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Columna

POR LA LIBRE 2472

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Por IGNACIO CORTÉS MORALES / MASEUAL
Cuernavaca, Morelos, México, de 2 de agosto de 2020.-  Hoy le hubiera querido llamar; créelo; lo intentó; no fue una ocasión, fueron varias las veces en las cuales quiso hacerlo, y lo mismo prendió el celular que lo apagó, y lo volvió a hacer; incluso, en uno de los intentos hasta marcó tu número, pero en el último de ellos, lo dejó sobre la cama y se paró para servirse una copa.
Tenía tanto amor que decirle que le dio miedo asustarle por tal impetuosidad, por lo que calló el móvil en el supremo instante en “enviar”, y no lo intentó por varios minutos, al ritmo de la suave música que le embriagaba, que le hacía sentir emociones de anhelo de tenerle cerca, más que nunca, más que siempre, aunque sólo sea en su mente, porque nunca le ha tenido, nunca le ha dicho nada; el silencio que se impuso, el no querer hablarle, estuvo a punto de decirse en ese día en el que se salía el mundo del pecho, pero lo contuvo justo a tiempo para no romper la ilusión que le había llegado desde hacía mucho tiempo, quizá desde el primer instante, desde que le vio, pero nunca se atrevió a decirle el sentimiento vivo que le agobiaba; el miedo era mayor, por lo que desistió del intento de decir; mejor, gritar el sentimiento; no encontraba las palabras para expresarlo, aunque, más que palabras, la decisión para hacerlo de sí y decirlo a todos.
Al ritmo que bebía, cuando la música acompañaba, se preguntaba en lo que estaría soñando ella, ¿qué estaría haciendo?, ¿hacia dónde se dirigían sus pensamientos?.
Descartó, desde luego, que alguno de los pensamientos o sueños serían para él, pues era evidente que ella tendría otros senderos que surcar y no por el de un bohemio de corta presencia y menos vida; pero el amor manda y guarda la esperanza y la guardará mientras no le diga nada, porque en cuanto le hable, la magia de la nada se esfumará, y digo nada porque nada hay de ella a él; es más, llegan las cosas a pensarse que le tolera y es la cortesía la que habla para no ser drástica y detener cualquier insinuación, cualquier palabra no propia que engarce con algún sentimiento ajeno a la realidad de cada uno de los dos.
Ella un sol y él un atardecer como otro cualquiera, ni siquiera el atardecer de anhelos que mañana se hilvanarán con la realidad, no el atardecer que antecede a la noche de luna y estrellas, sino el atardecer gris, ni siquiera el atardecer moreno que presagia la lluvia, sino el atardecer y nada más que el atardecer de nada, vacío, insignificante, uno de los tantos atardeceres que se dan en el mundo sin ninguna trascendencia; es más, es un atardecer sin enamorados ni nada, sin preámbulo al amor o a la agitación; ni siquiera a la muerte del día ni de las ilusiones, sino un atardecer como millones, de los que se olvidan apenas llega la noche, que ni siquiera pasaron, que no existieron; atardecer que no es más que una pausa al vacío que a desembocar a algo que conectara con el universo.
Nuevamente el móvil le llega a la mano y lo acaricia, lo juega, lo toma, le llama a llamarle, pero se resiste; no quiere despertar; sabe que no hay nada y seguramente no lo habrá, pero, al final se queda con el sentimiento que no le hace mal a nadie, ni a ella que no le llena ni mucho menos, y a él; a él nada, es suyo, de él, propio, su propiedad, no de otra sino de él en el amor que se guarda en la angustia del rudo y rotundo no que vendrá
Vuelve al móvil a quedar en su lugar silencioso, mientras que en la mente de él no hay más que el recuerdo de ella, pero lo guarda; nadie sabe de ella, ni sus amigos; sólo él que este día estuvo a un paso de llamarle, de desencapsular su encapsulado amor, pero en el último instante se arrepintió, y es que es inútil, es la insensatez, la torpeza, y así, aunque sabe que es imposible, por lo menos no lo dice para que siga siendo, aunque no sea en la realidad, para que sea para él, pero nada más para él, que a ella no le va, y ¿cómo le va a ir si es tan hermosa, si sus grandes ojos miran para otro lado, si sus labios son demasiado sensuales y su rostro todo es de portada y él, él ni noticia de penúltima plana; si ella llamado de atención de siempre y él uno que no se sabe si viene o si va o está, es uno más en el universo de millones que son sombras a su paso, casi entre catacumbas, en la oscuridad y sin posibilidad de luz, ésta es para los bienaventurados, no para él que es equis, un punto que requeriría mucha atención para ser visto fugazmente, y él, nadie, estuvo esa tarde, una tarde, a punto de llamarle para confesarle sus sentimientos, pero la sensatez le volvió y guardó su corazón para nunca más.

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