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Opinión

EL USO DEL TIEMPO PEDAGÓGICO EN LA ESCUELA PÚBLICA

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Por JOSÉ LUIS FIGUEROA GONZÁLEZ / MASEUAL

*  De la ampliación a la flexibilización, ¿cuál es el sentido?

Jojutla, Morelos, México.-  No tenemos que hacer mucho esfuerzo de imaginación para recrear una situación común que todos conocemos en las escuelas; situación que a veces denunciamos, que otras preferimos callar y otras tantas no sabemos ya qué hacer. Se trata de situarse mentalmente en alguna escuela pública un poco antes de que suene el timbre de entrada. Pongamos que suena a las ocho con cinco minutos de la mañana y diremos que está bien, que nada debe ser tajantemente puntual; luego vemos a los niños caminar hacia la formación en el patio donde se realizará algún acto cívico o se darán las recomendaciones de siempre. Diez minutos más tarde se empieza a poner complicado mantener el silencio y la formación se empieza a descuadrar; el maestro de guardia llama al orden y pide a sus compañeros que la auxilien porque todavía falta que haga uso de la palabra el directivo para dar diversos avisos y recomendaciones. Después de al menos 20 minutos los alumnos son encaminados a sus aulas y si les fue bien caminan animados por la activación física que les propuso alguno de sus maestros. Empieza la mañana de trabajo y hay que revisar las tareas; si el grupo es numeroso no queda de otra que emplear mucho tiempo para calificar minuciosamente y corregir o de plano anotar la palabra revisado y no dar lugar a que se inquieten los que pasen primero y empiecen con sus travesuras. Viene la lección del día, pero en ese momento al directivo se le ocurre llamar a una reunión informativa; de rápido la maestra alcanza a proponer una actividad que mantenga ocupados a sus alumnos y se dispone a irse a la reunión. Más tarde llegan padres de familia que requieren ser atendidos y la maestra no termina de poner en marcha su planeación didáctica. Por fin llega el recreo y el gusto es general para los niños porque podrán comer y jugar libremente, también para la maestra porque tendrá un momento de respiro y podrá desayunar con las compañeras de su simpatía. Luego retomar la rutina hasta las 2:30 pm e ingeniárselas para que los niños se interesen en los temas que marca el programa y que deben abordarse a como dé lugar porque forman parte de la examen escrito de cada periodo o momento del ciclo escolar. La maestra deberá quedarse hasta las 4 de la tarde atendiendo a niños rezagados –que para esa hora ya quieren que la escuela se caiga o algo así para poder retirarse-, elaborar documentación, reunirse con el directivo y sus compañeros, tratar problemas con los padres de familia, etcétera. Así las cosas, la maestra regresa a su casa no muy entusiasmada de saber que los días se repiten con el mismo desgaste del hámster en su rueda sin fin.

El tiempo pedagógico en las escuelas ha sido tema de indagaciones diversas que coinciden en que no es el tiempo de estancia lo que da sentido al proceso educativo sino su uso con base en determinadas condiciones que propicien su eficacia y eficiencia en aras del aprovechamiento escolar. Por ejemplo José Ángel Pescador Osuna –quien fuera secretario de educación pública- manejaba por los años noventa del siglo pasado, el dato de que en promedio se aprovechaba sólo el 27% del tiempo en la escuela para el aprendizaje porque el maestro estaba saturado de tareas administrativas y técnicas que lo apartaban de su trabajo primordial. El caso es que lo vemos, lo sabemos y poco lo revisamos para hacer algo al respecto. Los administradores del sistema educativo prometen y prometen que habrá descarga

administrativa para que el maestro se pueda concentrar en lo suyo. Se ha hecho una apología de la informática aplicada a la escuela y se asegura que todo mejora, pero el resultadoo es que seguimos bajo esquemas de actuación en los que rápido se aprende a sortear el uso del tiempo pedagógico. Muchos maestros se quejan que con la modernización, los procesos de captura y reporte de datos como calificaciones, estadísticas, informes de evidencias, etcétera, se han vuelto más engorrosos con la llamada reforma educativa. Las cosas han empeorado al grado de que el uso del celular permite que el directivo llame a cuentas o solicite información a los profesores incluso en sus tiempos de descanso o sueño; no se entiende como un docente abrumado de esa manera puede eficientar el tiempo pedagógico.

Todo esto hay que relacionarlo con uno de los cambios anticipados de la “escuela nueva” de Nuño: el calendario escolar flexible. Se abre una posibilidad de las escuelas para que reorganicen sus actividades con un grado de “autonomía” y determinar la extensión de su jornada y los días a laborar sin dejar de cumplir el mínimo de 800 horas anuales. De pronto se tiene la apariencia de que la autoridad educativa se percata de que no ha hecho bien, se da cuenta de la cuadratura en el uso del tiempo pedagógico. Durante mucho tiempo este rasgo se ha manejado con la clásica verticalidad del poder sobre maestros y alumnos; cuando les ha dado la gana, los directivos pueden reducir la jornada para celebrar su cumpleaños, pueden convocar a reuniones intrascendentes, pueden castigar a los niños suspendiéndolos por días, pueden los maestros disimular sus retrasos y regañar cuando se trata de alumnos; en fin, el tiempo pedagógico se maneja, la mayoría de las veces, a discreción. Los resultados son palpables porque nos sobran razones para asegurar que la escuela va perdiendo sentido y contenido para los sujetos que ahí interaccionan.

Volver elástico al tiempo pedagógico no resuelve automáticamente todos los maleficios que conllevan las prácticas viciadas. Hacer flexible al calendario escolar es un tratamiento superficial a un problema esencial. La aparente autonomía puede no servir si no se revisan a fondo las causales del caos que se llega a vivir en las escuelas cuando los niños se enteran de que una cosa se dice y otra se hace, empezando por el directivo y los maestros. Por eso, la inocencia y espontaneidad de los niños de primer grado pronto se va borrando para dar paso a los rostros pícaros que nos dicen: “estamos a valores entendidos”. La cuestión es que el uso del tiempo pedagógico no es un asunto técnico sino ético porque recae en darle sentido o no conforme se tenga o carezca de la conciencia de para quién se trabaja, a favor de qué proyectos y de qué ideales. Para esto no hay fórmulas como las que nos han querido vender de que a mayor tiempo de estancia en la escuela mejor aprendizaje o de que aplicación estricta de un cronograma da los mejores resultados. No es la matemática la que resuelve el enigma de cómo usar el tiempo pedagógico, es la ética.

Para Paulo Freire (El grito manso, pp. 34-36) el tiempo pedagógico se debe respetar en razón de los intereses de los estudiantes y no pervertirlo en intereses de descanso o plácemes para los maestros u otros sujetos. Es cuestión de ética desaprovechar o aprovechar el valor pedagógico del recreo, de propiciar el encuentro en este tiempo con los niños que “están echando el alma” en el recreo mientras los maestros muchas veces están encerrados en su aula o compartiendo con sus compañeros preferidos. Es cuestión de ética aprovechar las

interacciones en todo momento para orientarlas al aprendizaje, en lugar de separar el tiempo de estudio del tiempo para convivir. Si se tiene claro a favor de qué ideales y proyectos se trabaja en la escuela –principalmente en la pública- costará menos esfuerzo delimitar con flexibilidad los momentos que componen el tiempo pedagógico. Para Celestín Freinet las clases eran “un desorden organizado” porque así entendía él la flexibilidad desde los intereses de los educandos y desde la atención que requerían los contenidos de aprendizaje.

En estos tiempos muchos padres de familia se han venido acostumbrando a confundir a la escuela con guardería y a escudarse en la noción de que entre más tiempo pasen sus hijos en la escuela más aprenderán para tener “éxito” en la vida. Su reloj corre en otra velocidad que el de la escuela y que el de sus hijos. Sus ocupaciones laborales y otras los mantienen abstraídos de la realidad y del desarrollo de los niños; pero exigen altos resultados reflejados en calificaciones aunque no reflejen los aprendizajes obtenidos. Ahora parecerá una disonancia el calendario flexible y se prevé que ocasionará confusiones y disgustos. La intención pudiera ser buena, el problema es que no se toca lo esencial en el uso del tiempo pedagógico.

Por su lado la Coordinadora Nacional de los Trabajadores de la Educación (CNTE) propone un Diálogo Nacional por la Educación, el cual ya inició con la participación de académicos divergentes al oficialismo. Se propone discutir un modelo de educación para “la libertad, la emancipación y el pensamiento crítico”. Se debe reconocer que se tocan conceptos esenciales pero todavía muy abstractos y difíciles de incorporar a los ideales del ciudadano común. Sin embargo, son un referente para poner en claro qué significa la defensa de la educación pública y las alternativas para un mejor modelo pedagógico, que por supuesto resignifique el uso del tiempo pedagógico. Esta es una batalla en los prolegómenos de la guerra neoliberal en contra de la escuela pública; no hay forma de dar por hecho el plan de Nuño ni el de la CNTE. El tiempo se prolongará en este jaloneo y será la correlación de fuerzas sociales las que inclinen la balanza.

Por lo pronto, los maestros se pueden apropiar del tiempo pedagógico de los Consejos Técnicos Escolares (CTE) e incluir las agendas de trabajo la discusión acerca del uso del tiempo pedagógico en su propio contexto poniendo por delante los intereses de sus alumnos y reconociendo el valor pedagógico de todos los momentos de interacción escolar. Asimismo deben convencerse de que sus problemáticas específicas se resolverán con proyectos educativos propios y que el tiempo pedagógico no debe ser controlado de afuera sino a partir de formas de autocontrol.

El tiempo es relativo, como probara Einstein, pero el punto central en las escuelas consiste en no perder de vista los propósitos generales, adecuados a las necesidades e intereses de los alumnos y la comunidad. Son los proyectos y los ideales los que llenan de sentido al uso del tiempo pedagógico; lo demás es mercadotecnia para lograr la aceptación de una reforma educativa que nació mal, se implantó mal y seguramente terminará mal.

 

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