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Opinión

DESAFÍO CIENTÍFICO: DISMINUIR IMPACTO DE COVID

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Por ALEJANDRO CÁRDENAS SAN ANTONIO / MASEUAL

 

  • SARS-CoV-2 sigue dando sorpresas y los investigadores no cesan en buscar una cura
  • Los científicos se enfrentan a uno de los enigmas más difíciles de resolver: virus

 
Cuernavaca, Morelos, México, 16 de julio de 2020.-  Científicos de diversos países continúan trabajando literalmente las 24 horas para tratar de mejorar el conocimiento sobre el virus SARS-CoV-2, buscan definir patrones de transmisión, crear nuevas formas de mantener a salvo a la población, identificar posibles objetivos terapéuticos y obtener una vacuna efectiva.

En internet aparecen constantemente “preimpresiones” científicas, significa que el contenido aún no ha sido revisado por otros científicos, la revisión por pares detecta errores no intencionales, problemas con los análisis y conclusiones sin fundamento; generalmente, esta práctica da como resultado publicaciones robustecidas en sus conclusiones y son más confiables.

A siete meses de que fue detectada la enfermedad Covid-19, en Wuhan, China, la odisea de una emergencia sanitaria no visualiza un final, aún hay cosas que se ignoran sobre la infección, algunas de ellos son: la verdadera tasa de letalidad, es decir; el porcentaje de casos positivos que fallecen por Covid-19, no se sabe cuántas personas han sido infectadas por el retraso u omisión en la realización de pruebas; se desconoce con precisión por qué y cómo el virus causa tan amplia gama de complicaciones como los recientes casos de síndrome inflamatorio multisistémico, observado en niños, e incluso, si se transmite a través de gotitas de saliva, aerosoles u objetos contaminados, -aunque se presume que es lo más sensato- dicha información aún no es definitiva, y en ocasiones, contradictoria.

Por otra parte, la ciencia desconoce aún qué le sucederá a un paciente que padeció Covid-19 luego de que su organismo reaccionó a un tratamiento de forma satisfactoria, se ignora si tendrá inmunidad y si ésta será permanente; en algunos casos, se han visto algunas señales tempranas de daño en los pulmones y no se descartan afectaciones cerebrales por falta de oxígeno – la llamada “hipoxia feliz”- subproducto de la respuesta inflamatoria del cuerpo o “tormenta de citocinas” y además, no se tiene conocimiento por cuánto tiempo las personas son infecciosas.

El lado optimista en esta odisea sanitaria mundial, es que muy rápido se conoció el genoma del virus; esa ventaja ayuda a identificar cuándo muta, permite rastrear su propagación, identificar los tratamientos y diseñar probables vacunas; la secuencia genómica permite a los científicos enfocarse en rasgos específicos del virus.

A su vez, las medidas estándar de salud pública están funcionando para protegernos en el aumento de contagios: utilizar mascarillas, mantener una distancia muy prudente con otras personas y lavarse de manera frecuente las manos, en los hogares la prevención se está haciendo parte de las rutinas, hay protocolos como quitarse los zapatos en la entrada de la casa, habilitar un espacio para depositar artículos personales y ahí desinfectarlos con alcohol y colocar la ropa en bolsas y lavarla inmediatamente pues resulta que a este enemigo letal no le va nada bien el jabón.

No se pueden descartar los tratamientos con el uso de medicamentos ya existentes en el mercado mientras se encuentra la fórmula esencial de una vacuna, ni los descubrimientos para hacer frente al ataque del virus SARS-CoV-2 que, aunque son a cuenta gotas, se van compartiendo en las instituciones de salud.

En el tema de la o las vacunas, hay 126 países dedicados a ello y como toda investigación científica, se han presentado esperanzas y desengaños; las vacunas son preparaciones biológicas capaces de generar inmunidad contra una enfermedad estimulando la producción de anticuerpos dentro del organismo.

La urgencia de contar con una vacuna por la letalidad del virus SARS-CoV-2 es un hecho incuestionable, sin embargo, cualquier vacuna en condiciones ordinarias tarda en desarrollarse más de un año e incluso más de cinco años con el objetivo de evitar fracasos, no se pueden omitir detalles en la investigación o acelerar tiempos en las fases del proceso ni hacer a un lado esquemas o protocolos que requieren pruebas para determinar perfiles de seguridad, eficacia y estabilidad en humanos.

Una vacuna para estar a disposición clínica, debe acumular grandes volúmenes de datos estadísticos acerca de su efectividad y su seguridad. Primero son pruebas in vitro y animales y si en ellos hay resultados positivos, la vacuna pasa a un estudio clínico que se divide en tres y hasta cuatro fases.

Hablando de las fases: primero se pone a prueba en grupos de 20 y 100 personas sanas para identificar posibles efectos secundarios y determinar la dosis adecuada, el siguiente nivel es la aplicación a otros cientos de personas para evaluar cómo reacciona el sistema inmune y un tercer paso es con miles de personas para comparar la evolución con quienes no fueron vacunados.

EEUU y China son los más adelantados de los 126 países que buscan en sus laboratorios el diseño de una vacuna; en sus proyectos, ambas naciones están en fase dos, falta salvar las exigencias de la tercera fase, pero las cosas ahí no terminan: falta la producción de la vacuna en altos volúmenes, la distribución coordinada a los países de destino y su aplicación en todas las zonas geográficas.

En el desarrollo de esta historia, los científicos han manejado tratamientos con diversos medicamentos ya existentes como el Remdesivir que ha sido empleado contra el ébola, otros como el Lopinavir y Ritonavir que se aplican a pacientes con VIH, también experimentan con la Hidroxicloroquina y Cloroquina usados contra la malaria, estos dos últimos, recién quedaron suspendidos por la Organización Mundial de la Salud OMS luego de comprobar poca o ninguna reducción en la mortalidad de pacientes con Covid-19.

Falta recorrer un trecho, es aventurado poner una fecha límite para tener el resultado de todos los esfuerzos en laboratorios, se está frente a un virus, uno de los enigmas más difíciles de resolver en la historia de la Ciencia, existe aún la controversia de si es algo vivo o muerto; se le llama ser vivo a un organismo que está formado por un conjunto de materia organizada en un sistema más o menos complejo, de manera clásica, se decimos que los seres vivos se identifican porque pueden relacionarse con el medio, nutrirse y reproducirse; pero, según esta definición, los virus no se podrían considerar seres vivos; sin embargo, su organización y su forma de existir ponen al límite la definición. El debate sobre si los virus son o no seres vivos lleva decenas de años encendido.

Los investigadores están frente a una asunto esquivo y poco domable, se expresan congruentes, tienen claro algo, ellos dicen: “…este virus no desaparecerá, y cualquiera que diga que será vencido está siendo simplista. No se trata de vencerlo, sino de disminuir su impacto”.

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