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Opinión

15 DE MAYO DE COMPLACENCIAS, SIMULACIONES Y REBELDÍAS

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Por JOSÉ LUIS FIGUEROA GONZÁLEZ / MASEUAL

*  Ser maestro en tiempos de la cólera neoliberal

Jojutla, Morelos, México, 15 de mayo de 2016.-  En un país como México donde los extremos se tocan es delicado dejarse llevar por las apariencias porque fácilmente podemos caer en apreciaciones equivocadas. Por ejemplo pudiéramos decir que el 15 de mayo es una fecha especial porque es el Día del Maestro y la oportunidad de mostrar toda nuestra gratitud a quien desde niños no ha enseñado a leer, a escribir, a contar e incluso a vivir. El ritual de las complacencias se repite sin cesar pero cada vez con más significativos cambios. Por supuesto, ya no estamos en los tiempos en que las celebraciones y homenajes a los maestros cubrían casi todo el mes de mayo porque a cual más quería festejar a sus maestros; los alumnos, los padres de familia, las autoridades educativas, las autoridades civiles, la comunidad, las delegaciones sindicales y hasta otros etcéteras. Llegó el tiempo en que eso pareció una exageración, -aunque había sido fomentado por agentes externos interesados en quedar bien ante maestros y sociedad- y la fiesta ahora se ubica en la casi indiferencia al maestro cuando no en el reclamo y la denigración, los convivios de “peor es nada” y la tradición entre maestros de reunirse para la autocomplacencia. Vertiginosas épocas en que hemos visto elevar la figura del docente hasta pedestales de alturas increíbles y ahora la contundente caída con la que se cumple el dicho de que “entre más alto te suban más te duele el porrazo”. Lo anterior sirve para los maestros todavía medio reconocidos y medio bien portados; pero a los renegones e inconformes con el sistema, en lugar de pastel y regalos: palo y despido. Hacia allá camina el acuerdo de dar tal vez “La madre de todas las batallas” en contra de la Reforme Educativa con el anunciado paro indefinido de la CNTE en Michoacán, Guerrero, Oaxaca y Chiapas a partir del Día del Maestro de 2016. Qué sucederá con los maestros rebeldes que pueden llegar a ser unos 400 mil decididos a jugarse el todo por el todo confiados en que don Nuño no podrá cortar tantas cabezas a un tiempo. Qué sucederá con los complacientes y festejados maestros que el lunes 16 de los corrientes llegarán un tanto satisfechos por el puentecito que les regaló el Instituto de la Educación Básica del Estado de Morelos, que por cierto no se quita la costumbre de jugar con sus empleados dejando siempre a la última hora la decisión de otorgar ese tipo de regalitos.

La insigne figura del maestro proviene de la más remota antigüedad cuando el reconocimiento social a personalidades como Sócrates también se dirimió entre el homenaje de unos de sus alumnos como Platón que lo inmortalizó o la felonía de sus detractores como Anito, Melito y Licón que lo acusaron de todo para denigrarlo y orillarlo al suicidio. Un recorrido por la historia nos revela que ser maestro distinguido por la gratitud de sus discípulos o por el homenaje social, siempre ha dependido de circunstancias que vienen de más allá de las aulas. En particular las épocas de revolución valoran más a sus maestros porque ellos representan el eje de los ideales de transformación social a través del acto educativo y porque son los ejecutores de los planes instituidos como gobiernos. Así fue que cuando Sócrates representó un peligro para la sociedad de los ricos atenienses del siglo V a.C. fue escarnecido y llevado a la muerte. Pero cuando a Vasconcelos se le encargó la educación pública de la posrevolución, el maestro fue convertido en un líder social controlado, pero amado por la comunidad y los gobernantes.

Entonces se le convirtió en “Apóstol de la Educación” con todas esas sagradas connotaciones religiosas tan compenetradas en la población. Aquel maestro era el símbolo de los valores más consagrados en el ser humano y hasta el lenguaje viró a dicha consagración aludiendo al maestro como el iluminado que ilumina a los alumnos – se discute si la etimología de alumno es a lumen, “sin luz”-. Épocas en las que se vivió la intensidad de ser altamente reconocido el papel social de los maestros, tampoco lo fue tanto al grado de que los maestros se colocaran como pedía Sócrates en son de burla cuándo le preguntaron cuál era el castigo que merecía y dijo que ser llevado al Pritaneo lugar donde se daba comida gratis a los personajes honorables. A lo más que ha merecido el maestro homenaje en sus mejores tiempos ha sido facilitarle un cierto grado de movilidad social que le permitió vivir en mejores condiciones que los demás hijos del pueblo trabajador. De ahí el afán y la recomendación de nuestros padres cuando nos decían que estudiáramos “siquiera para maestros”.

¿Cómo fue que la imagen ilustre del maestro se rebajó a la de un burócrata desobligado, prepotente y mañoso? El origen del decaimiento de ser maestro no logramos entenderlo si únicamente lo explicamos con base en lo que consideramos “pérdida de valores de las nuevas generaciones”; así pareciera que la sociedad se enfermó de alguna psicosis que la obliga absurdamente a repudiar a sus maestros. Sin plantearse la caracterización de cada momento histórico no entendemos cómo se pasó del apóstol al chivo expiatorio de todos los males de la educación. Es necesario considerar el contexto histórico que rodea a cada tipo de docente en cada época para comprender cómo se constituye la personalidad de un agente de cambio social, de un instrumento subordinado o de un agente del Estado. De origen el pedagogo fue un esclavo encargado de cuidar niños y llevarlos a la escuela; un sirviente, no un especialista de la educación como ahora se concibe. La clase social de origen de los educadores también cuenta para reconocerlos como parte del pueblo trabajador y tratarlos como tales aunque sea encubriendo el dominio mediante la concesión de algunas complacencias; los despistados que llegan a pisar uno o dos escalones hacia arriba en la escala social solamente caen en la ridícula figura de los pequeño burgueses, más de ideología que de realidad. Por eso, el odio de clase promovido desde las cúpulas del poder neoliberal enfila sus represalias a quienes desprecia por ser parte del pueblo, con todas sus virtudes y defectos. En el mundo actual se han acentuado las discriminaciones a grado tal que presentan como inconvenientes determinadas maneras de pensar y de vivir. Luego entonces, se plantea como necesario sustituir a los que no responden a los requerimientos estandarizados que idealizan un modo de vida, la manera de actuar en ella, de presentarse ante ella, de aceptarla tal y como nos la han diseñado.

En la superficialidad de las interpretaciones se ha querido “precisar” el concepto de ser maestro haciendo la diferencia con el término “profesor”. Se quiere denigrar al educador “bajándolo” a “profesor” si no cuenta con el grado de maestría de alguna universidad reconocida. Por ahí pudo haberse empezado a alentar la disminución de la figura egregia del maestro en tanto guía, educador y forjador de conciencias. Si queremos ser técnicos quedemos en que sólo los que cuentan con maestrías son “maestros” a pesar de que muchas maestrías en tanto títulos se encuentren vacías. Pero si queremos reivindicar la figura insigne, tal vez paternalista, pero

insigne, revaloremos al sustantivo maestro para devolverle su carga humanística, comprometida con la comunidad, preocupada por darse a fondo, aunque nunca perfecta. Identifiquemos al maestro popular como el sujeto incómodo para la “extraña dictadura” que denunció Vivianne Forrester para referirse a esos personajes embozados que desde las tinieblas actúan solamente para apoderarse de todo lo que pueda ser mercancía.

Cada 15 de mayo la balanza social manipulada otorga menos peso a los maestros populares y les barniza el día a los sometidos. La dignidad del ser docente y maestro exige no aceptar falsos y ridículos homenajes de parte de quienes pretenden “dorar la píldora” a los mismos que encamina al matadero. Saber quiénes somos, qué han hecho y qué hemos hecho de nosotros mismos es una prioridad para salir de la trampa que nos prepararon los que pervirtieron el honroso acto de educar. Ser observadores para no permitir que los obscenos ensucien el camino por donde vamos, realimentarse del decoro necesario para aspirar a la recuperación del ejemplo moral, social, político, cultural y humano que nos enseñaron los grandes maestros. A pesar de que asistimos a la toma por asalto del espacio y tiempo de ser maestro por el sometimiento, el linchamiento social alentado a mansalva por los que parasitan a la sociedad, la reducción del maestro a un simple apéndice de la maquinaria neoliberal, nos salva la dignidad de ser maestros. La tarea de los maestros es no dejarse tragar por el encandilamiento tecnológico que cosifica, buscar el reencuentro con los compañeros porque al fin somos víctimas del mismo mal, el reencuentro con alumnos y padres de familia y con la comunidad, aclararse la definición del rol de maestro en los tiempos actuales y capacitarse en las mejores técnicas y métodos de la educación popular.

La perspectiva de ser maestro va más allá de complacencias, simulaciones y de indignaciones. El reto es complejo porque no hay referencia histórica exacta acerca de la naturaleza y condiciones de la vida moderna, pero sí hay una enorme cantidad de experiencias pedagógicas que siguen siendo válidas a pesar de que se las quiera descalificar. Ante la pretensión de lo estándar y homogéneo debemos esgrimir el valor de la diversidad. Ante lo urgente global tenemos que levantar las prioridades locales. Ante la educación de enfoque empresarial contamos con el enfoque de la educación popular. Ante el repudio a lo viejo sólo para estrenar lo nuevo, contamos con la sabiduría de los ancestros para entender la vida y modo de pasar por ella. Las alternativas para limpiar lo sucio y malévolo de la imposición están más cerca de que pensábamos cuando nos damos la oportunidad de bajarnos siquiera un rato del acelerado vehículo de la modernidad en que nos han y hemos trepado.

Parte de la batalla central es la redignificación de la docencia y del ser maestro. La madre de todas las batallas que se nos viene debiera contener un apartado para trabajar el aspecto psicológico del rol que nos toca desempeñar dentro y fuera de las aulas. En primer lugar es básico no sentirse derrotado a pesar de que las apariencias apunten a sufrir derrotas. Se requiere superar la depresión y el miedo a perderlo todo aunque parezca que lo perdemos todo. Como escribiera Benedetti es necesario defender la alegría a pesar de sentirse “absurdamente alegres”. El festejo es la parte de la vida que nos da vida siempre y cuando se tenga con quienes realmente merecen ser nuestros cofestejados. Una vez instalados en esta

frecuencia hay que empezar por desbanalizar la cotidianidad pasando de lo intrascendente excesivo a lo trascendente prioritario. Así pasaremos de lo coloquial adocenado a lo relevante, significativo y urgente. Las tácticas y movimientos como parte de las estrategias de protección y sobrevivencia, no pueden hacer falta. Es fundamental confundir, al que nos quiere confundir para no ser atrapados en su círculo de odio que se viene ensanchando por parte de los destructores de la educación pública. En la medida de lo posible es importante “sacar al tigre de la montaña” que según la tradición china significa hacer pelear al contrincante en nuestro terreno. El despabilamiento propio ayudará a que otros puedan escapar de los redes de los mercaderes de todo tipo disfrazados de benefactores que quieren servir a los clientes. Lo anterior puede desembocar en la construcción de proyectos de transformación en los que se comprometan colectivos que no sirvan a intereses de individuos o grupos de interés comercial.

Estamos ante la posibilidad de definir en los próximos meses un desenlace para los antagonismos derivados de la imposición del nefasto proyecto denominado reforma educativa. Del modo que sea, no representará la solución final ni mucho menos. Si don Nuño logra despedir a casi medio millón de maestros y sustituirlos de inmediato será con policías o militares y sujetos de esa índole, pero no será la solución. Si los maestros en rebeldía logran al menos suspender la aplicación del despido en sus territorios tampoco será la solución final porque el juego seguirá en tanto no se modifiquen las condiciones de la estructura social. Sea como fuere, los verdaderos maestros se merecen el homenaje de ser apoyados por sus alumnos y por los padres de familia. El que pueda hacer algo desde su trinchera que lo haga, el que no la historia se lo demande.

15 DE MAYO DE 2016.

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