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Columna

POR LA LIBRE 2215

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Por IGNACIO CORTÉS MORALES / MASEUAL

 

11- Guardemos silencio y amémonos

 
Cuernavaca, Morelos, México, 10 de noviembre de 2019.- ¿Cómo amaneciste?, le preguntó S, teniéndola entre sus brazos y quitándole el cabello que le cubría el rostro; ella se estiró, antes de responder y de mirarlo con ternura, amor y hasta llegar a la pasión, porque eso era, englobar desde la ternura más delicada hasta ir a la pasión delirante, al fundirse y pertenecerse, comunicarse los humores y sentimientos, el toque de sublimidad que se extiende por toda la epidermis, la tierra prometida, porque si antes ya habían estado el uno para el otro, ahora era distinto; fue el reencuentro de lo que llegó a pensarse que no sucedería más, pero sí; la vida daba la revancha, aunque sea una especie de oasis, pero sueña con que esto sea para siempre, no sólo el encuentro de dos cretinos que, por llevar la soberbia por delante, estuvieron a punto de asesinarse, de asesinar la ventura, el futuro, pero la palabra bastó para unir lo que, estando unido, iba a separarse tarde o temprano por incongruencia, porque sintiendo lo que sentían, se lo guardarían si uno de los dos seguía en la actitud despreciativa porque el orgullo ganaba.

C estaba hermosa, el sueño y el tiempo la habían respetado, la noche no le causó ningún daño, estaba como recién salida de la ducha; así era su esplendor, y, a lo físico, lo que en ella había, estaba la felicidad que le hizo ser más hermosa, sus ya hermosos ojos, se dejaban ver dichosos; eran los ojos, no unos ojos, eran el ejemplo, y de esos ojos, todos los demás, como de esa nariz, y los labios que invitaban a verse lo más cerca que fuera posible, y ya en ellos, besarlos y prolongar el instante por todo el tiempo que fuera, que un segundo en esos labios era la eternidad, era besarlos y morir, diría el poeta, pero ante S, a un instante seguía otro y a un beso el otro con mayor pasión y equilibrio, y él sabía el impacto que en ella ocasionaba, porque, aunque no había experiencia, era evidente la electricidad que se recorría de un lado para el otro, en el contacto simple, en el verse en el uno, el otro, los dos; era el hundimiento de la vida, el espíritu que se recreaba en cada uno de los segundos que estuvieran juntos, así que las palabras se quedarían cortas, así fueran las más significativas, para explicar lo que se sentía, pero él insistió, repreguntó: ¿cómo amaneciste?, y ella sonrió, estiró los brazos, se extendió, y no era necesario decir nada, era el símbolo de la plenitud, por lo que, cuando respondió, “plena”, era, acaso, un pleonasmo, y se le repegó, puso su rostro sobre el pecho de él; “eres un vanidoso; ¿qué quieres que te diga?. Sí soy feliz, me haces muy feliz cada vez que estamos… no me hagas que me avergüence. Déjalo así, por favor. Que te baste saber que te amo, que soy feliz, que me haces feliz, que soy de ti y, sé tú de mí, y vámonos justos hasta el final”.

¿Pasamos el día juntos?, “sí, pero déjame llamarle a mi mamá para saber cómo está, y apenas desayunemos vamos a verla, ¿podemos?, deslizó ella no en la petición de permiso, sino en la sana intención de tenderse la amabilidad, lo que sólo se da entre esos contactos sublimes del afecto y entre espíritus sanos, en el juego de ida y vuelta, y que, al ir lleva dosis precisas de amor que se devuelven en igual intensidad porque no existen las barreras entre ellos, no pasan diques, es el sendero libre, ajeno a los prejuicios, es de ida y vuelta, y viene y va cuantas veces quiera y la respuesta será igual, por los tiempos.

Tras de bañarse, él le llevó frente a un clóset y le pidió que cerrara los ojos, y lo abrió, y vestimenta de todo tipo para ella, lo mismo de gala que para la oficina o el domingo o el descanso, es todo para usted señorita, y el otro tipo de ropa, ahí, en los cajones, y los adornos, collares y demás, en este lado. En fin, lo irás descubriendo poco a poco, el día en que quieras venirte a vivir conmigo, casada o no; es una decisión que dejo en ti, para cuando quieras. A mí no me importa mucho sabiendo que te tengo y que tú me tienes.

Él fue a bañarse y a cambiarse en una recámara contigua, y bajó para verificar que estuviera el desayuno y que estuviera preparado el coche, que él conduciría, que no llamaran al chofer. Volvió a subir y tocó suavemente, y ella estaba casi lista, “pasa. Excelente gusto, la ropa es bellísima; ¿quién te ayudó a elegirla?”; la secretaria; “lo hizo excelente. La verdad es que es una persona eficiente para todo, tanto que voy a estar más cerca de ti, no vaya a ser por ahí algún descuido… Es hermosa, elegante. Así empecé yo y mírame, soy tu mujer. Te amo”.

Sí, mi mujer, sólo para mí, me perteneces y de mí para ti, igual. Pero, adelante, bajemos, ya debe estar listo el desayuno para que vayamos a ver a tu mamá. El doctor dice que se encuentra en perfectas condiciones, que durmió plácidamente y se le informó en su oportunidad de que te ibas a quedar. “Ella lo sabía, me lo dijo, lo adivinó”. Es una gran mujer, sostuvo él que le tomó de la mano para bajar y desayunar. Esperaba una mesa como ésas de set de televisión. Verla abría el apetito, y el desayuno transcurrió en total tranquilidad, hablando un poco de la empresa y los planes que se venían, deslizando él que le gustaría que ella regresara porque hacía falta, y ella inmediatamente dijo que sí, pero que le permitiera terminar con los pendientes que tenía, pues no se le hacía correcto dejar las cosas de un momento para otro, sino que había que liquidar todo para poder retornar con tranquilidad, con el deber cumplido, “pero seguiré en contacto con L para cualquier orientación, y en mis tiempos libres me voy a la oficina y nos veremos, supongo, todos los días”. Desde luego, y estaré esperando para reunirme contigo. Vente a vivir conmigo. Ya te dije, que tu mamá venga acá, se le destinará su espacio y se le pondrá el servicio que sea necesario, pero vente. “No puedo, no por ahora, por favor”.

Él no insistió, no le agradó, pero no era el momento de ser pesado, que ya vendrá otra oportunidad. Ya encontrará la manera para convencerla, que ahora a casa de la mamá de C, ya en otro plan, como pareja, y se sentía feliz, y ella también, los dos, era evidente.

La señora se alegró mucho, fue a su encuentro y le reiteró que es su casa y que podía ir cuando quisiera, en cualquier circunstancia, no sin antes agradecerle las atenciones que tuvo para con ella en el servicio médico, y se mostró contenta con la enfermera, para la cual tuvo halagos constantes, porque se mantuvo al pie de la cama, lista para lo que se ofreciera. Por fortuna nada, sólo se le aplicaron los medicamentos, y el resto fue dormir.

Señora, dijo S, le comentaba a C que se fueran a vivir conmigo; C tuvo un instante en el que quiso decir algo, pero se lo guardó, y la señora lo captó, no así S, por lo que respondió que ésa no era su decisión, sino de C, y que cuando ella lo determinara, así sería, que no tenía objeción para estar en el lugar en el que indicara su hija cuando dijera

-Es decisión de ella y no voy a decir nada. El día que mi hija lo considere conveniente, lo mismo que se vaya ella sola o que me lleve, es su decisión, no la mía, pero yo sabré estar bien donde me lleven, siempre materia dispuesta. No tengo ninguna objeción.

S se dio cuenta de que algo no andaba bien y desvió la conversación, y el punto no se volvió a tomar hasta que él se fue, ya entrada la noche, después de dejar a la señora en su recámara y agradecerle sus bondades, su hospitalidad y atenciones para con él.

“Te voy a pedir un favor”, dijo C, “todo lo relacionado con nosotros, lo hablamos nosotros, sin nadie más. Si ya habíamos acordado que no me iría, no tiene caso que lo toques con mi mamá. No me gustaría que presionaras nada. Las presiones no me gustan, y utilizar a otras personas para que sean ellas las que presionen, menos, por favor. Deja las cosas así, y si tenemos algo que discutir, que sea entre nosotros, primero nosotros y ya después los demás, así sea mi madre. Ella no se meterá jamás, y no me gustaría que insistieras, por favor. Mi madre me conoce y sabe perfectamente que la decisión es mía y no de ella; así lo hemos acordado, y así quiero que se extienda a ti, por favor”.

Bien, no volverá a suceder. No te molestes, sólo fue un momento cuando lo dije, y al notar que no te gustó, me fui con otra cosa. No te enojes, por favor, no por este día.

“Bien, no hay tema, así lo dejamos. ¿Nos vemos en la noche?, ¿pasas por mí al trabajo?. Me hablas para que esté lista y no te haga esperar. Tomo mis cosas y bajaré pronto”.

¿Por qué no nos vemos para desayunar, mañana?; “tengo una cita, ya lo sabes. Nos vemos en la noche”, y a él no le quedó más que aceptar las cosas, “pero no te vayas así, molesto. Es nuestro primer día completo”. No, de ninguna manera. Nos vemos en la noche, como acordamos”, y él se atrevió a preguntar con quién sería la cita. “Volvemos a lo mismo. Ya lo habíamos discutido, que ya tenemos las tareas y no te lo voy a decir porque no me gusta algo en tu voz”.

Simplemente te pregunto con quién será la cita, pero si no me quieres decir, no te apures. “No te lo voy a decir, ya te platicaré”. No me parece correcto, pero, en fin. Hasta mañana; paso por ti en la noche y le dio un beso no forzado, pero no con gusto total. “No te vayas así, molesto, ven, siéntate un momento en la sala. Escúchame, mi libertad me la he ganado a pulso. Te amo, pero no voy a aceptar presiones, por favor. Mi libertad es importantísima para mí y te ruego que tengas toda la confianza en mí.

Él trató de contemporanizar y poniendo toda la dulzura de que era posible, se despidió y el beso fueron dos, tres, cuatro, muchos, entre rápidos y prolongados, y salió.

¿Con quién será la cita?, y pensó llamar a su amigo investigador privado, pero lo dejó, por el momento. Algo intuía él y le volvía a asaltar… Es C o CCC. Pronto lo sabrá.

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