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Opinión

ADAPTACIÓN, SADOMASOQUISMO E INTERSUBJETIVIDAD EN EL MUNDO ACTUAL

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Por JOSÉ LUIS FIGUEROA GONZÁLEZ / MASEUAL

*  El solipsismo como refugio y escape del revuelto siglo XXI

Jojutla, Morelos, México, 10 de julio de 2017.-  Un insistente promocional de televisión del gobierno federal sintetiza la principal fortaleza del llamado Nuevo Modelo Educativo 2017 (NME2017), como el acto de “adaptarse al presente”; desde luego, entendiendo como presente la serie vertiginosa de cambios tecnológicos que se observan en todos los ámbitos de la vida social. Con ese lenguaje sencillo, claro y determinante se define y se prescribe un modelo educativo cuestionado por maestros y especialistas dada su innegable orientación a la reducción del desarrollo humano en habilidades y conocimientos para el desempeño laboral. Esto no sería un asunto de consideración si no fuera porque me resulta inevitable relacionarlo con una recomendación que recientemente daba un director de unidad UPN a los estudiantes de Licenciatura pidiéndoles que no se detuvieran “demasiado” en la fundamentación teórica de su trabajo de titulación, que cuadraran su documento enfocados más en las estrategias de intervención y que se titularan lo más pronto posible. Ambos sucesos me parecen de lo más congruente con el discurso pedagógico oficial encaminado al practicismo y a relegar el aspecto teórico que se supondría un pilar central de cualquier modelo de educación. Lo pragmático de la cuestión estriba en que los maestros ya no le busquen mangas al chaleco para adaptarse a lo establecido y que los alumnos de UPN vayan aceptando que, “Educar para transformar” es un bonito dicho pero con decirlo basta. Tiempos y discursos de adaptación que deben tener a Vigotsky lanzando maldiciones desde su tumba y a Paulo Freire moviendo la cabeza negativamente desde donde se encuentre.

La construcción de la propia percepción del mundo, de los otros y de sí mismo cobra gran relevancia ante la intensa, fugaz y cambiante exposición a diversos y contradictorios modos de entender y de actuar en la vida. La comunicación y la información digital se han abreviado a partir de la velocidad con la corren los datos; es tanto el vértigo que apenas se empieza a asimilar determinada situación cuando ya se aparece la siguiente. La interacción de subjetividades se está viendo trastocada por códigos que vuelven homogéneo y obvio el proceso de intercambio de datos, pareciéndose cada vez más a un lenguaje binario o algo así. El dilema actual es ser o no ser navegante de la red, bien provisto de los recursos para enlazarse con otros que andan bien picudos enseñorados en competencias de video juegos, en actualización de aplicaciones, en el apantalle para el romance, así como en todo lo que permita sacar provecho a manera de ventas, de cooptación o de vil engaño si se requiere. La complejidad del asunto es tan intricada que de cualquier forma podemos perder: si nos apartamos de los medios digitales caemos en el desfase y más fácil nos engañan, si nos apegamos a su uso las tentaciones fantasiosas, los escapes de la angustiosa realidad y la subordinación nos tendrán en la mira. La mediación como postura de sensatez y previsión es de difícil adopción porque el grueso de la humanidad se encuentra interconectada e intercondicionada. La red de redes, con su mundo virtual, nos tiene rodeados para controlar todos nuestros movimientos mediante la fijación de ideas que pasan por comunes a todos los humanos “civilizados”; se trata de la voz e imagen que nos va configurando con una acción

sustitutiva de lo que antes se conoció como formación en la familia, en la escuela, en la comunidad o incluso la iglesia. Se nos tiene prometido el dominio del mundo con todo y gente mediante fórmulas infalibles como el libre mercado, la despolitización, el individualismo, todas ellas metidas en un frasco cuya etiqueta dice: “que los demás se jodan antes de que me jodan a mí”. Por el momento va ganado la navegación internaútica e insensata a favor de la adaptación social a niveles nunca antes vistos; nada más y nada menos que la humanidad toda metida en el mismo traje para ir por el mundo caminando hacia un destino similar: ser útil (producir), consumir y perecer.

Entre los efectos más evidentes de los nuevos tiempos digitalizados se encuentra el enfoque de las discrepancias de clase opresor/oprimido como un estatus natural fácil de entender bajo la explicación de que hay quien se esfuerza y hay quien no se esfuerza. Tesis blanda pero que sirve para pasar sin pena por los pasillos más oscuros de la realidad actual. La pérdida de la capacidad de comprensión, conmoción y de reacción ante la violencia de todos los días es otra consecuencia de la inmovilidad que nos provoca vernos a sí mismos como seres dependientes y ver a los demás con lo que pensamos es una “justificada” desconfianza. Los fines de la vida se han vuelto indiscutibles y centrados en lo personal y familiar; preferimos cerrar los ojos a la realidad que “perder” el tiempo ocupándose en asuntos de interés social. La pauperización del modo de vida para la mayoría nos ha reducido a vivir el día a día deseando tener a la mano lo básico y por qué no lo superfluo también. Podrá haber conflictos graves o de guerra en otras partes del mundo pero respiramos tranquilos de que eso no ocurra cerca. Las noticias internacionales se opacan por las calamidades locales y el círculo vicioso se cierra cuando no pasamos de consumir notas trágicas cercanas y regresamos al refugio del solipsismo. A lo más que llegamos es a pedir que la autoridad haga algo cuando sabemos que ha sido rebasada y al menos en parte, se encuentra coludida.

La intersubjetividad o interacción entre sujetos con su carga personal de creencias, conocimientos y percepciones de sentido común, con sus proyectos y sus desesperanzas, no se tiene muy en cuenta cuando de intervenir ante los demás se trata. Superficiales por lo general, actuamos bajo tipificaciones (Ver La construcción social de la realidad de Thomas Luckmann y Peter L. Berger, Editorial Amorrortu, Buenos Aires, 2003) de las que no somos plenamente conscientes y damos por hecho que no existe manera distinta de decir o de hacer las cosas. Por nuestras palabras y actos se filtran concepciones de la realidad que son producto de influencia social. Es de esa manera que a los promotores del NME2017 les parece de lo más lógico reducir su propaganda a la idea de simple adaptación o que al responsable académico de una otrora institución crítica vea la salida eludiendo o reduciendo el estudio teórico. Lo que está funcionando es la prescripción de visiones acomodaticias de la realidad.

Un ángulo de las complicaciones de la vida social actual es la fragmentación de la organización de la vida en común ateniéndonos a estructuras y formas de actuar que se tornan inalterables. El yo es un refugio de confort y cierta tranquilidad porque así parece que se evitan roces y

conflictos con otros indeseables e inadmisibles; los otakus son un buen ejemplo de cómo se puede encerrar uno en sí mismo –literalmente-, eso sí, bien provisto de comida, de historietas, de películas y videojuegos de Manga o Ánime. En este caso la familia pasa a segundo término y las opiniones o informes provenientes de los demás otakus resulta mucho confiable. Pese a todo, la familia sigue teniendo parte en la conformación de la primera parte de la personalidad. Las opiniones básicas, los prejuicios, los mitos, las ideas sobre el funcionamiento de la sociedad se las debemos agradecer a la familia en connivencia obligada con la digitalización de la información. Un conflicto real para los padres que lamentan la caída de su acción formativa sobre los hijos y un descanso para los otros que bendicen a los medios electrónicos por entretener a los niños.

La escuela de otros tiempos se asumía como una institución social clave en la formación valoral y en la personalidad integral de un sujeto afín a la construcción colectiva del bienestar común. Al menos el discurso alentaba la configuración subjetiva para el desempeño social, con principios más o menos claros y conceptos definidos. El problema que se percibe en lo reciente es la conversión de la escuela en un espacio de entrenamiento de personas destinadas a la utilidad económica; se podría refutar que también interesa la formación en valores o el pensamiento crítico, a lo cual sólo basta oponer tendencias en los hechos. La interacción de subjetividades en la escuela es un tema interesante para que los especialistas nos pudieran ilustrar con investigación de campo qué es lo que los sujetos piensan y hacen dentro de lo cotidiano escolar para desentrañar en qué medida se está trabajando por el desarrollo integral o se están invirtiendo los esfuerzos para la formación de sujetos adaptados.

Casi de la misma manera las iglesias van pasando del rito comunitario de integración social al consuelo cerrado y lugar de interacción selectiva y competitiva entre organizaciones o sectas. Estas instituciones cada vez se adaptan más al modelo de mercadotecnia para promover productos de fe que hacen rodear de una parafernalia de consumo y dependencia. Fragmentación y más fragmentación que lleva a remarcar que es más cómodo estar cerca del solipsismo acompañados de un pequeño entorno social donde se coincida con loa afines en el gusto de pasarla lo mejor posible bajo la premisa “primero yo, luego yo, y más al rato yo”. Incluso en las conversaciones de amigos no es difícil notar un clima de diálogos de sordos en el que todos quieren ser escuchados y nadie escucha a nadie. Será la modernidad, será la posmodernidad, lo cierto es que en la era de las comunicaciones más inmediatas mediante el flujo en banda ancha de todo tipo de textos, mensajes, voz, imágenes y efectos especiales, nos estamos quedando más solos que nunca.

Partimos de un yo que actúa en automático, que no puede estar preguntando a cada paso por lo que dice o hace; la propia subjetividad parte de unos cimientos de certidumbre que le permite moverse con cierta tranquilidad y seguridad. En buena parte esos cimientos son tipificaciones comunes que permiten cierto grado de entendimiento; ser calificado de “inteligente” es muy distinto a ser visto como “intolerante” o “imprudente”. Colocar etiquetas es

una tarea práctica y cómoda aunque no sea más que la repetición de lo que ya vienen haciendo otros o lo que es lo mismo, dejarse llevar. Funciona cuando el grupo forma un coro y se atiene a sus coincidencias. Tipificar es un resorte que mueve al yo automático (Luckmann y Berger, op.cit.) para insertarnos sin mayor dificultad. Aprendemos a “ser prudentes”, a “ser oportunos”, a distinguir lo “conveniente” de lo “inconveniente”, etcétera; así la relación con los demás se perfila a crear acuerdos pero también a caer en discrepancias y hasta el uso del engaño bajo premisas más o menos entendidas y con un conocimiento previo sobre las posibles consecuencias. El sentido común orienta y la adaptación es una exigencia para llevar “la fiesta en paz”. Entre el solipsismo y la interacción social se establece un puente de esquemas predeterminados que prometen una vida tranquila y acorde con nuestros proyectos. Lástima que esa fórmula en realidad sea una fantasía y cada uno tenga que trabajar en la construcción de su propio destino, probándo constantemente sus capacidades de compresión personal de la realidad y de acción política para construir acuerdos con otros coincidentes o no.

Un ejemplo de condicionamiento social de actualidad es el discurso pedagógico contenido en el NME2017, que al igual que otros tantos discursos de ese pelo, parte de la promesa de desarrollo económico a niveles competitivos con las potencias mundiales, para intentar convencer de la necesidad de aplicarse como se indica. La fantasía ha sido utilizada invariablemente como recurso retórico para generar consenso. El mundo feliz que viene quiere ser la fórmula infalible para sumarnos en un proyecto que hace agua por todos lados. Únicamente la insensatez y la obsesión pueden explicar que se intente el consenso sobre todo cuando una parte significativa del magisterio ya dio cuenta de que por ahí no va la cosa. Que se tenga a los profesores cogidos del cuello mediante la espada del despido no significa que vaya a progresar lo estipulado a sabiendas que se hace de manera autoritaria. También el sentido común nos avisa cuando al opresor se le está pasando la mano. Las inocultables obsesiones de la parte impositiva no pueden dar lugar a una actuación comprometida de los docentes; sin embargo, el momento tampoco se observa a favor de un rechazo contundente. Las subjetividades se mueven entre la necesidad, la indignación soterrada, las estrategias de sobrevivencia y hasta la resignación autocomplaciente. Hay un juego de sadomasoquismo en todo esto que puede sorprender a unos y a otros en sus predicciones sobre el destino de la reforma educativa de Peña Nieto. A lo corto o a la larga, cualquier aceptación forzada es preludio de un fracaso.

Cómo se manifiesta o cómo se aprenden los sesgos para provocar sufrimiento a los demás y disfrutarlo o cómo el sufrimiento se puede llegar a gozar y hasta agradecer, son cuestiones de la psicología social que conviene revisar y aprender sobre ellas. Qué papel juega la infancia en la formación de los primeros gestos del sadismo que tal vez empezó como un juego promovido por adultos, cuál es el condicionamiento de ciertas instituciones que promueven la aceptación, la adaptación y la resignación para que de mayores ya no chistemos por los golpes cotidianos. De una necesaria interacción para tomar acuerdos, cómo es que nos pasamos a la obsesión por dominar al otro y/o a la complacencia-resignación de dejarse dominar. Cómo es que se

reproducen las acciones de dominio-aceptación sin que tengamos en cuenta su sentido y sus derivaciones. Y no es que el mundo sea primerizo en estas faenas, lo que sucede es que tales formas de entender y hacer en el mundo se viene exacerbando y expandiendo, de modo que la familia, la escuela y otras instituciones están siendo desplazadas por un ente global de morfología aún desconocida. El viento viene soplando a favor de las confusiones y hasta las mentes más preclaras están dando señales de trastabillar y de estar siendo atrapadas por círculos viciosos. Tenemos en primer lugar a los arrogantes y ególatras metidos en camisa de intelectuales o artistas que se muestran poco sociales y más bien merecedores de todo tipo de honores por obra y gracia de su grandiosidad; es el tiempo del ladrón cínico que se lleva el erario público y sonríe a la cámara cundo lo retratan esposado. Todos ególatras y todos cínicos y el mundo se acaba en cuestión de poco tiempo.

A todo esto, conviene pensar qué hacer para darse cuenta de la propia subjetividad condicionada, del efecto en la interacción social y de los obstáculos que representa para aspirar a mejorar lo mejorable de la realidad que nos tocó vivir. Se requiere una serie de técnicas para el autoconocimiento inspiradas en el efecto de un espejo plano. Necesitamos reaprender a mirarnos mediante datos e imágenes que nos hablen de lo que pensamos y de lo que hacemos. Se requiere promover la reflexión individual y grupal hasta llegar al debate acerca de lo que nos dicen encuestas, imágenes de la realidad, temas polémicos en films y en otro tipo de registros. El monitoreo puede empezar por lo cercano, por el yo propio haciendo reflexión escrita acerca de qué se dice, qué se hace, por qué, a beneficio de qué o de quién, acerca de la cómoda neutralidad, etcétera. Enlistar las actividades en las que se emplea el tiempo libre para rebasar la idea de que es tiempo para hacer lo que nos dé la gana, puede servir para superar modas prediseñadas para pasar a modos conscientes y propios. También ayudaría hacer una constante evaluación sobre la intersubjetividad de los maestros con los alumnos, con los padres de familia, con las autoridades, con la comunidad para descubrir las actuaciones y su congruencia con lo que se piensa. Un paso más es promover la triangulación de información para comparar lo que veo y entiendo con lo que ven y entienden los otros. Todo serviría para acercarse a la construcción de alternativas para superar inconsistencias y dirigirnos como maestros a un enfoque de pedagogía crítica. El fundamento teórico es indispensable, la generación de experiencias alentadoras es la esperanza.

La incomunicación, el desacuerdo y la confrontación deben procesarse al menos entre los que compartimos similares condiciones de vida. Del refugio en el solipsismo ha llegado el momento de romper el cascarón para reencontrarse con los demás semejantes y a la vez diferentes. No se ve otra salida al revuelto siglo XXI, es un derecho para ser un poco mejores cada día y es una obligación moral de todo ser humano.

 

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