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Opinión

LAS UNIVERSIDADES PÚBLICAS, ¿ATRAPADAS POR EL NEOCONSERVADURISMO?

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Por JOSÉ LUIS FIGUEROA GONZÁLEZ / MASEUAL

Jojutla, Morelos, México.-  Uno se pregunta cómo puede ser que ocurran las situaciones más oprobiosas, más denigrantes del sentido de lo humano; que acontezca lo más obviamente incorrecto y aparentemente no pase nada para muchos testigos presenciales o indirectos, y para otros, pase lo que tiene que pasar. Injusticas de todo tipo y en todos los aspectos de la vida social, no parece conmover a la mayoría silenciosa que se resguarda en la comodidad de su buen vivir o en el refugio de la miseria asimilada como natural. Así podemos saber de violencia de Estado en contra de quien sea y pocos se animen a siquiera dar un grito de alerta, podemos quejarnos tibiamente de la carestía de la vida y de todos modos refugiarnos en una idea de confort con lo que se puede; podemos mirar y callar y entenderlo como una virtud salvadora de males mayores; podemos hablar en lo bajo de lo mal que la pasamos y olvidarlo tan pronto se nos presenta la oportunidad de escaparnos de la triste realidad. En suma, hay algo extraño en todo este enredo de reunir en un todo: inconformidades, indiferencias, reclamos, consumos distractores y un amorfo sentido del ser y del vivir. No sabemos de dónde viene esta extraña confusión que se enraíza en nuestra manera de comprender y de actuar. Decía Marc Bloch que cada hombre se parece más a su tiempo que a su padre, lo cual significa que el peso de la influencia ideológica y material del mundo que nos tocó vivir es de tal magnitud que nos moldea de manera casi inadvertida. Parece conveniente entonces indagar un poco acerca de por qué ocurren las cosas de tal u otra manera.

El asunto en cuestión tiene una faceta epistemológica que consiste en la determinación de qué tipo de conocimiento se considera preferente o válido ante los demás saberes. Es decir, por influencia de la familia, de la escuela y demás instituciones ideológicas vamos aprendiendo lo que son las cosas, vamos separando “lo correcto” de “lo incorrecto”, lo “preferible” de lo “inaceptable”. Ciertamente cuando se llega al mundo ya existen varias configuraciones al respecto, aunque una o algunas sean predominantes. Nadie nos pregunta qué queremos pensar o hacer, particularmente en la familia y en la escuela se nos inculcan las instrucciones explícitas de qué se considera saber vivir. Sin embargo, familias y escuelas no son neutras y a su vez forman parte de un escenario macrosocial en el que fuerzas no explícitas determinan las formas de ser y de pensar avaladas por los poderes económicos y políticos. Así es como familias y escuelas toman una formas más o menos determinadas por las influencias ideológicas predominantes. En este caso las universidades públicas y las escuelas en general van pasando por periodos caracterizados por la concreción de cierta correlación de ideologías y fuerzas sociales que colaboran o se contraponen. Universidad-pueblo, elitismo, educación para el desempeño laboral, formación para el pensamiento crítico, educación transformadora, educación empresarial, incluso formación espiritual, son modalidades que pueden definir el enfoque general de una escuela de nivel superior en distintos momentos históricos.

Pese a todo la universidad como concepto de reunión de la diversidad de conocimientos, técnicas y teorías es con mucho la institución de mayor credibilidad social, la de mayor reconocimiento general porque propios y extraños nos quitamos el sombrero ante la presencia

y la palabra de un intelectual universitario. Casi nadie pone en duda que el conocimiento que se enseña, se difunde y se investiga en las universidades es para bien de la humanidad; casi nadie se pregunta el para qué y para quién de dichos conocimientos. La universidad es vista como la fuente válida de conocimientos sin mayor averiguación. Sin embargo, de no hacerse la pregunta sobre qué papel juega cada universidad –en especial las públicas-, cada intelectual universitario, cada grupo o estudiante de universidad, sin relacionarlo con su desempeño ante los problemas sociales, tal vez quedemos atrapados en la superficialidad de que todo sigue su debido orden. Y aunque parezca una blasfemia es necesario plantearse hasta qué punto por ejemplo la educación superior pueda estar formando mercaderes del conocimiento toda vez que vivimos en la época de la mercancía total y sin rubor. El valor de cambio del conocimiento en toda su expresión puede ser la causa de la desvinculación que se siente entre universitarios y problemática social. Se estudia para ejercer una carrera profesional que nos permita vivir lo más cómodamente posible, aun a conciencia de que esto se vuelve cada vez más difícil; se estudia para obtener prestigio y estatus social, aun a conciencia de que eso es vanidad de vanidades y lo relevante está en los problemas que aquejan a la gente. El conocimiento como moneda de cambio se vuelve en un símbolo primordial, sobre todo para las generaciones recientes a las que les resultan extraños valores como la solidaridad social, el bienestar común, el buen vivir como concepto integrador de sociedad y naturaleza, la justicia social y otros planteamientos ya casi absurdos en tiempos del mercado total.

A partir de los años 80 del siglo pasado ubicamos la implantación del modelo económico neoliberal y junto a él podemos identificar un modelo ideológico denominado neoconservadurismo. Se trata de la visión opuesta al sentido de la vida en bienestar colectivo, se trata del retorno a los estatus de clases privilegiadas y trabajadoras como la base de una pirámide que observa natural la posesión en pocas manos y el usufructo de la mano de obra ajena. Valores diversos y hasta contradictorios caben en este posicionamiento, tales como religiosidad, tradiciones de privilegios, conceptos de superioridad, hegelianismo del fin de la historia o alcance del Estado perfecto, utilitarismo, adaptación social, incluso reinterpretación de conceptos como revolución, ideología o imperialismo. El asunto es que como un hálito de vida, el neoconservadurismo se va filtrando a todos los ámbitos incluyendo a las universidades. Por supuesto que lo natural es el debate de ideas entre universitarios y otros actores sociales, en eso consistiría la ebullición que nos hablara de los ritmos intensos de la vida académica; lo preocupante es que en su lugar se observe un extraño y aplastante consenso en contra de las pocas voces críticas que se escuchan porque se atreven a alzar la voz.

La formación humanista en las instituciones de educación superior parece atrapada entre la espada de las exigencias de desempeño que priorizan a las ciencias exacta y la pared de las preferencias que se forman en los aspirantes a universitarios. Para el neoconservadurismo es claro que lo prioritario es la formación de intelectuales orgánicos al neoliberalismo y para ello disponen de lo non plus ultra de los medios materiales y tecnológicos. Lo demás es un complemento muchas veces insinuado como sustituible o accesorio. De esa apreciación se

derivan conceptos de implante social que convierten a la escuela en una instrumento del desarrollismo económico. Por eso no es sencillo entender –para el sentido común de la gente- cómo puede ser nociva una reforma educativa que se propone hacer de los maestros profesionales más eficientes, más responsables y más enfocados a su trabajo en las aulas. Es pues la interpretación por encima, de un asunto de gran fondo.

El conocimiento como poder para dominar a la naturaleza y a los semejantes ha enfermado a muchos de los que tienen el privilegio de estudiar y graduarse a nivel superior. Es una perspectiva cegadora alentada por el sueño de avanzar individualmente en la escala social hacia el éxito, entendido como bienestar material al extremo. En todo caso la veracidad del conocimiento científico y sus métodos aprendidos en las universidades estaría en su aplicación para resolver distintos problemas en los que está implicada la desigualdad social. Por eso es fundamental que el futuro profesionista de universidad pública se pregunte el porqué, para qué y al servicio de quién destinará su trabajo en la medida en que su formación se hace posible con la aportación del pueblo. Alguna vez, ante los académicos y estudiantes de la Universidad de La Habana, Ernesto Guevara expresó: “Hay que pintarse de negro, de mulato y de campesino…”

En su complejidad de discursos y acciones la universidad pública puede caer fácilmente en la simulación y sostenerse sólo en la conservación de privilegios. Es complicado servir a dos amos dice la sabiduría popular porque con alguno se queda mal; es el caso de pretender por ejemplo, educar para transformar y a la vez servir de puente para la aplicación de la reforma educativa sin chistar; es lo mismo que pretender la formación del pensamiento crítico a través de la adaptación a los valores de nuevo cuño. A los intelectuales orgánicos al sistema no les cuesta trabajo decir a todo que sí o hacer como que sea hace siempre y cuando se navegue con viento a favor. Los honores que se reciben mediante la cátedra vuelven malcriados a nuestros intelectuales y al igual que los niños caprichudos ya no caminan si no hay puntos escalafonarios, estímulos varios, becas, reconocimientos y puestos de poder administrativo. Lo de menos es quedar mal con el demandante más débil. El pueblo o sociedad que hace posible su manutención puede esperar, no así las altas autoridades que ya quieren resultados.

Un gran reto epistemológico para las instituciones es replantearse su razón de ser. Se antoja de urgente necesidad un debate social acerca de qué se piensa y qué se hace en las instituciones donde se forja a los profesionistas que forman la esencia de trabajo y desempeño para resolver la problemática social. Se percibe la necesidad de fortalecer el pensamiento crítico que persiste en las universidades antes de que pase a formar parte de las vitrinas de exhibición y nos cuenten que hubo un tiempo en solía haber polémica en torno a tal o cual cuestión del conocimiento. En algunos casos francamente se necesitará de concebir y aplicar una perspectiva descontaminadora de neoconservadurismo para intentar cuadrar desempeños y necesidades sociales, no tanto empresariales. Puede ser posible que conceptos como el de universidad-pueblo ya no satisfagan los actuales requerimientos y ya no respondan de manera estratégica a los conflictos de hoy en día. Luego entonces, venga a debate lo que pasa en las

instituciones de educación superior para entender por qué nuestro entendimiento no acaba de clarificarse lo que ocurre en torno a lo absurdo conflictivo que se nos va haciendo normal. Demandemos a nuestros apreciados, reconocimientos y llenos de credibilidad intelectuales universitarios que sean claritos, claritos, en expresar qué papel juegan en todos estos acontecimientos -que amenazan agravarse- en torno a la reforma educativa y sus efectos.

De cualquier manera, lo hagan o no los intelectuales de la educación superior, es responsabilidad histórica que los docentes tomemos en serio este asunto de la relación entre poder y conocimiento, papel de los intelectuales, papel de los profesores, relación universidad-pueblo, relación profesor-alumno, relación profesor-padre de familia, etcétera. Todo esto debe permitir superar las visiones hiper o hiporrealistas, las lamentaciones en vano, la posibilidad de generar estrategias de afrontamiento de la realidad, la generación de alternativas para el trabajo aúlico y con los diversos actores educativos y en fin para empezar a reconstruir la deteriorada imagen que se ha hecho de los profesores.

Nada ocurre por casualidad, si las condiciones son adversas para los proyectos que nos planteamos se hace necesario revelar el origen de los obstáculos. En este caso hay que hurgar en las influencias del neoliberalismo y el neoconservadurismo para entender los designios que nos tienen reservados como educadores, así como el modelo de sociedad perfecta que se proponen implantar. Las alternativas sólo pueden provenir de una actitud sencilla y hasta humilde que admita que necesitamos conocer lo que conocemos, su porqué y para qué. En el embrollo de la actual crisis de la educación pública se hace necesario el encuentro de los profesores de nivel básico con los intelectuales universitarios al servicio del pueblo.

30 NOVIEMBRE DE 2105.

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