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Opinión

Los cohetes de las cruces

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Por EDILBERTO NAVA GARCÍA / MASEUAL

Chilpancingo, Guerrero, México, 24 de abril de 2016.-  El estruendo de los cohetes y cámaras me despertaron. Lo cierto es que se trata de una mañana nublada, pero la altura del imaginario sol es ya de consideración. De pronto me pregunté y porqué tanto cohete? Ya en el corredor mi hijo Cutberto dijo que ya las cruces iban en la llamada Calle Real y que incluso en la unidad deportiva no iniciaba el anunciado partido de futbol femenil, precisamente por el paso de esa procesión que se dirige a Oztoyohualco u Oztotepan.

Recordé que hace una semana supe que la mayordoma o encargada de las cruces es mi prima Praxedis Mendoza García. Si ella, la que continúa la costumbre de hacer las llamadas alegrías de ajonjolí, tan sabrosas y sobre todo nutritivas y digestivas. Pues bien, dos veces ya entrada la noche vi ensayar la danza de los machos frente a la casa de Soledad García Alonso, en la Calle Real. Es su esposo el entusiasta, quien lleva varios años haciéndose el autorresponsable de dicha danza que acompaña a las cruces en su ida al cerro a llevar la ofrenda para la petición de buenas lluvias y buenas cosechas del temporal.

Y pese a que el ritual de ascender a la cumbre de Oztoyohualco cada 23 de abril con tal finalidad, le corresponde al pueblo de Apango, no sabemos si desde antes de la llegada de los españoles y la consecuencia evangelización cristiana se subía a la cumbre en la referida fecha, porque hay que hacer notar que con la conversión al cristianismo, las culturas originarias hubieron de ceder forzadamente sus puntos de concentración, pues en los que habían levantado sus zacualtin o pirámides, fueron derrumbados a exigencia de los evangelizadores católicos y sobre esos escombros se levantaron los nuevos templos, muchos de los cuales aún están en pie. En muchos sitios similares construyeron conventos, tanto franciscanos, dominicos y agustinos. Además, y creo que es lo más básico, es considerar el cauhpohualli o calendario anterior.

Hace unos cuarenta años subí por vez primera a esa explanada donde está el pozo, llamado Oztotempan por la gente de Atliaca y Oztoyohualco por los de Apango y otros pueblos. El día uno de mayo es cuando se concentran o concentraban casi todos los pueblos que tienen al sitio como adoratorio. Se hace velación y los danzantes no cesan de bailar; los rezanderos también entonan sus cantos en la pequeña capilla levantada a unos pasos del borde hacia el precipicio. Muchas son las fogatas y en torno a ellas, los asistentes platican de los más variados temas. Se degusta café con pan, tés de canela o de hojitas de naranjo o limón. Se siente sabroso el frío. Señoras de Apango van a vender el ya tradicional totopo, tan nutritivo y sabroso. El cansancio vence a eso de las tres de la madrugada, aunque al interior de la capilla no se suspenden para nada ni los rezos ni las letanías. Las velas, cirios y ocotes continúan alumbrando y los cohetes truenan, como se dice por acá, ya más en lejos, es decir esporádicamente; no uno tras otro. Las cámaras, si se truenan a pocos pasos de la boca de la hoquedad, hallan estruendoso eco que surge desde la profundidad.

Cuando el sol hace su aparición rojiza en posición horizontal, parece que brota de la misma tierra en el oriente. En esa ocasión, lo recuerdo aún, que al apartarme del lugar para las cuestiones fisiológicas, hube de caminar unos cuatrocientos metros hacia el poniente, pues en varios puntos había familias o grupos de amigos acostados. Ya de regreso se me dio por contar los animales que esa gente llevó a Oztoyohualco. Poco más de trescientos burros y entre caballos y mulares sobrepasaron las quinientas bestias de carga. Ahora han cambiado las cosas, porque se llega en carro al centro ceremonial, pocos son los que suben en sendas bestias.

Empero la gente se pregunta con fundada duda. ¿Realmente se acude a esas cumbres a pedirle a las cruces, cuando se tienen en el pueblo? Antes, las cruces permanecían en casa del encargado o mayordomo. Unos están en la creencia de que la iglesia católica se impuso a la religiosidad prehispánica, pero muchos lo niegan. Y es que tanto los misioneros como los sacerdotes efectivamente prohibieron que la gente subiera a realizar sus ritos a la cumbre de los cerros. Y se cuenta que los indígenas convencieron a los teopixcatin de que iban a rezar; que les permitieran llevar la cruz que simboliza a aquel madero en que Jesús el Cristo fue crucificado; que a ella le iban a rezar. Fue así como concedieron el permiso los sacerdotes, dándose esa mezcla o el llamado sincretismo. Lo cierto es que los antiguos iban a ofrendar y a implorar a los elementos, al aire, a la lluvia, a Tonatiuh y a la madre tierra. Los cuatro son indispensables no sólo para los cultivos, sino para todo ser viviente sobre la faz terrenal.

Apango continúa con esa costumbre aunque es notoria la reducción del contingente. Muchos deben traer aún la información genética en la médula, en la espina dorsal, algo que ni la ciencia médica logra entender a plenitud. Desde luego que el pueblo que más cumple y es sostenedor de la práctica del Atzatziliztli es Atliaca, por más que haya quienes ponemos en duda hasta el término atzatziliztli, porque proviene no de pedimento o de imploración, sino de grito. Tzatzi es gritar, no implorar, no pedir o solicitar. Es probable que sería mejor Atlatlaniliztli, aunque esto debe quedar para los estudiosos del idioma ancestral náhuatl. Y lo escribo sin acento, porque tan fino idioma carece de palabras agudas. Lo bueno es que luego de la velada hoy en la noche, retornan mañana y el encuentro se hace más allá de la secundaria. Pero también existe la costumbre de que familias solidarias, preparan aguas frescas y suficiente comida, y se encaminan hasta casi medio sendero para refrescar a los “pedidores de buenas lluvias”, ya que aquí aún se considera: si no hay cosecha, ¿qué vamos a comer?

Y aunque las cruces están ya a un kilómetro del pueblo a eso de las cinco de la tarde, los muchos rezos que se ofrecen ya en la calle, hace que las cruces y sus portadores entren al templo parroquial cuando ya han sonado las once de la noche. La chiquillada corre en la calle, porque los tigres se desprenden sorpresivamente de la danza de los mayesos y persiguen a los infantes, simulando que los van a devorar. Esta primera subida al cerro culmina en casa del mayordomo o encargado de las cruces. Este año le corresponde a mi prima Praxedis Mendoza García.

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