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Opinión

LA LECTURA EN LA ESCUELA

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Por JOSÉ LUIS FIGUEROA GONZÁLEZ/MASEUAL

De la monotonía a la interacción texto-lector-otros lectores

 Jojutla, Morelos, México 30 de octubre del 2017. En los tiempos difíciles que corren para todos y en particular para los estudiantes y los profesores debido a la inhabilitación y demolición de edificios escolares, producto del 19/S-17, sería de mucha utilidad que la pérdida de clases se contrarrestara con al menos el inicial autodidactismo de los sujetos escolares. Los maestros de las escuelas que no cuentan con instalaciones están tratando de superar esta crisis recomendando actividades a los alumnos mediante guías de estudio y actividades indicadas en fotocopias. Si contáramos con estudiantes acostumbrados a trabajar con cierto grado de autonomía podría creerse que estas medidas habrían de resarcir en alguna manera la obligada suspensión de labores en las escuelas. Pero la realidad es que son muchos los educandos a quienes la lectura les aburre, les resulta pesada cuando no hasta presentan dificultades para hilar las ideas o de plano presentan rezago en la pronunciación y falta de comprensión de lo leído. Sucede que a pesar de diferentes esfuerzos institucionales seguimos siendo un país de poca lectura –al menos de lectura trascendente- y muchos menos de autodidactas. Algo desalentador pasa en las escuelas y en los hogares para que haya niños y jóvenes que simplemente declaran que no les gusta leer o que no se ocupen en esta actividad como no sea por tarea escolar.

 

Un lema oficial de promoción lectora propone que México sea “país de lectores” y se apuntala con la edición de una bibliografía extensa de libros para niños y jóvenes que en su momento se denominó Rincón de Lectura. Material cuidadosamente elegido y excelentemente ilustrado que he podido recuperar en los mercados de segunda a pesar de llevar la leyenda “prohibida su venta”. Libros de autores extranjeros en su mayoría pero que se supone han seducido a los niños para encaminarlos al país ese de los lectores. Manos encubiertas han sacado los libros del rincón para rematarlos en los tianguis, donde al menos algún papá le regalará a su hijo algo que tal vez valore un poco más. Otra campaña algo reciente se llamó “Morelos Lee” y consistía de promover círculos de lectura para vender ediciones interesantes a precios módicos a través de promotores voluntarios; la confusión empezaba con los carteles que no sacaban de la duda si la campaña era parte de la zaga de Bruce Lee y si consistía en algún curso de artes marciales. El punto es que las ediciones no llegaron al extenso público que se esperaba, el presupuesto se agotó –como suele suceder sin quedar claro en exactamente en qué y quiénes- y muchos de esos libros también los voy recuperando en los mercado de segunda mano en montoncitos de 5 pesos los chiquitos y a 10 los más grandecitos.

 

En las escuelas el tema de la lectura, desde la adquisición hasta su constante práctica, sigue sin ser esclarecido; no se conoce –aunque se supone- qué es lo que pasa durante el proceso de aprendizaje de la lectoescritura, cómo se desarrolla la lectura en lo cotidiano escolar y cómo se corresponde o no con lo que se hace en el hogar. Las escuelas particulares ofrecen formar niños que lean desde el nivel preescolar mientras en escuelas públicas se sigue prohibiendo fomentar lo mismo en niños menores a 6 años de edad. Marketing y control, para unos negocio para otros, limitación. En la primaria no queda clara la importancia del método de enseñanza de la lectoescritura; al parecer la instrucción es que el maestro le haga como pueda pero que los niños lean y escriban de cualquier modo. Muchos casos quedan atrapados en el esfuerzo de descifrar fonéticamente los signos y en el trauma de la comparación y de la presión para presentar resultados en poco tiempo. Los niños no pueden reprobar, por lo tanto pueden llegar a sexto grado y más allá silabeando y con la presión psicológica de ser permanentemente señalados y excluidos respecto de los que llevan ventaja al leer, comprender y expresarse sobre los contenidos. Así llegamos a la situación de que en lugar de país de lectores tenemos una sociedad en la que abundan los que no les gusta leer, los que no pueden con la fluidez natural ni con la entonación. La lectura en silencio resulta somnífer, sin ilustraciones no se puede retener lo leído, la comprensión se complica y la utilidad del contenido es fugaz. De ese modo es llover sobre mojado cuando en lugar de clases se resuelve “orientar con guías” lo que no es posible hacer en las aulas.

 

Problema añejo, la lectura se ha tratado de fomentar en las escuelas a través de actividades como talleres, círculos, cafés literarios y otros que se desfiguran cuando la relevancia queda más en la forma que en el contenido. La trascendencia se pierde cuando el fomento a la lectura se detiene en la noción de placer o de simplemente pasarla bien y se omite la importancia de la transformación del pensamiento a nivel intrasubjetivo e intersubjetivo. Mientras las funciones supriores del pensamiento que incluyen memoria, asociación de ideas, inducción-deducción y criticidad, no se coloquen en lugar privilegiado, la lectura seguirá atrapada en la superficialidad que sólo favorece al modo de vida de la banalidad. Las causas del déficit de la lectura desde el hogar y la escuela tienen que buscarse en los condicionamientos sociales que propician ventajas para unos –los menos- y desventajas para la mayoría. No se trata de politizar el problema porque de suyo está politizado, se trata de tomar conciencia sobre lo que ocurre para construir estrategias que reduzcan las desventajas y hacer de la lectura el camino hacia la autonomía y el aprendizaje por sí mismo.

 

Un primer paso para reconocer el problema del déficit de lectura sería enlistar cuáles y cuántas son las actividades que se realizan por obligación. Preguntarse los maestros qué se siente hacer todo mediante órdenes y desplazar los gustos, los sentimientos, los deseos e ideales propios, ayudaría a esclarecer por qué hacemos lo que hacemos. Aquí se implica revisar críticamente la metodología de la enseñanza de la lectorescritura por lo que significa ser el primer contacto con los libros para muchos niños; en dicha revisión cabe reconocer el impacto que las experiencias de la primera infancia producen en la formación de la personalidad de los educandos. Relacionar la lectura con cargas de tareas como las planas de repetición hasta el absurdo o la presión para leer a cierta velocidad y por cantidad de páginas, en lugar de privilegiar la aprehensión del contenido y su procesamiento consciente, seguramente nos permitirá encontrar la causa de tanta abulia y rechazo por los libros. El desaprovechamiento de la infancia con todas sus posibilidades de viajar por la imaginación, la curiosidad, la emulación y demás características de los niños ávidos de “comerse al mundo”, resulta un contrasentido de una educación que se dice preocupada por el desarrollo intelectual y emocional de sus beneficiarios. Cuando la obligatoriedad le gana a la promoción de la lectura ya está marcado el destino de muchos estudiantes: volverse materia prima de los intereses de mercado que los tienen destinados al consumismo de lo audiovisual espectacular pero sin mayor contenido que la frivolidad y el hedonismo.

 

Lo expuesto no significa que se pretenda ignorar la cantidad ingente de estrategias de promoción lectora; aquí se trata de aportar elementos para explicarse por qué no están siendo aplicadas o por qué no funcionan como es de esperarse. Se ha señalado el maleficio de la obligatoriedad que se fomenta en la escuela –y también en los hogares- como un signo a disolver si en verdad se quiere trabajar por una lectura con gusto y trascendencia. Se plantea revisar la importancia de la emulación y tener presente la obvia conclusión que indica acerca de el papel de los padres lectores para formar niños lectores; la realidad es que no hay muchos de esos padres, pero algo se puede hacer para involucrarlos en la lectura con sus hijos más allá de la simulación y la complacencia. Sin un programa de lectores que involucre a los padres de manera consciente no hay esperanza de que el hogar refuerce a la escuela. A la vez los niños lectores se iniciarán si cuentan con maestros lectores, de los que no sabemos si son suficientes o nos faltan muchos más en las aulas y fuera de ellas. Lo que se lea cuenta mucho también porque el mercantilismo con los libros es igual que con la ropa o los zapatos, se trata de vender a como dé lugar ofertando no lo sustancial sino lo que atraiga clientes. Padres y maestros deberían ser puntas de lanza en esto de hacerse camino entre tantas ofertas de lecturas superando por supuesto lo insulso, lo sensacionalista y lo banal. Algunos dicen que hay que leer, lo que sea pero leer; no es así cuando se trata de procurar el desarrollo del pensamiento para sustentar una personalidad ajena a la manipulación, al nihilismo y a la adaptación social.

 

Cuando las estrategias de promoción lectora se limitan al exhibicionismo o a la mera celebración del Día Internacional del Libro (23 de abril) o el Día Nacional del libro (12 de noviembre) para justificar la comercialización haciéndola atractiva con un programa de actividades varias, el público es el de siempre y las capas sociales a las que se llega son las que ya tienen la ventaja de leer, pensar y hablar según sus necesidades. Son estrategias masivas engañosas porque no se presentan todos los que son, ni todos los que se presentan son lectores pero algo pueden pescar. La fiesta de la lectura es buena siempre y cuando trascienda el momento de la feria, de otro modo es alegría de breve duración o momento placentero de vez en cuando. La cuestión sigue siendo cómo tomar conciencia de la importancia de la lectura y volverla parte de la vida cotidiana con disposición a realizar el esfuerzo que implica. La lectura no se debe reducir a puro placer, no se debe mentir acerca de la cantidad de energía y trabajo que se requiere para volver trascendente un contenido relevante. Una cosa es tomar el trabajo de leer con buena disposición y hasta gusto, y otra vender la imagen de que la lectura es pura fiesta.

 

Los reportes disponibles acerca de qué compran más los visitantes de ferias de libros dicen que en primer lugar están los materiales de estudio (obligatoriedad) y después los libros de superación personal (un supuesto autodesarrollo a base de recetas). Los libros de moda son muy de la preferencia de los jóvenes por influencia de sus pares y éstos de la promoción por las redes sociales y otros medios. Los contextos familiar, escolar y social influyen en la elección de lo que se lee y por supuesto en la decisión de leer o no. No se trata de inducir a nadie acerca de qué debería o no leer, pero por sentido común y por definición de la personalidad es obvio que hay preferencias hacia un pensamiento emancipado o hay conformidad con lo establecido. La elección no la toma un niño pero puede apoyársele acercándolo a las lecturas reconocidas como clásicas y básicas para la formación del criterio y el desarrollo emocional. Al respecto la escuela no puede seguirse quedando en hacer lo que puede y muchas veces menos.

 

Los talleres literarios en las escuelas no deberían quedarse con los vicios de la obligatoriedad y el condicionamiento mediante la asignación de calificaciones, la justificación de la beca-salario y hasta las acciones por mero esnobismo. Hay que arriesgar a formar círculos de lectura por decisión propia, por convencimiento y compromiso personal y de grupo para explorar las distintas rutas del viaje por los libros y por el desarrollo propio. Dichos círculos no deberían ser un simple club de amigos para el comentario con aroma de café que acompaña lecturas con el interés de pasar un buen momento y nada más. Claro que todo mundo tiene derecho a hacerlo, lo que se afirma aquí es que ese no sería el camino del fomento a la lectura para niños, jóvenes y adultos ciertos de que quieren promover su desarrollo humano.

 

Por el momento, se requieren estudiantes autodidactas para que pierdan lo menos posible en esta suspensión de labores por causas de fuerza mayor. Hoy es tiempo para recapacitar acerca de cuánta energía hemos invertido en lo que nos vuelve consumistas frenéticos e inadvertidos, acciones que nos vienen alejando de las posibilidades de convertirnos en lectores críticos. Tiempo de preguntarse qué le falta a la escuela para formar y tolerar a lectores con la criticidad suficiente para que cuestionen y hagan sus propuestas de mejoramiento. Mecanismos tan interiorizados por directivos y maestros respecto al control y al ejercicio de la autoridad, no son favorables para esa tarea. La rendición de cuentas a la sociedad -tan referida actualmente- debe incluir la explicación de por qué se enseña cómo se enseña y hacia qué objetivos se apunta. Cabe aquí contar con un informe acerca de cómo asumen la lectura los propios maestros y cómo la fomentan con sus alumnos. Los padres de familia tendrían que exponer también qué les es dado hacer y qué hacen por sus hijos lectores y solicitar el apoyo necesario para organizar también Círculos de Lectura para Padres. Si el fomento a la lectura se toma en serio aparecerán las causas reales del abandono que persiste y las alternativas serían más cercanas a lo que se requieren llevar a cabo en cada escuela, aula y familia.

 

Para que la lectura trascienda en la formación de la personalidad de los educandos se necesitan seguir algunas estrategias de los que han vivido este proceso. Es necesario rescatar propuestas como las del maestro argentino Gerardo Cirianni que en su artículo titulado “Lectores, el alma de la lectura” (Revista Correo del Maestro, No. 256-257, septiembre y octubre de 2017) plantea secuencias didácticas a través de la interacción reflexiva del lector con el texto y con los demás lectores. El sujeto activo frente al texto ya no es más el individuo que está esperando a que lo diviertan para se anime a leer o al que le dan todo precocinado. El maestro Cirianni aporta ejemplos concretos de distintas y bien seleccionadas lecturas con las que puede practicar la conversación del lector con el texto mediante preguntas y reflexiones sobre el contenido deteniendo la lectura y prediciendo el final, compartiendo opiniones con los compañeros y con el maestro, poniéndose en el lugar de los protagonistas, y algo muy importante: escribiendo ideas y sentimientos propios sobre lo leído. La propuesta activa del lector ante el texto, le hace decir al maestro Cirianni que los lectores son el “alma de la lectura”; enfoque distinto a la parafernalia de las exhibiciones donde el contenido se pierde en la forma. Vale la pena revisar y comentar en la escuela el artículo de referencia y seguramente el punto de vista propio y el de los demás podría mejorar ese proceso tan complicado de la lectura como compromiso personal para el goce y el desarrollo de habilidades de pensamiento.

 

Si queremos encontrar en la lectura el bálsamo para aliviar males del alma y del cuerpo, si queremos distinguir la luz de un faro que alumbra en la noche de las confusiones y los gritos desaforados de los que nos quieren limitar, entonces miremos hacia la experiencia de tantos y tantos escritores realizados que nos cuentan cómo su infancia la vivieron entre libros y el apoyo de los mayores. La formación del carácter no puede salir de la nada ni es un don divino, se forja en las experiencias cotidianas y en la construcción de un esquema mental apropiado a los fines de la vida plena. La comprensión y calificación de las cosas en buenas, malas, feas, bonitas, interesantes o aburridas, pasa por el contacto con los autores vivos o no, por la interacción con los compañeros y los tutores, por el diálogo reflexivo intenso e incondicional. La escuela vertical, la que se especializa en girar instrucciones que muchas veces son ajenas a la realidad, ya no sirve. Orden ya no tiene que significar imposición, el consenso tiene que sustituir al mandato por el mandato. La perspectiva de vida se construye en las experiencias de lo empírico y de lo pensado, la lectura es parte fundamental.

 

Para una lectura renovada en la escuela alejémonos de la obligatoriedad y del condicionamiento. Con el ejemplo de los maestros y padres de familia vayamos hacia la emulación de las mejores acciones en pro de la lectura. Lectura con alegría y con trascendencia. Círculos de lectura entre pares y con aliento para la expresión propia para hablar y escuchar, para crecer juntos. Espacios y tiempos para la lectura es tarea de todos, en particular de maestros y padres de familia. Podemos estar carentes de instalaciones, pero recordar que una relación pedagógica la establecen sujetos dispuestos a aprender unos de otros incluso debajo de un árbol y sentados en una piedra.

 

JOSÉ LUIS FIGUEROA GONZÁLEZ

30 DE OCTUBRE DE 2017.

 

 

 

 

 

 

 

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