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Columna

POR LA LIBRE 2194

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Por IGNACIO CORTÉS MORALES / MASEUAL

 

1.- La llamada

 
Cuernavaca, Morelos, México, 20 de octubre de 2019.- Tras de un día completo de meditarlo, de querer entender al tiempo y sus circunstancias, el amor y el desamor, el mañana y el nunca, del sueño de amor que quisiéramos que nunca terminara, a la pesadilla que no se acaba pronto, de la inmensidad del infinito al ahogante espacio limitado, de la luz del nacimiento a la oscuridad fúnebre que nunca se extingue; de la razón a la sinrazón del sinsentido, de la risa más fresca a la carcajada que se torna poco a poco en llanto que convulsiona, del amor que le llena las venas y el alma a la realidad que no le dan más años que la ilusión de tenerlos, S ha tomado una decisión sobre C, viviendo el momento más intenso de su vida, todo en el cenit, aunque tan cerca del ocaso que todo lo arruina, lo corta, lo cercena, lo masacra, lo asesina al paso, le cierra las puertas y las ventanas, le quita hasta el aliento más sentido, lo pervierte, le entrega el lado oscuro de la luna para que nada se vea, para que no le duela tanto el olvido, para que no tenga recuerdos que lastimen, para que no haya nada, ni siquiera la nada, el vacío, la oquedad, el hoyo negro que quién sabe dónde se termina, si es que en algún instante o en cierto lugar del universo se llega al único final, de lo que no hay testigos, a lo que se acoge S que no quiere que nadie sepa lo que tiene que pasar en este instante tan definitivo, en el que el tiempo aparece propio, para acelerarse o para detenerse o para dejar de existir hasta el propio tiempo de pululantes manecillas intrépidas, que nunca se cansan ni se aburren por recorrer el mismo camino siempre …

Vuelve a dudar, se detiene; tiene el número marcado ya, pero no se decide y deja sobre el escritorio el móvil; da unos pasos, se vuelve, se detiene él y el tiempo, hay un vacío, es la indecisión, es la carta del juego de su vida, pero, hasta ganando, puede perecer, la dualidad del triunfo o el fracaso, pero con un solo desemboque, la dureza fría del morir acaso a la vuelta de la esquina, la duda que no se abandona, es la espalda de sí mismo, es la noche que tiene que darse al concluir el día, y el día es de invierno, corto, apenas de lo suficiente, es un paréntesis pequeño, y que se cierra si acaso tuvo el atrevimiento de abrirse en la timidez del existir del suspiro, es el presente, que es tan efímero que parece que no existe y sólo queda el pasado y, si acaso, el futuro que quién sabe si vendrá, si el destino le permitirá existencia o sólo quedará en tiempo y sin actuantes.
Hay una pausa, otra más, antes de volver hacia el escritorio, donde dejó el móvil al que sólo le faltó mandar para que la llamada saliera, y ya con el celular en la mano, siente que no puede retroceder, que es la hora de su realidad, de enfrentar las cosas como van para no quedar como un imbécil, aunque por momentos piensa que es lo mejor, pero, en realidad, es una indefinición, una cobardía disfrazada, pero cobardía al fin; un estado que no le va a nadie con gallardía, es la salida por la puerta trasera, es la negación de sí.
Al fin llama… C no responde. Un tono, otro tono, uno más, y viene el cuarto y ninguna voz del otro lado. No tiene que estar al pendiente del móvil, piensa, pero con inquietud, y nuevamente marca; tampoco encuentra respuesta; la ansiedad viene con más aspereza; algo está pasando, se dice; ¿y si está con alguien?, ¿quién es ese alguien que le absorbe el oído?, ¿la vecina, o está platicando con su mamá, o dejó el celular en otra habitación, en la sala?, y sigue inventando historias hasta llegar con su temor sempiterno, que no se quiere mencionar, no una vez más, ya no más tormentas. Se acabó, al tiempo que cierra el teléfono; se dice que así es mejor, que no hubiera respuesta. Las cosas suceden por algo, se repite; se sienta, se siente mal, vibra el móvil, eso es, se dice, lo tenía C en el vibrador, por eso no tomó la llamada. Es tanta su desesperación que corta la llamada. Ve el número, no es de ella, se alegra de haber quitado el telefonema porque ahora no tiene cabeza para nada que no sea C, en este momento de angustia, de no saber qué hacer, si volver a llamar, si esperar, si tirar el aparato, romperlo; ya, ya, que se acabe, adiós, nada, nada qué hacer; lo intenté, la suerte está echada, hasta nunca, que se quede sola…
¿Ella o yo?. No es necesario responderse, ya sabe lo que corresponde, para qué seguir en la herida, regodeándose. Fue el día final. Se sirve un trago que acaba de un envión y otro más; el tercero lo deja, como dejó el móvil, pero no lo apaga; su obstinación se lleva a la posibilidad de que le llame; ¿y por qué no lo hago yo, una vez más?, ¿qué más da, una cuarta llamada?, ¿qué sepa que tengo gran interés?, ¿y qué?, ¿me voy a andar cuidando a estas alturas, jugando al ajedrez como adolescente?; y llama; tampoco se da la respuesta. Mira el reloj son las 11 de la noche, no es tan tarde; toma un sorbo, apenas, y se dice que no se emborrachará; sabe que no tiene sentido, aunque duele este trance.
Deja el móvil y se dirige a la salida cuando entra una llamada. Puede ser ella o quien intentó comunicarse hace un momento. Duda, una más; camina despacio y toma el celular en el momento en que deja de sonar, ve el número, y es ella; quiere marcar él, pero se frena. Yo lo hice cuatro veces, si le interesa, insistirá, si no, todo quedó definido
Los minutos corren… Uno… el celular está muerto… Dos… nadie se comunica en este mundo en este momento… Tres, las comunicaciones se han caído y quizá para siempre… Cuatro… ¿Qué estoy esperando?… Cinco… ¡Es tonto lo que estoy haciendo!… Seis… No llamará más… Siete… ¿Qué va a pasar?… Ocho… Me quedaré en la espera… Nueve… ¿Y si está esperando que le llame?… Diez… Yo no haré nada. Esperaré cinco minutos más y apagaré el móvil. Pero no, esperó más de diez minutos más, como hipnotizado, hasta que se da la llamada de ella. Deja sonar una, dos, tres veces, y a la cuarta, responde. ¿Qué le dirá?; no sabe; deja que sea ella la que decida.
“S, buenas noches, ¿cómo estás?. Perdona, dejé el móvil en la sala. Me recosté temprano, pero me levanté y vi tus llamadas. La regresé y luego esperé, pensando que tú atenderías el llamado y no quise que se cruzaran, pero, al ver que no hubo nada, insistí y aquí estoy, a tus órdenes. Tú me dirás lo que necesites. ¿Estás bien?, ¿pasa algo?. Dime, por favor”.
Él se queda sin respuesta. La escuchó, su voz cerca del oído, como para él; sólo para él se emite: lo valora en todo lo que vale; es de él su sonido, su musical hilvanado que se da en la intimidad, y él lo atesora y quiere que siga, por eso no responde nada por ahora.
El tono de su voz no es el que deseaba escuchar, se siente lejana; amable, pero tiene un algo diverso; como que hubiera querido más ansiedad, más adolescencia, desbordada, presta, tendiéndose en el deseo de poner un puente corto, sumamente corto para que se transite pronto, para llegar aquí y ahora: Nada de eso se advierte. Se siente nuevamente afiebrado, pero se recobra. Quisiera verte, hablar contigo. Ella no responde, no lo hace con premura, piensa, medita, deja correr instantes. ¿Es evidente que algo no está bien?, pero no quiere precipitar las cosas y aguarda; no vaya a ser que por insistir se acabe todo. Deja que ella se tome el tiempo, que interprete bien la petición y responda.
Él insiste, me gustaría hablar contigo ahora; “¿ahora?”. Sí; si no tienes inconveniente, desde luego. Piensa que quizá dejó pasar mucho tiempo y tal vez a ella llegó alguien, ¿o nadie?; por ello no quiere dar una respuesta, ni su tono de voz es suficientemente entusiasmada ante la llamada de él.
Algo pasa. Tal vez se rompió para siempre; ¿en sólo cuatro meses?, si no era un amor de adolescente, sino entre adultos, pero todo puede suceder y él se siente como bobo. Se arrepiente de haber llamado y luego de contestar.
“¡Ahora no es posible!. Ya es tarde, mamá está un poco mal, nada de cuidado, pero anoche no durmió bien y ahora igual. No estoy en condiciones. ¿Puede ser…”, y a él le dio la impresión de que no sabía qué decir. ¿Qué le iba a responder?, ¿en una semana?, ¿diez días, un mes… cuándo?, pero todo era elucubración de él, porque nunca hizo la pausa, fue sólo idea de él, precipitación, angustia, ansiedad, premura, no sabe; su malestar crece; no lo puede creer, y termina de escuchar: “¿Puede ser… mañana por la noche?, ¿a las nueve?”. ¡Sí!, desde luego, casi le arrebata la palabra. Pero, dime, ¿cómo estás?. “Bien, con mucho trabajo. Sigo tu empresa y tengo mi propio empleo. Perdón, no fue un buen día, mi madre ha tenido algunos problemas de salud. ¿No te importaría si hablamos mañana en la noche, por favor?”. Al final suaviza el tono, se esfuerza en ello, mientras que lo primero, si no es de fastidio, sí de cansancio, por lo que quiere cortar la llamada, pero él insiste: ¿Por qué no desayunamos?. “No puede ser, tengo ya citas, tres en la mañana y tres en la tarde”. Pues si lo prefieres, dice él, lo podemos dejar para la siguiente semana. Cerca estuvo de escuchar un como quieras, pero ella responde: “por favor, no es mi intención fastidiar, no te enfades. Tú sabes cómo soy en el trabajo. No sabía que tú llamarías, y, si lo hacías, cuándo lo harías. Apelo a tu comprensión. Aunque no me preguntes. Sí, me da mucho gusto escucharte. De verdad. No fue buen día. ¿Nos vemos mañana por la noche aquí, en tu casa… Por favor”.
Ya le hizo la noche, el día, la semana, ¿la vida?, y sólo le pregunta: ¿se te ofrece algo, a ti, a tu mamá?, ¿quieres que la llevemos a la clínica del doctor Z?. “No es necesario, es un malestar ligero, pero no deja de mantener en vilo”. ¿Quieres que te mande una enfermera para que se haga cargo de tu mamá?. Lo puedo hacer en este momento. “No te molestes”.
Sabes que no es molestia. Te mando al doctor y una enfermera para que tú descanses, que mañana será un día largo, y, de verdad, si quieres lo dejamos para pasado mañana, para el sábado. Déjame que te mande al doctor y que él valore si es necesario llevar a tu mamá a la clínica para que tenga mejores cuidados. Llega en media hora. “Está bien, si eso te tranquiliza, pero no vengas tú, por favor. Si lo haces me voy a molestar”. Vale, sólo irá el doctor y la enfermera para que se quede al cuidado de tu mami. “Gracias, los espero. Nos vemos mañana en la noche”.
¿No quieres que lo dejemos para el sábado?. “No, de ninguna manera; que sea mañana a las nueve; ¿te parece?”. Como tú digas. Gracias; descansa. El doctor Z te mandará el servicio.
“Hasta mañana. Gracias. ¡Qué gusto me dio escucharte!. ¿La verdad?, siempre estuve al tanto de ti, este tiempo… Mañana nos vemos”

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