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Estado Opinión

LA GUERRA POR LA EDUCACIÓN PÚBLICA

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Por JOSÉ LUIS FIGUEROA GONZÁLEZ / MASEUAL

Jojutla, Morelos, México.-  Es bien sabido que las corporaciones de nivel global y los gobiernos que ellas manejan se han propuesto convertir los bienes sociales, tales como los recursos naturales, la mano de obra, el conocimiento, la tecnología, la cultura e incluso el arte, en simples mercancías de tráfico e intercambio monetario. Así se han desatado guerras por las tierras, el petróleo, los demás minerales y en los últimos tiempos se anuncia la lucha por el agua. Una barbarie disfrazada de progreso modernizador envuelve su afán obsesivo por absorberlo todo, por convertir en propiedad privada todo, por agotar los recursos de la naturaleza toda, por hacer caso omiso de los ciclos naturales de recuperación, por amasar fortunas inconcebibles aunque no se cuente con el tiempo de vida necesario para disfrutarlas. Se trata de un estado psicológico enfermizo de muchos que mandan y enferman a los que mandan formalmente en las sociedades civilizadas del mundo maravilloso de los avances científicos en todos los aspectos de la vida social. El asunto es complejo porque para entender esta realidad no basta con ponerse en lugares extremos de la interpretación posible, ni todo nos beneficia ni todo nos perjudica. Estamos atrapados en un claroscuro que nos miente cuando unos quieren ver sólo la luminosidad y otros solamente el lado tenebroso. Quedar de un lado es ser ingenuos e inconscientes, quedar del otro es atarse a la parálisis por pesimismo.

Vivimos la época en que los conceptos, como las cosas materiales, se transforman rápidamente. Otrora lo público era símbolo de orgullo y solidaridad, válvula de control de la inconformidad y los estallidos sociales, posibilidad real de acercarse a la llamada -y tal vez utópica- justicia social. Hoy en día nos encontramos en la metamorfosis mental que ya acepta lo público como símbolo de ineficiencia, mala calidad, engaño y corrupción; causa de crisis valoral y choque entre generaciones de los que defienden lo público contra los que nacieron y no conciben otro modo de ser y de vivir, que la apropiación privada sin intención de escucharse ni de entenderse. Por lo tanto, estamos en una dificultad suprema porque no sólo está en juego lo visible u objetivo sino que el desgarramiento proviene ya de instancias muy subjetivas e inconscientes. Es decir, están puestas las condiciones para una guerra prolongada entre grupos y personas que de diferente modo empiezan a vislumbrar el enfrentamiento como única salida para imponerse o defenderse. Válido esto es para un terrorista, para un ejecutivo empresarial de alto vuelo, para un grupo disidente o rebelde, para un trabajador que ve venir la catástrofe total, para un líder religioso que aprovecha la coyuntura y jala adeptos para su templo, para un gobernante que pierde la cordura y la democracia le queda floja, para toda persona que se da cuenta de lo complicado que viene a ser el derecho a vivir con dignidad y con decoro.

Enrique Peña Nieto ya quedó registrado como el iniciador de la guerra por la educación pública; guerra porque no escatima nada para arrebatar el derecho generalizado a la educación a un pueblo con historia de lucha sangrienta y conciencia acerca del valor de este instrumento para la liberación de atavismos y para obtener un modo de vida honesto y humano. Por supuesto se trata de una camarilla incrustada en el poder político y económico que ha decidido

dar los pasos necesarios para la conversión del modelo educativo en una empresa rentable y autosustentable. Ahí está un punto crítico que consiste “poner a tono” a la escuela pública con el mundo moderno neoliberal a costa de negarle su esencia como formadora de sujetos íntegros y desarrollados en todas las facultades de la personalidad, para concebirlos meramente como trabajadores con habilidades prácticas para el desempeño “de calidad” en las fábricas y centros de trabajo asalariado. Es el punto de arranque de esta guerra que no tiene posibilidades de armisticio porque la arrogancia y soberbia de sus promotores les llega desde la noción de que son dueños de ejercer la capacidad de violencia desde el Estado y desde donde les sea necesario. Lo contrario sería pretender que el tigre negociara con el antílope y se pusieran de acuerdo para comer en paz en la misma pradera.

Como toda guerra, el conflicto por la educación pública también genera su caos e invita a los depredadores menores a realizar su propio arrebato. Intelectuales neutraloides se empiezan a levantar el cuello, recogen despojos y hacen “estudios sesudos” para explicarnos a los ignorantes qué es lo que está sucediendo. Nos tratan de convencer de que no nos espantemos porque todo es por nuestro bien o tratan de parecer críticos dándole vueltas al asunto, rizando el rizo de las elucubraciones mentales para dejarnos peor o iguales de cómo estábamos al principio. Otros intelectuales, más descarados, de plano se meten al equipo arrasador y desde ahí nos gritan que nos callemos, que no tenemos derecho de hablar o nos dicen con sutilezas lo poco que comprendemos para que nos dejemos convencer por ellos, sin tomar en cuenta que succionan de la ubre presupuestal autorizada por quienes los utilizan. Muchos son parte del juego del poder y cumplen su papel en el frente ideológico tratando de confundirnos y de manipularnos. Sólo nos quedan los intelectuales comprometidos con el equipo en desventaja, los que como hormiguitas construyen silenciosamente la claridad y la esperanza. Ellos no salen en televisión –salvo excepciones-, tampoco ocupan puestos de gobierno que les den luces, ellos andan por ahí haciendo trabajo de campo y teórico para cooperar con la salvaguarda del derecho a la educación pública.

El profesor de la escuela pública mexicana ha ocupado por muchos años la palestra desde donde se dirige a los hombres y mujeres de su clase social, a quienes dedica sus esfuerzos por ayudarlos a salir del atraso y de la explotación; lugar honroso que se va diluyendo en la figura de un trabajador asalariado sometido a los mandos en cascada donde ocupa el último lugar. Vilipendiado, linchado mediáticamente, sus enemigos lo han “planchado” para que no sea difícil someterlo a la presión permanente por parte de autoridades y padres de familia; situación que le impida ejercer liderazgo social, que lo ensimisme en la soledad de su consumismo y en su fanatismo por ser “profesional de éxito”. Es parte de la guerra desactivar al contrario, ganar su conciencia y volverlo adepto de la ideología que se dice vencedora. Esa es otra de las dificultades del conflicto por la educación pública, los que se suponen defensores pueden estar siendo cooptados por el enemigo. Luego entonces, la complicación es mayor si trasladamos el problema al escenario de guerra ideológica, en la cual se pueda estar luchando contra sí mismo.

Un maestro, en el sentido exaltado de ser guía y liberador de conciencias, no puede concebirse marchando hacia la evaluación rodeado de policías ceñudos y sañudos –como diría Mario Benedetti- porque su labor es más cercana a la poesía que a la tosquedad de la macana, los escudos y los gases lacrimógenos. Se trata de una escena propia de los regímenes dictatoriales de América del Sur en los años 70 y 80 del siglo pasado y sus promotores no pueden tener otro final que el de los dictadorzuelos de antaño. Se antoja a surrealismo reunir los libros y las botas, los lápices y los chalecos antibalas, el discurso apasionado de los rebeldes y la mudez estúpida de cancerberos con gestos próximos a la idiotez de quien carece de alma y sólo reacciona como máquina. Tanta degradación del acto educativo no se había visto en mucho tiempo. Tanto menosprecio no puede ser otra cosa que un acto de guerra. Con qué cara podrán caminar por la calle esos mandos altos y medios de autoridad dizque educativa, cuando su pobre poder se extinga y tengan que ocultarse para no ser denostados hasta su cuarta generación. Como en toda guerra, están a tiempo de recapacitar y cambiar de bando para que recojan algo de la dignidad personal que han tirado al suelo.

Es obvio que el sublime acto de educar-educarse no cabe en un clima de violencia y de presión aumentada y generalizada. La sociedad toda y en particular los padres de familia están a tiempo de reaccionar y darse cuenta de que su pasmoso silencio no traerá nada bueno para nadie. Por un momento pensemos en los niños y jóvenes y que alguien argumente y nos convenza que van a ser mejores acompañados de profesores intimidados, denigrados, acosados, violentados y atrapados en el vacío y la frustración como toda respuesta a su Ser Pedagógico. El proceso inició hace varios años y no nos quisimos dar cuenta, se trataba de bajar la autoestima del profesorado a como diera lugar; cierto es que algunos mentores ayudaron, pero el plan ha sido mucho más perverso: se trata de una guerra contra quien se oponga a convertir la escuela pública en negocio de particulares y gobernantes. Nunca como ahora la salud mental y física de los maestros corren tan grave peligro. Ser maestro hoy en día es tan delicado que muchos huyen a la menor oportunidad, otros ingresan porque no hay de otra y se resignan a ser sólo piezas de una maquinaria educativa para robotizar a los alumnos. Triste y gris destino para quienes están destinados -de origen- a pulir, a apasionar, a persuadir conciencias.

Las batallas por la educación pública se están acentuando en el plano de la violencia y la represión del Estado con reacciones imprevisibles de las víctimas; el odio y la frustración son malos consejeros. Ya son varios los frentes que atender por no haber tenido visión estratégica desde hace treinta y tantos años en que empezó esta historia. Hay que advertir que hace rato al magisterio se le agrede en el plano social mediante la permanente denostación por los poderes de facto y sus medios de distorsión informativa; tiempo hace que el charrismo sindical lo hundió en la manipulación, la dependencia y las formas inmorales e ilegítimas de conseguir las cosas; que los padres de familia en alto grado han pasado de aliados a capataces y que desafortunadamente muchos profesores les han dado razones; que la formación pedagógica se ha descuidado con toda intención para después acusarnos de incapaces y en eso nos

hemos tenido autocomplacencia; que la reforzada presión administrativa y el autoritarismo aumentado ahora nos tiene casi en jaque; que se agregan los macanazos y las detenciones para acallarnos de plano. Son muchos frentes y el que lo resista solo será un héroe.

Ante tal panorama casi de una escuela pública en ruinas junto con sus maestros, se requiere apelar a la capacidad de resiliencia, a la capacidad de levantarse, de reconstruirse, de no quedar derrotado. No basta el ejercicio de la resistencia que no sabe bien hasta cuándo o cómo logrará sostenerse; hacen falta ejercicios de recuperación moral, psicológica, de autoestima. Para retornar del shock a la esperanza es importante revisar las estrategias de lucha. En primer lugar es importante prepararse para una guerra prolongada porque es de reconocerse que los vientos sociales no soplan a favor del rechazo a la evaluación punitiva. Ahora el lío consiste en desinformar a los afectados por los informes oficiales, ganar consenso a pesar de tener mucho en contra, retomar el camino hacia la excelsitud de la imagen del maestro, la reconstrucción de sí mismo como profesional autónomo, crítico y comprometido con la comunidad. La resistencia estratégica debe contribuir a la fortaleza física y moral, por eso es necesario aproximarse a métodos y técnicas para aplicarse con creatividad y sin ataduras de pensamiento. Un recurso importante podría ser constituirse en grupos para estudiar el método de análisis de coyuntura que posibilite aclarar y rediseñar los objetivos y los procedimientos.

El terreno de batalla está definido, ahora lo procedente es posicionarse de manera inteligente y estratégica para comprender cabalmente lo que sucede y elaborar las respuestas proporcionales a la dimensión del problema y a las condiciones contextuales. El Estado se erige en monopolio de la violencia, los maestros eríjanse en monopolio de la inteligencia, de la resiliencia, de la combinación de métodos, de la dignidad que desconocen los adversarios.

22 DE NOVIEMBRE DE 2015.

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