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Opinión

LA ESCUELA AL CENTRO DE LA IMPUDICIA

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Por JOSÉ LUIS FIGUEROA GONZÁLEZ / MASEUAL

1 / Febrero / 2016

Jojutla, Morelos, México.- Después de haber pretendido crear la expectación suficiente para que todos estuviéramos atentos a la presentación de su “escuela nueva”, por fin Aurelio Nuño Mayer presentó un curioso esquema al que denominó “La Escuela al Centro”. Se trata del anuncio de un modelo de organización escolar que desde el nombre pretende crear la imagen de una escuela diferente en la que se concentrarán “todos” los esfuerzos de “todos” los actores del sistema educativo. El título largo es Nuevo esquema de reorganización y acompañamiento; se trata de un proyecto que pinta una escuela pública atendida desde todas partes y con la participación de todos los sujetos involucrados en un marco de supuesta “autonomía y flexibilidad”. En sus letras pudiera leerse que se trata del modelo educativo que todos estábamos esperando y que por fin tenemos a la vista la solución para todos los males en la escuela pública mexicana. Así fuera si no tuviéramos presente la desconexión muy frecuente entre los discursos de gobierno y las tristes realidades que los acompañan. Pero no se trata solamente del escepticismo al que nos han acostumbrado tantos y tantos personajes más o menos recientes al mando de Secretaría de Educación Pública; el asunto es que se observa con poca dificultad la impudicia al leer con cuidado las promesas y aseveraciones del esquema referido.

Se llama impúdico al falto de pudor, de honestidad y recato, al falto de vergüenza. Eso se marca en quienes actúan con malicia pretendiendo esconder intenciones inconfesables. Detrás de la frase que dice colocar a la escuela al centro de todas las atenciones que no ha tenido desde ya no sabemos cuándo, está la impudicia de hacer malabares con las palabras y presentar la ilusión óptica de que haciendo lo que nos digan ya estamos todos salvados. Es impúdico o deshonesto presentar la idea de una escuela que se desempeñe con autonomía y flexibilidad junto con el condicionamiento que exalta el liderazgo y prerrogativas de los directores y supervisores y no así lo mismo en los docentes. El modelo o esquema huele a reafirmación y acentuación del autoritarismo tradicional de los cuadros de mando y control en el sector educativo, otorgándoles ahora la supremacía en el conocimiento y directriz del trabajo pedagógico. Se percibe el esquema gerencial en este diseño porque igual que en las empresas, Nuño Mayer resalta el mecanismo de control en cascada del cual el maestro es el último escalón. Es impúdico llamar a eso autonomía y flexibilidad en su “escuela nueva”.

La gran fórmula en la que Nuño Mayer es el gerente general y los cuadros de mando subgerentes de distinto nivel y categoría, choca de frente con una tradición innegable: directores y supervisores y de ahí para arriba han sido acostumbrados y aplicados al trabajo administrativo y de control; muchos de ellos, salvo excepciones como en todo, ya no recuerdan lo que es el trabajo directo con niños y adolescentes, evaden atender grupos argumentando el exceso de trabajo administrativo, no presentan una posición clara y comprometida con un enfoque pedagógico determinado y salen por la tangente refiriéndose al aprovechamiento escolar con generalidades en las que todos estén de acuerdo. Si en los maestros se nota la falta de vinculación entre la teoría y la práctica, en los cuadros de mando es peor. Por eso asusta que de ahí pueda provenir el “acompañamiento pedagógico” para los docentes. No se afirma que no lo puedan hacer, se sostiene que esa no ha sido, salvo excepciones nuevamente, su tarea principal y no se entiende como la van a desarrollar sin acudir al autoritarismo al que han sido orientados por los mandos que están encima de ellos. La educación pública se ha tratado principalmente como un asunto de política y administración y no como la acción prioritariamente pedagógica. Por supuesto que deben cambiar las cosas a fondo, pero eso no se logra repintando la fachada de un edificio en ruinas.

Una experiencia de tristes resultados al respecto fue la participación de supervisores y jefes de sector en el movimiento magisterial morelense en el año 2008 que duró unos tres meses en huelga en oposición de lo que entonces se denominó “Alianza por la Calidad de la Educación” (ACE), respaldada por la ex líder del SNTE que ahora está en la cárcel. Fueron personajes en búsqueda de protagonismo que pretendieron presentar un modelo alternativo a la ACE; revolcando un poco al tal esperpento sólo para obtener reflectores. El chiste es que una de sus promotoras, jefa de sector, llegó a ser directora del Instituto de la Educación Básica en el Estado de Morelos con la bandera casi de mártir porque supuestamente la habían “cesado” y regresaba reivindicada a tan relevante posición donde los gris y oscuro de su actuación no permitió ni siquiera intentar aplicar su dichoso modelo alternativo. Botón de muestra del gatopardismo con el que se ha dañado a las instituciones de todo tipo. En la novela del italiano Giuseppe Tomasi de Lampedusa El Gatopardo, aparece una cita célebre que dice: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. Ese parece ser el espíritu de la escuela al centro de la impudicia, una escuela de reflectores, de anuncios de apariencia trascendente y de una malicia cuyo rabo se ve saliendo detrás de los trajes elegantes.

Entre tantas líneas de la escuela del centro, aparecen cambios para todos los agentes intervinientes. Para los alumnos se plantea construir “ambientes de aprendizaje” que ponen por delante los saberes prácticos y técnicos y ni siquiera se menciona la formación del espíritu a través de las artes, la formación ética a través de los ejemplos y reflexiones; es decir, aparece el rabo de que lo importante es la capacitación para el ámbito laboral sin considerar el concepto de formación integral. Eso sí se enfatiza en la asistencia y la puntualidad de maestros y alumnos y lo que se llama “el uso óptimo del tiempo de trabajo escolar”; se toman como referencia indicadores promedio de países de la OCDE para apuntar que es necesario llegar a un 85% del tiempo en la escuela aplicado a las actividades de aprendizaje. Suena bien potenciar el tiempo de aprendizaje, el punto es que no se toca el contenido mismo de ese tiempo ni se define lo que se entiende por aprendizaje. Esto es, podríamos ver a un grupo de escolares en silencio con la vista en sus libros y pudieran no estar aprendiendo, o al revés otro grupo en algarabía, entusiasmados aprendiendo con emoción y parecerle al supervisor que están haciendo desorden y que pierden el tiempo. Es un problema añejo, cuestión de enfoque pedagógico, pero es lo que da sentido o no al tiempo de trabajo escolar. Ya hemos vivido la impudicia de aumentar las horas de estancia vacía en la escuela.

Otra impudicia es la pretensión de colocar como subdirectores en las escuelas a los comisionados del SNTE que están siendo obligados a dejar el confort de andar haciendo grilla para sus jefes o de plano cobrar sin trabajar. De acuerdo a perfiles y contratos no se puede cobijar a la estructura que tanto poder le ha dado a un gremio encabezado –hasta la fecha- por la probada corrupción y el servilismo. En el caso de los subdirectores académicos será todavía más impúdico dejar “el acompañamiento pedagógico” en manos de quienes saben mucho mejor decir “sí señor” que comprometerse con una tarea tan delicada y profunda como es diseñar estrategias didácticas y programas de trabajo escolar. En este aspecto no hay ni siquiera un asomo de la posible vinculación de las escuelas con los investigadores educativos ni con los expertos en pedagogía porque tal vez ellos no estarían dispuestos a obedecer los mecanismos de control que se tienen definidos.

La escuela “al centro” tiene prioridad y preferencia por los directores y supervisores por una explicable obsesión de control y autoritarismo que caracteriza al gobierno federal en turno. Se lee entre líneas una desconfianza a los maestros de grupo, una mención de refilón pero limitada a lo indicativo. Para los docentes se tienen recomendaciones como la del trabajo colegiado con sus compañeros y el apoyo al directivo para “fortalecer” los Consejos Técnicos. En cuanto al trabajo colegiado no se trata de ninguna novedad porque en muchos programas del pasado se ha manejado como pieza clave para el mejoramiento de las escuelas; la realidad es que predomina el individualismo bien aprendido por los maestros de las instancias superiores que enseñan con el ejemplo de cómo trabajar cada quien para su santo. Es impúdico querer trascender con discursos lo que se sostiene por prácticas instituidas. Se promueve la competencia –muchas veces de manera perversa- entre maestros, entre alumnos, entre autoridades y se quiere resolverlo invitando al trabajo colegiado. El resultado no puede ser otro que impudicia y simulación. No es que no sea necesario trabajar colegiado, lo que sucede es que sin pudor no se crean las condiciones; incluso sería preocupante para las autoridades ver a los maestros tan integrados en lo pedagógico y en otros aspectos. Más vale mantenerlos disgregados pero repitiendo que se junten a colaborar pedagógicamente.

El contrasentido general de “La escuela al centro” es que los cambios prometidos en muchas cuestiones se orientan a cambios de forma que maliciosamente ignoran el contenido. Se nota un afán sensacionalista antes que una verdadera intención transformadora partiendo de los intereses y necesidades de alumnos, profesores y comunidades. Ya ni repetir el ambiguo involucramiento que se propone para los padres de familia, que no haga pensar en irles dejando la obligación de gestionar recursos materiales y financieros para la escuela. Hasta en ese aspecto se pretende ser vertical cuando se refiere que habrá talleres para padres y que se aumentarán sus facultades para vigilar a los profesores. Con el ideal de una escuela feliz se nos pretende distraer de la realidad de la escuela pública que ha recibido una estocada en el alma, en la conciencia de sus actores; una herida que no se cura cambiando las fachadas.

El reto para los profesores consiste en rescatar el liderazgo que no menciona “La escuela al centro”: el liderazgo propio ante sus alumnos y las comunidades. En todo caso el liderazgo de directores y supervisores debe ser entendido en situación de horizontalidad con el liderazgo de los profesores; de no ser así continuará el maleficio de la simulación, la desidia y la aplicación de estrategias para la sobrevivencia personal. Sólo el liderazgo de los profesores pondrá en marcha efectiva a los proyectos emanados del colectivo docente en unión con los padres de familia. No necesitamos padres de familia en el papel de capataces ni en el papel de cómplices, se requieren maduros y comprometidos en el actuar por el bien de sus hijos.

 

El pudor pedagógico empieza desde la escuela, no puede llegar del exterior porque sería un implante que tarde o temprano se abandonaría. Se trata de un compromiso con el quehacer docente porque beneficia a los niños y jóvenes y no porque sea una obligación por la que se recibe un sueldo. El punto no es quedar bien a gusto de los directivos, la cuestión es tener en claro los principios y los objetivos genuinos a los que se sirve y ser capaces de defenderlos ante quien sea. El quid es desaprender el gatopardismo con el que hemos convivido cotidianamente. Para eso hay que diseñar las estrategias que nos permitan aprovechar algunas coyunturas del esquema propuesto, tales como la participación en los Consejos Técnicos; bajo esa figura y la del trabajo colegiado los maestros tienen una llave para colarse al protagonismo en su propia tarea. A los directores hay que invitarlos a sumarse como compañeros y ayudarlos a despojarse de las caretas de autoridad con la que muchos gustan disfrazarse.

Que no confundamos la crítica con la rabia, la desobediencia con la temeridad, la resistencia con el seguimiento ciego a dichos y hechos de quienes nos han pretendido también controlar desde la otra orilla. La crisis actual de la escuela pública no se resuelve entregándose a unos o a otros, el desafío es encontrarse a sí mismo con los demás en medio de tanta perversidad, manipulación e impudicia.

 

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