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Columna

POR LA LIBRE 2242

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Por IGNACIO CORTÉS MORALES / MASEUAL

 

1.- El amor de él o el de él

 
Cuernavaca, Morelos, México, 8 de diciembre de 2019.- Señorita C, he firmado el contrato; como se lo prometí, no he puesto objeción a nada, así que esta misma tarde lo tendrá en su oficina, dijo el escritor, quien preguntó: ¿o si prefiere, tendríamos, la próxima semana, nuestra primera de cuatro citas?. Ahí le daría el convenio. Usted ordena, usted da la vida, usted la quita, usted alienta y usted calla, usted es la que conduce, la que es luz y hasta la oscuridad; usted es todo, señorita; tiene ese hermoso talento de ser todo, por eso se le admira apenas se le conoce; se le ve y no se olvida. Perdone lo que le digo, pero usted lo inspira, es de los espíritus que rara vez se pasean por esta tierra que es toda caos, pero, el caos más extenso, el caos vivido, será tan minúsculo si se compara con la fortuna de mirarle aunque sea un suspiro; eso basta. Está usted tocada por dios, y mire que lo dice un ateo convencido, aunque con usted sí acudo a la dispensa de Einstein y de Spinoza. En fin, señorita le espero el martes a las nueve, por favor; si desea irán por usted, lo que disponga, su deseo es el mío, C.

Ella no dice nada del otro lado de la línea, ha quedado inmóvil, un corderito que dirige sus pasos al sacrificio, pero es el sacrificio con paraíso, es ella la que más quiere ir; ya es inútil resistirse, siente que se derrumba y ni siquiera piensa en S; irá a la cita, estará en su casa, y no será por el contrato; ya en ella no circula la intención profesional, está en el umbral del cielo y no se resistirá; es más, si el escritor le hubiera dicho que quería verle en ese instante, lo hubiera aceptado, porque era un embrujo que le quitaba toda la voluntad, le hacía olvidar las palabras que recién habría dirigido a S, pues apenas era la llamada del personaje de las letras y se entregaba en un orgasmo emocional que nadie le provocaba; lo aceptaba no con resignación sino con gloria de sentirse plena, de estar en un estado en el que no tenía cabida S, lo habría dejado de lado, pues su condición de ir todo metódico, sin espacio para la improvisación, todo en orden, no le entregaba aquella satisfacción total; con S había seriedad y paz, con el escritor la disparidad, hasta el total desorden, pero la gloria de la risa constante, de la alegría, del aquí y ahora, y esto se le daba y le atraía porque, en el fondo, tenía el espíritu rebelde, y deseaba no seguir las agendas, sino sólo el instante y se le brindaba la oportunidad de vivir como lo deseó por la eternidad, aunque no dejaba de sentirse plena con S que representaba la tranquilidad y la serenidad, “dios mío, ¿por qué no tener todo en una sola persona?”, se repetía dentro.

Apenas había colgado cuando el toquido en la puerta, de seguro era S, y sintió la culpa; desde luego que abriría, pero no quería hacerlo de golpe, no vaya a ser que las mejillas encendidas la delataran, por lo que hizo una pausa, respiró profundo y abrió; era S, que sí notó algo raro, ¿te sucede algo, C?, quien se metió entre sus brazos, y él, con toda la comprensión, le abrazó y la besó; ella dudó, pero fue apenas un instante y se le dio; era claro que buscaba refugio, quizá con ello dejaría la locura, la dulce locura de ser como lo soñó, arrebatada, despreocupada, sin ataduras, sin tener que seguir una ruta, como en los negocios, sino en la inspiración que no tiene un tiempo, sino que se da, así, libre, en el sentir del minuto. Ahí, en los brazos de él, volvía el río a su paso sereno, al amor de la contemporanización, a la madurez, a lo sensato, y se sentía tranquila, segura, y le dio el paso; tomados de la mano llegaron a la sala, y a la pregunta, le dijo que se sentía bien y ya lista para reanudar las actividades el lunes y que estos días estaría tranquila, los ocuparía en revisar los pendientes y en descansar; “seré ama de casa. Eso, vente a comer a casa estos días; estaremos los tres, con mi mamá, y no te arrepentirás, cocino bien; no tengas miedo; me gusta la cocina; me ganó la oficina, pero en estos días regreso a la paz del aceite, la pasta, la carne, el postre, y será de relajamiento, así que te espero a la hora de la comida. ¿Quieres un café ahora?”. No, sólo vine a ver si algo se ofrecía y a saber cómo estabas. Veo que tu mami está descansando y a ti te veo rara, pero bien; tengo que irme, mañana será un día con mucha actividad. La empresa va adelante, firme

Se despidieron; fue sincera cuando le dijo que le amaba y le apreciaba todo lo que hacía por ella. “no sé si lo merezco; quizá no, tal vez sea mucho para alguien como yo, pero te lo aprecio en su extensión. Nadie me había tratado como tú. Te lo agradezco”, y él le respondió que no había nada que agradecer, que sentía que se quedaba corto para todo lo que ella merecía, que le amaba, que era su paraíso, el encuentro con la felicidad y que lo único que le pedía es que no lo traicionara, cuando el amor por mí se acabe, me lo dices y asunto arreglado. De mí no encontrarás ningún reproche. Me has dado tanto que, aunque te vayas un día, tu esencia se quedará en mí. Te podrás llevar todo, pero estos momentos, esos días de amor, no se borrarán, me servirían para cubrir tu ausencia, cuando llegue la hora. Como ves, ahora no me causa zozobra, no voy ni a pensar en ello. Si llega lo lamentaré, pero ahora estás conmigo y te cultivaré todos los días, no impondré mis ideas, tienes la libertad de ser tú; ni te cambiaré para que hagas lo que yo quiero para mi beneficio. Sé tú, sigue siendo tú que así te amo. No te manipularé; estás y estarás segura conmigo siempre. Yo quiero adivinar lo que a ti te apetezca para darlo y hasta para anticiparme; ojalá y tenga ese talento y el sentimiento suficiente para atraer tu amor, sostuvo S mientras le tomaba de las manos y se daba tiempo para acariciarle el rostro, como esculpiéndolo, recorriéndolo todo, como si quisiera tomarlo para sí no sólo con la vista, sino también con las manos, manos de trabajo, de esfuerzo de todos los días

Se despidieron, pero apenas C había cerrado la puerta, la volvió a abrir y le grito “S, no te vayas”, y corrió a su encuentro, para casi estrellarse en su pecho y pedirle que la abrazara fuerte, y la besara.

“Déjame ser tu niña, tu joven, tu mujer. Déjame prolongar este momento lo más que se pueda. No te vayas todavía”, y se dejó tomar, y entonces hubo paz en sí. C hubiera querido meterse en él y guardarse para que no hubiera dudas nunca más, para ser de él, para no querer la locuacidad ni la aventura, sino la seguridad y la eterna tranquilidad de despertar casi siempre en el mismo lugar y sin desear más nada que no sean sus brazos y el trajín de la oficina, amar el pensar progresista de S, y cuando llegara el momento de que él se fuera, ella le estaría amando igual o más que siempre, y estaría preparada para el recogimiento eterno, para dirigir la empresa hasta que también dejara de existir, no sin antes cumplir y hacer cumplir lo que él había estipulado, que la empresa pasara a ser de los trabajadores debidamente organizados y con un sentido colaborativo por todos.

Se separaron, se besaron, se juraron amor y ella lo sentía, él lo sentía. En ese momento no había dudas ni pesares en C ni en S; los dos estaban comunicados, y se amaban. Ella se quedó al borde de las escaleras, viéndolo que descendía; S regresó y la volvió a besar en el ejemplo del amor.

Un matrimonio de personas mayores que llegó, no se atrevió a subir, quiso esperar hasta que los amantes se separaran. Perdonen ustedes, por favor, pásenle, disculpen; el matrimonio inclinó la cabeza, y con una sonrisa cómplice, subieron y subieron hasta perderse en su departamento, no sin antes decir: “El amor”.

S se fue, al fin, y C lo miró, apenas asomando el rostro; él sintió su mirada y volvió la vista, miró su rostro inclinado, su sonrisa, y con los dedos, apenas, le decía adiós. S volvió a subir, lento, muy lento al balcón de su Julieta, le extendió los brazos, se tocaron los dedos, las manos, los brazos, los cuerpos y se besaron. Ni una palabra, ni un sonido, sólo miradas, caricias, calor, amor; el amor era de los dos, pleno, de ida y vuelta; ambos.

C quedó en las escaleras hasta que se oyó el motor del coche; partió; C tocó sus manos, y con los dedos, los labios y se sintió amada y amante, de él, y él para ella. Caminó lento, guardando cada uno de los recuerdos, atesorándolos, hasta que se dio cuenta, con temor, de que quería blindarse frente a lo que vendría del escritor, esa cita del martes.

C entró, y cuando levantó la mirada, justo enfrente estaba su mamá, y ya sabía lo que ello significaba, que habría que dar explicaciones; seguramente oyó la conversación telefónica con el escritor y después el trato que le daba a S, por lo que esperaba una larga plática, por más que la evadiera.

Esas conversaciones eran imposibles de reducir y menos de no escuchar, así que, atrás cerró la puerta, se sentó y esperó el momento del ataque, de las preguntas, el consejo y hasta la exigencia, lo que se daba desde que tuvo uso de razón; así se arreglaban los problemas en la familia, incluso cuando estaba su papá, quien siempre dijo que la mejor manera de resolver las diferencias es dialogando, no hay otra; las altas palabras, las acusaciones, los gritos sólo cuando no hay otro remedio, pero entre personas pensantes, no caben, y en la familia mucho menos. Para eso se tienen libros en la cabeza, para mejorar el trato, decía su padre siempre, a todos.

– ¿Tiene alguna explicación que darme la señorita?, ¿algo que decir antes de que pregunte para disipar mis dudas?. Ya sabes que no me gustan las mentiras ni los engaños, así que la palabra la tienes tú y hay tiempo de sobra para que hablemos hasta el final. Tengo el tiempo del mundo, así que empecemos. No dejaré que nadie te haga daño, pero tampoco quiero que tú lo hagas, no lo permitiré, bajo ninguna circunstancia.

– No sucede nada, mamá. No sé a qué te refieres, y no sé qué quieras saber, pero no me gusta tu tono; es acusatorio, como si estuviera haciendo algo pecaminoso, inconfesable.

– ¿Y no lo estás haciendo?, ¿te conduces con rectitud en todos sus actos?. Entonces no tiene caso esta conversación, está de más porque tú dices que estás en armonía contigo.

Se paró del sillón para dirigirse a su recámara, peo fue detenida por su hija, apenada.

– Tienes razón mamá, a ti no te voy a engañar. Tengo sentimientos encontrados entre el escritor y S. En ocasiones es muy fuerte la diferencia y me siento caer, desfallecer, y es que él representa los viajes, cambiar de un lado para otro… La aventura

-Eso también pudiera ser sinónimo de inestabilidad; ¿lo entiendes así?

– No mamá, no es de inestabilidad, sino la aventura y juegos de todos los días, de amor.

– Si así lo crees, pues entonces ¿qué haces con S?. Debes sincerarte.

– Pero si no hay nada con el escritor

– Pero lo alientas; él lo sabe y tú también; todos menos S, a quien se lo tienes que decir.

– No hay nada entre los dos. Si hubiera, a S se lo diría inmediatamente.

– O sea que se lo vas a decir hasta que esté consumado, y mientras, a S lo tendrás de reserva. No m’ijita. Si tienes dudas se lo dices a S y que decida. Se tiene que ser honesto

– Y si con lo otro no resulta, y ya perdí a S.

– Es un riesgo que tienes que asumir. Nadie te obliga a las indefiniciones, pero asume las consecuencias. Aquí no se te educó para la mentira. La verdad obliga a aceptar las responsabilidades de los actos, así que lo piensas y el lunes quiero una respuesta y no quiero daños para nadie. Una más, aquí no es pasarela de galanes, y esa modernidad de que hoy uno y mañana otro, no la comparto ni la voy a aceptar. Que te quede claro. El amor se puede acabar, pero aquí no es apaguen las luces y cambio de parejas. ¿Lo entendiste?. Perdón, no escuche. Si no amas a S se lo dices y empiezas otra relación, para que disfrutes el enamoramiento. Si no lo dices, un día te pueden encontrar o te tendrás que andar escondiendo. El amor así no es amor. El amor se finca en la honestidad. Así que, señorita, se lo reitero, quiero definiciones para el futuro.

– Mamá, te prometo que lo haré.

– Así lo espero, ¿o quieres ser como aquellas que saltan de un matrimonio al otro sin disfrutar el nuevo enamoramiento?. Hija, entiéndelo, S no merece una traición, merece tu sinceridad. Si no lo quieres, si tienes dudas, exprésalas.

– Es que no sé mamá. No sé a quién amo, o si amo a los dos.

– No me digas eso, si no eres una adolescente. Piénsalo. Es tu futuro. Al otro señor no lo conozco, pero S no merece tu traición. ¡Cuidado!. Ahora a dormir. Mañana será otro día.

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