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Opinión

LAS REVOLUCIONES PASARON DE MODA

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Por Jose Luis Figueroa / MASEUAL

Para qué sirve la historia y para qué enseñarla

 Jojutla, Morelos, México 21 de Noviembre del 2017.- Los avances políticos y sociales derivados de la Revolución Mexicana iniciada en 1910 fueron hechos notar durante varios años mediante un desfile deportivo y de remembranza histórica. Lo que debía ser una celebración por los cambios políticos generados por el movimiento armado fue rápidamente transformada en un paseo de gente vestida de deportista para dar muestra de la “voluntad pacifista del pueblo mexicano” según el gobierno en turno en 1930. Así fue el inicio de la degradación del espíritu de la Revolución Mexicana que llegó al exhibicionismo de pasear en plataforma de camiones adornados, a los Premios Nacionales del Deporte. El espectáculo fue perdiendo sentido conforme ya nadie se mostraba entusiasmado por escuchar discursos de patrioterismo con frases hechas a modo de repetición infinita. La historia de bronce brillaba en todo esplendor y exaltaba a los héroes y a los hechos gloriosos para beneplácito de gobiernos encabezados por militares y caciques. Llegaron los años del neoliberalismo y el desencanto por la historia de relumbrón aumentó al grado de volver estorbosos los conceptos nacionalistas en el afán de modernizarse para estar al nivel del llamado primer mundo. Y así llegamos a la amnesia histórica actual y a la exhibición de la ignorancia supina de funcionarios públicos que justifican la suspensión de labores el día 20 de noviembre con motivo del “natalicio de Benito Juárez”. Ahora ni desfiles ni nada y todo pasa como si la historia se hubiera esfumado, por cierto es la historia “incómoda” la que sale sobrando.

 

Cuando el modelo de economía choca con el modelo educativo, éste es el que sale perdiendo porque tiene que someterse a los postulados del mundo de los negocios pese a que se quiera sostener un tímido discurso para hacer notar la “grandeza de nuestra historia”. La cancelación de la conmemoración del movimiento armado de 1910 empezó con la insistencia de los jilguerillos oficiales empecinados en repetir y repetir los panegíricos por encargo de los gobernantes en turno para convencernos de que nos había tocado el mejor de los mundos posibles. De la Revolución Mexicana nos queda muy poco, apenas el nombre de calles, mercados y escuelas como para seguirle tapando el ojo al macho y de plano no hacerse tan descaradamente omisos. En cambio, los niños en las escuelas siguen llevando su libro de historia con una redacción somnífera y con actividades de corta reflexión; nada más como para aprobar exámenes de opción múltiple. Se ha vuelto complicado explicar para qué sirve la historia y para qué enseñarla si al final de cuentas se puede vivir sin ella. Los edificios escolares ya casi no ostentan los murales alusivos a la etapas históricas y algunos llevan el nombre de un personaje misterioso que nadie sabe y nadie supo cómo era su cara ni qué méritos justifican su nombre en un gran letrero. Ha llegado el momento de preguntarse si éste es el modo de construir una educación para el desarrollo integral de niños y jóvenes.

 

Si algo puede caracterizar al siglo pasado es el número de revoluciones sociales que se observaron en todo el mundo. Inspiración de unas a otras, causalidad semejante o condiciones objetivas y subjetivas coincidentes, provocaron las rebeliones masivas y el asalto al poder al grito de: “¡Arriba los pobres del mundo!¡En pie famélica legión! Atruena la razón en marcha: es el fin de la opresión”. Siglo XX, siglo de revoluciones exitosas, fallidas, degenerativas, utópicas, poéticas, breves, largas, funestas, gloriosas, etcétera; movimientos sociales aclamados o denostados pero no ignorados, ahí están aunque ya no estén, “¡Zapata vive, la lucha sigue!” El comportamiento de las sociedades parece seguir ciclos históricos que van de la opresión a la rebelión para luego pasar a decepción y al repliegue hasta que nuevamente la opresión provoque otro estallido social o revolución. La lucha de clases ya no tiene sentido pero sí tiene sentido, la historia llegó a su fin pero no es verdad que llegó a su fin. Entonces ya nadie entiende nada ni quiere saber nada y se refugia en el solipsismo, pero luego resulta que hay problemas con los que el individuo no puede en soledad; que la revolución es una demanda y una necesidad que persiste pero que de acuerdo a los tiempos actuales se trata de otro tipo de revolución, que si intelectual, que si moral, que si de conciencias, que si la Tercera Vía, en fin estamos hechos bolas. Mientras tanto, calladita la historia sigue como un fuego que se enciende y a veces parece apagarse, pero se vuelve a encender. Los que la quieren cancelar, declarando al Siglo XXI época de la amnesia histórica, se dan de topes porque la historia nomás no se deja cancelar. El intento de reprogramar el software de la conciencia histórica borrando archivos e introduciendo un sinfín de distractores, no funciona del todo pero también es verdad que sus efectos son notorios. Del esfuerzo por establecer la “dictadura del proletariado” estamos ya metidos, sin saber bien a bien cómo sucedió, en la extraña dictadura de las corporaciones; extraña porque no parece dictadura ni sus gestores están del todo a la vista, dictadura extraña en la que las víctimas parecen disfrutar de sus cadenas.

 

En la época de mayor información disponible, tiempo del conocimiento difundido a nivel global y de manera instantánea, es también etapa de un desconocimiento extendido de ciertas áreas a las que casi nadie favorece con un “like”. Las tendencias son reveladoras y no es difícil darse cuenta en cualquier visita a las redes sociales cómo se mueve el marcador de “me gusta” en cuestiones sin trascendencia. Dada la inagotable fuente de consulta que tenemos con la internet, hoy día no se puede argumentar la falta de información; el problemas es otro, se trata de entender la preferencia o necesidad personal y grupal para hacerse de un tipo de información mientras otros resultan descartables. Son las tendencias, tópicos o los temas de interés social que por lo general no incluyen el conocimiento histórico como no sea para cumplir una tarea o preparar una clase. Así, la historiografía de la Revolución Mexicana duerme o se aburre en las bibliotecas –las tradicionales y las digitales- esperando que alguien se aproxime al menos por accidente. Considerando los medios de registro disponibles en 1910 y años subsecuentes, es enorme la cantidad de materiales escritos, filmes originales y de recreación de hechos, fotografías, literatura, música (principalmente corridos), murales, narración oral y demás. ¿Dónde está todo eso y para qué sirve? ¿Con cuáles archivos se respalda la enseñanza del conocimiento histórico de la Revolución Mexicana de 1910 en la escuela? Los círculos académicos cultivan la historiografía y la tienen a buen resguardo, pero falta saber cuál es el impacto social de su trabajo fuera de algunos historiadores muy activos en la tarea de difundir y animar el interés por la historia. La verdad es que esta labor no es rentable económicamente ni oferta reconocimientos prestigiosos.

 

En los años de la época de oro de la escuela rural mexicana el fervor patrio se conseguía con una historia de bronce ajena a la criticidad. Eran tiempos para construir la llamada “unidad nacional”, sin embargo se lograba instalar en la memoria colectiva los nombres y los hechos de mayor relevancia histórica. Cuando se requería responder algunas preguntas sobre problemas de actualidad no era tan difícil hacer analogía con lo que había pasado en otras épocas y algo se podía obtener en conclusión. El conflicto y el absurdo del presente es estar sentados en un cúmulo de conocimiento y de experiencias históricas y no saber qué decir de lo problemático que nos afecta. La enseñanza de la historia ha perdido formalidad en la escuela, se ha visto relegada a requisito para cubrir un programa de estudios, se le ha desnaturalizado al grado de dejarla como curiosidad sin más sentido que formar parte de la cultura general y nomás para que no digan que uno no sabe nada. Se pierde de vista que el conocimiento es una concatenación de ideas y saberes que da sentido a unos y otros, que se explican mutuamente; por lo tanto, desdeñar la historia en la escuela es marcar al futuro sujeto social para una vida con orejeras a modo de que no vea otra cosa que su función económica en tanto trabajador y consumidor. Y es que la desmemoria social es útil, muy útil para la resignación y los fatalismos, conveniente para cumplir el lema “paz y progreso”; paz a como dé lugar y progreso para los de siempre. Es la razón por la que no conviene revivir a Zapata o a Villa y darles lugar a esos que andan alborotando con banderas reivindicativas. Así es mejor, será el temblor o será el sereno pero la Revolución Mexicana guardadita y olvidada luce más bonita.

 

El insigne historiador Luis González y González se refería a su trabajo como el oficio de “historiar” con ese carácter lúcido, jovial y juguetón que lo caracterizaba. Don Luis se reía muy a gusto contando cómo la gente por lo común no entiende ni siente necesidad de acercarse a ese oficio de andar registrando lo que la gente hizo, se podría decir que “ya lo pasado, pasado”. Contaba este promotor de la microhistoria que cuando regresaba a su pueblo San José de Gracia en Michoacán y se encerraba a escribir y hacer lo propio del oficio que profesaba, alguna vez una vecina le preguntó a su mamá: “¿Y cómo está Luisito? ¿Por qué casi no sale? ¿A qué se dedica?”. La mamá le contestó: “Es que Luisito es historiador”; la vecina replicó: “¿Es toriador? ¡Ay, pobrecito!” Y si que las toriaba bien don Luis González por la trascendencia que tuvo su trabajo sobre todo en los círculos académicos de México y en las universidades del extranjero. El rancio oficio de historiar ya se veía atrapado entre esa academia y las nostalgias de los improvisados cronistas locales. Cuenta la gente de San José de Gracia que al sepelio del maestro llegaron delegaciones de varios países y gente muy entacuchada y popofona, a la vez que muchos reconocen no haber leído siquiera Pueblo en vilo. Don Luis sabía que no se puede dar gusto a todos, que así es la historia, pues mientras unos se enojaron porque los nombró en la microhistoria del pueblo, otros se molestaron porque no los nombró. Pero eso no le importaba tanto como seguir en su labor y así recomendarles a los historiadores locales que optaran por la historia crítica esa que se convierte en “alfileretazos en las nalgas de obispos y gobernantes” (Véase El arte de la microhistoria). He ahí una utilidad de la historia, al menos que mueva a los poderosos para que se levanten de sus cómodos sillones. ¿Qué pasaría si los maestros empezáramos a indagar qué es eso de la historia crítica?

El carácter obligatorio del currículum le quita sabor y espontaneidad a la tarea de enseñar y aprender historia en la escuela; mientras los alumnos no superen esa impresión de requisito o compromiso, el sentido de cualquier asignatura se verá contaminado por la imagen de ser una carga de la que es bueno liberarse lo más pronto posible. Se vuelve imprescindible responder a la pregunta de para qué enseñar historia, cuál puede ser el sentido o la utilidad práctica si la tuviera. Algunos autores hablan de la historia como La Cenicienta de las ciencias sociales, la olvidada y relegada siempre para después; será que no se observa esa utilidad o sentido y se queda como un conjunto de narraciones para la hora de dormir o para entretener niños inquietos. La controversia entre las utilidades de los saberes técnicos en un mundo demandante de mano de obra calificada y el conocimiento de las humanidades en el mismo mundo que vuelve un lujo contar con elementos de amplia cultura general, no lleva a otra determinación que no sea: “educar para la vida”. Sin aclarar a qué tipo de vida nos referimos podemos estar avalando lo que va en contra nuestra. El debate de los profesores -con quien corresponda- podría orientarse a obtener un margen de acción que permita encontrar el equilibrio entre ambas áreas, al menos para no correr el riesgo de estar automatizando a los estudiantes.

 

El conocimiento de la historia local relacionada con la historia nacional y universal puede permitir que los niños y jóvenes se encaminen a la apropiación de su ser y al acceso al desempeño con autonomía; eso no es poca utilidad o motivo para enseñar historia. La explicación de las vicisitudes del presente sólo puede provenir del conocimiento de la historia porque de ahí es posible derivar a una interpretación de lo que ocurre superando fatalismos, fanatismos, prejuicios y demás atavismos esclavizantes. La historia local favorece el sentido de identidad indispensable para reconocerse a sí mismo y para integrarse con los demás propiciando la cohesión necesaria para administrar y defender los recursos comunitarios. Esa tampoco es poca utilidad de la enseñanza de la historia. Todo esto requiere revisar el programa de formación de los docentes o buscar el enfoque y la acción alternativa. Caminar hacia un balance del conocimiento técnico suficiente y necesario para el desempeño laboral en las mejores condiciones posibles, a la vez que promover el conocimiento histórico-social que sustente la conformación de la conciencia humana, autónoma, solidaria, crítica y transformadora. La historia en el presente para cambiar lo que se deba de cambiar. La meta es vincular la historia con los proyectos de cambio social a mediano y largo plazo.

 

Don Luis González categorizó su objeto de estudio y encontró que la historia que llamó de bronce ha sido propia para los homenajes suntuosos, entre más fastuosos más falsos; pero también advirtió que para bajarla de los monumentos y hacerla caminar por la calle con la gente, estaba la historia crítica: la que se detiene en señalar los puntos de quiebre o los motivos para el cambio social. La primera es para la fiesta, el confeti y la banda de viento y a todo mundo le gusta esa algarabía; la segunda no le gusta a los poderosos porque les recuerda sus maldades y porque alienta a las masas a buscar justicia. Esa polémica es parte de la explicación de por qué a la historia crítica casi nadie la invita a las escuelas ya que cuando mucho la historia anticuaria es la que ocupa el lugar de honor. La observación aguda, la contrastación de versiones, la aplicación del juicio, son pasos para ir acercándose a la historia con un enfoque crítico. La acción del sujeto sobre el material histórico aporreándolo con preguntas –decía don Luis González-, presionándolo con la interpretación activa y de buen sustento, son recursos para ir saliendo de la vacuidad histórica. A su vez el interés de los estudiantes surgirá cuando se practique la vinculación de la historia con las demás asignaturas haciendo sólidas las argumentaciones, recreando la historia con la elaboración de hipótesis a modo de contestar aquello de Qué hubiera pasado si… El perfil del educando podría renovarse al reorientarlo hacia la personalidad crítica y autónoma que tanto se recita pero poco se practica.

 

Para reaprender la historia podemos considerar algunas breves pero poderosas alternativas. Por ejemplo, para empezar el concepto de maestro en rebeldía o disidente no puede quedarse en la idea del profesor protestón y nada más; se necesita ser un maestro diferente al que se muestra autoritario con sus alumnos porque a él lo presionan los directivos, permisivo consigo mismo porque hay llevársela tranquila, simulador con los padres de familia porque no conviene disgustarlos o medroso y sometido con el poder para no enfrentar consecuencias. El maestro diferente no es perfecto pero intentar hacer congruente su palabra con su acción. Eso lo autoriza para hablar de los méritos de los sujetos históricos y pedir la emulación. El maestro en resistencia es capaz de identificar la historia crítica y relacionarla con su trabajo frente a grupo sin adoctrinamiento pero logra la finalidad de hacer pensar; además es generador y promotor de actividades para el desarrollo de la conciencia histórica a pesar de las omisiones y falsas expectativas institucionales. De ahí se pueden diseñar proyectos escolares para la fomentar la historia crítica adecuando los contenidos a las edades e intereses de los estudiantes. La culminación de este enfoque podría consistir en la asociación de profesores a la manera de las comunidades críticas que propone Stephen Kemmis. Es bueno luchar por las prestaciones del gremio, pero también es bueno luchar por acrecentar el bagaje cultural de los profesores.

 

La Revolución Mexicana pasará desapercibida nuevamente pero la historia no deja de estar ahí, en los registros y en las conciencias; cuestión de darse cuenta e intentar retomar el camino cierto que renueve el significado de la docencia y el sentido de la escuela para los alumnos. Nada mal nos haría celebrar el día festivo con alguna lectura, algún video, alguna reflexión para saber si de verdad Zapata vive y aún la lucha sigue. Revoluciones pasaron de moda, revoluciones se fueron, ¿qué sigue?

 

JOSÉ LUIS FIGUEROA GONZÁLEZ

20 DE NOVIEMBRE DE 2017.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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