Log In

Estado Opinión

Entre las brumas de julio

Pin it

Por EDILBERTO NAVA GARCÍA / MASEUAL

 

Chilpancingo, Guerrero, México.-  Desde hace ya varios años a que en los últimos días de junio y primeros de julio, asciendo, acompañado de mis hijos a ese bonito cerro llamado Nantzijitla, localizado dos a kilómetros al sur de Apango; lo hemos subido siempre a una hora antes de ocultase el sol. Esta vez no fue así, ya que por un compromiso, preferimos subir al filo de la dos de la tarde

 

La brizna ha cesado, poco a poco, pues las dos noches anteriores y el día intermedio habían transcurrido con lluvia intermitente. En el llano no se trabaja debido a que la tierra está muy pesada. En cambio el cerrito de Nantzijitla se muestra como si en él hubiera llovido dos días antes, pues su sendero en zigzag deja entrever lajas de un amarillo intenso y algunas con granito. Tiene piedra cantera de distintos grados de macicez. El cielo permanece nublado, con pocos claros que permiten el paso de los rayos solares. El aire es fresco; sopla suave, se aspira y se siente que penetra con delicadeza por los poros, como una caricia con terciopelo. Esto, me digo, es muy distinto al asfalto de avenidas de las grandes urbes donde reina el smog.

 

Al dejar la carretera que se sigue para Atliaca y Tixtla, comenzamos inmediatamente el ascenso a la derecha. Vamos andando. Hay chaparrales de escaso metro y medio sobre el suelo. Se tiene que eludir el uña de gato, el espino blanco y la cubata. El chicharroncillo no tiene espinas, sus hojas son un tanto alargadas y le penden vainas. También hay algunos magueyes de los llamados berraquitos. Mis niñas saben ya distinguir los chaparroncillos árboles de nanche. Distinguen sus hojas de un gris afelpado por el dorso, verde olivo por el frente. Hace dos años, estaban ellas más pequeñas y a medio cuesta, hay uno ramudito, pero junto al él está un coyotomate, que entrevera sus ramas en las del nanche que algunos confunden. Aquel tiene hojas muy parecidas e igual su fruto, aunque de mayor tamaño. Un poco más arriba –hablo de escasos pasos-, hay cuajiotes que lucen su color vino encendido, la llamada tetlatía que, verde es blanda al sentir el garabato, pero seca es muy dura; uno que otro tecolhuiztle, durísimo, tanto, que con él se hacía el carbón para los herreros de antes. Hay más, pero admiramos los zoyacohuites que semejan varones de penacho, cual danzantes prehispánicos.

 

Los nanches silvestres han comenzado a sazonar, aunque aún son pocos los que caen maduros. Están atenques, es decir, ni verdes ni maduros, sino en término medio, por lo que no son amargosos, pues su dulzor apenas comienza. Desde luego que levantamos algunos del piso, entre su propia y escasa hojarasca y la rala hierba. Me pregunto: ¿porqué Nantzijitla no es montoso? Cosa rara, pero los nanches están sobre una delgada capa de tierra, apenas la necesaria para que sus raíces se nutran, ya que a escasos decímetros no hay más que esa especie de cantera amarilla ocre. Saboreamos esos primeros frutos del campo, que sólo Dios sabe como brotan de esas florecillas hermosas, de color amarillo pero con delgadas franjas de color guinda.

 

Allá, mirando hacia el pequeño llano se mira el pueblo, de cuyo caserío emergen las bóvedas marmóreas del templo parroquial, su torre, la antena que da señal a los teléfonos celulares; la villita y su torrecilla, algunas palmas de dátil y coco que miran airosas los tejados, que ceden espacio cada año a las construcciones de concreto armado. Desde esta posición y con mirada ligeramente hacia el noreste, parece aproximarse Zotoltitlan, pero no: es una apreciación engañosa, pues Quiauhtepec muestra una especie de espinazo arqueado convertido en parteaguas y sin embargo permite distinguir las callejuelas de sus tres barrios. Zotoltitlan es una comunidad rural que ha crecido en habitantes en las últimas décadas. Tomó su nombre del zotolin, cuyo tronco semeja al de coco, pero en vez de palmas le cuelgan unas tiras fibrosas que le brotan en la parte superior del tronco. Carece de ramas, pero la base de esas tiras tiene forma de cuchara (shomalli, en náhuatl) y ese uso tuvo por siglos en las festividades sociales y religiosas de muchísimos pueblos; con esas tiras se confeccionan coronas y hermosísimos arcos que se colocan como adornos a la entrada de los templos. La partícula ti es ligativa, de ahí que Zotoltitlan se defina como “lugar entre zotolines”.

 

Empero, a lo que vinimos, parece que nos decimos sin hablarnos. Con cuidado buscamos los nanches atenques, aquellos que muestras un verdor claro, tendiendo al amarillo. Lamentablemente los arbolitos acusan a visitantes recientes, quienes les han desprendido algunas ramitas con fruto, dejándolas pendientes. A mis niñas les hago notar el descuido de quienes en busca del fruto han herido los arbolitos. Acude el refrán: “al árbol que da fruto se le apedrea” y no debemos dar ese pago al árbol que nos da lo que logra extraer del aire, del calor, del agua y de la madre tierra. Lamentablemente no tenemos conciencia. Con ese remordimiento, busco palma y con ella sujeto las ramas que cuelgan por abertura de la de mayor grosor: Lo hago, como quien venda dedos abiertos, juntándoles sus bases, dejándolas como estaban hasta antes de que las jalonaran para desprenderles el fruto.

 

Mientras ejecuto mi labor fitoquirúrgica, mis niñas me muestras muy contentas, dos bolsitas de polietileno, con casi dos litros del fruto. Disfrutan su momento de campo y parece que ahora sí distinguen mejor un arbolito de nanche. Y saborean uno, luego otro y otro.

-¡Papá! estos saben mucho mejor que los otros que venden en el mercado –me dicen con emoción.

-Es cierto, -les contesto. Éstos son silvestres, naturales sin injerto ni agroquímicos. Aquellos tienen más pulpa, pero de menor sabor.

Y de pronto me asaltan con su pregunta. ¿Que quiere decir Nantzijitla? Tras una pausa que mi ignorancia alargaba, y para no confundirlas, opté por decirles que me era imposible desaglutinar esa palabra, así al momento. Nantzin, es respetable mamá, tla, término que indica abundancia y también locativo, pero la intermedia ji, ignoro de qué vocablo procede. Bueno, ellas saben que lo que ignoro, lo manifiesto. Enseguida me ofrecen cinco nanches amarillos. Su sabor es incomparable a pesar de no estar totalmente maduros. Estamos ya sobre la piedra con pequeñas perforaciones naturales, hechas como a capricho de la narturaleza.

Emprendimos el retorno, pero en el descenso vimos que allá enfrente, sobre las grandes tierras o laderas, se han colgado los hilos de lluvia. Bajemos aprisa, -les dijo a mis niñas- porque esa lluvia casi siempre llega. Me preocupa la posibilidad de mojarnos, pero sobre todo, la palabra Nantzijitla, porque ¿cómo está eso que la culebra de anillos rojos, negros y grises se .llama tzicatlinan? Literalmente es la mamá de las hormigas y tengo versiones que en cierto tipo de hormiguero (de las llamadas tzontetas) viven dichas culebras; todavía más, cuando las hormigas acarrean su alimento verde, si el agua de lluvia anega su paso, se atiranta la culebra y les sirve de puente y aquellas pasan sobre ella para guardar su alimento. Pero también conozco la llamada Tlalnantle, una especie de minilagartija negrusca. Dicen los mayores que se llama así, porque nace no de pareja, sino sola, de entre los adobes de las paredes o muros, en pocas palabras, su madre es la tierra. Tlal, de tlalli, y nantle, madre. En el retorno mermó el de por sí escaso nanche que cortamos, porque saboreándolos de uno en uno lo disminuimos; y como no, si su sabor es mejor al que venden en otras partes.

MASEUAL Noticias, es un sitio de información periodística en internet, con más de 17 años de experiencia

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Log In or Create an account