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Columna

POR LA LIBRE 2283

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Por IGNACIO CORTÉS MORALES / MASEUAL

 

21- Indefensión

 
Cuernavaca, Morelos, México, 20 de enero de 2020.- La noche pasó pronto, así lo sintió C que sabía que al día siguiente llegaría al encuentro con su decisión, la cita más trascendente de su vida.

Llegaría en total desventaja, sabía de sus sentimientos, no sólo ella; él también. Él tiene toda la experiencia y tantos puertas por abrir, a su total voluntad; lo tenía todo: decidida su partida a Europa, dinero para quedarse allá o en cualquier lugar de la galaxia; fama y, con ello, la invitación de los gobernantes y de los magnates, los que tienen yate y avión privados, mansiones, cuentas bancarias, la mayoría en paraísos fiscales. No tiene caso subrayar que en esa fortunas había secretos inconfesables, tragedias y traiciones, lágrimas y sangre, evasión de impuestos y lavados industriales de fondos.

¿Quién tiene cien millones de dólares por el sendero de la honradez?; sólo los ingenuos podrían ser ciegos ante lo evidente, y no sólo en las drogas, también las armas, trata de personas, pornografía infantil, pero el Escritor no lo sabía (¿?) o no quería darse cuenta; todos en la mesa jugando cartas, o disfrutando simplemente de vinos caros, viandas exóticas, con ropas de miles de dólares, y los había cínicos, ansiosos, tensos, podridos del alma y en billetes, todos. Tan dados a obras de caridad como a la discriminación; golpeadores de mujeres en privado y defensores de ellas, en público; farsantes, a los cuales se les califica de señores; la altísima sociedad, donde ser limpio es la excepción que confirma la regla. Salientes en los periódicos y redes sociales solos o al lado de sus mujeres, víctimas no pocas veces, pero que gozan con lo robado o mal habido. Bajan del lecho frígido para ir a violar a la servidumbre de equis sexo. Aclamados señores; sepulcros blanqueados.

El mundo del jet set, ahí donde no pocas mujeres de unos van a dar a brazos de otros, en un comunismo de sexo, y donde algunos negocios incluyen las sábanas ajenas; el plus; la depravación, los bacanales de fines de semana después de juntas de finanzas que no son más que pretextos para gozar de los encuentros lascivos, y las señoras lo saben, pero se consuelan engañando a los cornudos, gastando y viajando, en el vano universo de la hipocresía, y la excepción, apenas encontrada, el otro lado de la moneda, la sinceridad y la honestidad.

En esas esferas los políticos, nuevos ricos, son vistos como arribistas, y se les tolera porque abrieron los gobiernos a los jugosos negocios a costa de los pueblos. Son despreciados, llamados corruptos por los corruptores; saludados con los dedos; abrazos de apenas, y los políticos sonríen y sienten que son sinceros sus interlocutores. La bajeza, pues que, por casualidad, rima con realeza.

Ahí el Escritor se divierte, es de los que les dan a los sátrapas ignorantes su sentido de la cultura, y se retratan con él y salen en los medios de información, y con ello, con la embadurnada al vuelo, de estar al lado de un intelectual, escritos afamado, tan cerca del Nobel, ya tienen para presumir sus libros que adquieren por metro, de adorno, y nadie dice nada porque todos hacen lo mismo. El juego del engaño; la inútil levedad de lo escatológico, la podredumbre. Y esos crápulas dirigen al mundo; peor, lo manipulan a su gusto.

El Escritor sabía que era usado, él también los usaba, le divertía su ignorancia, algunas veces retratada en sus obras, sabedor que nadie le recriminaría porque su habilidad al plasmar las cosas, disfrazaba la porquería de uno mezclándola con la del otro, como cuando dejó el memorable retrato del cura pederasta e intrigoso que causó gran escándalo en los altos estratos del clero católico, donde se visten de blanco, y cuando el prelado lo tuvo a modo, cerca, y le dijo que su novela era ridícula e inverosímil, sucia –“está haciendo lo posible para ir al infierno”-; él aceptó, “es verdad”, que olía a porquería, que era porquería, y en la próxima, subrayó con severidad, “escribo tu nombre”, al tiempo que le arrojó la copa de vino a la cara. Sus guardaespaldas se dieron cuenta del hecho e iban a intervenir, pero el clérigo los detuvo, el escritor le prestó el pañuelo y le dijo con firme ironía: “perdón, perdón, se me cayó el vino en su rostro, señor cura, espero que sepa perdonarme y no sea el pretexto para mandarme al infierno, a hervir en aceite”, momento que aprovechó para acercarse y, al oído, decirle, como dicen en mi país a engendros como tú: ‘ch…”.

El ensotanado no tuvo más que arrebatar el pañuelo y retirarse, envuelto en la ira. “Señor cura, la ira es pecado, no lo olvide”, le lanzó el Escritor divertido, tras encajar el verduguillo preciso.

C no sabía nada de ello, siempre pensó que sus novelas eran fruto de la imaginación, pero no pocas de ellas eran recopilaciones de hechos que le sucedían o que robaba del círculo en el que se movía, divertido, crítico, sarcástico, lapidario y que le dejaba dinero. “Compran más mis libros que lo que los leen. La mayoría todavía en su envoltura, pero ni me importa”, y volvió a proferir, para sí, la maldición… “Chi…”.

C se preparó, se arregló mejor que cuando acompañó a S al teatro. La hermosa mujer lucía espléndida; lo era, su juventud en plenitud, sin la ingenuidad de cuando se apostó en la oficina para la cita y tuvo la situación embarazosa con el que sería su primer gran amor, sin varios rasgos de la frescura, lo que tuvo que guardar para ser la ejecutiva de ahora, pero con una capacidad de amar distinta, especial, creciente, porque sí estaba enamorada del Escritor, pero sentía algo muy similar con S, le amaba en lo profundo de sí, era su amor luminoso, suave, pacífico, placentero, el que dura para la vida eterna, el que se sueña en los días del romanticismo total, y no sólo de la niñez o de la juventud, sino de todos los tiempos, sin edad, el privilegio de amar y ser amado con la ternura que siempre se anheló, pero a ella le faltaba vivir con intensidad, con el riesgo de quemarse, de ser víctima, al final del día, pero se sentía fuerte y el Escritor le significaba esa oportunidad; la pasión y la aventura, el revulsivo que también quiso y que, pensó, podría conquistar, retener, hacerlo de ella, y controlar la situación en el sabio manejo de los sentimientos, sin salir herida nunca; ella llevaría la delantera.

Pronto se estacionaría en la realidad, se daría cuenta que lo que se vive en la alta sociedad; la cumbre mundial, es de muerte, de comerse al otro y disfrutarlo, de lucha encarnizada que nunca acaba, de apuñalarse a traición.

El Escritor tenía todo preparado, conocía lo suficiente a C, sabía lo que se debatía en ella, y él llevaba la ventaja, la tenía a la mano. Generarle un poco de celos y deslumbrarle no estaría de más; el último toque faltaba, y llevársela para exhibirla.

Sería su trofeo, lo que le faltaba a su colección: una chica hermosa, distinguida, con cultura y, sobre todo, que le amaba; no era de ficción, sino realidad.

C sentía por él el amor sin cálculos, sino auténtico, entregado y apasionado; no un juego de apariencias tan socorrido en el medio, sino que de verdad le amaba y no iba a dejar pasar la oportunidad. Las mujeres de los otros no los amaban, los explotaban y ellos se dejaban explotar; carne por dinero, así; golfería disfrazada, de miles de euros, de abortos obligados, exigidos, y se sabía de no pocos casos en los cuales las chicas eran secuestradas y llevadas ante quien debían para practicarles el aborto contra su voluntad; nunca se volvía a ver a quien se oponía. Algo les pasaba. Nadie sabía de ellas… nadie, en el mundo que disfraza-oficializa la prostitución, con otros tantos nombres; eufemismo puro; lo mismo, pero más sucio.

Ella llegó en el momento programado. El Escritor no la esperaba al pie de la puerta, sólo el mayordomo, quien le pidió que le siguiera, y frente a la biblioteca, él tocó con suavidad, y sin esperar respuesta, entró, por lo que el Escritor se separó sutilmente de la joven que estaba con él; registró una sonrisa y fue despacio donde C, quien intuyó inmediatamente lo que estaba pasando antes de su llegada, pero no pudo decir nada; le prendió el aguijón de los celos lo suficiente para sentirse traicionada. Por un instante quiso salir, pero se contuvo. ¿Con qué derecho podría reclamar?.

El Escritor sabía que ella vendría y ése era el recibimiento que le daba. Para ella ese día era especial; él quizá ni siquiera se acordaba de la cita, pero no era así, todo estaba calculado, siguiendo un guión, hasta en la entrada precipitada del mayordomo para que dejara en la evidencia que él y ella estaban en evidente abrazo y beso hasta las amígdalas. Con él nada de medias tintas.

  • Señorita C, pase, pase, por favor, aquí la joven que me trajo un proyecto de viaje y lo estoy considerando, porque antes de los negocios, quisiera unos tres meses sin más que hacer que divertirme y escudriñar en la historia. No quiero hoteles en mis viajes, sino casas, que la agencia de viajes se encargue de ello, del alquiler, del coche, del servicio, del chofer, del guía; pero siéntese, vea lo que me ofrece la señorita. Estamos a tus órdenes. La señorita C es mi editora.

    Empezó el video y la explicación de la empleada que también sintió animadversión hacia C; sin clase, no lo supo disimular, y el Escritor lo sabía y le divertía, veía a una y a otra, y C no tenía rival, por lo que se mantuvo ajena, aunque no dejaba de sentir las miradas y en el gesto despectivo que le dirigía, hasta que terminó la explicación.

  • Gracias, señorita, muy certera y muy interesante. Voy a pensarlo uno o dos días y le llamarán. Ahora, nos perdonará, hay una cita de negocios con la licenciada C y voy a atenderla. Sabrá usted disculpar.
  • No se apure, señor. Si usted gusta, lo espero aquí o donde diga.
  • Señorita, señorita, yo le busco pronto, por favor. Aquí el señor le atenderá, le acompañará.

    Para C no pasó inadvertido el tono de confianza de la chica para con él, “¿cuántas veces se han visto?”, ni tampoco le agradó que la presentara como la “licenciada” y para una cita de negocios -¿eso era para él?-, pero no dijo nada, lo guardó y se dejó guiar al jardín para el desayuno. “Por favor licenciada C, ¿me acompaña?.

    En el desayuno, C no decía nada, guardaba su molestia, y el Escritor lo dejó unos minutos más, hasta que dijo: “Perdóneme señorita C, no todas son como usted, con su clase, su talento, su distinción. El viaje lo haré con otra compañía, no con la que representa esta jovencita; aunque tarde una semana más para salir. Que sea de verdad un viaje de placer que inicia en Europa, y va por África y por Australia; cinco o seis años, tal vez siete, uno nunca sabe”.

    Estas palabras le dieron confianza a C, pero también lo delataban. ¿Con qué facilidad se sacudía a las personas?. C no podía relajarse, a llevar las cosas en el mejor de los puntos, con tranquilidad.

    El Escritor viajaba sin dar pie a nada que le permitiera a ella hablar de sentimientos y él lo sabía y seguía jugando hasta el final del desayuno, cuando la llevó a la biblioteca, donde ya se tenían servidas dos copas y la música clásica, todo en un ambiente con aroma insuperable. Le ofreció asiento, ella aceptó, brindaron y comentó que siempre que veía su biblioteca era de admiración por el número, la calidad de los libros y la arquitectura y acomodo de los volúmenes. Empezó a caminar, se detenía, mostrando su cultura, comentando algunos títulos.

    Él se quedó viendo el recorrido, y luego de un momento, se fue acercando, lentamente, hasta quedar a un paso de ella. La tomó de los brazos, visiblemente ella se estremeció y él la soltó y tomó un poco de distancia; dejó unos minutos, sin decir nada. Repitió la operación, pero esta vez, al querer alejarse, ella le tomó la mano, fue disminuyendo la distancia y antes de besarlo, él le sostuvo de los hombros; C no pudo más y explotó.

  • ¿Por qué eres así conmigo?. Tú sabes lo que estoy sintiendo por ti.
  • Señorita C, perdone, me sorprende.

    Dijo él con tal firmeza que nadie creería que estuviera actuando, conduciendo la escena, sabiendo el guión de los dos actores o, lo que es peor, fabricándolo al momento, con un hilo conductor, sintiendo un gran placer porque ello le daba la certeza de que el control lo tenía a plenitud, la llevaría hasta donde él quisiera y cuando él quisiera, para asegurar la conquista. La tenía a su merced y dejará que sea ella la que lo pida; él esperaría ya.

  • ¿Por qué eres así?, te lo repito.
  • Señorita, le extremo mis disculpas. Mi admiración por usted es grande. Estoy ante una mujer hermosa, la más hermosa que han visto mis ojos, sobre todo porque a su belleza física, se encuentra la bondad, el juego de la infancia, la duda de la adolescencia, la plenitud de la juventud, inquieta y hasta irrazonable, y la madurez, y todo en una persona, comulgando, dejándose ver en usted. Usted es única.
  • No quiero que me admires, no quiero ser uno de tus personajes a los que trabajas, pero que no los tocas, no puedes hacerlo. No soy un personaje de tus novelas, no soy letras, no soy papel, soy real, soy humana, un ser humano, entiéndelo y aquilátalo.
  • La admiro- recalcó él, con toda la intención de doblarla, de que ella insistiera.
  • ¿De qué estás hecho?, ¿no tienes sentimientos?, ¿nada te hace ser distinto?, ¿no sabes lo que siento por ti?. Eres lo suficientemente inteligente para saberlo; sensible, muy sensible.
  • Le admiro…

    Ella le miró, retrocedió un par de pasos, sin saber qué decir ante la insistencia de él de su admiración.

    Después de un momento, de silencio más largo que el tiempo, ella bajó los brazos, se dirigió a la mesa para tomar sus cosas que le había traído el mayordomo; ya con ellas en las manos, miró una vez más al Escritor que no se movía del lugar. Dio la vuelta lentamente ante el silencio de él, se dirigió a la puerta con paso firme, pero igual de lento, a la espera de algo, pero el silencio reinaba. Tomó la perilla, la accionó, abrió la puerta. En ese momento se le agolpó todo, sentía que se cerraba un capítulo y a un precio muy fuerte. Bajó la cabeza, pero sólo un instante, para volver a levantarla. Ya tendría tiempo de llorar, pero no lo haría delante de él; jamás.

    “Señorita C, siempre le he amado, desde que le conocí”, soltó él antes de que ella saliera, y casi corrió, le tomó del brazo, volvió a cerrar la puerta y añadió: “La amo, sin embargo, es usted tan distinta que no me atrevía a acercarme, ni siquiera a pensar en el amor con usted, pero quiero que sepa mi gran admiración hacia su persona. Si acepté entregar mis obras a su editorial no fue por el dinero, no hubo otra razón que usted”.

  • Lo intuía, pero tú te alejabas. Siempre sentí que me veías con indiferencia, no estuviste en el primer desayuno, no te importó que no viniera al segundo y eliminaste el cuarto. Planeaste un viaje así, de pronto, y yo no estoy en ti, en nada de lo tuyo, pero te amo. Lo sabes, lo sabes porque cuando el amor se desborda, se transparenta, está presente.
  • No sé qué decir, C. Debes tener una cauda de pretendientes, un novio, quizá.
  • Sí, sí había, pero ayer quedó todo finalizado, Necesitaba presentarme a la reunión con todas las garantías de que sólo dependería de los dos, ya sin ataduras, y aquí estoy, y no me voy a ir, te lo advierto.

    Lo fue atrayendo hasta que lo besó. Él se dejó hacer.

  • Vente conmigo al viaje, vámonos juntos. Deja todo.
  • ¿Y mi mamá?. El trabajo no me importa, pero mi mamá sí, no puedo dejarla
  • Por ella no te preocupes, la atenderán por medio de mi fundación, además de que podrás regresar para visitarla cuando quieras y luego te encuentras conmigo donde ande. Sabes que eso no es Ningún problema para mí.
  • ¿Y cuándo nos iríamos?
  • En dos semanas, a lo sumo, pero desde hoy te vienes a vivir en esta casa.
  • Tendré que ir por ropa.
  • De ninguna manera. Mi asistente te acompañará a comprar nueva. Así lo dispongo y no admito réplica.
  • Tengo que regresar con mi mamá.
  • Sí, la misma asistente contratará el servicio para que esté a las órdenes de tu mamá. Así que voy a salir y nos vemos aquí en la noche, tu día será de gran trajín.

    Él no pedía opinión, ordenaba, disponía. Todo lo contrario con S, pero ya se había dado el paso y no retrocedería.

  • ¿Quieres que te acompañe?.
  • No señorita, vaya a comprar todo lo que necesita, busque a su mamá y nos vemos en la noche.
  • ¿No comeremos juntos?.
  • Tengo muchas cosas pendientes que resolver antes del viaje.
  • ¿La señorita de esta mañana, está incluida?.
  • Voy a hacer de cuenta que no preguntaste nada. Los celos me parecen tan vulgares que no van contigo. C, por favor, entendámonos. Mientras estemos juntos es absoluta confianza y en el entendido que cada uno de nosotros tiene una vida que cumplir, ¿de acuerdo?..

    Firme y no dio oportunidad a nada porque salió, después de un beso apenas ligero. Era evidente el juego de él y no permitiría nada.

    Entérese con Nacho Cortés, de lunes a viernes, a las 18 horas, por el 105.3 de su radio.

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