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Estado Opinión

¿El juego acaba cuando pierdes a la reina?

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Por ALMA KARLA SANDOVAL ARIZABALO / MASEUAL

Jojutla, Morelos, México, 25 de diciembre de 2018.-  Tenía 45 años. Fue la esposa de un exgobernador presidenciable. Nacida en cuna de talavera de buen gusto, dentro del corazón del corazón de la clase poblana más conservadora, militante de la derecha y hábil primera dama que superó con clase los rumores de homosexualidad de su marido, los ataques de empresarios desairados, los avances de huachicoleros, Martha Érika Alonso Hidalgo también aguantó (verbo que las mujeres “decentes” en este país dominan como nadie) la presión morenista que impugnó su triunfo reciente en las urnas que la volvieron gobernadora de Puebla, el más católico de los estados de nuestra república, uno de los más ricos, con mayor tradición y obra pública envidiada por propios, por extraños. 
     Se decía que en esa entidad hubo un arreglo entre algunos carteles, pues ahí y en Querétaro vivían las familias de grandes capos, por eso ciertos equilibrios en la seguridad que estaban siendo amenazados por una guerra incesante. Cierto o no, con fraude o sin él, la primera dirigente de Puebla había tomado posesión del cargo apenas diez días antes del hecho que, en la tarde del 24 de diciembre de este año, le costó la vida. En la aeronave iban su cónyuge, así como otros miembros connotados del equipo que la asesoraban. El helicóptero estaba a punto de despegar, pero ya no pudo elevarse como se esperaba.
     Miguel Valero, expresidente del Colegio de Pilotos Aviadores de México, señaló: “Las condiciones metereológicas se descartan en el accidente; las imágenes muestran el cielo despejado y sin viento. El helicóptero tenía todos los servicios y los pilotos estaban capacitados y con experiencia”, raquítico favor le hacen estas palabras a la de por sí herida credibilidad de la sociedad azteca cuando de muertes de políticos hablamos. Un ejercicio de memoria desde las venganzas revolucionarias del siglo XX pasando por un Colosio, un Ruiz Massieu, un Juan Camilo Mouriño, un Francisco Blake Mora (estos dos últimos del PAN, ambos muertos en percances aéreos durante el sexenio de Felipe Calderón) ha prevenido a la opinión pública a la que pasarse sin masticar la historia de un accidente, le cuesta más que pagar las tarjetas de crédito en enero. Las conclusiones rápidas se tornan peligrosas. Los juicios aparecen sin información que valga, sin sosiego, sin verificar, cruzar, comparar datos, en suma, sin contar con dictámenes serios, sin razón: “Los mataron”, “es el primer feminicidio de AMLO”, “se las cobraron los huachicoleros”, “demasiadas casualidades”, “tenían mucho poder”, “ya nadie los sacaba de Puebla”, fueron los murmullos en las cenas de Navidad. Después a beber ponche, seguir comiendo, bailar y evadirnos. Después la historia que conocemos cuya nomenclatura estrenamos revisando términos como el de necropolítica, esa forma de hacer política sin administrar los muertos que te rebasan, pero también te caen del cielo. 
     A ciertas mujeres no las dejan gobernar en este país. Otro caso, el de Gisela Mota, alcaldesa de Temixco, Morelos, que a un solo un día de ser designada, el 2 de enero de 2016, fue asesinada en su domicilio de Pueblo Viejo por un grupo de hombres armados. Sumemos la muerte de Olga Gabriela Kobel Lara, presidenta municipal del municipio de Juárez, en el estado de Coahuila, cuyo cuerpo fue encontrado hace muy poco. Quizá no sean los mejores ejemplos frente a la tragedia del helicóptero, pero la duda que siembran acontecimientos de este calibre es lo que otorga sustancia a la administración de la muerte o del infierno, como han llamado algunos al “alto honor” de gobernar una entidad en esta tierra, a la necropolítica que se instala como signo, a sus repercusiones que sí son tangibles a la hora de cambiar dólares, cargar gasolina o ir al mercado. 
     Resulta sencillo adivinar lo que viene: informes, peritajes, cajas negras, blancas, de todos colores; polarización, declaraciones que también lamentan la muerte de Rafael Moreno Valle, el exgobernador que contaba con suficiente capital político para ser la carta más fuerte del PAN en las elecciones futuras; condenas, suspicacias, escarceos al interior del congreso poblano donde Morena es mayoría, por lo cual sabemos el desenlace de esta novela desde ahora, con todo y que convocarán a elecciones extraordinarias. Podría haber sorpresas, claro. La sociedad poblana es fiel en el sentido más Juan Pablo Segundo del término. Habrá que esperar. Todavía es época de cirios, coronas, pésames incesantes y velorios sin fin. Aún hay piezas en el tablero.

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