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Opinión

FALACIAS Y DESAFÍOS EN TORNO AL GALANO ARTE DE LEER

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Los profesores en la resistencia política, pedagógica y cultural

Por JOSÉ LUIS FIGUEROA GONZÁLEZ / MASEUAL

Jojutla, Morelos, México.-  Todas las persona alfabetizadas debemos recordar más o menos cómo fue que aprendimos a leer. Algunos debemos tener recuerdos gratos o no tan gratos de nuestra maestra o maestro de primer grado y de la forma en que nos sedujo, fastidió o nos hizo indiferentes ante el galano o siempre bien presentado arte de leer. Como dice la conseja popular infancia es destino y en este caso la envergadura de haber aprendido a leer de una u otra manera es de tal dimensión que nos deja su indeleble marca por toda la vida. Si aprendimos a leer de manera placentera y vinculada a tratos amigables y afectivos, los libros han de ser nuestros compañeros desde temprana edad y las bibliotecas deben verse saturadas de bibliófilos reclamantes de más y más obras para degustar solos y acompañados. Los añorantes de la disciplina de los maestros tradicionales que con rigor nos inculcaron leer porque era bueno y nada más deben estar molestos con la laxitud que ahora se observa el proceso de enseñanza enmarañada entre el respeto a los derechos de los niños y la dejadez de no involucrarse demasiado para que los paterfamilias no se vayan a molestar. Por otro lado, los promotores de los métodos modernos de enseñar a leer no entienden bien a bien qué es lo que ocurre en un país como México, casi totalmente alfabetizado pero dónde no abundan los lectores. Haber reducido el analfabetismo históricamente representa un salto desde los tiempos a principios de siglo XX cuando una minoría sabía leer a los tiempos actuales cuando casi todo mundo se defiende al leer anuncios, instructivos y algunas revistas y periódicos impresos; pese a todo México no es un país de lectores y mucho menos de gente que escriba sus propias ideas.

Desde hace varios años es política oficial de la cultura y la educación el fomento a la lectura a través de campañas, ferias del libro, programas artísticos, bibliotecas ambulantes en camiones y en cajas de cartón, etcétera; todo con el enfoque de animar a chicos y grandes para que se dejen atrapar por el “placer de leer”. No queda claro cómo niños y jóvenes tan dispuestos a las actividades lúdicas, tan abiertos al hedonismo no acaban por dejarse atrapar por ese otro placer: el de la lectura. Época de los libros digitales que compiten con ventaja sobre los libros impresos, no se entiende por qué la seducción de la imagen fija y en movimiento, la interactividad de los diseños de textos en lenguaje informático no se refleja en un gusto masivo y generalizado por el galano arte de leer. Algo no bien conocido debe estar sucediendo detrás de las fachadas de las instituciones cuyo deber es fomentar la lectura.

Las empresas editoriales están aprovechando lo que pudiera verse como un nuevo boom a favor de la lectura y acopladas a las modas se esfuerzan en la presentación de textos muy bien acompañados de imágenes atractivas y demás recursos para “atrapar al lector”; falta ver si está siendo igualmente cuidadoso con los contenidos y también saber si no se prioriza el interés comercial sobre el fomento real de la lectura en sí misma. El punto es que necesitamos ser muy observadores para darnos cuenta de los posibles rasgos de snobismo en esta tarea de producir lecturas y lectores. No todo lo impreso es detonador del desarrollo personal y no conduce necesariamente al placer. Una buena novela puede hacer sufrir si el lenguaje no es

accesible completamente para un lector; pero dicho sufrimiento es apenas el inicio de un desafío para aprender un poco más cada día o bien el motivo para abandonar la lectura. Entonces mucho depende de cómo se asuma la lectura, solo o en compañía de otros lectores, por tarea obligatoria o por interés propio, motivado por alguien que ya leyó el texto que se pretende o desanimado por un contexto familiar y social orientado hacia distracciones distintas.

El peligro de asumir la lectura como “el placer de leer” y nada más consiste en confundirnos en el sentido de rechazar lo que no nos divierta o entretenga en los niveles de superficialidad al que nos acostumbra la sociedad de la virtualidad comercializada. Cuando los libros de filosofía nos produzcan placer o los libros de las asignaturas nos hagan divertirnos a tal grado, estaremos hablando de qué esa es la fórmula para la formación de lectores. Pero como eso es difícil de verlo en la realidad, tenemos que aceptar el grado de esfuerzo y hasta de cierto sufrimiento que implica el galano arte de leer. Los riesgos de dibujarse como lectores lúdicos es que la lectura se convierta en un show donde gozarán los que toman la vida en la frecuencia de pasarla bien a como dé lugar; pero la realidad nos regresa al lugar de las cosas comunes, lleno de una variedad de situaciones que requiere estar preparado para sobrevivir fuera del hedonismo. Para eso es importante identificar las falacias en torno al acto de leer.

La lectura ha pasado de un privilegio de pocos a la actividad masiva en que se pretende convertir. Como todo está relacionado con todo, este proceso no se puede sustraer de las condiciones socioculturales, políticas y económicas en las que se encuentran los distintos grupos y clases sociales. El conocimiento que brinda la lectura es un factor de poder entre sujetos y agrupaciones; para pocos es necesidad tener ese poder y para muchos es algo a lo que no se está acostumbrado. En la misma escuela donde los estudiantes reciben en apariencia la misma atención para aprender a leer y a comprender lo que se lee, no resulta igual para todos realizar dicho ejercicio. Mucho depende del contexto social y familiar de dónde provienen los alumnos, del apoyo de padres lectores, de maestros con claridad de lo que significa el dominio o no de tales habilidades.

Las instituciones públicas encargadas de fomentar la lectura llevan a cabo programas en los que sorprende el bagaje cultural que ponen a disposición para la formación de lectores. Bibliotecas circulantes con excelentes ediciones y títulos atractivos para todos los gustos, se ponen en manos de personas y grupos que no logran obtener los resultados esperados. Ocurrencias como fabricar “paraderos” similares a los sitios de abordaje de autobuses pero con libros en vitrinas bajo llave, han venido a ser un estorbo en los pasillos de oficinas de gobiernos que no saben qué hacer con ellos y mejor los regalan. Mucho gasto y poco beneficio gracias a que no se da pie con bola en esto de fomentar la lectura de manera inteligente e interesante para las masas.

Al respecto la escuela pública vive su propio laberinto en su afán de cumplir determinados estándares que la llevan incluso a medir cuántas palabras es capaz de leer un niño por minuto. Ese ha venido a ser el parámetro de la lectura sin detenerse a observar el contrasentido de un método que enfoca lo cuantitativo y aplasta lo cualitativo. La emoción de leer y “vivir” una

aventura junto con el autor no se puede medir, se puede sentir. Muchos maestros siguen la idea de fomentar la lectura por placer y fácilmente caen en el hedonismo propio y ajeno al buscar, por ejemplo, todas las respuestas en el mundo de lo digital. Se viene limitando el valor de la conversación entre pares, entre hijos y padres, entre alumnos y maestros a cambio de mostrar lo fastuoso en las actividades para ”promover” la lectura. Generalmente no se pretende ir más allá de la reproducción de lo que dice el texto e incluso se llega a inhibir la manifestación de la subjetividad de los sujetos cuando “se apartan” de lo que dice la obra. Lo que son o fueron los llamados “Rincones de lectura” surtidos de obras literarias variadas, muchas de buena edición y pensada para los niños lectores, no se refleja en el objetivo central de formar lectores asiduos. Tal vez haya influido que varios autores incluidos son extranjeros y en su lenguaje aparecen expresiones descontextualizadas o abordan temas que no encajan en la ideosincrasia de los alumnos que se atienden. Ahí cabe el papel del profesor como mediador entre la lectura y el lector, para la selección de textos, para poner en antecedentes, para motivar a realizar actividades diversas para la interpretación y reinterpretación del texto, para ayudar a comunicar los pareceres de los lectores en torno a lo leído. Salvo excepciones, lo más repetido es observar la adopción de una actitud burocrática ante los desafíos de la lectura en la escuela.

¿Qué le falta al acto de leer para que se vuelva significativo?, ¿es suficiente la actitud pasiva del lector que “absorbe como esponjita” lo que lee?, ¿al final de cuentas por qué y para qué leer? En el Taller de Creación Literaria y Cultural (TCLyC) que desarrollamos los sábados en la biblioteca municipal de Jojutla, Morelos, México, lo sabemos desde hace algún tiempo. Leer no es suficiente para el desarrollo de las potencialidades con las que venimos provistos desde el nacimiento, hace falta escribir. Al principio como quien se mete al agua fría o muy caliente, con precaución y hasta miedo, tanteando la profundidad del asunto pero luego cuando se realiza en compañía de otros aventureros, se empieza a agarrar confianza poco a poco y se sale de la oscuridad donde uno no sabía quién era y de qué era capaz. El escritor Felipe Garrido, Premio Nacional de Ciencias y Artes 2015 nos lo confirma cuando declara recientemente (La Jornada 8 de abril de 2016) que se leer por placer es una corriente “romántica” y equivocada. No basta leer, hay que escribir. El escritor recomienda a los profesores: “Los maestros tenemos también la obligación de ser lectores capaces de escribir, porque si los docentes no somos capaces de ello, es imposible que podamos formar a nuestros alumnos de esa manera”. En el TCLyC tenemos la experiencia de profesores que se han acercado pero en su mayoría no demuestran persistencia ni suficiente compromiso con esta tarea. Suponemos que trabajan este aspecto de su propia formación por otros medios, pero los desconocemos. La importancia de trabajar en grupo la lectura y la escritura de textos ajenos y propios la manifiesta Garrido cuenta apunta que; “Lo que nos convierte en lectores es que alguien nos cuente, nos lea, nos hable y así nos anime a contar a leer y escribir para los demás…” He ahí una técnica para el quehacer concreto de animar a leer pero también a escribir como dos acciones complementarias.

El desafío de los profesores en medio de los desbarajustes derivados de la imposición de la Reforma Educativa es amplio y muy trascendente. Estamos ante la necesidad de resistir en la

lucha política desatada por los afanes de reducir y hasta acabar con el sistema de educación pública tal y como lo conocemos. Es importante coincidir en las estrategias de lucha política y atenerse a las consecuencias de una u otra decisión. La adquisición y el desarrollo de las habilidades de lectura y redacción forman parte de la lucha política en tanto permitan ganar el consenso social a favor de un modelo de educación alternativa que preserve la potenciación de las facultades humanas en lugar de los intereses lucrativos. Esto nos lleva a la resistencia pedagógica que demanda ser capaces de superar el enfoque de educación empresarial con métodos y técnicas que nos habiliten como formadores de sujetos críticos, reflexivos y transformadores de su realidad. Se requiere la presencia de un docente conocedor de la teoría pedagógica y preparado para el debate educativo; he ahí la resistencia que a veces nos negamos a reconocer.

El tercer elemento de resistencia para los profesores ante la llamada Reforma Educativa es el plano cultural que le permita acceder al contacto y alianza con los padres de familia y las comunidades para revertir los procesos de perversión e ideologización de la realidad a favor del modo neoliberal de concebir la educación. Hay que releer a Paulo Freire para pensar el modo de realfabetizar y realfabetizarnos; es decir, encontrar la manera de tomar conciencia del rol que jugamos en el actual escenario de disputa por la escuela pública. Necesitamos aprender a desleer el mundo deshaciéndonos de los conceptos de su mercantilización, necesitamos aprender a releer el mundo sin recaer en modos autoritarios de concebir la vida y con la mira puesta en la construcción de nuevos derroteros. En definitiva, si los profesores rehuimos a las tareas de leer con espíritu crítico y escribir con ánimo de desplegar las alas de la imaginación y el entendimiento a favor de nosotros mismos y de los alumnos, no tenemos posibilidades de salir avantes en esta lucha que algunos neciamente la reducen al aspecto político.

A los maestros de la región sur de Morelos los invitamos a tener un acercamiento al respecto en el TLCyC o donde gusten; a los amigos docentes o no que nos siguen desde lo virtual los invitamos a enlazar ideas y opiniones para intentar el encuentro de proyectos. El principal reto es vencerse a sí mismo respecto a lo poco o mucho que nos haya atrapado la luminosa modernidad con sus promesas de elevarse sobre los demás o de ver sólo ventajas en la acción de aislarse para hacer las cosas como uno quiera. El tiempo que corre ya no permite abstraerse de estas responsabilidades, es momento de elegir y actuar en consecuencia. Somos o no somos sujetos pedagógicos en resistencia, somos o no somos actores y no objetos de las decisiones de gobierno. No basta leer, hay que escribir, como no basta protestar desde la marcha, hay que actuar en consecuencia desde lo cotidiano.

 

10 DE ABRIL DE 2016.

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