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Opinión

EL MIEDO A LA AUTOGESTIÓN

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Por JOSÉ LUIS FIGUEROA GONZÁLEZ / MASEUAL

Notas para interpretar la dependencia y la pérdida de esperanza

Jojutla, Morelos, México, 22 de marzo de 2018.-  En medio de la diversidad y pluralidad de opiniones sobre los acontecimientos sociales, no es sencillo encontrar puntos de vista que alcancen un alto grado de consenso, a no ser las modas comercializadas de entender lo conveniente y lo casi natural. Es conveniente seguir los estándares de vida establecidos para considerarse una persona de éxito; es muy natural que cada quien obtenga la mayor ganancia posible al menor costo posible; es de cuerdos adaptarse a las reglas del mercado y de locos imaginar siquiera que pueda existir otro modelo de hacer las cosas; en suma, el grito que nos reúne es: “sigan al líder, si algún día quieren ser líderes”. Todos estamos inmersos en un mundo de rutas establecidas, pletóricos del sentido común que nos indica pertinentemente qué hacer a cada paso de nuestro transitar como dirigente, dirigido o incluso como peatón incauto. Tenemos acceso a una gran variedad de opciones –esa es la ilusión- pero al final de cuentas todo se reduce a una misma fórmula: “el que no se adapta no sobrevive”. El prediseño está en todas las cosas por hacer, los protocolos no admiten duda, las reglas del juego son válidas en todo tiempo y lugar, las conozcas o no; se alaban y mencionan como deseables la creatividad y el juicio crítico pero el margen de maniobra para innovar es tan ceñido a la productividad de mercancías que en otros ámbitos puede resultar peligroso. Entonces, -una vez reconocidas estas delimitaciones- ya podemos atisbar mejor para darnos cuenta que el ejercicio de la libertad está amenazado por un fantasma, un miedo a proceder de una manera ligeramente variable a lo establecido y acostumbrado.

El psicoanalista Erich Froom ya había planteado que el problema de la libertad no se podía reducir a pensarlo como el enfrentamiento a la opresión exterior sino que también era necesario plantearse el problema psicológico de lo que sucede en la relación dominación-sumisión, anhelo de libertad como ideal y sentido de la vida o como entrega de la propia libertad por evasión de una realidad conflictiva; qué es lo que alimenta la codicia de algunos por el poder y qué provoca la sumisión de los otros (FROOM, Erich. El miedo a la libertad, Paidós, Barcelona, 1947). Debido a que la mayoría de las ocasiones no nos detenemos a pensar en la convencionalidad y relatividad de las normas sociales, nos resulta complicado considerar que las cosas se pueden hacer de muchas otras maneras. Para retar a nuestra imaginación congelemos por unos instantes una escena del film El fantasma de la libertad de Luis Buñuel del año 1974. Se trata de un profesor que imparte clase en una academia de policía ante un grupo de agentes en servicio que continuamente salen y regresan del aula para cumplir misiones que les ordenan. El docente explica la relatividad de las normas sociales haciendo ver un escenario donde un grupo de personas esperan en su casa a unos visitantes, los reciben y los hacen sentar en una especie de comedor donde en lugar de sillas hay retretes; todos se bajan los pantalones o se suben el vestido y se sientan en los retretes a conversar acerca de cuántos desechos orgánicos humanos se acumulan en un día por millones de defecadores. Alguien pide permiso para irse a meter a un cubículo donde a solas consume

alimentos. El resultado escatológico de esta imagen al menos nos puede facilitar el paso mental de la curiosidad por el relato de caricatura a la preguntas de por qué sí o por qué no. El film es una sucesión de escenas surrealistas que le sirvieron a Buñuel para resumir sus aficiones a poner en tela de juicio todo lo relacionado con el poder y sus desvaríos.

La lógica de la costumbre o la resignación ante la imposición son la vía directa a consolidar un estado de cosas en el que paradójicamente se exaltan los valores de la libertad a la vez que se establece la comodidad de la dependencia como la base de las relaciones humanas en los ámbitos de la familia, la escuela, el trabajo y la sociedad en general. La indignidad de no ser capaz de defender su derecho a ser, el miedo a lo que significaría plantarse como sujeto libertario se resuelve vía la entrega al regazo del otro poderoso que aunque gobierne de manera reprobable al menos de vez en cuando ofrece cierta protección y cierto abastecimiento. La vida se simplifica al ubicarse en las coordenadas donde se cruzan el poder autoritario y los mínimos elementos de protección, una cosa por otra se asume con la docilidad del ente domesticado. Activados de esa forma lo demás es lo de menos porque se entra en un círculo vicioso de dependencia, aparentemente conveniente para todas las partes.

La tranquilidad básica para el buen vivir está constituida por las certezas que nos permiten saber lo que sucede y lo que puede suceder. La vida a base de formatos que todos manejamos de igual manera y con resultados similares va aunada a la necesidad también básica de reconocimiento de los pares y de los de mayor jerarquía. Así funciona el paternalismo de hondas raíces religiosas y ancestrales, clave del autoritarismo que favorece la continuidad de esquemas políticos, económicos y culturales a favor de pocos y sustentados con el trabajo de muchos. Superficialmente podemos renegar si no somos de los favorecidos, lanzar contundentes declaraciones o incluso exigir la atención que se reclama mediante actos estandarizados de “protesta”; pero en realidad las estructuras sociales que provocan las injusticias permanecen incólumes porque ya tienen previsto el antídoto para desinflar a los inconformes a través de provocarles el cansancio, desarticular su organización básica, la compra de conciencias y hasta la represión brutal como máximo recurso. Con esas frustraciones, al parecer no tiene caso y es de insensatos seguir la ruta del pensamiento y la acción libres. Los ejemplos de lucha social que registra la historia, se convierten en objetos de culto para las celebraciones y conmemoraciones oficiales; de ese modo todo se reduce a “sentir orgullo” por un pasado “glorioso” pero con la advertencia de que eso ya pasó y lo de hoy es seguir indicaciones ya que son otras las condiciones para la “armoniosas convivencia social”.

Peligrosamente, parece que poco nos percatamos de la visión inmediatista con la que se viene configurando a las nuevas y anteriores generaciones. Se vive para lo inmediato, preferentemente para satisfacer deseos de consumo; el mediano y largo plazo se han reducido casi hasta casi desaparecer del interés de las personas, en parte porque los recursos disponibles son tan reducidos que no alcanzan para proyectar más allá del tiempo cercano y

también porque no se tiene tiempo para diseñar otra realidad que no sea la real y concreta que se disfruta o padece. Una gran mayoría pende de la perspectiva limitada de vivir al día, encadenada al crédito y a veces alucinando con la idea de que un golpe de suerte le cambiará la existencia. Se trata de un sistema económico que genera una alta productividad y ganancias inconmensurables para la minoría a la vez que produce las condiciones para el descontento y hasta la rebeldía de los desprotegidos. Sin embargo, el descontento, la tendencia a la solidaridad, la necesidad de mejorar, se diluyen o distorsionan debido a una cultura de dependencia predominante, que lleva al miedo, a la apatía y la inercia. Las miras cortas de una mayoría desorganizada facilitan la disipación del reniego social, de lo cual se deriva un pensamiento-acción de ingenuidad que lleva a la resignación y a la pérdida de esperanza.

Una explicación y una propuesta ante esta problemática la expone el poeta y filósofo mexicano Enrique González Rojo Arthur en su libro Manifiesto autogestionario. Hacia un encuentro con la esperanza (Brigada para Leer en Libertad, A.C., 2017). El libro es alentador porque no es fácil encontrar un adulto e intelectual de 89 años de edad tan entusiasmado con la esperanza de que las cosas pueden mejorar si nos atrevemos a empezar la siembra de la autogestión. Para el autor no es el capitalismo derivado en neoliberalismo globalizado ni la proclamación de nuevos socialismos de Estado la respuesta porque ambos parten de la heterogestión; es decir de la acción externa al individuo, la que sale del centro para extenderse a la periferia, la que actúa de arriba hacia abajo y la que de alguna manera apela al autoritarismo para sobrevivir y convierte a los sujetos en objetos de sus fines. Se pronuncia por la gestión en tanto le da el significado de acción por sí mismo, a la inversa de la heterogestión; es la libre asociación para la realización de proyectos de grupo y grupos enlazados, la que se desarrolla a través de la colaboración y no del individualismo como la otra. Por supuesto, la tradición es vivir condicionado por la heterogestión en todos los ámbitos sociales, es lo “natural” para llevar la fiesta en paz. Evidentemente ser autogestionarios representa una utopía en el actual estado de cosas, en primer lugar porque el propio sujeto de la explotación capitalista no se plantea actuar fuera de la dependencia que apenas le da para sobrevivir; en segundo lugar los experimentos de autogestión se encuentran amenazados por la heterogestión circundante y por los vicios de dominación entre pares que se llevan a los proyectos de experimentación autogestionaria. Se necesita la difusión de las experiencias de este tipo para alentar en principio el pensamiento autogestionario.

Para Enrique González Rojo Arthur los elementos fundamentales de una experiencia de organización autogestionaria son la capacidad de autorganizarse para aprender a no depender de las tradicionales fuerzas de gestión controlada de manera externa; la capacidad de autogobernarse para poder ejercer su autodeterminación en el hacer y pensar como grupo. Tercer elemento es la autovigilancia o capacidad de evitar infiltración y control por los heterogestionarios que siempre estarán dispuestos a meter a los grupos que se organizan libremente en su bolsa e intereses. La autosuperación recomendada por el autor se refiere a eliminar los vicios heredados que establecen la división entre el trabajo manual y el trabajo

intelectual, así como evitar los usos y costumbres que reproducen la dominación y la sumisión. Finalmente se vuelve deseable la difusión de las experiencias augestionarias y la integración de redes que encaminen hacia la conformación de un contrapoder a lo hegemónico. Son notas un tanto sueltas todavía para empezar a soñar con algún grado de autogestión y tal vez llevar a la práctica alguna acción diseñada para sacudirnos la influencia de aquellos maloras de quienes nos quejamos pero poco hacemos para quitarles el sustento que les damos acudiendo a sus llamados. En lugar de malhumorarnos y frustrarnos porque los de siempre o sus descendientes aspiren a seguir sacando ventaja de nosotros, sería mejor pensar si es posible engañarlos como ellos no tienen recato en engañar, si es posible ponernos a estudiar el modo de brincarnos su intervención para gestionar sin su coyotaje, reunirnos siquiera para compartir los problemas y sacar mejores conclusiones que rumiando a solas. Como nos neguemos a dar esos pequeños primeros pasos no tiene caso quejarse, vociferar o maldecir porque del suelo no vamos a pasar por más brincos que demos.

Es tiempo de darse cuenta que estamos atrapados en el engaño de limitarse a votar para cambiar al mundo. Ser dependientes nos crea la falsa comodidad de delegar todo nuestro poder de participación a unas personas que juran estar dispuestos al sacrificio por sus representados pero a la hora de la verdad ni tienen el carácter, la voluntad, la capacidad, ni la ética necesaria para cumplir el mandato de ley. Los ciudadanos comunes rechazamos el ejercicio de la política por considerarla una especialidad de doctos o trabajo sucio y deplorable. Se cuestiona a los corruptos pero en el fondo se les codicia su fortuna porque son impunes y cualquiera desearía disfrutar sus placeres aunque fuera al costo del repudio social. Es tiempo de percatarse con qué valores fuimos formados y con qué valores formamos a niños y jóvenes para no andar buscando culpables en los demás. Luego, es importante estudiar lo conveniente para reconocer que no todo está perdido y por elemental valor humano la esperanza debe predominar ante toda crisis o catástrofe. Nos cuestan trabajo las acciones organizativas mínimas sobre todo cuando no va de por medio un interés material o un provecho particular determinado, estamos casi en cero en cuanto a la disposición autogestionaria porque estamos rodeados de los que nos jalan hacia heterogestión, nos vamos quedando como infantes dependientes de un adulto que nos alimente y nos cuide. Pese a todo vale la pena al menos preguntarse qué es eso de la autogestión y evolucionar para no perecer sin el intento.

Para perder el miedo a la autogestión es importante fortalecer el carácter sobre todo de niños y jóvenes en los hogares y en las escuelas evitando la sobreprotección, dejar de confundir amor con asistencialismo material y entretenimiento para sustituir la guía formativa de padres y maestros. El derecho a cometer errores –bajo condiciones que no comprometan la seguridad de los sujetos-, la necesidad de equivocarse para aprender, vivir el proceso propio de autonomía son requerimientos si queremos rescatar a nuestros alumnos e hijos de la heterogestión devoradora de sus conciencias. Si de cuando en cuando hiciéramos un recuento del actuar cotidiano podríamos identificar obstáculos de dependencia que atentan contra nuestro derecho a la autogestión. Con una lista de acciones de dependencia podríamos

intentar la crítica y la autocrítica al pensamiento y a la actuación que no nos deja desarrollar nuestras propias facultades humanas. Mucho avanzarían los maestros si sus reuniones de Consejo Técnico Escolar dieran como resultado la generación de proyectos para promover la autonomía y la colaboración entre todos los actores en la escuela y el ámbito social cercano.

Para encaminarse a un cambio social que nos permita salir del atolladero de la manipulación, explotación y dependencia es bueno ser conscientes de que nada ocurre por simple deseo y que las circunstancias se van creando por decisión clara y definida hacia la humanización y no por la inercia de dejarse llevar porque todo mundo lo hace de tal manera. Tiempos de agitación política pasarán y las aguas volverán a la “normalidad” de los cambios de funcionarios para seguir iguales o incluso empeorar, siempre y cuando el poder de la inmensa mayoría de indignados se regrese a la cotidianidad de la complacencia y la resignación. Para quienes les sea posible explorar la autogestión, pase lo que pase será venidero el tiempo de estudio para hacerse de herramientas y no tener que vender el alma al diablo de la manipulación y la frustración reiteradas. Si el mundo puede ser pensado tan surrealistamente como lo hizo Buñuel, hagamos nuestro propio ejercicio y en una de esas ponemos a gobernar a una vaca como la de Humahuaca.

 

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