Log In

Columna

POR LA LIBRE

Pin it

Por IGNACIO CORTÉS MORALES / MASEUAL

33- Quizá haya sido tarde

 

Cuernavaca, Morelos, México, 6 de mayo de 2020.- Subió los tres escalones, llegó a la recepción. Don José la saludó con afecto, “señorita C, pero ¡qué sorpresa!. No sabe el gusto que me da verla por acá. Mire, aquí tengo su carnet de subdirectora. Yo sabía que regresaría, por eso lo guardé. Todos la extrañamos. La alegría que le dará al señor S. Él no dice nada, pero se le ve cabizbajo desde que no viene usted por acá. No ha llegado, y es raro, ya ve cómo es, viene bien temprano y se va tarde; es muy trabajador. Le va a dar mucho gusto verla. Viene usted muy guapa; quiere impresionar al señor. Él la quiere mucho, todos lo sabemos. Señorita C, no sé qué decirle; el gusto me corta las palabras. Ya verá cómo se pone el señor. Hoy es un gran día. Habrá fiesta, señorita; ¿Por qué viene para quedarse, verdad?. No me diga que no”.

El hombre, siempre con su boina, tuvo que dejar el puro porque en la empresa se había prohibido el tabaco, y de su pasado español le brotaba el acento. Siempre dijo que algún día volvería a la Madre Patria, pero el tiempo le ganó y ahora sabe que su final será en “la bendita patria que me adoptó desde hace tantos años que parece que aquí nací y sí, amo a este país tan generoso, con personas como el señor S, como usted, como todos”.

A la señorita C, como a la generalidad, les encantaba hablar con don José, tenía tantas de sus anécdotas y las contaba con tal sabrosura que siempre era agradable escucharlo, y, de pronto, guardó silencio y la vio, le tomó las manos; le dijo: “no se vuelva a alejar de aquí, señorita C. El señor S es un gran hombre, y aunque mayor –bueno, no tanto- es de los hombres de buena madera, de los eternos, y con su juventud, licenciada, ya verá que estarán muchos años juntos, y la empresa seguirá creciendo y a todos no irá mejor”, y la abrazó, “pero bueno, señorita, ya la entretuve de más; suba, suba, ya no debe tardar el señor. Vamos, adelante, ya conoce el camino. El señor no quiso hacer ningún cambio en este tiempo, es el lugar de siempre, para que usted al volver… como dice la canción”.

C se alejó, pero alcanzó a oír que don José le gritó: “no le voy a dejar salir si no es con el señor S”, y ella le sonrió y le respondió que a eso venía. “Ya verá, por aquí bajaremos, se lo prometo, don José”.

C subió y mientras saludaba, todos se ponían de pie y le daban la bienvenida, y al llegar a la dirección general, le aplaudieron y se le fueron acercando, queriendo saludarla, tocarla, agradecerle su regreso, e invariablemente le pedían que no se volviera a ir, que le extrañaban, que le querían para siempre en la empresa; “créanos que la necesitamos”.

C no quiso decir nada, sólo sonreía y agradecía con movimientos de cabeza, pero no les dijo, como a don José, que a eso había regresado, a quedarse, no sólo para ocupar la subdirección de la empresa, sino para ser la esposa de S, para luchar juntos por los años.

Todos alrededor de C, menos la secretaria de S, quien hacía esfuerzos inauditos para escuchar lo que le decían por teléfono, “perdón, no le escucho; vino la señorita C y por eso el ruido en la oficina, pero dígame, qué se le ofrece, estoy a tus órdenes. No, el señor S no ha llegado. Perdón, ¿qué dice?… ¡No!… La señorita ya no pudo decir nada.

C, por el tono, por lo que se escuchó, se acercó a la secretaria que sostenía el auricular a su pesar; estaba ida, con la mirada perdida, por lo que C, al acercarse, tomó la bocina para saber qué pasaba, “sí, dígame qué sucede. Pero es imposible, el señor S es fuerte y no le puede estar pasando. ¡No ahora!. Sí, voy para el hospital apenas cuelgue. Gracias.

“¿Qué pasa?, le preguntó uno de los empleados”; C le respondió que el señor S se encontraba mal, que lo trasladaban al hospital, que sufrió un infarto, pero que ya iba en la ambulancia, “y yo voy para allá”. Uno de los jóvenes se ofreció para llevarla.

Bajaron al estacionamiento y se dirigieron al lugar, al tiempo que fue subiendo el temor de C, quien repetía que no le podía estar pasando esto, precisamente cuando regresaba.

“Esto me pasa por haber jugado con el destino; es un castigo, me lo merezco, pero no S; que sea a mí a la que le venga el infarto, pero no a S que no había hecho nada; no había un solo delito moral, en él, qué perseguir. No es justo, y en este día, justo a mi regreso”.

Apenas se estacionó el auto, subió a la recepción para preguntar por S y le dijeron que no había llegado, que ya lo estaban esperando para operarlo de emergencia, que se tenía listo el quirófano y al personal para buscar salvarle la vida, que estaría en las mejores manos, que todos eran expertos, con experiencia, que no se preocupara.

“Ya llegó”, gritó una enfermera y todos abrieron paso. C aguardaba, quiso acercarse, pero no la dejaron. “Permiso señorita. Estamos al borde, por favor, abran paso”, dijo un doctor, quien pidió prisa a los camilleros. “Que estén todos preparados. Vamos a necesitar donadores de sangre. Vamos, pronto”.

C llamó de inmediato a la empresa para pedir donadores; sobraron los ofrecimientos, quienes se desplazaron al lugar inmediatamente; los cuestionamientos y los demás requisitos se cumplieron. A viarios ya no les correspondió. De ese tamaño el cariño que se le tenía al señor S, quien siempre estaba al pendiente de ellos. Separó la cizaña, cierto, a malagradecidos e intrigosos para que “los malos jitomates no contaminaran a los buenos”, y se llegaron a fraguar pleitos legales y hasta calumnias, pero S no cedió. “Contra estos mal nacidos lo que sea. En el pecado llevarán la penitencia, y si puedo ayudar a ello, mejor”, decía el empresario con fuerte convicción.

En este momento lo estaban operando, su vida peligra, todos lo saben. En la empresa el ritmo de trabajo siguió porque él lo pidió así, “si alguien de nosotros no puede acudir a la empresa, por cualquier motivo, los demás deben suplirlo y seguir adelante. No es falta de sensibilidad, esto es trabajo y para que los beneficios lleguen a todos, la colaboración de todos es fundamental. Aquí no hay enfermedades ni calamidades, así que a seguirle, más si en una de ésas soy yo; no hay permiso de flaquear porque la empresa es de todos. Todos somos familia, ¿Qué no?, así que adelante; nadie se rinde”.

De vez en cuando se acercaban los trabajadores para preguntar, sin que hubiera noticias todavía. Buscaban hacer las cosas lo mejor posible, pero era evidente que en el ambiente había preocupación, aunque buscaban disimularlo.

La música clásica seguía, todo continuaba, pero era imposible negar que había algo; no pocas lágrimas que presagiaban lo peor, por lo menos lo temían. Los rincones se ocuparon cuando ya no se podía contener el llano, y alguien más se acercaba para dar consuelo y tampoco podía contenerse, pero terminado el momento, se volvía al trabajo. Así para todos y todas.

Los minutos se volvieron horas y la operación continuaba; el momento era tenso, C daba vueltas, los trabajadores, al terminar su turno, pasaban al hospital, hasta ser un buen número y ya no se les permitió el acceso, por lo que la señorita salió para pedirles que se fueran a casa, que apenas se supiera algo se publicaría en la página de la empresa.

Al término de cuatro horas, salió el afamado doctor. C se le acercó, igual que otros directivos de la empresa. El rostro del médico no era nada halagador. Ni siquiera se preguntó “¿cómo está”, su presencia bastaba; sus rostros, y vino la respuesta: “está vivo. Irá a terapia intensiva, pero no sé cuánto tiempo será necesario, no lo puedo decir, dependerá de su evolución”.

El doctor echó a andar y C lo alcanzó para preguntarle sobre la operación, y como respuesta, “había algo especial. Me dio la impresión de que el señor S se abandonó, no se advertía la lucha por vivir. No sé, figuraciones mías. Lo conozco lo suficiente, siempre fue entusiasta. En una plática que tuvimos hace un tiempo, lo sentí hasta rejuvenecido, me hablaba de que había encontrado el amor y tenía planes de internacionalizar la empresa, de trabajar fuerte para ello, pero hoy, algo advertí. No me pregunte por qué, no lo sé, es como una intuición. Cuando fuimos por él me vio y no advertí nada. Se había abandonado. Abrió los ojos y los volvió a cerrar, sin emoción, y en la operación, como si no hubiera ánimo, espíritu o alma, como quiera llamarlo.  En fin, con permiso, voy a descansar un poco y regresaré más tarde”.

Para C lo que dijo el doctor, le hirió en su conciencia: ¿qué hubiera pasado si no se hubiera ido, si hubiera estado con S?. Se autoflageló, “seguramente no estaría pasando esto. Se iba a derrumbar, pero volvió la vista y ahí estaban los directivos de la empresa. No era tiempo para ello.

C terminó de organizar las guardias. “Siempre estará uno de nosotros aquí”. Yo más tiempo porque no tengo funciones en la empresa ahora, pero cuando no pueda, se hará rotativo, el que menos trabajo tenga o que pueda organizar otro la labor o postergar la tarea, vendrá a sustituirme”, a lo que todos asintieron, sin chistar sobre el liderazgo de la licenciada, como si nunca se hubiera ido o como si lo hubiera hecho la noche anterior y al día siguiente estuviera en su cometido.

  • Me quedaré hoy. Un favor, señores, aguarden aquí mientras voy a comer algo y regreso. Nos organizaremos para que alguno de nosotros esté siempre presente, y los demás en la empresa, como hubiera sido el deseo del señor S.
  • Vayan con la  licenciada, yo me quedo, dijo el señor Martínez.
  • Gracias, no nos tardamos. Adelanten. Tengo que hablar con mi mamá. Les alcanzo; sólo unos minutos, por favor. Mamá, soy yo. Estoy aquí. No me fui. Iré más tarde a la casa para explicarte. Voy a comer e iré más tarde. Tranquilízate no me pasa nada. Ya te explicaré, por favor. No llores. Todo está bien.
  • Algo me decía que no te ibas a ir. No sabes el gusto que me das. Vente a comer a la casa… si estás sola, si estás con el Escritor, come allá y nos vemos después.
  • No mamá, él ya debe estar llegando a Europa.
  • ¿Lo vas a alcanzar en unos días?.
  • No, mamá. Él se fue. Regresará en unos años.
  • Por mí que se quede por allá.
  • Mamá, por favor… Te veo más tarde.

    No quiso decirle nada sobre el estado de salud de S; sabía del aprecio que le tenía y ya se lo explicaría con calma, pero sí debía prepararla para… lo peor, y pronto pues S era un empresario muy conocido y en cuanto se enteraran los periodistas, la noticia iba a fluir y no quería que su mamá se enterara en la radio, televisión o los periódicos.

    Después de la comida, en donde C terminó de asumir el liderazgo sin pedirlo, se giraron instrucciones, con algunas precisiones por las novedades que se pusieron en marcha cuando ella salió de la empresa, y todo resuelto. Les comentó que iría a su casa para cambiarse y que se quedaría en la noche en el hospital; “por favor, dispongan para que a mi regreso tenga una habitación cercana a la administración para estar al pendiente de cualquier noticia sobre el señor S.

  • Si hubiera algo, yo les avisaré. Descansen, no sabemos cuánto durará esto.

    El señor Martínez pasó a dejar a C a su casa; le dijo que la esperaría, pero le respondió que no sería necesario, que regresará en su automóvil, pero que se lo agradecía.

    Al llegar a su casa, C fue recibida con gran alegría por su madre. “Hijita, hijita querida, qué gusto me da que hayas recapacitado y que te hayas quedado. No sé qué te hizo cambiar de opinión, pero me alegro. El Escritor nunca me gustó para ti. Es un hombre que tiene sufrimiento en el rostro, y quien así lo lleva, busca venganza. Con él ibas a sufrir mucho, hija, por eso mi preocupación. Si dejaste de querer al señor S es cosa tuya, pero no para encontrarte con un hombre a disgusto hasta con él mismo. ¿Qué no veías su rostro; con eso basta. Facciones duras, risas de burla, cretino. Si hasta creo que es un farsante. No vaya a ser que un día se descubra que los libros se los escribieron. Ésos se las dan de ser los mejores, pero, en la realidad, no le ganan a nadie. Son engañabobos. Enanos mentales que se creen divinos porque personajes de su calaña los alaban y cuando alguien que sabe les canta sus verdades, se molestan. A la larga reciben su merecido. ¿Y tú no dices nada?. Anda, ven siéntate, debes estar sumamente cansada.

    C no dijo nada, pero sabía que su mamá tenía toda la razón. “Lo descubrí pronto, pero mi mamá ya lo sabía”, y no quiso ratificarlo porque tendría que contar lo que confirmó y había empeñado su palabra. Al final, es cierto, esas reuniones faraónicas era con sus iguales, farsantes de la política, de la religión, de la economía. En todo hay niveles, todos cretinotes, cretinos y cretinitos, malagradecidos, intrigantes; todos mal nacidos.

    Tras de la reflexión, tomó aire, le pidió a su madre que se sentaran. Le preguntó: ¿pasa algo hija?.

  • Sí, mamá. Fui a la empresa.
  • ¡Qué bueno, hija!. ¿Viste al señor S?, ¿cómo está?, ¿hablaste con él?, ¿qué te dijo?. No me digas que volviste con él porque me vas a matar de felicidad.
  • Mamá, escúchame por favor. Estaba en la empresa cuando informaron que S se puso mal, le dio un infarto y de su casa lo llevaron al hospital; lo operaron de emergencia y estamos a la espera de su recuperación.
  • Hija, no puede ser. ¿Cómo se encuentra?. Vamos a verlo.
  • Mamá, está en terapia intensiva. Yo me voy para allá. Voy a pasar la noche, y mañana vendré a bañarme y a cambiarme y vamos a verlo. Tal vez para entonces ya salió de terapia intensiva y lo veremos en su cuarto. Si me permites, voy a bañarme, me cambio y me voy. Mañana les daremos las gracias a quienes te cuidaron estos días. Me quedaré contigo y nos cuidaremos entre nosotras.
  • Hija, pero si todo sale bien, y así  será, te vas a ir con el señor S.
  • Seguramente sí, pero tú te vas conmigo. Él me lo pidió antes y ahora será igual. Apenas pueda ir a su casa nos trasladaremos para allá y lo cuidaré. La vida me tiene que dar esta segunda oportunidad. Tiene que ser así, tiene que ser así.

    C no pudo contenerse y arrodillada, se refugió en su madre, llorando amargamente, sabedora que el destino estaba prácticamente sellado. Quizá en ese mismo momento ya habría fallecido S.

    – Hija, ten fe. Los milagros sí son de este mundo

    – No mamá, lo hubieras visto cuando entró al quirófano. Casi sin vida y, lo peor, sin deseos de vivir. Me lo dijo el doctor.

    – Por ti, hija. No, no te culpo. Tanto es el amor que siente por ti que lejos, no tenía sentido la vida, para él, pero ya estás de regreso, eso lo va a salvar, ya lo verás. Se reanimará.

    – Quisiera tener tu fe, tu confianza, mamá, pero no la tengo.

    – Verás que sí. Anda, báñate, arréglate y vete, cuando abra los ojos, tienes que estar ahí. Si te ve, se salvará. Anda. Apúrate… Yo estaré orando para que se haga el milagro. Un día saldrás por esa puerta para casarte con S…

 

Por la libre 2385 del 3 de mayo del 2020 Por Ignacio Cortés Morales

34- Se despierta le esperanza

Cuando C llegó al hospital, el doctor venía saliendo de auscultar a S.

  • Doctor, ¿cómo se encuentra el licenciado?
  • Es muy pronto para adelantar nada. Dejemos pasar unas horas más. Quizá mañana se tenga algo más en firme. Voy a la oficina. Antes de irme lo veré. Lo que le puedo decir es que habrá que tener paciencia. Le ruego que me disculpe.
  • ¿Puedo pasar a verlo, aunque sea un instante?. Por favor doctor, permítame.
  • Esperemos a mañana, se lo ruego señorita. Sé su interés como trabajadores del licenciado; él sabe del aprecio que le tienen. Con mucho respeto no creo que sea trascendente su visita. Vamos a darle tiempo, que recobre fuerzas; que descanse.
  • Perdone doctor, usted me dijo que había falta de ánimo en el licenciado, que no tenía deseos de luchar; también me dijo que hace poco le habló del amor y que estaba entusiasmado con ello. Doctor, yo soy C, fui su novia y quizá sirva de algo el que le hable, aunque sea unos minutos. Permítame doctor, por favor.
  • Cierto, perdón, es que sólo le vi una o dos veces, por el caso de su señora madre; qué torpe, qué mal fisonomista. Usted ha de disculpar, señorita. Sí, creo que será de mucha valía que usted le hable, pero, permítame, voy a la oficina, reviso unos documentos y regreso. Mientras, como usted se va a quedar, intuyo, instálese y le damos unos momentos más al licenciado para que descanse. ¿De acuerdo?.
  • Gracias, doctor por todo lo que ha hecho por su amigo.
  • Es reciprocidad. Todo en este hospital es por el licenciado. Siempre ha querido dar a sus trabajadores el mejor de los servicios y mire lo que ha logrado, un sitio de primer nivel, incluso con adelantos que nos solicita la oficialidad. Aquí se les brinda respaldo a costos bajos, y todo por él. No sé qué vaya a pasar si él no…
  • Ni lo diga doctor. Ya verá que no sucederá nada malo; pronto lo veremos salir y todo seguirá, será mejor, ya lo verá. El licenciado merece ser feliz en esta vida.
  • Bien, señorita. Permítame, voy a la oficina. Nos veremos en un momento.

    Cada uno se dirigió a hacer sus cosas y C se apresuró para estar lista apenas regrese el doctor y entrar a ver a S, lo que le despertó gran entusiasmo, recordando a su madre y su optimismo, y se había contagiado. “Tomaré su mano, se la besaré y le hablaré, sabrá que estoy con él, que he regresado y que será para siempre, para hacer una vida juntos. Recuperaremos el tiempo. Lo cuidaré, y cuando salga del hospital iremos a su casa y yo estaré ahí hasta que se levante, nos casemos. Que así sea. Yo estaré cerca. Él para mí, yo para él. Esta vez para los dos y vamos a escribir una historia a la que le faltan muchos capítulos, y lo haremos juntos. Yo no regresé para cerrarle los ojos; él va a vivir”.

    Después de algunos minutos, el doctor regresó, y antes de entrar le previno que el estado de salud de S era delicado y que se encontrará con una serie de aparatos para su recuperación, que se tenía que poner el equipo para evitar alguna infección para el recién operado.

    Una enfermera le llevó el equipo, y en ese momento, entró una llamada a su celular, era el Escritor. C no quiso contestar, atareada en su vestuario, pero la insistencia le hizo responder. Le preguntó sobre S, que sabía que había sufrido un infarto y que quería saber el estado de salud de su amigo. Le respondió que no lo había visto, que se estaba preparando para entrar, que en cuanto saliera le llamaría para informarle el estado de salud del licenciado.

    – Sé que no es el momento, pero, ¿en cuanto S esté mejor, me alcanzarás en Europa?.

    – Tienes razón, no es el momento. Por favor, me disculparás pero el doctor me espera para entrar a ver a S. Te llamo en cuanto salga, si me lo permites.

    En ese momento, gran movilidad, todos corrían de un lado para otro; entraban y salían del área de terapia intensiva y S intuyó que algo grave estaba pasando, mientras que en el teléfono, el Escritor preguntaba qué pasaba, y ella le contestó que después le diría, que, al parecer algo grave sucedía y le colgó.

    Corrió a terapia intensiva, pero una enfermera se lo impidió.

    “Pero el doctor me había dicho que pasara”, dijo C, y la enfermera “le dijo que sí, pero hace unos cinco minutos. El licenciado S se puso mal y nadie podía pasar. La estábamos esperando para que entrara, pero ahora ya no se puede. Espérenos aquí”.

    C se reprochó, “y todo por atender la llamada del Escritor. Maldito”, pero reflexionó, “pero si él no tiene la culpa, no sabía lo que sucedía. Sí lo sabía, le dije que estaba mal. Lo hizo a propósito, me habló de que si me esperaba en Europa, y por estar discutiendo… es más, por contestare, no pude ver a S y ahora está al borde de la muerte y no sé si lo volveré a ver vivo. Es mi culpa. Siempre me tengo que equivocar en relación a él. ¡Carajo, no lo merezco!”. Se lo reprochó cien veces.

    Al cabo de un rato, salió el doctor y C corrió hacia él.

  • Lo recuperamos, pero debo decirle que su estado empeoró. Lo siento mucho.
  • ¿Puedo pasar a verlo?.
  • Mañana temprano, por favor. No me iré. Me quedaré en la oficina. Un doctor y una enfermera se quedarán con él y me llamarán de ser necesario. Siendo honesto, señorita C. Esperemos lo peor de un momento a otro. Lo lamento.
  • Doctor permítame verlo, por favor.
  • No tiene sentido, señorita. Esperemos a mañana.
  • Doctor, por favor, permítame verlo.
  • Es inútil que insista, señorita. Ahora perdóneme, buscaré descansar porque el día fue terrible.

    C ya no dijo nada. Sólo se reprochó el haber atendido la llamada del Escritor. “Si hubiera entrado enseguida y le hubiera hablado estaría mejor al saber que regresé, pero ahora se encuentra peor. Quizá no me hubiera escuchado, pero tal vez me hubiera sentido. En fin, el caso es que se acabó todo. Así lo siento. Pudimos ser tan felices pero me dejé llevar por el oropel y mira lo que sucedió. Llegué demasiado tarde”.

    Al regresar a la habitación nuevamente la llamada del Escritor y dudó en contestar, pero lo hizo, pensando que sólo le daría parte del estado de salud de S, nada más, y así le dijo, que estaba en malas condiciones, y que, por desgracia, en cualquier momento podría llegar el fatal desenlace.

  • De verdad lo siento. Fue mi mejor amigo
  • Por fortuna todavía está vivo no hables en tiempo pasado, de que fue tu amigo. Si hubiera sito tu amigo y lo apreciaras como dices, no me hubieras enamorado, ni siquiera me hubieras inquietado, pero, en fin, ya está. Y ahora discúlpame, trataré de dormir un poco.
  • C, cuando inició todo yo no sabía que tenías una relación con él. Si lo hubiera sabido no hubiera intentado nada, y cuando lo supe ya era tarde, estaba muy enamorado de ti. Sinceramente te amo mucho. Te adelanto que en un mes citaré a una rueda de prensa para sincerarme. Quiero decirte que las ideas de mis libros son mías, y las desarrollo, pero daré a conocer lo que tú ya sabes. Me gustaría que estuvieras a mi lado. Por primera vez en mi vida seré honesto. Es cierto, ella es la que rehace mis obras, los méritos son de ella. Le entregaré la mitad de mi fortuna. Lo que voy a hacer lo haré por ti, pero vente conmigo. Me retiraré de todo y de todos para estar contigo, sólo contigo. Te prometo que nos casaremos. Por favor C, no me dejes. Estoy dispuesto a lo que sea. Ya te dije, hablaré con la verdad ante el mundo. No creas que es fácil, pero lo haré por ti, como mi primer acto de honestidad y todo es por ti, de verdad. Es más, no vengas, yo iré por ti, hablaré con tu mamá para que nos dé la anuencia para casarme contigo, por todas las de la ley, como tu mamá lo deseaba. Vamos a empezar pero con transparencia. Fincaremos el futuro en la verdad. Perderé toda oportunidad de obtener el premio Nobel, pero no creo que mis obras se lean menos. Ya ves cómo es la morbosidad de las personas.
  • No estoy en condiciones de atender el caso. Ahora no tengo cabeza para nada, menos para esto.
  • Te amo C, eres lo más importante que me ha pasado. No quiero perderte. ¿Si algo saliera mal con S, lo que no deseo, tendría más posibilidades de que regresaras conmigo?
  • Disculpa. No es cuestión de si S se salva o no. Decidí que me quedo en el país
  • Si así lo dispones, está bien, nos quedaremos en México. Compraremos un rancho y ahí viviremos, lejos de las miradas indiscretas.
  • Si no te importa, voy a colgar. Te estaré informando sobre el estado de salud de S. Hasta mañana.

    C colgó y antes de acostarse se acercó al cuarto de terapia intensiva.

  • ¡No puede pasar!, le dijo una enfermera
  • No se apure, señorita, no pensaba hacerlo. Sólo quise estar cerca un momento, pero ya me retiro.
  • Perdone, pero es peligroso para el paciente. Le ruego no se moleste.
  • No se apure señorita enfermera. Me voy a recostar. Hasta mañana, cualquier cosa me llaman.
  • Verá que no pasará nada malo. Descanse, el licenciado no puede estar mejor cuidado que como lo está.

    II

    Al día siguiente, C salió de la habitación para preguntar por S y la enfermera le dijo que el doctor estaba con él, que esperara un momento. “Mire ahí viene”.

  • ¿Cómo está doctor?.
  • Mal, pero estable.
  • ¿Puedo pasar a verlo?.
  • Pero sólo cinco minutos. Póngase el equipo para que pueda entrar.

    Esta vez C no tardó, fue presta para reencontrarse con el doctor y entrar al cuarto de terapia intensiva.

    S estaba conectado a algunas máquinas. C se quiso precipitar sobre él pero se contuvo. Se acercó lentamente, y al pie de la cama le tomó la mano derecha, se inclinó y la besó; la puso en su mejilla y le dijo: “estoy aquí, te amo. No me puedes dejar. Vine a quedarme para siempre, así que tienes que reponerte. Te voy a cuidar”.

    C no vio la mirada entre los médicos; el gesto pesimista, pero en ese instante, ella sintió que la mano de S le apretó. “Doctor, S me está apretando ligeramente la mano. Fue un instante, lo sentí”. “Permítame”, pidió el doctor y después de auscultarlo comentó: “puede ser”. “Doctor, le digo que lo sentí”. “Sí señorita, pudo ser. Es un buen síntoma. Esperemos que siga así. Ahora vámonos. Debemos dejarlo descansar”.

    – Doctor, por qué no le dijo que pudo ser un reflejo o una sensación, la de la persona que desea ver que su ser querido mejora.

    – ¿Daña el que ella piense que así fue, que cree que mejora?. Al contrario. No se olvide que la mente tiene alcances que, a estas alturas, cuando se explora el universo, no lo conocemos. Deje que así lo crea, eso ayudará al licenciado, al menos no le causará daño alguno.

    – ¿Y si para la próxima ocasión no sucede lo mismo a la señorita?.

    – No pasará y ya. En ocasiones los jóvenes quieren explicaciones de todo, y cuando las encuentran, no las creen. Hay cosas que no tienen explicación. No quiera saber lo que no se sabe. Ya irá aprendiendo con los años. Vamos, debe estar listo su relevo; descanse y en la noche retomará su turno.

    S tomó su maleta y se fue a casa, a cambiarse y le comentó a su madre lo que sintió cuando tomó la mano de S. “Mamá, te juro que me apretó la mano. S reaccionó. Tenías razón, la fe tiene su magia. No te puedo llevar por el momento. Voy a ducharme y desayunamos. Quizá mañana ya puedas ir conmigo. ¿Te parece?.

    A la señora no le gustó, pero no quiso darle más preocupaciones a su hija. “Lo que tú digas. Te voy a preparar el desayuno, descansas y te preparas para irte por la tarde”. “Sí mamá, está el licenciado Martínez, y me avisará si se ofreciera algo”.

    III

    Por la tarde, el doctor justo le llamaba cuando C entró. “El licenciado abrió los ojos y así se mantuvo unos momentos, luego volvió a dormir. Siento que le hizo mucho bien el que usted le hablara por la mañana. Creo que será importante que usted vuelva a hablar con él, pero ya sabe, tiene que ser con todas las precauciones, nada de precipitarnos porque puede ser contraproducente. Vamos despacio. Por favor, recuerde, sea breve y no muy efusiva. Aliéntelo. La ciencia ya hizo lo que podía y lo seguirá haciendo, pero el ánimo será determinante. Vamos, vamos por favor”.

    Se volvió a poner el equipo en su habitación; enseguida salió y caminó con ansiedad, hasta que el doctor le conminó a hacerlo despacio, y así fue. Se detuvo al pie de la cama. Le acercaron una silla y se sentó. Le tomó la mano, la besó y se acarició la mejilla, igual que en la mañana. S abrió ligeramente los ojos. La miró, intentó alcanzarla con la otra mano, pero no pudo. Quiso hablar y apenas un balbuceo… C…

    El doctor le pidió que no se esforzara, que todo estaba bien, que tomara las cosas con calma.

  • No te esfuerces, yo estoy aquí y me quedaré para siempre. Te amo, mi amor, te amo.

    Le acarició el cabello y él sonrió ligeramente. C, le dijo él, alargando el nombre y apretó un poco la mano de su compañera.

    S, después de contemplarla, de repetir dos veces más su nombre, alargado siempre, cerró los ojos y durmió. C se inquietó, pensó lo peor, pero el doctor la tranquilizó. “No se apure, es normal, se cansó. Dejémosle tranquilo. Lo importante es que sigue reaccionado. Va avanzando. Venga, salgamos. Mañana volveremos.

    Le habló a su mamá para darle la noticia, lo que alegró a la señora. “Te lo dije, hija, y tú lo vas a levantar”.

    Por la mañana, ella quiso ver a S, pero el doctor le comentó que lo iban a asear, que mejor fuera a casa y que por la tarde se vería.

    C le preguntó si podría traer a su mamá y el doctor aceptó, a condición de que fuera fugaz la visita y una a la vez. “Sí, doctor, no se preocupe. Voy y vengo”. “No hay prisa, descanse en casa. No es lo mismo su casa que este cuarto que, aunque con comodidades, no sustituye a su recámara”. “Gracias, doctor. Nos vemos más tarde”. “Aquí estaré para darle buenas noticias. El enfermo evoluciona más de lo que pudiera pensarse”.

 

Por la libre 2386 del 3 de mayo del 2020 Por Ignacio Cortés Morales

35- El final I

Por la tarde C llegó con su mamá y el doctor salió a su encuentro.

  • Señorita C, Señora, mis respetos. El licenciado mejora. Pidió que le tomaran un dictado y un poder. Señorita, proporcióneles equipo a la señorita C y a su mamá.

    Después de un momento, las dos estaban listas para entrar.

    S estaba dormitando, pero al sentir la presencia de los visitantes, despertó. Quiso incorporarse, pero el doctor se lo impidió. “No hagamos locuras, licenciado. Vamos mejorando y mucho, pero no exageremos, ¿de acuerdo?. S sonrió, aceptando la medida.

  • Mira, vino mi mamá conmigo a saludarte.
  • Señora, perdone la facha. Me da vergüenza – dijo S queriendo arreglar un poco el cabello, hablando con alguna dificultad, con pausas
  • Pero señor, si se ve usted guapísimo. No sabe el gusto que me da saludarlo. Sabe el aprecio que se le tiene en su casa.
  • Gracias, señora. Yo también le estimo mucho.
  • Le esperamos pronto a cenar.
  • Así será, señora. Doctor, señora, podrían permitirme hablar con C. Doctor, déme los documentos que dicté. – El doctor se los entregó; le pidió que no hiciera gran esfuerzo y que no podía tener una conversación por más de cinco minutos- Gracias. Yo les llamo, por favor.

    Se hizo un silencio un tanto incómodo. C, que se había mantenido en sitio discreto, se acercó, se sentó en la silla cercana y le tomó la mano para hacer lo mismo que siempre: la besó y se acarició la mejilla. S pudo tenderle la otra mano y bromeó.

  •  ¿Jugamos a la ronda?.
  • Chistoso. Me da gusto que bromees, quiere decir que estás mejor.
  • No te voy a engañar. No sé cuánto tiempo viviré, pero el que sea lo voy a ocupar para agradecerle a la vida que estás aquí, conmigo. ¿Te decepcionó tan pronto el Escritor?.
  • ¿Lo sabías?.
  • Todo
  • ¿Y por qué no me lo dijiste?
  • No hubiera jugado limpio. Tú lo admirabas y no sería yo el que te desilusionara. Siempre quise que no supieras muchas cosas, que fueras feliz a su lado. Lamento que lo hayas descubierto tan pronto. Si hubiera sido después, el tiempo a su lado hubiera sido feliz. Entiéndelo, siempre quise tu felicidad. Me hubiera gustado que fuera a mi lado, pero no tenía el físico de él, ni lo bohemio, ni lo dicharachero, ni lo audaz, ni el talento porque, de verdad, es un hombre talentoso para escribir. Quizá el haber encontrado a esa señora con tanta capacidad, lo volvió flojo y entonces trazaba las cosas con descuido, sabedor que ella lo corregiría.
  • ¿Y cómo sabes que fue lo de la correctora de estilo lo que me hizo dejarlo?.
  • Jovencita, lo mujeriego se lo conocías, su falta de capacidad de amar prolongadamente, también. Lo único que te decepcionaría es que no fuera el autor de los libros que tanto admirabas. Tú, más que amarlo, lo admirabas, admirabas quizá no tanto a la persona, sino al escritor, y al caerse el traje, él quedó al desnudo. Ahora confirmo que no lo amas, de lo contrario se lo hubieras personado.
  • Si sabías esa doble vida me lo hubieras dicho.
  • No me lo hubieras creído. Si alguien te lo hubiera dicho, quien sea, no lo hubieras aceptado. Tenías que saberlo por ti, enterarte en forma casual, y así creo que fue. C, te conozco muy bien.
  • Si me lo hubieras dicho me hubieras ahorrado la vergüenza…
  • No lo hubieras creído. Pensarías que te lo diría para que te quedaras. A la fuerza nada, señorita C. Además, la vida siempre es justa. En ocasiones se tarda, pero termina por poner a cada quien en su lugar. Eso lo deben saber los intrigosos y los malagradecidos; son ciegos, están enfermos. Pero dejemos el caso. Mira, en esta carpeta hay una carta que te pediré que la leas después. Aquí está un amplio poder para que te hagas cargo de la empresa. La única condición ya la conoces, no debes venderla ni despedir a los leales, y cuando quieras retirarte, lo que puede ser al día siguiente que tomes posesión, o fallezcas, la dejarás a los trabajadores. Para tus hijos, que ojalá los tengas, habrá trabajo en ella cuando estén en edad y demuestren aptitud y actitud, y si no quieren, recibirán un dinero para el resto de sus vidas. Nada me daría más gusto que alguno de ellos te sustituya al frente del negocio. Con el sueldo que se te asignará tendrás más que suficiente. La casa ya está a tu nombre. No me digas nada. Yo sabía que regresarías algún día. Creí que pronto, pero no tanto y nadie mejor que tú para quedarte con la mansión. Un favor, lo que te darán por las obras del Escritor, purifícalo y conviértelo en un albergue para perritos y funda una escuela, donde estudien tus hijos.
  • ¿Por qué no dices nuestros hijos?
  • No nos engañemos. Eso es imposible y lo lamento, pero quiero que tengas hijos, si lo deseas. Tú te casarás y serás feliz. Lo del Escritor fue una equivocación. Él siempre prometerá que va a cambiar. Nunca la hará, su naturaleza le hace prometer lo que sabe que no podrá cumplir, pero así cree limpiar su conciencia. C, hermosa mía, mi niña, mi amor. La vida es muy generosa conmigo. Me dio la oportunidad de despedirme de tu mamá y de ti.
  • No digas eso, te ves mejor. Te recuperas muy rápido.
  • Eres hermosa -le dijo, al tiempo que le acarició el rostro- Con el cubrebocas tus ojos se ven más bellos. Toda tú eres especial. Tus manos tienen vida propia y crean y aman; tienen fisiatría. Mírame, me aliviaste al tocarme. Tu boca es tan sensual, armoniosa. Tienes un rostro tan de luminoso que entregas confianza. Un favor, quítate el cubrebocas, un instante. Quiero verte, déjame que mis dedos te recorran, se posesionen de tus facciones, de tu luz, de tu libertad, de ti misma. Nunca he sido tan feliz como en este momento. Vamos, abrázame y abrásame con tu calor, con tu sentimiento. Así, que este instante no tenga tiempo ni espacio, que sea eterno e infinito, que se quede en los dos, pero en ti, que sea de buena suerte para que encuentres la felicidad que te corresponde por ser como eres. Un momento –le dijo separándola para contemplarla. ¡Qué hermosa!. Ni niña, mi mujer por el tiempo que me dio la vida la oportunidad de demostrar que tenía capacidad de amar, y mira mi suerte, el amor me llegó, me despertó esa capacidad justamente contigo, con la mejor, C. Gracias, gracias, gracias por dejarme ser parte de ti, por darme tu cuerpo y, especialmente, tu alma. ¡Qué bella!. Quién apagó la luz. Préndela, por favor C, quiero verte… otra vez. Tus manos –Las tomó y las besó con infinita ternura. Cerró los ojos- Ya no es necesario que vuelva la luz, me basta con cerrar los ojos para mirarte. C, no llores, por favor, no ahora. Me quiero ir con tu sonrisa. Así, mi amor. Seca las lágrimas. Nada de llanto. El amor es felicidad, alegría, vida. C, C… Te amo…

    Le besó las manos y el rostro. Un gran esfuerzo para no romper en llanto. Se prometió no llorar.

    “Yo también te amo. Te amé desde nuestro primer encuentro. Descansa, descansa. Lo que dispusiste se cumplirá”…

    Nos escuchamos en Entérese, de lunes a viernes, de 18 a 19 horas; Radio Capital 105.3

 

Por la libre 2386 del 3 de mayo del 2020 Por Ignacio Cortés Morales

35- El final I

Por la tarde C llegó con su mamá y el doctor salió a su encuentro.

  • Señorita C, señora, mis respetos. El licenciado mejora. Pidió que le tomaran un dictado y un poder. Señorita, proporcióneles equipo a la señorita C y a su mamá.

    Después de un momento, las dos estaban listas para entrar.

    S estaba dormitando, pero al sentir la presencia de los visitantes, despertó. Quiso incorporarse, pero el doctor se lo impidió. “No hagamos locuras, licenciado. Vamos mejorando y mucho, pero no exageremos, ¿de acuerdo?. S sonrió, aceptando la medida.

  • Mira, vino mi mamá conmigo a saludarte.
  • Señora, perdone la facha. Me da vergüenza – dijo S queriendo arreglar un poco el cabello, hablando con alguna dificultad, con pausas
  • Pero señor, si se ve usted guapísimo. No sabe el gusto que me da saludarlo. Sabe el aprecio que se le tiene en su casa.
  • Gracias, señora. Yo también le estimo mucho.
  • Le esperamos pronto a cenar.
  • Así será, señora. Doctor, señora, podrían permitirme hablar con C. Doctor, déme los documentos que dicté. – El doctor se los entregó; le pidió que no hiciera gran esfuerzo y que no podía tener una conversación por más de cinco minutos- Gracias. Yo les llamo, por favor.

    Se hizo un silencio un tanto incómodo. C, que se había mantenido en sitio discreto, se acercó, se sentó en la silla cercana y le tomó la mano para hacer lo mismo que siempre: la besó y se acarició la mejilla. S pudo tenderle la otra mano y bromeó.

  •  ¿Jugamos a la ronda?.
  • Chistoso. Me da gusto que bromees, quiere decir que estás mejor.
  • No te voy a engañar. No sé cuánto tiempo viviré, pero el que sea lo voy a ocupar para agradecerle a la vida que estás aquí, conmigo. ¿Te decepcionó tan pronto el Escritor?.
  • ¿Lo sabías?.
  • Todo
  • ¿Y por qué no me lo dijiste?
  • No hubiera jugado limpio. Tú lo admirabas y no sería yo el que te desilusionara. Siempre quise que no supieras muchas cosas, que fueras feliz a su lado. Lamento que lo hayas descubierto tan pronto. Si hubiera sido después, el tiempo a su lado hubiera sido feliz. Entiéndelo, siempre quise tu felicidad. Me hubiera gustado que fuera a mi lado, pero no tenía el físico de él, ni lo bohemio, ni lo dicharachero, ni lo audaz, ni el talento porque, de verdad, es un hombre talentoso para escribir. Quizá el haber encontrado a esa señora con tanta capacidad, lo volvió flojo y entonces trazaba las cosas con descuido, sabedor que ella lo corregiría.
  • ¿Y cómo sabes que fue lo de la correctora de estilo lo que me hizo dejarlo?.
  • Jovencita, lo mujeriego se lo conocías, su falta de capacidad de amar prolongadamente, también. Lo único que te hubiera decepcionado sería que no fuera el autor de los libros que tanto admirabas. Tú, más que amarlo, lo admirabas, admirabas quizá no tanto a la persona, sino al escritor, y al caerse el traje, él quedó al desnudo. Ahora confirmo que no lo amas, de lo contrario se lo hubieras personado.
  • Si sabías esa doble vida me lo hubieras dicho.
  • No me lo hubieras creído. Si alguien te lo hubiera dicho, quien sea, no lo hubieras aceptado. Tenías que saberlo por ti, enterarte en forma casual, y así creo que fue. C, te conozco muy bien.
  • Si me lo hubieras dicho me hubieras ahorrado la vergüenza…
  • No lo hubieras creído. Pensarías que te lo diría para que te quedaras. A la fuerza nada, señorita C. Además, la vida siempre es justa. En ocasiones se tarda, pero termina por poner a cada quien en su lugar. Eso lo deben saber los intrigosos y los malagradecidos; son ciegos, están enfermos. Pero dejemos el caso. Mira, en esta carpeta hay una carta que te pediré que la leas después. Aquí está un amplio poder para que te hagas cargo de la empresa. La única condición ya la conoces, no debes venderla ni despedir a los leales, y cuando quieras retirarte, lo que puede ser al día siguiente que tomes posesión, o fallezcas, la dejarás a los trabajadores. Para tus hijos, que ojalá los tengas, habrá trabajo en ella cuando estén en edad y demuestren aptitud y actitud, y si no quieren, recibirán un dinero para el resto de sus vidas. Nada me daría más gusto que alguno de ellos te sustituya al frente del negocio. Con el sueldo que se te asignará tendrás más que suficiente. La casa ya está a tu nombre. No me digas nada. Yo sabía que regresarías algún día. Creí que pronto, pero no tanto y nadie mejor que tú para quedarte con la mansión. Un favor, lo que te darán por las obras del Escritor, purifícalo y conviértelo en un albergue para perritos y funda una escuela, donde estudien tus hijos.
  • ¿Por qué no dices nuestros hijos?
  • No nos engañemos. Eso es imposible y lo lamento, pero quiero que tengas hijos, si lo deseas. Tú te casarás y serás feliz. Lo del Escritor fue una equivocación. Él siempre prometerá que va a cambiar. Nunca la hará, su naturaleza le hace prometer lo que sabe que no podrá cumplir, pero así cree limpiar su conciencia. C, hermosa mía, mi niña, mi amor. La vida es muy generosa conmigo. Me dio la oportunidad de despedirme de tu mamá y de ti.
  • No digas eso, te ves mejor. Te recuperas muy rápido.
  • Eres hermosa -le dijo, al tiempo que le acarició el rostro- Con el cubrebocas tus ojos se ven más bellos. Toda tú eres especial. Tus manos tienen vida propia y crean y aman; tienen fisiatría. Mírame, me aliviaste al tocarme. Tu boca es tan sensual, armoniosa. Tienes un rostro tan de luminoso que entregas confianza. Un favor, quítate el cubrebocas, un instante. Quiero verte, déjame que mis dedos te recorran, se posesionen de tus facciones, de tu luz, de tu libertad, de ti misma. Nunca he sido tan feliz como en este momento. Vamos, abrázame y abrásame con tu calor, con tu sentimiento. Así, que este instante no tenga tiempo ni espacio, que sea eterno e infinito, que se quede en los dos, pero en ti, que sea de buena suerte para que encuentres la felicidad que te corresponde por ser como eres. Un momento –le dijo separándola para contemplarla. ¡Qué hermosa!. Mi niña, mi mujer por el tiempo que me dio la vida la oportunidad de demostrar que tenía capacidad de amar, y mira mi suerte, el amor me llegó, me despertó esa capacidad justamente contigo, con la mejor, C. Gracias, gracias, gracias por dejarme ser parte de ti, por darme tu cuerpo y, especialmente, tu alma. ¡Qué bella!. Quién apagó la luz. Préndela, por favor C, quiero verte… otra vez. Tus manos –Las tomó y las besó con infinita ternura. Cerró los ojos- Ya no es necesario que vuelva la luz, me basta con cerrar los ojos para mirarte. C, no llores, por favor, no ahora. Me quiero ir con tu sonrisa. Así, mi amor. Seca las lágrimas. Nada de llanto. El amor es felicidad, alegría, vida. C, C… Te amo…

    Le besó las manos y el rostro. Un gran esfuerzo para no romper en llanto. Se prometió no llorar.

    “Yo también te amo. Te amé desde nuestro primer encuentro. Descansa, descansa. Lo que dispusiste se cumplirá”…

    No hubo más. S se había ido. C le juntó las manos y lo besó en los labios, en la frente. Salió. No hubo necesidad de decir nada, su actitud lo decía todo, pero dejó caer: “S ya no podrá ir a cenar a casa, mamá; S ya no está con nosotros”. Abrazó a su madre y el doctor entró rápidamente al cuarto de terapia intensiva, sólo para comprobar lo que había dicho C. El médico no pudo contener el llanto, se recargó en la puerta. “No pude salvarlo. ¿Qué hice mal?”, se reprochaba. C sabía que lo que se hiciera terminaría en el mismo desenlace.

 

MASEUAL Noticias, es un sitio de información periodística en internet, con más de 17 años de experiencia

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Log In or Create an account