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Columna

POR LA LIBRE 2159

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Por IGNACIO CORTÉS MORALES / MASEUAL

 

1.- Tan cerca de ti estoy     …ya llegaste…

 
Cuernavaca, Morelos, México, 15 de septiembre de 2019.- Regresa del viaje, S, uno de tantos. La empresa a un paso de la internacionalización, y era necesario; tres días, apenas comunicándose con C, unos instantes, las negociaciones no son sencillas, la contienda es brutal; los gringos no dejan la plaza con facilidad, si sienten que el universo les pertenece, más su país, pero ya está resuelto, fue triunfo del equipo, y de retorno, bajando del avión.

No llama por el celular, va a casa a darse un baño, arreglarse y a verle; no necesita decir su enamoramiento, flota en el aire, se ríe de todo, las dificultades las ve ligeras, saluda, y si pudiera, a todos a su paso, lo haría; en un ejercicio de pregonar el sentimiento, haría partícipes a todos de lo que se lleva en sí, pero es un pleonasmo porque no es necesario decir nada, se nota lo que dentro tiene tan vivo; se ha apropiado de él.

Sube al auto y va a casa de C. Quiere encontrar alguna vendedora nocturna para comprar unas flores, pero no hay nadie en una noche fresca, rica, iluminada, y él en el auto; quiere llegar ya a su destino; la búsqueda del arreglo le hace ir a un ritmo más lento, hasta que se da por vencido y acelera, que con las manos vacías no va, trae un presente que le entregará, pero las flores sí que faltan; ya será para otra vez.

Llega, apaga el auto, sale, cierra y enfila al edificio. No tiene llaves; está cerrado, son las 2 de la mañana y está cerrado, por lo que sólo queda el llamar por el móvil, pero ella estará dormida, y claro que bajará y lo abrazará, y le parecerá genial que le despertara, sin embargo, tras sacar el teléfono tiene la duda, quizá sea preferible esperar al día, pues no avisó de su regreso, se le esperaba un día después; las negociaciones fueron a la velocidad no esperada y se ganó un día. Se recarga en el auto, guarda el celular, mira el departamento, la recámara da a la calle, ella debe estar dormida, cobijada, así le gusta, hasta en la playa, y en el dormir no pierde su belleza, el color de las mejillas lo lleva de tatuaje, sus hermosos ojos, cerrados, toman más serenidad que abiertos, y la nariz, los labios, en perfecta armonía con una frente que con la barbilla son el alfa y el omega de la belleza, en ellas inicia y prospera la hermosura de una cara especial, lejos de lo tan común, y en reposo toma senderos de santidad, de paz, de glorificación a la vida, y así las horas contemplándole, sin tocarle; que nadie se atreva a mancillarle, ni siquiera en aras del amor, ese sentimiento tan impertinente que quiere poseer todo, que no deja que ni al sueño se le dé la libertad de robarle a la amante que le lleva hasta cuando no está.

Él la dibuja con las manos, aunque sólo es el pensamiento el que le lleva; S al auto y C en su departamento, cobijada toda, durmiendo, o quizá despierta, seguro pensando en él, de cuando vino la declaración en la pista de baile, los aplausos de la concurrencia, la discusión de la edad, los fantasmas, las realidades, el temor al engaño, la fiereza de ella en el reclamo, la salida y el regreso; la primera vez que se vieron, brava para exigir el lugar para la entrevista y saber que él sería el entrevistador; el sentimiento que en ella así nació, igual en él, y el primer viaje, la vez de quedarse solos, el sentirle cerca, el ir al encuentro con el amor íntegro, de unión del cuerpo y el espíritu, de ser de sí para él-ella, de fundir los sentidos en una melodía de sueños, de hacerse de sí y la pareja; ¡los dos!.

Él se mete en el coche, vuelve a salir, se recarga en el edificio, abre las manos que pone en la pared como si lo hiciera con ella, y la fría superficie ya no lo es tanto; no es nunca la flotante y etérea fantasía, es la conciencia de las cosas y la única manera de sentirla al modelarla en la pared que conecta su departamento, su cama junto a la ventana, a la que no puede escalar ni teniendo 30 años, y menos estando todo cerrado; ella, friolenta, no va a dejar nada abierto en el descanso, que al trabajo mañana temprano.

Ella duerme, de lo contrario hasta la casualidad le hubiera echo volver la vista y encontrarle, y entonces ponerse encima algo y bajar corriendo por lanzarse sobre él y besarle.

Sí, son dos adolescentes, porque la edad se anuló por el sentimiento, al menos en el instante de encontrarse o de pensarse, de ser de sí con tal armonía que parecen tan destinados que se hubieran encontrado hasta viviendo uno en China y otro en México.

Ella duerme, y la calle donde vive es de él, da unos pasos, y no le ve, pero no importa, está ahí, a unos metros, y eso le emociona, y no reclama, es como el amor que se queda sin ser declarado, que late pero sólo en uno, que la otra persona ni siquiera lo intuye, es imposible, pues acaso se han visto dos veces y apenas han cruzado palabra, pero ella está en él aunque no lo sepa, y así S, que, al acariciar la pared, lo está haciendo con C, a quien le hace el amor centímetro a centímetro, paso a paso y suspiro a suspiro, donde se entrecorta la respiración, y se dicen monosílabos, dejando que hablen los cuerpos todo el idioma propio que arranca sueños al tacto, contando tesoros que el otro lleva, y el otro toma igual su parte de amor en completa reciprocidad, en símbolos inventados en el momento, para que el próximo encuentro también tenga sus símbolos propios que no se repiten por mejor hechos que estén, y no hace falta, el amor tiene su propia inventiva, su tiempo, su pausa, su improvisación.

Vuelve al auto que por ahora siente que fue suficiente. Sin estar, estuvo; él estuvo y qué importa que ella no hubiera estado, que ya estuvo con él porque el pensamiento es más fuerte que cualquier físico, y ahí se hablan, se dicen, se dictan, se toman, se dejan, se vuelven a tomar, y queda siempre tiempo para una vez más que no requiere lugar ni tiempo, sino sólo es cuestión de cerrar los ojos para verse acercar las manos, los labios, todo el cuerpo que es el de uno para el otro y de regreso, sin palabras o con todas las que el mundo tiene y que sigue inventando, pero hay una palabra sempiterna: el amor.

Una mirada, una última y entra al auto, que ella duerme, y ya mañana le verá, llegará antes que ella ponga la acostumbrada flor que quién sabe de donde la trabaja, pero ahí está, y es ella, y la besa S, y ella aparece tras la columna, y le asusta, y él se ríe y la besa

Han sido unos instantes, y las calles desiertas no pueden ser testigos de lo que él pensó, ni se lo imaginan.

Él enciende el coche; algo lo detiene, un instante apenas; otro auto se estaciona atrás; S apaga. ¿Quién es?, mira el reloj, las 2:20. ¿C?. Él baja, ella también; un segundo de turbación, recupera y va hacia él que no sabe qué hacer, ¿con quien viene?, piensa. Serio, hierático, se diría con propiedad. “No sabíamos que vendrías” -¿quiénes “no sabíamos”?, se pregunta. ¿Ella y quién?-.

Te da mucho gusto verme, ¿no es así?. “Desde luego; lo que pasa es que no te esperaba; me sorprendiste”.

Lo compone, sigue hilando él, ahora no dice “no te esperábamos”, sino “no te esperaba”. ¿Se habrá dado cuenta de su error o es simplemente un mal manejo del lenguaje?. Él no la abraza, C lo nota, quiere aliviar la situación, quitarle la tensión; parece tarde, pero lo intenta. Él la aparta con suavidad, se dirige al acompañante de ella que se acerca presurosa. “Es el ingeniero R. Lo contraté ayer, es experto en sistemas, lo necesitamos. Patricio te presento al dueño de la empresa”. El dueño de la empresa, eso soy para ella, el dueño de la empresa, no su novio, su pareja; el dueño de la empresa, y le habla con familiaridad. P.R. se aproxima, le estira el brazo. S lo saluda con tanta cortesía como frialdad.

-Licenciado, mucho gusto. Perdón las circunstancias, Salimos a cenar, dice él con naturalidad porque no sabe de la relación. Fueron a cenar y C no se la dijo.

¿Cómo?, pregunta S con una incertidumbre angustiante. “Sí, es que salimos tarde del trabajo, después de las 12, arregló mi computadora para tener lista la información que te íbamos a mandar mañana para firma, después de que los licenciados de la empresa y los traductores analizaron el convenio. Mi coche no arrancó por la mañana. Patricio me traía, pasamos a cenar. Perdón por no avisarte. Pensé que estabas descansando para el día de mañana y no quise llamarte”. Patricio advierte lo que sucede; hombre de mundo, tiene aplomo, sabe el momento justo para alejarse. –Licenciado, mucho gusto, mañana nos vemos en la oficina. S no responde, le da la mano y lo mira irse, C se queda; desconcierto por todos lados, muchas preguntas por contestar.

“Cómo te fue, me sorprendes”. Bien, ya platicaremos mañana. Dame la llave, subo contigo, si me lo permites; “por supuesto”. Ella siente su molestia y no quiere hablar, quizá una palabra mal dicha, mal puesta, ocasione algo grave. Mañana se hablará con calma. Hoy es tarde.

“Hija, qué bueno que ya llegaste. No me preocupé tanto porque dijiste que tendrías hora para llegar. Qué bueno que estás aquí”, dijo la mamá desde su recámara.

Él, más que mirarla, la escudriña. ¿Sabía que la computadora se descompondría?; ¿lo de la cena no fue casual, sino planeado?. Ella aviva la mirada, mueve los ojos. “Iba a quedarme tarde, preparando la documentación; se descompuso la máquina y fue más de lo pensado”. ¿Por qué no te trajo el chofer?. Tiene instrucciones precisas de estar a tus órdenes, de velar diez noches, si es preciso; más si se dio cuenta que no llevabas tu auto. ¿Ya no estaba?. “Sí, sí estaba, pero Patricio dijo que él me traería”. Así que ese joven determina por encima de mis órdenes.

Ella no sabe qué decir. “Tienes razón, perdón, fue una situación que se presentó, y como no te esperaba…”. Él dibuja una mueca, se muerde los labios, pasa la lengua por ellos, no quiere decir nada. La mira con fijeza, como lo ha hecho desde que llegó; al final, atina a decir, nos vemos mañana, buenas noches, que descanses.

La mira, ella toma distancia, dos pasos, y S, antes de salir, pregunta: ¿Me hubieras dicho tu llegada tarde si no lo hubiera visto?.

“Vamos a empezar otra vez. Por supuesto que sí. No entraré en detalles. Nos vemos mañana”.

Él se pregunta: ¿es necesario tanto enojo?. Con decirme sí, bastaba. Ya no pregunta, sale, camina, toma las escaleras, desciende despacio. Siente un gran peso, ahora arrastra los pies. Camina vacilante; muy, muy lento…

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