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Opinión

EDUCAR PARA EL DESCRECIMIENTO

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Por JOSÉ LUIS FIGUEROA GONZÁLEZ / MASEUAL

*  El mito del crecimiento económico ilimitado en el corazón de la reforma educativa

Jojutla, Morelos, México, 24 de septiembre de 2017.-  Entre las muchas disertaciones acerca de la naturaleza de la actual reforma educativa, se ha venido dejando por sentado que la base principal del modelo educativo remodelado y en vigor es el servicio que la educación pública se supone debe brindar al modelo económico. Hay mucho sentido en dicha apreciación, pero también se percibe una falta de concatenación entre ambos modelos para poder comprender qué está configurando el quid de la reforma educativa. Si se siguen observando por separado ambos modelos e intentamos encontrar todas las razones de los cambios administrativos y pedagógicos solamente en la escuela, corremos riesgo de no entender nunca el origen de los males que nos aquejan y tampoco tendremos las mejores posibilidades de remediarlos o enfrentarlos. El problema no empieza ni termina en la escuela por más que nos quieran convencer los heraldos oficiales repitiendo hasta el cansancio que todo se resolverá cuando el profesor –como el zapatero- se dedique a su zapato. El punto a dilucidar aquí es el mito del crecimiento económico ilimitado al que se supone debe prestar servicio la educación en todos sus niveles y modalidades.

El argumento central acerca de qué la educación no se encuentra a la altura de las necesidades de la producción industrial y por eso ya no responde al bienestar social no generar empleos suficientes, al no atender las prioridades de conocimiento y desempeño que demanda el mundo moderno, al estar desfasada de la competitividad que demanda la participación en el concierto global de la economía, se ha convertido en un axioma sin suficiente demostración a la vez que en un callejón sin salida toda vez que no se considera otra posibilidad de modo de vida que no sea apegarse al afán del crecimiento económico ilimitado. Toda una falacia que no se sostiene ante la simple contrastación con la finitud de los recursos naturales no renovables y con las mismas proporciones de un planeta limitado. Sin embargo, la obsesión del crecimiento por el crecimiento mismo se filtra a la escuela y llega hasta la subjetividad de los sujetos educativos. Según esta tesis, a la escuela no le es dado ocuparse de reflexiones filosóficas acerca del sentido de la vida sino de aplicarse a cumplir las instrucciones para su mejor adaptación al modelo económico dominante. A la escuela se le puede permitir algunas manifestaciones esquizofrénicas como musitar frases ecologistas al mismo tiempo que fomentar el consumismo, decir que fomenta la vinculación familiar y entre pares a la vez que lo cotidiano esté lleno de competencias, favoritismos, discriminaciones y simulaciones. Lo único que no se le puede permitir es que contradiga los principios del mercado libre, de la ilusión de felicidad a través de la posesión ilimitada de productos y hasta la “natural” clasificación de las personas según tengan y tanto valgan.

Desde la maquinización de la producción con la llamada Revolución Industrial se sobrevino una justificación de la ambición por poseer sin límite alguno. Se creó el mito de que la abundancia traería felicidad para todos y que el crecimiento de la economía era el sentido esencial de la existencia humana. El enriquecimiento a como diera lugar se instituyó totalmente válido y

legítimo para alcanzar la plenitud del ser humano. Pasadas las dos guerras mundiales del siglo XX ese afán se incrementó bajo argumento de que había que reconstruir lo destruido y mejorar la vida de todas las personas. Los países quedaron clasificados como desarrollados y subdesarrollados según su participación y nivel de desempeño en el modelo de crecimiento económico. Por supuesto, los “desarrollados” se presentaron como modelos de vida en todos sentidos a copiar por los “subdesarrollados”; y así la fórmula para vivir se simplificó a seguir al líder y a superar los “anacronismos” propios. Entiéndase por “anacronismos” estorbosos a todas esas formas de pensar y de hacer que no coinciden con la regla del crecimiento económico ilimitado.

Un punto crucial para entender la obsesión por el crecimiento es la creación de los bancos y de la usura legal a través del crédito. Los préstamos, condicionados al pago de intereses, exigen producir mucho más del valor del crédito para poder pagarlo y obtener ganancias; luego entonces, todo se deriva en producir lo más posible, para vender lo más posible y ganar lo más posible. Así que sería ingenuo imaginar que los capitalistas puedan decidir sentarse un rato a pensar que en un planeta finito no es posible la producción y el crecimiento infinito. Al contrario, los capitalistas exigen que toda la organización social se amolde a sus requerimiento a la vez que reafirman la validez universal de la teoría del crecimiento económico ilimitado. Este recuento breve de la historia capitalista y de su posible alternativa a través del “descrecimiento” se encuentra en el artículo titulado “Breve historia del descrecimiento y la tarea del arte” escrito por Miguel Valencia Mulkay (Revista Unidiversidad, BUAP N° 28 julio-agosto 2017, Puebla, México). Y en este contexto de ideas entra la diferenciación de la escuela como reproductora de los estereotipos sociales y proveedora de la mano de mano al servicio del crecimiento económico o como motor de desarrollo de las potencialidades humanas individuales y colectivas. No se necesita insistir en los desafíos de la escuela pública ante el contexto de la moderna producción industrial y sus consecuencias en la vida de las personas y grupos sociales.

De urgente necesidad se percibe el debate en las escuelas y en la sociedad acerca de las alternativas viables ante la desmesura del crecimiento económico, que a modo de un moderno Frankenstein arrasa con todo en casi total descontrol. La tarea educativa de liberar de la enajenación publicitaria y de propaganda gubernamental, la necesidad de posibilitar a los sujetos en la escuela su capacidad de observación crítica del entorno inmediato y mediato, el reforzamiento del compromiso del profesor para afiliarse a las causas de sus alumnos y comunidades a la vez que se libera de la baja categoría de aplicador de instrucciones, todo es una compleja situación que requiere ser orientada por reflexiones y propuestas para buscar y encontrar salidas. Así se nos presenta el movimiento internacional denominado “Degrowth, decrecimiento o descrecimiento” cuyo origen viene de las primeras protestas en el siglo pasado provocadas por la contaminación ambiental, el uso de pesticidas para “mejorar la producción agrícola”, el uso de armas químicas como se hizo en Vietnam, la proliferación de la energía atómica y sus riesgos, etcétera. El movimiento por el descrecimiento se ha querido ridiculizar

señalando que propone regresar a la Edad de Piedra y que eso es inconcebible, nada más absurdo, porque se trata primero de comprender que ni matemáticamente, ni científicamente, ni por mínimo sentido común se sostiene la idea de que es posible el crecimiento infinito. Luego entonces, decrecer o descrecer (la diferencia de la “s” consiste para algunos en hacer la diferencia con la recesión económica obligada por las crisis recurrentes del capitalismo) es un parada inevitable en el camino al progreso de la modernidad, lo acepten o no los promotores del crecimiento económico ilimitado. Las recientes catástrofes naturales provocadas por los huracanes en el Caribe y Estados Unidos son apenas un jaloncito de orejas al demente que niega la existencia del cambio climático. El descrecimiento consiste en entender a tiempo la importancia de bajar las cantidades en los consumos de bienes y servicios, en hacer la reconceptualización y reestructuración del pensamiento a modo de irse descolonizando de las obsesiones de consumir por consumir y dejarse llevar por los placeres prometidos por la mercadotecnia sin tener en cuenta las consecuencias.

Cuando la educación se pone al servicio del crecimiento económico sin chistar puede ser reconocida y aplaudida por los dueños del mundo pero entonces al menos hay que darse cuenta de cuál es el lugar que ocupamos los profesores. Si nos atenemos a que como buenos hijos de la modernidad lo nuestro es estar al día y no perdernos ninguna actualización, que tenemos que vivir para el pago de créditos y que debemos ser vigilantes de la fecha de caducidad de todos nuestros bienes, no hay que quejarse de la cosificación que nos aplican con la reforma educativa porque no estamos entendiendo lo que sucede. Primera cuestión, descrecer no significa perderse del mundo tecnologizado porque el llamado es a detener voluntariamente la desmesura tan extendida. Segundo, orientarse por el descrecimiento es una toma de conciencia a favor de la preservación de la naturaleza, su cuidado y la reintegración humana a su ser natural; esto no debería considerar voluntario porque ya es inaplazable y de urgente necesidad. Tercero, descrecer significa girar la mirada puesta en lo económico hacia lo social, a las interacciones humanas como el centro de nuestras atenciones y desarrollo entre pares. Revalorar lo humano sobre lo material no es cuestión de decirlo nada más, se retoma o bien ya no nos quejemos de tanta deshumanización. Cuarto, significa matizar la fe ciega en la tecnología hasta el grado de asegurar que la tecnología es capaz de corregir y reparar a la misma tecnología; de ahí que confiar la sustentabilidad del planeta a la misma tecnología que la daña es un absurdo. Quinto, descrecer significa regresar la mirada a lo local y concentrarse en la recuperación de saberes, de identidad y ocuparse en proyectos autónomos y alternativos.

El movimiento Degrowth viene realizando conferencias internacionales desde al año 2012 en diferentes países europeos, en el 2018 la conferencia será en México y eso permitirá conocer de cerca este posicionamiento y las acciones que se vienen realizando. El tema es muy amplio y afortunadamente abunda la información al respecto. Desde la ocurrencia de recorrer Francia en burro para difundir el movimiento alternativo hasta las acciones más formales como las propias conferencias y los medios de difusión disponibles, el movimiento por el descrecimiento viene empujando a la manera de David contra Goliat. Cada quien podrá reflexionar como

interpretar o reinterpretar la realidad con esta consigna política del descrecimiento a decir de Serge Latouche, lo cierto es que no podemos ser indiferentes y atenidos a que las cosas caminen de allá afuera para acá adentro. Los profesores podríamos empezar preguntándonos si es pertinente educar para descrecimiento o si se encuentra a nuestro alcance la escuela como centro de formación para el descrecimiento.

Lo más difícil es tratar el tema de la descolonización ideológica sobre el mito del crecimiento económico ilimitado. Los primeros en autoevaluarnos seríamos los profesores haciendo un sencillo recuento sobre nuestros consumos y nuestras ideas acerca de lo que significa el bienestar personal y el de los demás. De ahí tal vez intentar el reencuadre de la educación a la que servimos por un sueldo determinado y por convicciones y compromisos también determinados. Sería necesario hacer extensivo el enfoque del descrecimiento para probar un proyecto escolar que plantee la descolonización del pensamiento a través de ejercicios, historias reales, de películas analizadas, de debates, de compromisos para la acción mínima. Voltear la mirada hacia la propia comunidad para revalorar lo que se tiene y recuperar lo que corre riesgo de perderse. Someter a juicio los valores, los deseos y los enfoques de la realidad que consumimos por vía de la manipulación de masas. Las prácticas de acciones sencillas como reorientar la alimentación, la reformulación de las relaciones humanas para reducir y evitar las simulaciones, los rodeos innecesarios, los prejuicios, la falta de empatía, la falta de colaboración y de solidaridad, etcétera.

Para moverse del cresendo al decresendo en el aspecto económico obsesionado por la abundancia de objetos superfluos, hace falta ser consciente de la diferencia entre el vivir para el tener al vivir para ser. Si pudiéramos ir desvinculando lo económico de lo social ya no tendríamos que acercarnos a los demás solamente cuando requerimos al beneficio material de su parte; y esto nos empezaría a curar de los “desvalores” (a la manera de Iván Ilich) que como sociedad nos enferman desde hace mucho rato. Podríamos empezar por revalorar las relaciones humanas en la escuela y dedicarle algo del tanto tiempo que se ocupar en procurar buenos resultados en los exámenes de valoración efímera del conocimiento. Los maestros en resistencia tendrían que ser los primeros que abanderen el descrecimiento toda vez que su valor político es de enorme peso para construir la resistencia prolongada. La promoción del cambio voluntario en el uso del automóvil y el uso compartido de los medios para movilizarse sería un paso de ejemplo de los maestros hacia sus alumnos; procurar que las pláticas entre docentes no se centren en el afán de comprar, obtener o usar determinados productos sobre todo si sus alumnos perciben lo que se dice; la ostentación debería reducirse en los profesores como ejemplo de congruencia con el cuidado ambiental y como manera de enseñar a ser mesurados. Los padres de familia deberían ser incluidos en los programas de concientización sobre el descrecimiento para promover la extensión del efecto educativo a los hogares ya la comunidad. Elaborar un listado de pequeñas acciones para el descrecimiento que surja de las discusiones en grupo y de las reflexiones individuales; promover los compromisos por el descrecimiento y su emulación.

Para contraatacar lo homogéneo por sus efectos perniciosos a favor de los intereses de muy pocos en la sociedad globalizada, nos quedan los recursos del arte y la cultura. Dice Miguel Valencia que el arte es la expresión de lo heterogéneo, es lo diverso expresado de múltiples formas y finalmente es el descubrimiento de que las cosas no tienen por qué hacerse ni pensarse de la misma manera. Tomar la vida con un sentido artístico supone convertirla en un poema con todo lo libérrimo implicado; por eso el arte no puede quedar arrumbado en uh rincón de las aulas para el tiempito que vaya quedando libre o cuando la situación obliga a presentar un número para llenar un programa. Arte y cultura puestos al servicio del desarrollo de niños y maestros para encontrar rutas diferentes y coincidentes en esta difícil tarea de vivir.

Quede constancia de que el pesimismo no puede con los profesores porque somos capaces de encontrar rumbos inesperados para enfrentar los desmanes del neoliberalismo. Sépase que nada está perdido hasta que no se nos demuestre que no hay camino distinto al que vienen imponiendo los esclavistas. Empero las alternativas no vendrán solas, tenemos que utilizar las herramientas de la modernidad pero a favor del bienestar común y no quedarse en la estulticia de que no hay de otra con la placidez del que se ha decidido a gozar el momento aunque sea efímero. Ser educador no es tan simple como dividir el día entre horas para las escuelas y horas para mí mismo, tiempo para pasarla lo mejor posible y tiempo para tratar de aplicarse a las instrucciones recibidas. No, porque uno mismo se educa y reeduca cono lo que asimila del entorno en cuanto a ideas y acciones a realizar; porque influye en los demás sin importar el horario y porque ser maestro es mucho más que un burócrata. La autonomía y la resistencia no serán producto de la complacencia, provendrá de asumir posiciones como el descrecimiento o no tendrán futuro.

 

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