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Estado Opinión

LA ESCUELA UTILITARIA

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Por JOSÉ LUIS FIGUEROA GONZÁLEZ / MASEUAL

*  De plagios, mitos y pureza académica

Jojutla, Morelos, México, 28 de agosto de 2016.-  Hoy en día resulta ya pesado tratar de entender cómo es que la escuela pública ha llegado a la crítica situación en que la observamos y vivimos, llena de conflictos, de pésimos resultados, metida en un embrollo pedagógico que no parece tener principio ni fin, tan desatendida pero a la vez tan demandada, tan criticada y tan necesaria. Y es que la escuela mexicana de los siglos XX y XXI proviene de una lucha entre las diferentes corrientes filosóficas que han pretendido llevar a la práctica el hecho educativo a modo de comprobar su ideario. Como resultado del movimiento revolucionario de 1910 los seguidores de Antón Makárenko se inspiraron y lograron incluso que el Artículo 3° Constitucional diera el carácter de “socialista” a la escuela pública mexicana. Poco les duró el gusto porque la Constitución se volvió a reformar para quitarle la palabra incómoda y la mirada se volteó hacia John Dewey y los principio pragmáticos de la escuela norteamericana que a su vez venían del utilitarismo de John Stuart Mil y otros; en suma se trataba de centrar la escuela en los fines sociales de un sistema que se proponía validar las acciones en el criterio de verdad de las consecuencias deseables y de su utilidad. Por mencionar una línea en el tiempo podríamos marcar que la “escuela del amor” promovida con el presidente Manuel Ávila Camacho (1940-1946) intentaba la superación de la contradicciones sociales a través del “borrón y cuenta nueva” para dedicarse de lleno al desarrollismo capitalista; cuestión bien ahondada en el siguiente gobierno de Miguel Alemán (1946-1952) y no se diga con los siguientes primeros mandatarios. En resumen, hace falta un repaso de historia de la escuela pública en México para dibujarse un esquema de cómo fue que lo utilitario le ganó a los ideales revolucionarios, de cómo se difuminó el humanismo a favor de los valores y principios del éxito personal, de cómo por un lado se mencionan orientaciones hacia el pensamiento crítico y la motivación intrínseca con el afán de crear consenso acerca de lo que inevitablemente se encuentra atrapado por la simulación, el engaño y la intención encubierta.

Por muchas décadas, la escuela pragmático-utilitaria nos ha enseñado a hacer lo que conviene por beneficio inmediato y directo de sus consecuencias prácticas. Así por ejemplo ser un copión en la escuela se ha criticado pero sigue siendo sólo “una travesura” de chamacos irresponsables como lo hemos sido todos alguna vez. Y así se va por la vida el sujeto que aprende a tener éxito burlándose de cuanto principio moral y ético le han repetido en la escuela, toda vez que a muchos les va bien comportándose de esa manera. Es como un pacto esquizoide y no escrito de una sociedad que dice “no hagas eso porque no se ve bien, pero si lo haces invita”. La inmoralidad que se sobrepone a la moralidad, la falta de ética que reporta mayor beneficio que la ética de los crédulos y puritanos. Así llegamos a hacer presidente de la república al plagiario más famoso de estos días. Tema que no importa a decir del señor secretario encargado nada menos que de la educación pública aquí y todavía ahora. Extrañeza del vocero presidencial por “tanto ruido” sobre un asunto de hace tanto tiempo, qué tanto es tantito si sólo se trató de que desaparecieron unas comillitas que a nadie le importan o nada más a los contreras de siempre les interesa. No es Buñuel dirigiendo una película surrealista, es el mundo real de los que dicen que nos han preparado la mejor reforma educativa jamás

vista. Ver para creer, oír sandeces para jalarse los pelos y no entender cómo se hace un buen modelo educativo con tanta desfachatez y desvergüenza.

Es ingenuo pero ha sido efectivo que nos gusta imaginar a una escuela de la pureza, inmaculada de cuanto efecto perverso pueda provenir del exterior. El imaginario construido a partir de otorgar a la escuela el papel de moldeadora del “hombre nuevo” nos ha impedido ver que inevitablemente en las aulas y patios escolares se presentan los grandes ideales junto a los grandes vicios. La escuela no es inmaculada ni puede serlo porque atiende a individuos que acuden con su carga diversa en valores, conocimientos, habilidades, antivalores, argucias, manías, mañas y todo lo feo imaginable. Con todo es un lugar dónde la desesperanza, la conformidad y la malicia conviven con la esperanza, la moralidad y los proyectos de mejor vida. Los inocentes sólo ven la mitad, los convenencieros se agarran de la parte que les resulta utilitaria; el problema es ver una parte sin considerar la otra y navegar todos con bandera de amantes del conocimiento por el conocimiento mismo, engañándose unos a otros. Para superar un poco la ingenuidad podemos empezar por reconocer la impureza dentro de la pureza, la tendencia en la aparente neutralidad, la malicia en el espíritu de servicio. Primer paso para saltar del mito al diagnóstico específico de cada espacio educativo, lo cual nos llevará al posible proyecto transformador. Este proceso no aplica al revés.

Hay de plagios a plagios, no es lo mismo llevar un acordeón al examen, afinar la mirada en un examen o engañar al profesor con trabajo copiado y pegado, fórmula de “éxito fácil” que ha traído el mundo de la computadora con internet, que el plagio de tesis recién descubierto en alguien que trata de ser el líder de una reforma educativa de gran calado. Para documentar nuestro optimismo podríamos convocar a un concurso de anécdotas sobre plagios en el mundillo académico. Propongo una rememoración en la escuela superior como docente, cuando al estar revisando ensayos de estudiantes de licenciatura ansiosos de ser maestros, me encontré con un trabajo que me llamó la atención por su originalidad y nivel de reflexión. Sorprendido regresé a la portada para ver nuevamente el nombre del autor; como el nombre no me dijera nada que explicara lo ocurrido, seguí leyendo animado por la aparente evolución de la alumna de referencia. Páginas más tarde, encontré las siguientes líneas: “…si queréis mayor información deberéis buscar en…” Entonces todo se presentó clarísimo, supe con quien estaba tratando y no me quedó más remedio que esperar el día de la entrega de calificaciones para decirle al grupo: “os felicito porque habéis logrado sorprenderme con vuestro lenguaje, lástima que alguna de ustedes tengáis que iros a extraordinario”. Espero que la lección se haya comprendido aunque nunca me enteré. En cambio, en el caso de Peña Nieto no tengo la paciencia para pensar cuál es el castigo que se merecen él y sus mayordomos para poder corregirlos, si es que se me permite imaginarlos corregidos.

El mito de la escuela de la pureza ha servido para engatusar a los creyentes en el paraíso o para animar a los renuentes y desconfiados de todo. Así el padre de familia de buena fe le dice a su hijo que le haga caso al maestro en todo lo que le diga. Tal vez las generaciones anteriores hacíamos caso a nuestros papás para nuestro bien y nuestro mal. Ahora me imagino al suspicaz niño del siglo XXI contestándole a su papá o mamá: “¿le hago caso al

maestro en todo lo me diga y también en lo que haga?”. Y es que la escuela se ha presentado inmaculada al grado de compararla con una iglesia, dónde todo es dogma. Ahora con el maestro tan devaluado por la sociedad y con ella los padres de familias, es complicadísimo hacer valer el magister dixit, para bien y para mal. No se trata de la infalibilidad del maestro ni tampoco de convertirlo en un don nadie. Así la escuela se ha convertido en un barco con hoyos por doquier, que se balancea peligrosamente y amenaza con zozobrar. No podemos seguir con mitos, ni tampoco podemos pisotearlo todo para desaparecer lo que estorba a los que acechan el usufructo de los restos del barco.

El plagio de Peña Nieto es relevante porque las consecuencias de un temprano tramposo las tenemos encima más de 120 millones de mexicanos. Si de la “minucia” de plagiar ideas para titularse como abogado el chico se hubiera corregido no tendríamos forma de echarle en cara y hasta haríamos marchas en apoyo a la imagen del señor presidente, poniendo en su lugar a los detractores. Pero ahora nos explicamos cómo ha involucionado el mozalbete hasta llegar más allá del plagio, más allá del hambre de “éxito” personal, más allá de la ignominia. Genio y figura, degradando hasta la sepultura. Ya animados probemos a pensar todo distinto, sin ética ni moral estorbosas, apliquemos el eufemismo a profundidad. Así el plagio se convierte en “errores de estilo”, vender la Patria es “modernización para la competitividad global”, sacar a patadas a los maestros de sus aulas es “reformar la educación para elevar la calidad educativa”, aplicar examen capcioso de opción, duro o suavizado para expulsar a los indeseables antiglobalización, es “evaluación del desempeño y preparación para mejorar el servicio educativo”. Todos plagiarios, todos vende patrias, todos envilecidos y seremos a imagen, semejanza y satisfacción del Señor de Los Pinos. Lástima por él y banda que lo acompaña porque todavía muchos sabemos que no es posible vivir ni desempeñarse sin ética. Llegamos al punto de definirse en cuanto a Ser o No Ser.

El asunto del plagio de Peña Nieto se cruza oportunamente para preguntar acerca de dónde están los principios éticos y morales de los impulsores de la llamada reforma educativa. Necesitamos saber hasta dónde llega el contagio de esta enfermedad social, reconocer si acaso hay mucho que aprender de Peña Nieto, Nuño Mayer, Sylvia Schmelkes, Gilberto Guevara, Juan Díaz de la Torre, líderes de partidos políticos, legisladores que legislan en contra de quien les otorgó el voto, empresarios enseñorados y etcéteras de pillines que hasta simpáticos se ven enfundados en trajes que supuestamente los adecentan. Necesitamos contar con el Registro Nacional de Plagiarios para no darse por engañados. Si no son en primer lugar los interese económicos los que mueven la reforma educativa, si no los intereses políticos y personales, que se nos contradiga mostrándonos los códigos de ética de la reforma educativa. No basta endilgarles a los alumnos y maestros directrices de comportamiento mientras el ejemplo de arriba viene pervertido.

La escuela pragmático-utilitaria ha penetrado en el imaginario social al grado de que puede ser que una escuela diferente nos extrañara o incomodara. Embebidos en esta filosofía, todo se reduce al ajuste de la escuela en torno a los requerimientos de la producción industrial y a la capacitación para ser ejemplares consumidores. Preguntar para qué se estudia tiene una

respuesta automática que elimina el debate entre el valor de uso y el valor de cambio de lo que se aprende y certifica desde la escuela. Gana el valor del cambio por default y casi todo mundo acepta que lo importante es obtener una ganancia materializada en bienes y servicios a cambio del “enorme esfuerzo” de estudiar. Es de risa apelar al valor de uso y tratar de convencer que el aprendizaje es valioso en sí mismo porque nos hace mejores personas capaces de construirse y acompañar la realización de otros prójimos próximos. Peña Nieto actuó en el plagio por valor de cambio como muchos otros lo hacen; sigue en la perversión porque le “funciona” aunque con hipocresía algunos puedan protestar, más lamentando no estar en su lugar que realmente rechazando acciones tales. Para qué sirve la escuela si no es para obtener la oportunidad de lograr una vida de confort sin miramientos. El fondo de todo reside en definir cuál es el valor de la educación más allá de tanto pragmatismo.

Los fines de la educación no pueden ser obviados ni dejados en manos de los “expertos” que hacen trabajos sobre pedido. Cada núcleo social y cada individuo tienen derecho a intervenir en la discusión y aplicación de los fines educativos donde los quieren involucrar las estructuras de poder. Tenemos derecho a conocer y estudiar propuestas pedagógicas que superan al utilitarismo pragmático, saber que hay opciones que privilegian el desarrollo humano, la construcción de sí mismo, la promoción del pensamiento crítico y la justicia. La escuela utilitaria no puede ser el destino inexorable donde nos quieren encajonar un plagiario mayor, sus secuaces y sus patrones. De este entendido se derivan los métodos de enseñanza y no al revés como inocentemente hemos caído en aceptar. Definidos los fines de la educación que son el cimiento de la escuela, vienen las paredes del modelo educativo y en la estructura van los métodos de enseñanza.

La realidad se nos pinta sin alternativas y eso nos lleva pensar que no hay otra manera de vivir que no tenga como centro el lucro y la simulación. Una escuela al servicio de estas funciones ha sido criticada desde siempre al grado de proponer una sociedad desescolarizada como lo hizo Ivan Illich, autor que por cierto poco o nada se estudia en la formación de los docentes. La escuela cuestionada por Illich es la pervertida y pervertidora de alumnos adaptándolos para el control social o esa recomendada socialización entendida como “compartir con los iguales” pero que en realidad viene a significar una especie de amansamiento de las conciencias. De esto se deriva la necesidad de hacerle un juicio a la escuela utilitaria y pragmática mediante un método que inicia con la observación y registro de lo cotidiano escolar, de ahí al análisis crítico apoyado con teoría crítica para llegar a la elaboración de proyectos para actuación ética y colaborativa. Si empezáramos a plantearnos una convivencia escolar sin autoritarismos, promotora de las asambleas de todos los integrantes de la escuela como mecanismo para resolver dificultades, evaluar procesos y rediseñar esquemas de trabajo, lograríamos empezar a notar que otra escuela es posible.

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