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Opinión

EL DILEMA DEL CONSEJO TÉCNICO ESCOLAR 2017-2018

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Por JOSÉ LUIS FIGUEROA GONZÁLEZ / MASEUAL

*  ¿Un colectivo comprometido con esperanza y alegría o una suma de individualidades controladas y estresadas?

Jojutla, Morelos, México, 7 de agosto de 2017.-  Conforme se aproxima el tiempo electoral del año 2018 con toda su parafernalia y todas las prácticas indignas y rapaces a las que no quieren mantener acostumbrados, la viabilidad y la ficticia solidez de la llamada reforma educativa se van diluyendo y las expectativas se reducen a pesar de los mecanismos de imposición que urden cada día los interesados en llevar a México a un escenario de entrega total de la educación pública a los fines mercantiles. El ansia por consolidar la implantación del espíritu empresarial a rajatabla en todo el Sistema Educativo Nacional va haciendo perder lo poco de respaldo social con el que Peña Nieto y compañía, iniciaron el sexenio de las “grandes reformas estructurales”. El jaloneo consiste ahora en anticipar si la reforma educativa continua o no, de acuerdo a los resultados electorales del año próximo; si solamente se le dará una retocada en caso de ganar un candidato que no sea del PRI o si se llevará todavía a mayor profundidad si ganan los expertos del fraude electoral. El ambiente político de suyo turbio y provocador de un enojo social un tanto extraño porque no logra transformarse en un movimiento que aglutine a la mayoría de quienes ya no queremos más de lo mismo, no presagia la concordia ni la armonía como marco de la probable modificación, continuación o profundización de la reforma educativa gestada en el sexenio que termina.

Las perspectivas y los motivos para predecir la prolongación de la pugna por el rumbo que se le ha tratado de imponer a la educación como derecho social o como negocio de unos cuantos, se pueden derivar del posicionamiento actual de distintos actores involucrados en la definición de cuál es tipo de educación que nos merecemos los ciudadanos simples; a saber, aparecen los no tan ordinarios sujetos de la alcurnia nacional y local, las propuestas de los especialistas e investigadores que tienen los datos duros y blandos para cuestionar, para ofertar la alternativa y hasta para respaldar con todo su ego al modelo que los cubre de reconocimiento y gloria y por supuesto no olvidar a los maestros, a los expertos y movimientos sociales en resistencia. La moneda está por ser lanzada al aire y muchos la observarán volar con escepticismo, con ilusión, con esperanza o de plano les dará lo mismo. El hecho es que este sexenio empieza a desvanecerse en las manos de los mandamases, igualito como se les desintegra la Nación en sus impuros procedimientos para beneficiarse en lo personal y en grupo de poder lo más que puedan. Este enrarecido clima nos puede llevar a confusiones sobre lo que nos depara el próximo ciclo escolar, entre tantos aspectos conviene detenerse un poco en el sentido y funcionamiento del Consejo Técnico Escolar (CTE) a la luz de la incertidumbre sobre lo que viene en la multicitada reforma educativa.

El CTE no es una órgano de novedad porque durante mucho tiempo ha existido de mero membrete en las escuelas de educación básica, por el aplastante dominio de la jerarquía administrativa y sindical que lo mantuvieron como una simple formalidad y en los hechos servía por lo general para que los directivos movieran las piezas de ajedrez en su beneficio o en

acatamiento de los típicas “órdenes superiores”. Con la reforma educativa la astucia de los padrecitos de la entrega de la escuela pública a los rapaces que acechan para devorarla, ha consistido en retomar la imagen de órgano colegiado que representa el CTE para dar la impresión de autonomía, autogestión, reflexión crítica en las escuelas, de participación abierta de todos los actores sociales en el diagnóstico, planeación y aplicación de medidas acordadas democráticamente en cada centro escolar. Pero el divorcio entre los sujetos del acto educativo, la diferencia de intereses y de proyectos, las tentaciones autoritarias de quien ostenta aunque sea un pedacito de poder burocrático, los hábitos de reverencia a la autoridad y la pasividad, siguen siendo los signos que oscurecen los caminos de transformación que se pueden gestar desde la integración al nivel celular que representa el CTE en cada escuela.

Ahora es fácil proclamar que el CTE es un espacio para la transformación del proceso educativo y hasta para la profesionalización de la docencia, con el fin de persuadir y convencer sobre las bondades de la reforma educativa en vigor; sin embargo, del dicho al hecho se establece la distancia de las simulaciones, de la imposición medio solapada o rigurosamente encajada, la separación entre los actores educativos según rangos de poder e influencia y hasta por grados de alcurnia. Los maestros se confunden, piensan y actúan según se presente el panorama en cada CTE. Donde es posible el diálogo, se intenta aún con los prejuicios y limitaciones que siguen desatendidas en cuanto a las condiciones materiales, al dominio o no de las técnicas y las herramientas para la reflexión y la investigación educativa, muchas veces no pasando del mero sentido común; en otras partes donde el director lleva la voz cantante, lo más prudente ha sido observar, callar y asentir cuando eso significa cierto grado de seguridad laboral; y cuando las condiciones lo permiten, pues también ha convenido tomarse las tareas del CTE de forma relajada haciendo el juego de la tortuga y recortando o ampliando tiempos según convenga. Simples consecuencias de lo que significa trabajar en algo que no se disfruta o bien consecuencia de ser profeta de una creencia que no se tiene.

A beneficio de los promotores –falsos o verdaderos- de la reforma educativa, el CTE se está tiñendo de una función ambigua. Es un órgano para la discusión propositiva y proyectiva de la transformación de la educación pública y a la vez sigilosamente se pretende utilizar como un mecanismo de difusión del ideario empresarial de la reforma y medio de control de la acción docente. Se pinta de autonomía la función del CTE, se alienta la participación diversa y a la vez en los hechos se pugna por lo homogéneo y lo prediseñado. Se busca inspirar la autogestión como la idea de que todos somos importantes y podemos impulsar proyectos propios y al mismo tiempo se aplican guías oficiales que presentan todo previamente establecido. No se puede afirmar que el docente ya se subió al carro de la reforma porque se esté desempeñando de manera acorde con el discurso oficial que vende la imagen de un CTE activo, propositivo, gestor de sí mismo, con iniciativa y empuje definidos. El acercamiento a regañadientes, las estrategias para librar lo mejor posible la carga de trabajo que significa el CTE, la falta de hábito para concertar esfuerzos individuales y grupales, la renuencia o dificultad para ejercitar la reflexión crítica, el predominio de lo práctico sobre lo teórico, la simulación para evitar esfuerzos que se consideran vanos, la falta de mística en lo que se hace por el predominio de

la idea de que lo importante es justificar un pago quincenal, etcétera, son los signos que enmarcan en mucho al CTE y facilitan las digresiones antes que la construcción de verdaderos consensos.

La consideración de que los padres de familia pueden participar como colaboradores en la gestión de recursos y no tanto como copartícipes en la construcción de los proyectos es otra de las falacias en torno a la supuesta participación general en el CTE. Los alumnos ni se diga porque todos ellos son menores de edad que se atienen a lo que acuerden los grandes. Al final de cuentas la famosa autogestión viene a ser un encubrimiento de la desatención de los gobiernos a las condiciones materiales de las escuelas públicas. Por eso, alrededor del CTE debe ponerse atención acerca del uso y abuso de palabras como autonomía, autogestión, participación, reflexión crítica, acompañamiento y tantas otras. La realidad nos indica que no es tan sencillo nombrar las cosas como tenerlas a la mano; lo que nos viene enseñando el CTE en general es que el desempeño no es automático al dictado de la norma, que la participación comprometida no se consigue por imposición y que este colectivo se encuentra generalmente atrapado en un laberinto o dilema que lleva a los profesores a intentar salir al paso recogiendo las señales-migas que deja la autoridad o bien asumir el desafío de construir rutas propias aprovechando las coyunturas de todo tipo.

Para el ciclo escolar 2017-2018 resulta que se han presentado Los lineamientos para la organización y el funcionamiento de los Consejos Técnicos Escolares de Educación Básica emitidos por Aurelio Nuño Mayer en su calidad de titular de la Secretaría de Educación Pública. En dichos lineamientos se retoma el concepto de CTE como “órgano para la toma de decisiones” pero su articulado deja percibir un aroma más que sutil de autoritarismo y de afán controlador de los docentes. Aplicando los términos justificadores de siempre como “calidad educativa”, “autonomía”, “autogestión”, “escuela al centro”, “rendición de cuentas” y varios más, se pretende convencer de las bondades de CTE concebido de tal manera; pero, una revisión rápida permite encontrar el espíritu de los lineamientos del CTE en la obligatoriedad en su desarrollo, en la asistencia y en la participación (artículo segundo y artículo séptimo), obligatoriedad de asistir con “insumos” (sic, nótese el lenguaje empresarial), evidencias e informes (artículo undécimo); a la vez, se establecen las funciones del CTE pero sin dejar de remarcar el carácter de obligatorio o lo que es igual, no fomenta la participación entusiasta sino la obligatoriedad, con lo cual el CTE pierde naturalidad y se acartona. Los lineamientos demandan el cumplimiento estricto del tiempo de la jornada laboral (artículo noveno) y el uso óptimo del tiempo; es decir, se impone la manera empresarial de desquitar el tiempo de trabajo aunque eso lleve al eficientismo, sin considerar el valor de lo relativo, ni el ejercicio de la creatividad sin presiones ni simulaciones. Para Nuño Mayer todos los maestros somos mañosos y hay que traernos con la correa bien corta.

Para que no se diga que se deja solo al profesor con los problemas y su alma, el documento de lineamientos oferta el “acompañamiento” del supervisor (artículo cuarto) sin atreverse a llamarle asesorías académicas bien requisitadas; tal vez porque tengan duda acerca de si el cuerpo de

supervisores puedan ser presentados como expertos en pedagogía y no como se les conoce, especialistas en papeleo. Las asesorías externas que puede gestionar el CTE van quedando a nivel de “consejos”, investidos de cierto aire de verticalidad. El problema es que no se aborda el diálogo horizontal entre maestros y autoridades, mucho menos entre maestros y expertos. La verticalidad propia de la escuela basada en lineamientos gerenciales se reafirma en la búsqueda del liderazgo tipo empresa para encontrar al directivo capaz de dirigir a otros directivos en el funcionamiento del Consejo Técnico de Zona (artículo vigésimo segundo). Para rematar, a la iniciativa de cada profesor en su aula se imponen los acuerdos de CTE para que sean obligatoriamente incorporados a los planes y proyectos de grupo, sin considerar las particularidades de cada espacio y grupo escolar. La cereza del pastel en los lineamientos es la persecución de lo que se llegue a considerar incumplimiento de lo establecido en el CTE, vaya usted a saber cómo y por cuáles disposiciones de la autoridad inmediata (artículo trigésimo séptimo).

El dilema del CTE en el ciclo que pronto se iniciará es definir si la ruta de mejora consiste en acatarse a la esquizofrenia de vivir en un mundo de conceptos alentadores en la mitad del cerebro y con la otra mitad someterse a las incongruencias de un sistema que actúa de manera contradictoria para suavizar la imposición de un modelo educativo rimbombante en el discurso y regresivo en los hechos. Las aguas se han revuelto a propósito para desconcertar y desalentar, de modo que se crea que existe una sola manera de pensar y de hacer las cosas. Se aprovecha la ambigüedad para sostener que se camina hacia la integración social cuando en realidad se favorecen los intereses mezquinos que todos conocemos, pero algunos dudan en reconocer dentro de su labor educativa cotidiana. Hace falta algo más que el acatamiento simple y llano para no tener problemas, se requiere cierta disposición para conservar las funciones racionales superiores de comparación, análisis, síntesis, crítica, disenso antes que el consenso complaciente, la duda y reflexión para llegar a una verdadera práctica renovada con sustentos confirmados y el compromiso sereno, alegre y esperanzado.

El dilema del CTE en el ciclo escolar 2017-2018 será decidir con claridad a favor de qué o en contra de qué se desempeña cada profesor y el colectivo escolar. Si la actitud predominante fuera el acatamiento sin estrategia, el sometimiento como única salida, la simulación como medio de sobrevivencia, la nublazón mental acerca de que uno es salvo y los demás que se pierdan, entonces no hay nada que agregar. Si la cuestión fuera conservar, rescatar o construir el CTE como espacio privilegiado para resignificar el proceso de la transformación educativa, la unión de esfuerzos para hacer posible la otra educación que estamos necesitando pero que se nos niega sistemáticamente, entonces tendremos que empujar hacia la formación de colectivos de profesores interactuantes entre sí, con los padres de familia, los alumnos y las autoridades educativas para hacer realidad el órgano escolar que delibere con alegría y esperanza -como recomendara Paulo Freire- mediante la autorregulación para poner manos a la obra en la reconstrucción de sí mismos y para empezar por los cimientos de la nueva educación que beneficie a todos en su pleno e integral desarrollo. Se hará necesario superar las actitudes propias que atraen a los autoritarios, será importante aprender a concebir y a ejercer un modo

de organización y acción superior al verticalismo institucional y hasta el ansia de control escondida en las argucias de quienes se dicen nuestros compañeros.

El proyecto pedagógico alternativo será genuino cuando nazca de las propias realidades de los colectivos que se percaten de la necesidad de empezar por el diagnóstico participativo, de la necesidad de reunirse para aprender de las ciencias de la educación y de otras, con la guía de los especialistas desinteresados. No se trata de rechazar un modelo para apegarse a otro que nos quede más cerca, por más atractivo que nos parezca. La cuestión es poder darse cuenta de qué nos afecta a nosotros y beber de las fuentes del saber y de las experiencias cercanas para encontrar un camino propio pero solidario con los demás. El colectivo pedagógico asumido estratégicamente como CTE, en el cual el director no es la máxima autoridad para dirimir diferencias con su voto “de calidad” sino el compañero aportador de conocimiento y experiencia –como los demás- que en igualdad de circunstancias reflexiona, discute, propone y construye consenso junto con los otros compañeros y actores educativos. Es el CTE como oportunidad de crecimiento entre pares que verdaderamente comparten la misma problemática educativa, son los asesores unos de otros que nutridos por información fresca y seleccionada pueden atreverse a desafiar a los señalamientos, a las campañas sucias, a las incomprensiones y a las descalificaciones, demostrando que paso a pasito se puede avanzar mejor que siendo dependientes de quien nos solicita dóciles y aplaudidores de las decisiones tomadas por autoridades “superiores”.

Ni modo, el camino de la docencia nos ha traído a la bifurcación que nos obliga a tomar partido a favor de una vida indolente, pacífica y probablemente buena para conservar un empleo o bien mirarse como sujetos ontológicamente capaces de concebir y actuar por sí mismos para la desestructuración de lo que se deba reconstruir las veces necesarias, con el afán de alcanzar una aproximación al acto de no haber pasado por el mundo de forma inconsciente y hasta carente de dignidad. Las confusiones y las propagandas vienen reforzadas para hacernos caer de una u otra forma; al menos caigamos de manera consciente sobre lo que significa desempeñarse de una u otra manera.

 

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