leer ciertos títulos, pero casi nunca permite profundizar hacia la esencia misma de la poesía como goce de lo estético y muchísimo menos como detonante de la creatividad. Son muchas las desventajas de la poesía frente al conocimiento técnico y no habría que crear

una competencia de suyo inexistente; lo que hace falta es darse cuenta y darse una explicación de por qué tanto desequilibrio, de cuáles pueden ser las causas ocultas y sobre todo percatarse de las consecuencias de “enfriar” el desarrollo del espíritu de los sujetos en la escuela dejando a la poesía en el abandono.

Para los defensores del estado de cosas es bastante simple apuntar que la poesía no es indispensable para vivir y que cada quien puede encontrar la cantidad de poesía que quiera mediante cualquier buscador de internet. Para los educadores, de conciencia social desarrollada, la cuestión no es tan cuadrada porque saben que el desdén por la poesía desde los primeros años de vida impacta directamente en la formación del espíritu, entendida como la parte humana que contiene los elementos para acceder a las funciones superiores del pensamiento que une pensar, sentir, apreciar, valorar, construir ideas propias. Sin la poesía lo normal es que los niños tarden en salir del egocentrismo propio de los primeros años; sin el ejemplo de las historias –en verso o prosa-, sin el goce de la rima, del ritmo proveniente de la coincidencia sonora y de la acentuación cuidadosa de las palabras, sin los principios morales contenidos en la versificación de todas las épocas, sin la libertad de jugar y hasta trasgredir el lenguaje para explorar nuevos significados y relaciones entre las palabras, sin todo eso lo normal es que tengamos a cargo niños voluntariosos, atrapados en la espectacularidad de su tableta, distraídos en los contenidos que no les exigen esfuerzo mental y renuentes a las tareas que requieren expresión, opinión propia y análisis.

La distorsión de la poesía en la escuela tiene que ver con su reducción a elemento de recreación o decorativo, a requisito programático o de plano relleno porque siempre se ha hecho de tal manera. Otro desajuste es el encumbramiento de la literatura y de la poesía con efecto similar al de las matemáticas, lugar donde casi nadie merece habitar porque la Academia y el Parnaso están reservados a los elegidos. De esa forma se pierde el pulso vital de la poesía como expresión creativa del espíritu en un ambiente de libertad donde la ortografía y hasta la sintaxis no están por encima del sentimiento o la emoción condensada en palabras. La construcción de sí mismo en el sentir canalizado, en la imaginación concretizada, en el soñar permitido y alentado, en la proyección de lo subjetivo con la confianza del pez que respira en el agua, todo se queda reducido a nada si seguimos insistiendo en una educación orientada totalmente a la formación de mano de obra y dejando estos conocimientos y habilidades solamente para los miembros de élite.

Una receta infalible para ahuyentar a la poesía de las escuelas es dejarla abandonada en el rincón de los saberes de ocasión y de efecto fugaz. También sirve a este propósito envolverla en la solemnidad de la Academia y presentarla a los alumnos como una señora ceñuda que no otorga sus favores a los mortales comunes. Para eso, funciona bien dejar de tarea escribir un poema o un cuento así nomas como quien hace una enchilada, apantallar al grupo de estudiantes con palabras de extraño uso y dárselas de gran sabio conocedor de la vida y obra de los escritores y cuatacho de los habitantes del Parnaso. A la literatura y en especial a la poesía hay que llenarla de misterios, no para seducir sino para alejar a los intrusos; hay que

hacer apología de los sin sentidos para llamar a eso poesía. Entre más extravagancia mejor, entre más aire de pomposidad y entre más afectaciones de grandeza mayor distancia entre poesía y maestros, entre poesía y alumnos, cada cual al lugar que le corresponde y no se atreva a salir de ahí. De eso deberíamos estar hartos y pasar ya a repensar y actuar en consecuencia.

Pregunta elemental ha sido interrogarnos para qué la poesía en la escuela y la respuesta ya debería andar rondando su relación con la preservación del carácter espontáneo y natural de los niños en sus primeros años de escolaridad. Reflexionar acerca de los condicionamientos que vuelven inseguros a nuestros estudiantes y darnos la oportunidad de practicar ejercicios de creación literaria basados en la lectura cotidiana de poesía en el aula. Se podría iniciar intentando la asociación de ideas que hay en la metáfora para llevarla a una relación de palabras seleccionadas al azar y jugar a construir frases imposibles o absurdas de primera impresión. Por ejemplo, tomar dos palabras y construir una frase de aparente sin sentido; así, de unir las palabras sol y libro puede surgir la frase: “Abro mi libro y un sol ilumina mi alma”. La relación es simple de establecer pero el juego puede llevar al absurdo tal como: “La flor de mármol llora lágrimas de arena”, o bien “Un cielo de miel se extiende en la tarde”. La idea es que el juego lleve a encontrar la frase que nos guste, que nos haga pensar, imaginar y relacionar significados para desarrollar la memoria, la inducción, la deducción, en la capacidad de fijarse en los detalles de las cosas sencillas.

La formación de puntos de vista personales sobre las cosas, los animales y los sujetos se vuelve viable cuando nos decidimos a construir ideas propias que al principio pueden parecer simples o carentes de sentido; que sin embargo, en un proceso de práctica se irán puliendo, profundizando y llevando de la mano hacia las funciones mentales superiores. La apropiación de una parte significativa de la cultura universal al conectarse con la obra de poetas de todas latitudes y niveles, permitiría un desarrollo panorámico de la inteligencia y del saber a modo de que los autores sean los árboles en los cuáles subirse para mirar cada día más lejos. Finalmente aprender a disfrutar de las imágenes poéticas y atreverse a crearlas, no es poca cosa para seguir en la actitud de que la poesía no sirve para mucho en la escuela.

La poesía practicada como un juego propone Etienne Fajardo en su artículo “La poesía es una señora empastada en verde” (Revista Correo del Maestro Revista para profesores de Educación Básica. Número 252, Año 21, México, Mayo 2017). En este texto se describe el proceso de cómo pasar de una indiferencia y hasta rechazo por la poesía, al inicio de la seducción por el arte en versos. Despojar de solemnidad a la poesía para ponerla al alcance de los niños, aprender a jugar con las palabras, perderle el miedo al absurdo en este mundo de la lógica prediseñada, es una ruta para que los maestros se interesen por modificar secuencias didácticas esquemáticas de probada ineficacia. Y tratándose de juegos literarios abundan las propuestas que idealmente podrían empezar en los talleres para profesores y de ahí llevarlas a los estudiantes. Los talleres literarios para profesores no deberían esperar a que alguna autoridad los declare obligatorios para hacerlos de manera simulada; deberían empezar como

iniciativas de cada Consejo Técnico Escolar, de manera libre, desinteresada y de motivación propia. El juego literario concebido como impulsor de la formación del espíritu que tanta falta nos hace y que tanta desatención se merece. Las simulaciones no sirven, lo único válido es interiorizar lo que decía Vigotsky: “Y cuando nacemos ya Shakespeare nos está esperando”; una forma de revalorar la importancia de aportar lo mejor del ambiente sociocultural par la formación de la personalidad humana. Esto es poner por delante los intereses de los educandos, otra cosa distinta es andar proclamando de manera altisonante y haciendo maroma y teatro que la reforma educativa lo es todo para insertarnos en la sociedad global del conocimiento.

El disfrute de la poesía empieza con la lectura, mucha lectura y mucho goce; luego vendrá la curiosidad por lanzar el primer verso, más tarde no sabemos como se cumplirá aquello de que todos tenemos algo de músicos, poetas y locos. Es un intento de poner al derecho lo que anda al revés. Es aceptar que no sólo de pan vive el hombre, es un derecho irrenunciable para llamarnos plenamente humanos.

 

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