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Columna

POR LA LIBRE 2152

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Por IGNACIO CORTÉS MORALES / MASEUAL

 
1.- Por si aceptas
Cuernavaca, Morelos, México, 8 de septiembre de 2019.- “Con que estamos tomando. ¿Qué es?, ¿whisky?. Vamos, y ya tenemos una botella vacía y otra iniciada; ¿pensabas darle fin?. Haces bien. ¿Puedo poner la luz o seguimos a oscuras?; ¿romanticismo o queremos escapar de la realidad que fabricamos?. Whisky, oscuridad, silencio, desorden. No hablo, ha llegado una extraña, una extraña a la que se le insultó recién y resulta que quien se deja caer, quien se tira, es otro. Se queda sentado, no prende las luces, se sirve un trago; sólo le faltó la música de José Alfredo y echar bala, o tirarse a la mitad del patio para que el vecindario le vea y se compadezca, caiga al lado de él, se ponga de su lado y yo quedo como la villana. Permíteme que aplauda; es una gran escena; el otro trae los mariachis y se lanzan contra las mujeres, las pérfidas que engañan, las infieles, se les quiere y abandonan, no entienden el amor y fidelidad de los hombres. ¡Excelente!… pero resulta que el insulto vino de un señor al que le brindan todo el cariño de que se es capaz, y en lugar de valorarlo, echa a andar su imaginación y le grita a la enamorada que un día lo va a engañar; ya lo tiene todo previsto, sólo le faltó el nombre del susodicho, el día y la forma en la que te engañaré con un joven apuesto”.
“¿Acaso nos pillarás cuando entres, sin tocar, a la oficina, y me tendrá en sus brazos; nos besamos, y ni siquiera te sentiremos, y te irás sin decir nada, te perderás, te sentirás fatal y al borde del suicidio?. Eso no sucederá. Te amo, te amo. Ve, apenas te dejé y pensé en regresar. Esperé el sábado y vengo esta noche del domingo, y lo hago a tiempo; tardo dos horas y te encuentro con una congestión alcohólica. Pero, vamos, di algo; llevó la media hora hablando y no escucho nada de ti; ¿te comieron la lengua los ratones?. Muy bien, muy bien. Sigue ahí; mejor, quédate ahí, llora como plañidera si te parece; compadécete; yo ya me voy, cuando quieras salir de tu depresión en la que te has metido por tu inseguridad, me avisas. Mientras, ya me voy, que te aproveche”.
“Eres lo más decepcionante que he conocido y conoceré en mi vida. Lamento mucho lo que está pasando. No creí que fueras tan frágil. ¿Qué clase de hombre eres?, ¡Eres muy minúsculo!. No te levantes, sigue sumido ahí, no oigas, no hables; ¿quieres que te llene el vaso para que sigas tomando?. Es bueno para la salud el whisky, la bebida ayuda a olvidar, disfraza la cobardía, envalentona, pero creo que no es tu caso, a ti no te vuelve valiente, te acobarda, te hunde, te anula o, mejor dicho, te descubre como eres, y así eres, y ¿sabes?, lamento y mucho, haberme equivocado, amarte; no lo mereces; tus dudas son increíbles. Quédate con ellas. ¡Jódete!. Algún día saldrás, pero yo no estaré ya. Quédate contigo, festeja tu triunfo, disfrútalo; haga lo que se le antoje, Señor S”.
C todavía reculó un par de pasos, quiso decir algo más, pero no pudo, sabía que si algo decía, S quizá se dé cuenta que la voz no le responde, que se quiebra, y ya no quiere lío; aunque, armándose de valor, acomoda la voz y lo más firme que puede le grita: “eres muy injusto!”. Ahora era ella la que se ha derrumbado, por lo menos está a punto de ello
S parece que despertara, vuelve lentamente la vista, se posa en ella, y como si la viera en la primera vez, se va levantando, se acerca, C está casi desfallecida, llora en silencio; él se arrodilla, le coge las manos, los dedos, los acaricia, los besa, los siente; haz vuelto, estás aquí, perdóname, perdóname, soy un tonto, estoy loco, y le pone la las mejillas en las rodillas e insiste: perdón, perdóname, pero es que te siento tanto que la sola idea de perderte, de que algún día no estés, me tira: La verdad es que no sé qué decir; por favor, disculpa. Ella levanta la vista llorosa, le toma el rostro, se acerca, apenas un toque de labios y él le llena de besos, en las mejillas, en los ojos, en el cabello, y, si pudiera, en el alma, en el corazón, hacerle para sí, tomarle, entregarse hasta el infinito, ser de los dos.
C se levanta, él le sigue, igual se pone de pie, “me voy. Tal vez no debí venir, ruego tu perdón. Irán por mis cosas”, pero no te vayas, es tarde; quédate, es decir, si tienes a bien perdonar mi bajeza, la ofensa del viernes; “si no se repite, sí; habrá que discutir tantos detalles, el principal, que olvidemos edades e inconvenientes. Soy para ti y tú para mí”.
Te lo prometo, le dice él. Ayúdame, por favor, arreglemos esto, cenemos y platiquemos.
“Yo lo hago, arreglo, veo qué hay en el refrigerador y, mientras, éntrate y date un baño”
Tienes razón, no tardo, salgo pronto y te ayudo a poner la mesa. Pedí que me dejaran el fin de semana solo, por eso no hay nadie. Me ducho y vuelvo. Su trajín lo detiene, va a ella, le toma las manos, le vuelve a pedir perdón y le promete que irán juntos, cerca el uno del otro, pensarán en el futuro, sin importar el tiempo que sea. Ella lo separa y le señala el baño; me mandas a bañar”, “sí, y debí hacerlo en el otro sentido”, ríe y lo hace para sí, “pero no puedo, la verdad es que te amo, no puedo vivir sin ti. Ve, aquí estoy”.
Prepara la cena; algo sabe de cocina; huevos con jamón es sencillo. S no aparece pronto y C pone la mesa. Pese a lo sencillo de la cena, ella se afana, la canastilla con el pan, los cubiertos, los pequeños manteles, café, todo, busca darle un toque especial, un arreglo cuidadoso. La primera vez que cocina para él, y se ve gustosa, se diría que feliz; quiere impresionarlo, aunque sólo sean huevos con jamón. Cuando todo está listo, él aparece, se ha afeitado y perfumado, pantalón de vestir y una camisa bonita, no pude hacer más; no sé hacer milagros, “pero si te ves excelente, muy guapo. Entiende, y métetelo a la cabeza, te amo de verdad. No sé qué haría sin ti. No dudes de mi amor y menos que te engañaré algún día; tengo principios y mis sentimientos son firmes, sólo para ti, siempre”. Pero, vamos, ahora a cenar, que ya hablaremos luego. Tengo mucha hambre”.
En la cena nada pasó, todo bien, y, al final, quédate conmigo, no te vayas. Dame las llaves de tu coche para meterlo, mientras, ven, te llevo a la recámara, en el baño hay cepillos nuevos, dentífrico, todo, lo que no tengo es pijama para dama, nunca se me ocurrió comprar una, pero tengo algunos míos, ponte uno. Ya vuelvo, voy por el coche.
Ella no dijo nada, enfiló al baño, se aseó, preparó la cama. De plano la pijama le quedaba grande, pero no le preocupó, sabía que no la necesitaría, y sólo se la puso para guardar las formas. Se metió a la cama. En la cabecera algunos libros, tomó uno, Shakespeare, prendió la luz de la lámpara, pero apenas tuvo tiempo para leer un par de líneas cuando S tocó a la puerta, preguntando si podía pasar, ella respondió “estás en tu casa”, río; él entró, pidió permiso, fue al sanitario, se aseó y se puso la pijama, mientras que C leía un poco más. En cuanto él entró, cerró el libro para prestarle toda la atención; sería su primera noche en casa de S y sabía lo que vendría y lo anhelaba. Sabía que se jugaba su última carta desde que entró a la casa; sabía que el regreso no sería sencillo, que él tenía dudas y ella tendría que buscar argumentos para que se le aceptara y lo logró; la joven se vio más madura y segura que él, quien volvió a verse al espejo y le vino nuevamente la imagen cuando los dos quedaron atrapados en un espejo y se vio la diferencia de edades, lo que se le acentuó, y nuevamente pensó en el engaño de ella, algún día, por su juventud, no por sus principios, pero puso en la balanza juventud y principios, y él resolvió que los principios de ella estaban por encima de la juventud.
Tomó su lado y se le acercó, dándole las gracias por venir a mi casa, “pero estoy seguro que tú irías a mi oficina apenas llegaras a la oficina”, la verdad es que no, por más que lo deseare, porque sé que la diferencia de edades ahí está, existe, “mira, yo no vine para encontrarme con esa discusión, sino a encontrarme contigo, a pedirte que vayamos ambos por el mismo camino sin importar los tiempos, ni las edades, ni circunstancias, ni nada, y si no estás dispuesto a entenderlo así, creo que estoy en el lugar equivocado. Si me permites, voy a otra habitación. Me dices cuál es, asígname una”. Perdón, no sé ni lo que digo, disculpa, “pues de una vez entiéndelo, el amor es para disfrutarse, no para padecerlo. No quiero seguir en el mismo tenor, no quiero que tres veces al día se diga lo mismo, que emerjan las dudas, que vuelva tu inseguridad, que no haya paz, ni tranquilidad. Yo quiero un roble, no un arbusto, y si no lo puedes dar, esto se esfumará”.
Tienes razón, no vuelve a suceder. “Parece que son promesas de borracho, y eso no lo quiero ni lo permito. Aquí vamos a volar, y si tú quieres quedarte en tierra, no es para mí, y te lo digo con gran responsabilidad. O volamos juntos o te quedas y me voy ya. Parece que la duda, la desconfianza, la angustia, no te van a dejar. Yo no quiero un hombre así. Voy contigo con todo lo que sé de ti, con todo y lo que está por venir, pero si no quieres, si te empeñas en verte como un moribundo, como un cornudo, qué se le va a hacer. Yo estoy dispuesta a luchar contra realidades, no contra fantasmas, ni tampoco contra supuestos. A los demonios se les ahoga, están dentro, no fuera, óyelo”.
Serena, veamos cosas simples y decides. “Pero si está decidido, si vuelves a tomar una palabra de edad, vejez, diferencia o lo que sea, me paro de la cama y no me volverás a ver”; está bien, pero te pregunto, “qué me vas a preguntar. Déjame ver si adivino, que si el pelo blanco, para empezar lo encuentro interesante, pero si quieres, ve con un buen estilista y te lo resuelve. Ya se inventaron los tintes, y que si los lentes, elimínalos con un oculista, y no es nada nuevo; de la capacidad de trabajo, tú lo haces por más de diez horas diarias y lo haces bien. Del cansancio o demás, una buena alimentación, nutriólogo, vitaminas, cuidados naturales y adelante, y ahí incluyo todo lo demás. No te apures y ven, ámame. Si se nos hace tarde no hay problema, estoy con el dueño de la empresa. Anda, ven, acércate, hazme el amor, y no pienses más”, él intenta argumentar, pero un beso lo impide, y todo desemboca en el amor, y él le quiere, y ella también, y los dos, como les dijeron en aquella noche de declaración, que se estuvieron buscando y se encontraron, y ella no estaba dispuesta a dejarle ir, y él lo que menos quisiera es que se separaran, pero sí, el miedo existía, miedo a perderle, a que lo traicionara tarde o temprano, y aunque sabía que era una ofensa para ella que no había dado motivo, no dejaba de pensarlo, de padecerlo, de sufrirlo, de removerle cada centímetro de él.
Al día siguiente, “en algo no pensamos, no tengo ropa, voy a pasar a casa y te veo en la oficina”, perdón, de verdad, y no hablamos con tu mamá. “De eso no te apures, mi mamá me lo dijo, que si regresaba sería señal de que todo se había acabado, y que si me quedaba, las cosas serían positivas. Mi madre es una gran mujer y te aprecia. En estos días todo giró en torno a ti, si hasta parece que el hijo eres tú y no yo; si hasta me pongo celosa. Mi madre te prefiere a ti”, seré su hijo político, hace bien tu mamá en quererme, sí que sabe elegir. “Presumido”.
Vamos a desayunar, ya está preparado todo. Desayunamos y me voy a la oficina y tú a tu casa, nos vemos en el trabajo después. Gracias, de verdad, muchas gracias, me haz devuelto las ganas de vivir, de emprender. No te vayas, no me dejes; tú eres yo, si no estás, lo demás no importa. “Está bien, pero vamos a esperar un poco antes de casarnos”, pero no tiene sentido, nada cancelé, podemos seguir; “de favor, vamos a esperar; dame la oportunidad”, te lo acepto si vienes a vivir conmigo; “no, me quedo en casa”; si es por cuidar a tu mamá, puede venir ella también. “No es por eso, que queden las cosas como hasta ahora, como están. Ya tendremos tiempo. Si quieres puedo venir y quedarme, cuando tú lo quieras, cuando yo lo acepte”; ¿y las murmuraciones?, “si me quedo por siempre será igual que si vengo de vez en cuando. Que digan misa, ya se cansarán, y si no les damos importancia, mucho más. Estoy contigo porque te amo y no me interesa lo que piensen los demás, tan tan. Fin de la conversación, ¿vas de acuerdo?.
Ya lo decidiste. Lo que tú digas. Si quieres esperamos. Encárgate de parar todo, por favor; “sí”, y fija la fecha próxima. “Ya te la diré”
Desayunaron y salieron, cada quien en su coche. ¿Será para siempre?, preguntó él antes de subir a los autos. “Sólo te digo que no dependerá de mí. Tú tienes la decisión, asume tu responsabilidad. Si te sigues atormentando, lo trasmitirás y me iré. No estoy jugando. Estoy enamorada de un hombre, y si este hombre se vuelve un adolescente, me voy. Los adolescentes no me gustan. Espero que lo entiendas y si no, habrá tiempo para el adiós”.

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