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Opinión

EL DERECHO DE CHIFLAR, CANTAR Y BRINCAR SIN CULPAS

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Por JOSÉ LUIS FIGUEROA GONZÁLEZ / MASEUAL

La alegría denegada en la escuela

Jojutla, Morelos, México, 6 de febrero de 2017.-  Por los años 60’ del siglo pasado, el literato José Luis Martínez Rodríguez a la sazón director del Instituto Nacional de Bellas Artes decía que en México somos unos agrios y unos caras duras, particularmente en la Ciudad de México y que por lo mismo no sabemos reír ni cantar. El contexto de esa afirmación era la referencia al plan de cultura que había pretendido Agustín Yañez al frente de la Secretaría de Educación Pública, con el cual deseaba que cantaran los niños en la escuela, que cantaran los albañiles y cantaran las amas de casa (“En los años 60 cantaban albañiles, lavanderas y niños: José Luis Martínez”. Artículo de Elena Poniatowska en La Jornada, domingo 4 de febrero de 2018). Se trataba de tiempos en los que se suponía que los gobiernos estaban al servicio del pueblo con aquello de la democracia y la justicia social en construcción. Por eso la extensión de la cultura y el arte más allá de las escuelas destinadas para los artistas abarcaba los espacios de los albañiles, las amas de casa y de toda persona; porque el arte como motor de alegría y espiritualidad era considerado un derecho para todos.

Los cubanos dicen que ellos son como delfines porque aunque tengan el agua hasta el cuello se están riendo; y es verdad porque si algo ha levantado a este pueblo sometido a toda clase de presiones y carencias ha sido su natural alegría y vocación por andar caminando y cantando cuando están haciendo sus quehaceres en sus casas, cuando pasean por las calles, cuando se reúnen con sus amigos, cuando les da la gana de expresarse con voz y movimientos. Esa es una diferencia significativa con otros pueblos que se sorprenden cuando se preguntan por qué no ha caído la revolución cubana. La predisposición a cierto grado de alegría y optimismo ante las adversidades o la tendencia a la melancolía y a poner rostros serios o duros deben influir de algún modo en los resultados de nuestras acciones y en el cumplimiento o no de nuestras expectativas. Seguramente esas actitudes se aprenden desde la familia, la escuela y el barrio y desde la infancia configuran personalidades más o menos extrovertidas, más o menos seguras o más o menos indecisas o medrosas.

Durante los años 90’, un enfoque semejante al de Agustín Yañez se manejaba con el Plan de Actividades Culturales de Apoyo a la Educación Primaria (PACAEP), mediante el cual se capacitaba de manera intensiva a profesores para que durante un ciclo escolar se desempeñaran como Maestros de Actividades culturales (MAC). Con este programa se pretendía que el docente comprendiera que el acceso al arte y la cultura no puede ser privilegio de unos cuantos y que el juego artístico precede al encariñamiento y al apego a las opciones preferentes, las que no son producto del comercialismo. MAC y niños jugaban a hacer teatro, música, artes plásticas, literatura, etcétera sin el rubor de sentirse impropios por estar “invadiendo” áreas destinadas a los genios; el juego era la clave para tomárselo sin la presión de estar preparando un espectáculo para determinada celebración, en la cual no se admitían fallas o improvisaciones ante las supremas autoridades que acudían a presenciar el show. Al contrario, se trataba de alentar la exploración y la improvisación poniendo por delante la alegría y el gusto de hacer las cosas. Los maestros se convertían entonces en niños grandes que

jugaban con los niños pequeños y juntos se daban la divertida del día y aún seguían tarareando, brincando o chiflando cuando iban de regreso a casa. Pero hubo ocasión de que a algún funcionario ceñudo le pareció que se estaba perdiendo el tiempo y en lugar de mejorar el proyecto lo descartó. Me imagino que pensó: “Señores a la escuela se viene a trabajar y aprender para la vida”. Aprender para la vida laboral, aprender a ser más caras duras y agrios.

¿Y ahora dónde se encuentra la educación artística en la escuela? Haciendo un esfuerzo por encontrarla en algún lado vamos recogiendo pedazos de una caricatura de formación artística presentada como lujo de las escuelas que pueden pagar un profesor especializado y que prepara bonitos espectáculos para los desfiles y para programas festivos al interior de la escuela. Otros pedacitos de educación artística están por ahí colgados de los quince días de anticipación con que se prepara un espectáculo para celebrar de compromiso el Día de las Madres u otra fecha. Algún maestro aficionado comparte con sus alumnos sus preferencias y habilidades y trata de que algo quede entre los muchachos para su propia satisfacción y la de sus padres. Sin embargo, el enfoque predominante es el ansia de deslumbrar a un público real o imaginario con un espectáculo que se asemeje a lo que cualquiera puede encontrase vía internet, en la televisión o en los eventos populares de chacoteo y gratuitos por gracia de una autoridad que busca aprobación social o de plano como parte del negocio de la cultura de masas. El caso es que en la escuela escasea el juego teatral, el juego musical, el juego a ser artistas que quita la inhibición tan natural en los niños de las familias de trabajadores. La expresión artística no ocurre como tal y se trata de pasar desapercibida la alimentación espiritual que requieren las personalidades en formación y todo mundo. Cantar, brincar, chiflar son acciones que se han ido quedando reservadas para su realización en los momentos y formas que la banalidad comercial le indica a sus clientes.

Los servicios del arte se han reservado desde la antigüedad para las élites sociales. Ser artista es motivo de vanidad y egocentrismo que tenemos que soportarle a cualquiera que se deje la coleta, se vista de manera extravagante, le rasguñe a una guitarra o le sople a un instrumento de viento con algo de pericia. Los demás estamos para aplaudirle a la estrella y rogarle para que nos complazca. Esto no significa que todos sean iguales, hay casos de arte excelso que más se eleva cuanto más sencillez y valor humano demuestra y cuanto mayor contenido le imprime a su obra, pero son excepciones. La regla es provocar la admiración por lo efímero e insulso que venda mejor, lo que niños y jóvenes asimilan como único valioso y a quien se entrega la fe, la credulidad y la alcancía. La teoría del arte y la formación estética en la escuela no se ve por ningún lado toda vez que niños y jóvenes son el mejor mercado para la chatarra seudoartística. El área artística se encuentra prácticamente abandonada como factor de desarrollo humano y ha pasado a tercer, cuarto o último lugar en el currículum escolar. El problema sigue siendo lo que planteaba Yañez, se trata de llevar a todos en todas partes el acceso a la cultura y al arte aunque no todos nos convirtamos en artistas de profesión. La democratización de la cultura y el arte no es preocupación de gobiernos y lamentablemente tampoco de las familias ni de la sociedad y da temor que no lo sea de los maestros.

Al menos a manera de juego es posible empezar a pensar el arte y la cultura como un acercamiento lúdico en el que nos podamos mentalizar acerca de las posibilidades artísticas y culturales del legado histórico y de las manifestaciones de los creadores contemporáneos. Así como las niñas se preparan a ser madres jugando “a la casita”, los niños al trabajo físico jugando con herramientas de plástico, los alumnos en la escuela podrían construirse una imagen algo cercana a los creativos y a su espíritu de libertad. El arte en la escuela como genuino sistema de humanización, conocimiento, habilidades, valores, seguirá desaprovechado si no damos el paso del juego artístico, de la exploración libre, de la improvisación libre de culpas. Aquí la cuestión no es comparar de manera competitiva quien baila como artista o quien canta como soprano cuando sabemos que casi nada se hace para lograrlo de esa manera. El punto es la libre expresión sin el sentimiento de culpa de que se está perdiendo el tiempo mientras los niños deberían estar mejorando su inglés o repasando matemáticas.

Ahora que recién se cumplió el centenario del nacimiento de José Luis Martínez Rodríguez el maestro filólogo, filósofo, literato pero sobre todo humanista porque trabajó para que el arte llegará a cuantos más se pudiera, deberíamos detenernos a reflexionar sobre lo que el criticaba: la vanidad de los que se creen genios del arte y que poco representan frente al servicio humilde de los maestros rurales. Decía el distinguido diplomático que eran de su mayor reconocimiento los maestros rurales por su entrega al servicio de su comunidad en condiciones adversas, algo que los literatos vanidosillos desconocen porque sólo viven para buscar ser alabados. Para él la pregunta esencial era: ¿Sirvo real y eficazmente a mi pueblo? Todos deberíamos ser maestros rurales decía el maestro Martínez Rodríguez y se refería a esa disposición de servir hasta el sacrificio. Que alguien me explique dónde está esa mística dentro del Nuevo Modelo Educativo. ¿Dónde está el entusiasmo de este escritor que hizo de su casa una biblioteca y de la biblioteca-casa su mayor orgullo? Cultura y arte como caminos para la realización plena de la humanidad que viene contenida en nuestra naturaleza.

La culpabilidad que nos amenaza por todas partes, el temor a equivocarse, el miedo a no ser del agrado de quien detenta el poder o de quien nos puede negar su afecto o amistad, son las condicionantes de un actuar cotidiano que se ha convertido en obstáculo epistemológico para entender lo que nos ocurre. Por ejemplo, a contrasentido de lo que propagan autoridades educativas y poderes de facto en el sentido de que los profesores son los culpables de todos los fracasos educativos, ha tenido que ser la Unesco quien desmienta y sostenga que son los gobiernos los responsables de crear las condiciones para resolver los problemas de fondo. Mientras tanto, quien se lo esté creyendo ya tiene un sentimiento de culpa que lo está paralizando para no atreverse a realizar algo más que no sean instructivos oficiales. El derecho denegado y autodenegado a buscar la felicidad mediante el arte porque nos da miedo cantar o expresarnos ya que alguien se burlará de nosotros; miedo al ridículo que nos deja sin posibilidad de encontrar nuestro ser y nos echa la soga al cuello para vivir en la dependencia de admirar a los que sí son artistas. El trauma de la culpa y el miedo a fallar nos persigue por todos lados, no nos deja ser ni hacer. Así vamos quedando reducidos a lo poquito que nos tienen reservados los cánones sociales: producir bienes y servicios y consumirlos. Para

ahuyentar estos miedos nada mejor que el juego artístico haciendo caso omiso del qué dirán; al principio cuesta trabajo pero cuando ya no nos importan las opiniones de mala intención o cuando aprendemos a reírnos de las insensateces, ya estamos del otro lado.

Decía el gran Paulo Freire que si queremos cambiar algo tenemos que aprender a ser “locamente sanos o sanamente locos”, esto significa que si tomamos al pie de la letra lo que nos dicen y tratamos de ser lo más lógicos y racionales, nada podremos cambiar de lo que no nos gusta del mundo; tampoco lo haremos si acometemos las dificultades con pensamientos y acciones puramente locos pues todo el proceso no tendrá pies ni cabeza. Combinar la locura con la racionalidad consiste en atreverse a dar pasos inusuales pero a la vez filtrarlos por el cedazo del entendimiento. Si la familia, la escuela o la comunidad niega el derecho a la locura inofensiva del canto, del brinco o del chiflido hay que proponerse alcanzar la desinhibición liberadora conscientes de que se deben remover algunas piedras en el camino. La primera es nuestra propia actitud a veces demasiado atrapada en el miedo a ser observado o a ser criticado. Condicionados desde la infancia es difícil para un adulto superar estas limitaciones, pero no imposible. Para los jóvenes y niños es algo más sencillo porque todavía los condicionamientos nos los amarran demasiado fuerte. La lucha será conformar la escuela ordenadamente bulliciosa y alegre que haga feliz a sus integrantes y que dé razones para anticipar la formación de mujeres y hombres libres de pensamiento y amorosos de corazón por el bienestar común.

Para ganarse el derecho a cantar, bailar, chiflar y brincar con gusto y sin culpas, es importante proponerse algunos pasos. Es necesario tener claro que el objetivo es contagiar la alegría de manera pertinente y no provocar el disgusto por la interrupción o la afectación a derechos de terceros. Al principio sonará raro pero tal vez tengamos que mentalizarnos para algún día llegar a ser un pueblo expresivo, menos agrio y menos cara dura. Si los maestros crean estrategias de juego artístico que incluyan a los padres de familia para que su participación sea decidida, alegre y nunca de compromiso, si todos aprendemos a practicar el juego artístico con los hijos y con los alumnos, se superaría el dualismo actor-espectador y se reducirían los temores a fallar. Cuando el juego artístico sea parte de las secuencias didácticas en todas las asignaturas se entenderá mejor la relación entre las áreas del conocimiento y la artificiosa segmentación de las especialidades tomará otro sentido. Si procuramos que nuestra escuela esté abastecida de instrumentos musicales, disfraces, obras de arte en reproducciones y en fotografías, material didáctico vario y suficiente para el juego artístico, contaremos con un entorno alentador proclive a la expresión y al bienestar emocional, Si hacemos de la escuela un delfinario al estilo cubano los maestros y alumnos se verán más sonrientes a pesar de la problemática cotidiana, los padres de familia y directivos se sentirían más desahogados y seguramente serían más coadyuvantes en las tareas y gestiones de la escuela. El propósito inmediatista es alcanzar a ser una comunidad cada día más afectiva gracias a un juego artístico que haría a todos más felices.

Según el parecer de Elenita Poniatowska los tiempos felices del México en que se buscaba el bien común, ya se fueron. Las ganas de servir de José Luis Martínez Rodríguez ya no las

volveremos a ver porque hoy vivimos en una complicada sociedad de embustes y negocios basados en el engaño. Sin embargo, nos conviene pensar mejor que en tiempos de tanto egoísmo y sufrimiento más nos vale revisar por dónde actuar para recuperar algo de alegría, algo de nueva confianza entre nosotros los que no somos parte del poder y mucho de esperanza por un mundo mejor. En esto más o menos consiste luchar por nuestro derecho a cantar, a brincar, a chiflar y echar maromas si nos da la gana y con eso no perjudicamos a nadie.

 

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