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Estado Opinión

EL SISMO QUE NOS VOLVIÓ TRANSPARENTES

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Por JOSÉ LUIS FIGUEROA GONZÁLEZ / MASEUAL

Distintos modos de lucrar con el dolor humano

Jojutla, Morelos, México, 10 de octubre de 2017.-  En Jojutla somos vecinos que compartirnos el espacio y el tiempo al estilo provinciano y también al estilo modernista inacabado, volátil y pretendidamente fastuoso. En lo provinciano más o menos nos conocemos por el nombre, el apellido familiar y hasta por el apodo. Aparte de la población flotante de avecindados recientes o no tanto, pero poco integrados a las colonias y poblados, los que vienen a buscar trabajo o a poner un negocio y lo mismo se van cuando les conviene o no quieren echar raíces, están las familias de arraigo cuyos apellidos cuentan con un determinado reconocimiento. Las etiquetas familiares y personales se han colocado a veces desde el nacimiento o bien se van escribiendo desde la primera convivencia fuera de la casa paterna o materna. Así tenemos la clasificación por el oficio, la profesión, el tipo de negocio que se maneja o hasta por disfuncionalidad familiar. Por ejemplo, todos sabemos que muchos comerciantes de los mercados principales tienen el gesto adusto por no decir agrio y que aun así venden muy bien sus mercaderías, gozan de un estatus social y económico muy alto y que están dispuestos a todo con tal de conservar y ampliar su espacio de mercado pésele a quien le pese. Somos conscientes de que entre nosotros el gremio de los licenciados en derecho no tiene fama de ser derecho en el ejercicio de su profesión y que son expertos en colarse a los puestos de gobierno apostándole siempre al partido en el poder; ningún gitano le lee la mano a otro gitano y por eso tenemos bien ubicados a los que lucran por aquí y por allá para no despegarse de la ubre del presupuesto público.

Pero también Jojutla, -mitad ciudad, mitad pueblo- tiene gente buena que trabaja y trabaja aunque nunca vea la suya, gente creyente que todavía sigue al sacerdote y últimamente a muchos llamados pastores o representantes de un variopinto de sectas o corrientes religiosas, que se disputan la clientela con ritos de música estridente y propaganda al grado de ponerse a repartir tortas a los damnificados insertándoles en la mano un folleto. La politización de tiempos pasados cuando hubo grupos de filiación izquierdista que ofrecieron resistentes al partido dominante o promovieron luchas por el bien social, francamente están a la baja y los militantes que quedan son vistos con la desconfianza del que se mira a un inadaptado o bien con la descalificación que se le aplica a un lobo con piel de cordero. La modernidad deslumbra sobre todo a los más jóvenes y los abstrae de la problemática local, aunque no les impidió estar al frente de los trabajos para el rescate y el auxilio a los afectados por el sismo reciente, es más ellos son los que continúan en ese esfuerzo. La calle principal se quiso presentar como una copia de los centros comerciales llenos de anuncios publicitarios, tiendas, bancos, bares, terminal de autobuses, en fin el corazón económico de la ciudad. En ese tenor el presidente municipal recién había presentado el asfaltado de la calle y la pintura de fachadas como modelo de imagen del “Nuevo Jojutla”; el terremoto vino a demostrar que cambiar fachadas no es suficiente. El peso del “centro” de Jojutla es tal que al derrumbarse los edificios inmediatamente se colocaron cintas, policías y militares para impedir el paso; los ciudadanos ingenuos pensamos que se hacía para cuidar nuestra seguridad porque había riesgos grandes de derrumbes. En parte teníamos razón, pero algo ya no cuadró cuando en otras calles tal

vigilancia no estaba a la vista aunque los riesgos eran igual o mayores. La explicación más lógica es que la policía y el ejército fueron puestos a cuidar las mercaderías y equipo de los negocios, los valores de los bancos y todo cuanto podía ser objeto de saqueo en la calle principal. La distinción no pasó de esa calle porque a una cuadra de distancia a una lavandería le fue robada la ropa que tenía en encargo, presuntamente por los mismos que se prestaron a ayudar retirando escombros en una casa vecina. En tiempos de crisis se oye decir que todos estamos en la misma situación, que es momento de unirnos, que todos somos importantes y contamos igual; sin embargo el sismo tuvo el poder de quitarnos antifaces y dejarnos en ropajes más cercanos a nuestra verdadera naturaleza humana.

Ciudad calificada como “netamente comercial”, Jojutla es vista con el enfoque economicista de siempre, todo es cuestión de dinero, de recuperación de propiedades y negocios y ya estaremos de pie. Bueno, al menos ese el punto de vista de los afectados en la calle principal, a los cuales no les falta razón pero les sobra cierta arrogancia cuando pretenden acaparar la atención de los funcionarios del gobierno del estado y del municipio y ven con extrañeza la cercanía de otros ciudadanos a los que llanamente llaman “colados” o “protagónicos”. Pero si no hubiera sido por la solidaridad vecinal desinteresada, por la ayuda inmediata de tantas brigadas nacionales y extranjeras, la estupefacción del gobierno municipal y el usufructo político que hace el gobernador nos tuviera todavía caídos, sin techo y sin comida. El sismo nos reveló que no todo está perdido en cuanto al espíritu humano de ayuda, que ser solidarios es parte de nuestra ontogenia; pero a la vez nos está mostrando que “árbol que crece torcido” difícilmente su tronco endereza. En lo general los gobiernos se observan atrapados en la incompetencia, en la limitación de acciones, en la dependencia de niveles superiores y en el acato a la sacrosanta autoridad de quienes consideran sus superiores, cuando sus únicos superiores son sus representados. Malicia, mala fe, incompetencia, todo junto es el escollo que podemos superar si nos damos cuenta de lo posible-deseable que está en nuestras manos. Que la tragedia no nos nuble la razón para identificar afanes de lucro de cualquier tipo.

En las tragedias la personalidad individual y colectiva quedan al desnudo de modo irremediable; las caretas se caen, las vestiduras elegantes se vuelven transparentes, los actos dicen lo que las palabras no alcanzan a explicar. Es el momento de optar de cualquier forma, se borran los parapetos y todo es de cristal. Por eso el buen corazón que ayuda percibe que algo raro sucede al repartir lo disponible, duda de los mecanismos de control oficiales, recela del que se forma varias veces, se fastidia con el que se toma fotos entregando algún apoyo, no soporta la petulancia con que gobernantes y subordinados hacen gestos de realeza al recorrer las zonas siniestradas. Por fortuna esta desnudez involuntaria sirve para redescubrirse y rehacerse, en el descubrimiento de lo más valioso y noble de los otros que le dan sentido a la propia existencia. La naturaleza humana es endeble ante los desastres porque la certeza del mundo no alcanza para explicar ni para tener claridad en lo que se debe hacer. El desastre obliga a mirar más allá de lo que uno ha estado seguro que es, las autosuficiencias se borran y las interacciones no son cosa de voluntad sino de necesidad.

Los atavismos se manifiestan inevitablemente al enfrentar una tragedia como el sismo de referencia; es el caso de la consideración de gobierno hacia el ciudadano como un menor de edad eternamente inconforme, inmaduro e irresponsable. Parte verdad producto de una pervertida y mal intencionada relación, y otra parte mito favorable para mantener la supremacía minoritaria sobre la absoluta mayoría. En ese orden de ideas es una falacia el llamado a la participación ciudadana para la reconstrucción porque parte del temor a perder el control de la situación o al menos a que la población se percate de los pies de barro del gobierno. El fraseo de que todos importamos y que es el momento de la unión es una pintura para encubrir el conservadurismo de los que se imaginan manteniendo y ensanchando privilegios de individuos y grupos. Así sucede cuando se impone el enfoque economicista de la tragedia y empuja hacia la actuación bajo el compás de las corporaciones que se apresuran a crear fideicomisos, a pulir su imagen comercial con ayuda o simulacros de ayuda, a la aplicación de métodos de participación bajo marcas comerciales y finalmente al mantenimiento o formación de clientela.

El atavismo autoritario se hizo notar pronto en los directivos de escuelas públicas que vienen perdiendo el piso mostrando mayor interés por quedar bien en su papel de capataces que en ser capaces de vincular esfuerzos para la acción por el beneficio de estudiantes y comunidad. El deseo de “mostrar músculo de poder” apelando al absurdo de tener a los profesores reunidos para nada, para medir los espacios escolares, para “revisar” el edificio escolar o simplemente para demostrar quién es quién en cuestiones de mando, aparte de no servir, despilfarra energías que bien orientadas podrían ser útiles al menos para llevar alguna intervención educativa en albergues o en espacios comunitarios. Lo mismo el funcionario de educación en el estado que llama a conferencia de prensa pero se dice muy ocupado para responder las preguntas de los periodistas y deja a un subalterno al que nadie le quiere preguntar, son pifias que nos podíamos ahorrar. Desnudeces y desnudeces, material para la narración y la identificación de los temas sustanciales que pasan como película en alta velocidad ante nosotros. Intentos frustrados de lucro que no acaban con la ese afán. La desnudez del fraude en la construcción de edificios públicos, la desnudez revelada sobre las precarias condiciones de vida y de trabajo; pero a la vez, revelación de que también existen la capacidad de empatía y la ayuda mutua entre pares.

Por sus obras o por sus textos los conoceréis, podríamos decir cuando repasemos lo que se empieza decir o a escribir sobre el desastre reciente. Gustavo Ogarrio publica el artículo titulado “19/S: crónica de dolor, esperanza y espíritu colectivo” (La Jornada Semanal, domingo 8 de octubre de 2017) desde el que desglosa un planteamiento crítico acerca de las posibilidades de lucro que se pretenden a partir del sismo y advierte sobre la importancia de la tesis que Octavio Paz expresó en referencia al terremoto de 1985 estableciendo la diferencia de quedarse con los escombros o convertirlos en semillas para regenerar la realidad. De la furia de la Tierra no es posible escapar, lo que es posible es aprender lo necesario para rehacer, refundar, desestructurar, reestructurar. Un enfoque que va mucho más allá de la lamentación y la conmiseración por la desgracia ajena. Sin conocer a Gustavo Ogarrio es posible decir que su texto trasciende la tragedia y brinda oportunidades para repensarnos y

rehacernos. No así el artículo “Jojutla: casi el epicentro” firmado por Alma Karla Sandoval en la misma publicación de referencia, porque ni el título sintetiza el caótico recorrido por las impresiones recogidas –tal vez in situ- ni logra superar el sentimiento de conmiseración. Por supuesto que se vale la catarsis pero a nivel social se requiere más la trascendencia y no el repaso del dolor casi inexplicable. Cada quien a su modo y a su perspectiva de qué es lo que cuenta primero, aporta o se aporta, facilita o se facilita. En lo inmediato hace más falta darse para los demás que darse para sí mismo. Cuando la desgracia sólo queda en dolor o escombros el sufrimiento se prolonga, el trauma se instala para perdurar y la reconstrucción se retrasa. Pero si la tragedia se convierte en semilla, entonces la voz del poeta se alza de las penumbras y se convierte en el faro que alumbra la nueva siembra, la esperanza se acerca y le va quitando espacio al miedo y al recelo.

El 19/S-17 cayó con toda su fuerza sobre un país agrietado, violentado, casi desmantelado. Si algún ente inteligente hubiera provocado el cataclismo seguramente le hubiera apostado a que este país sería aniquilado al considerarlo cautivo y enfermo de contradicciones y injusticas que nos tienen separados y desesperanzados. No fue así porque “el ente” no alcanzó a ver que la apariencia no es la esencia, que durante y después de las desgracias sale lo mejor de cada mujer y hombre de esta tierra a pesar de los malosos que pretenden dominarlo todo, Ahora es tiempo de pasar de la perplejidad a la identificación de oportunidades para la reflexión y la intervención social concertada. La reconstrucción de lo material es una oportunidad para mejorar la manera de vivir, porque puede ser que descubramos que ciertos excesos ya no deben repetirse; la insuficiencia o la trapacería en el actuar de los funcionarios de gobierno es otra oportunidad para tomar en propias manos asuntos que de suyo están olvidados o de plano no les importan a los gobiernos. También es la oportunidad para desestructurar y estructurar las relaciones de poder público para extender la inclusión y promover la participación ciudadana. Muchas oportunidades por descubrir para reaprender a crecer juntos toda vez que ya tengamos claras las consecuencias de la codicia y del individualismo.

Nos queda por rehacer la escuela de la reconstrucción educativa, para eso la llamada reforma educativa queda apenas como una caricatura ante la magnitud del desastre y de sus consecuencias. Es oportunidad para ir más allá de las trampas y procesos de la reforma educativa con la ayuda de la naturaleza que ha exhibido limitaciones materiales que no permiten, por ejemplo, continuar con el afán de evaluar a los maestros, al menos en los tiempos establecidos. Podría ser esta la oportunidad para pasar de un magisterio amenazado y concentrado en su sobrevivencia a un gran conglomerado de profesores comprometidos y socialmente respaldados. Los fanatismos, los mitos y los prejuicios podrían ser barridos de las escuelas si se impusiera la reflexión crítica y la acción consecuente para dejar establecido a favor de qué y en contra de qué se trabaja. Tal vez no se vea cerca, pero si nos restregamos los ojos pueda ser que vislumbremos a lo lejos la escuela-semilla que abandona su característica impuesta como escuela-escombro.

El modelo de las sociedades de negocios donde cada quien lucra como puede y sobre todo lo que puede, se ha cimbrado en sus cimientos si lo alcanzamos a percibir. Por supuesto lucha por rehacerse al modo de costumbre. Más allá de caer en la depresión al encapsularse en la idea de que el ser humano no tiene remedio, llega la tragedia para pegarnos donde duele pero también para sacudirnos de arañas y otros bichos que habitan en nuestras cabezas desde hace tiempo impidiendo que nos demos cuenta sobre las oportunidades de mejorar lo mejorable, de aprovechar lo aprovechable. Escombro o semilla, he ahí la opción.

 

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