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Opinión

LA ESCUELA DEL SENTIDO COMÚN

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PorJOSÉ LUIS FIGUEROA GONZÁLEZ / MASEUAL

*  Causas y consecuencias del abandono del sentido común en el quehacer docente

Jojutla, Morelos, México, 29 de mayo de 2017.-  Si tratáramos de explicar cómo se aprende a vivir cuando no se tiene la oportunidad de participar en la educación escolarizada o cómo se llega a conocer el justo valor de las cosas, la mejor forma de actuar ante circunstancias diversas e inesperadas, la toma de decisiones en situaciones difíciles, tendríamos que retomar la importancia del sentido común. La lógica natural de las personas que se fundamenta en las experiencias propias y ajenas, los conocimientos básicos de por qué ocurre lo deseable o lo indeseable, las creencias populares que se nutren de la sabiduría heredada de los antepasados, todo eso constituye al sentido común y se convierte en una guía elemental para el buen vivir, al menos de acuerdo a la apreciación de la comunidad o contexto social al que se pertenece. Por supuesto, ante la mirada de propios y extraños el sentido común puede parecer inconsistente e insuficiente, mejorable y evolutivo; sin embargo, como tal, el sentido común es el manual básico para integrarse en lo inmediato con el saber y las expectativas de los otros que nos rodean, de modo que la convivencia resulte tolerable y hasta provechosa. De ese modo, resulta inadmisible que una multitud compuesta de profesores dejen un estadio lleno de basura después de un festejo, que entre compañeros se haga notar el comportamiento inapropiado por vocabulario y conducta -aun haya sido en plan de fiesta-, por el singular hecho de ser maestros. Cosa de sentido común es no perder el piso de saber quién eres, dónde estás y qué haces; observación aumentada en quienes el sentido común reconoce como ejemplo y por lo mismo el reclamo cobra mayor dimensión.

Cuando la noción del sentido común se observa en retroceso u omisión se empieza a perder la comprensión de la realidad y los resbalones pueden ser de graves consecuencias. Cuando el menosprecio por los valores elementales de la comunidad es la consecuencia de la adopción de modas y modos estereotipados según intereses mercantiles y políticos de sujetos y corporaciones interesadas en instalar un nuevo software en el pensamiento de las comunidades donde se han propuesto sentar sus reales, estamos ante el peligro de la cosificación y la automatización. Sea la euforia, sea el gusto por el confort, sea la algarabía por el encuentro con los amigos, sea lo que fuere, nada vale el costo de perder la identidad básica ni el sentido común. Sin la lógica natural de saber qué es preferible y qué no con referencia al proyecto de vida personal y al proyecto de servicio a la comunidad, estamos entregando nuestro ser a intereses ajenos y perversos sin tal vez siquiera imaginarlo. No es posible por un lado asumirse como promotores del pensamiento crítico y por otro actuar bajo el hipnotismo de las ilusiones vanas que apelan a deseos de insatisfacción material. Ser maestro requiere de la apropiación del sentido común y más allá. Por eso entra con toda su fuerza la duda de si cualquier licenciado puede ser idóneo como docente, no por generalización espontánea sino por la ruta que se viene trazando para desvirtuar a la escuela pública por parte de los que cobran muy caro para administrarla. Con el ejemplo de Fernando Celerino Pacheco Godínez que cobra como director del IEBEM y de Matías Quiroz Medina, secretario de gobierno de Graco, disfrazados de vaqueritos para subirse a la ola de la manipulación mercantilista,

tenemos suficiente para saber de dónde vienen muchos de los males de la educación pública en Morelos.

Hasta hace cierto tiempo, el sentido común de nuestro contexto local nos venía más o menos protegiendo de las intrusiones desestabilizadoras. Teníamos más o menos claro qué era un maestro, qué hacía y cómo se le podía acompañar; ya en pleno proceso de la globalización, la hegemonía del paradigma neoliberal que convierte todo en mercancía, el sentido común quedó en desventaja sobre todo cuando no se adapta al modelo económico dominante. La lógica natural de la experiencia va siendo rebasada por una lógica sistémica que absorbe y destruye la identidad local. Los docentes que se percatan se resisten y tratan de preservar a toda costa al menos el sentido común que les indica el valor del servicio a la comunidad, la importancia del trabajo colectivo en unión con la comunidad, la disposición a un grado de esfuerzo y hasta de sacrificio para lograr las metas de la comunidad, la necesidad de combinar tradición y modernidad para mejorar sin perder el sentido comunitario; los que se dejan llevar por la falacia del todo confort y del todo hedonismo, no perciben que al perder sentido común se desnaturalizan como maestros y favorecen su esclavitud económica y cultural y la de las siguientes generaciones. Tal vez se pueda vivir ajenos al sentido común, solamente hay que preguntarse si no nos importaría ser parte de la cosificación y de la automatización que termine con lo que queda de humano en los que alguna vez protestamos salvaguardar la identidad de ser maestros.

En la escuela el sentido común nos indica que es preferible el bienestar general al particular, pero son incontables los casos en los que se actúa al revés; sabemos que el centro de la atención son los alumnos para su desarrollo integral, pero son numerosos los casos que se pueden citar de acciones en los que los estudiantes son los últimos en ser tomados en cuenta. Por sentido común queda claro el papel de los profesores como guías y hasta ejemplos de conducta pero es deplorable el recuento de situaciones en sentido adverso. Por la misma razón, la administración escolar debe procurar el bien general de los estudiantes y de la comunidad, pero –sea obligados o por voluntad- no escasean las notas periodísticas en las que se registran actuaciones por conveniencia o un mal entendido manejo político de los conflictos. En suma, en la escuela como en la sociedad, el sentido común va siendo cada vez menos común y se va imponiendo un paradigma externo, proveniente de la toma de decisiones en las instancias de poder global. Por lo tanto, si queremos recuperar algo de lo perdido tendríamos que empezar por hacer un recuento de lo que nos queda de sentido común e intentar preservarlo y fortalecerlo. Si antes de salir de su casa para ir al estadio, el director del IEBEM hubiera encontrado en el espejo su parecido con los intocables, hubiera podido reconocer la formalidad de su papel y presentarse de una manera menos embaucadora ante los profesores.

Por sentido común es posible darse cuenta de que el proyecto de escuela se tiene que construir en la unidad de esfuerzos y que de una vez por todas se tiene que superar la conveniencia personal y el individualismo. Se cuentan con indicadores, reglas y normas institucionales para conducirse con lógica y sustento en las acciones por el mejoramiento escolar, pero todo esto se topa y se estrella en la complacencia por pérdida de sentido común

de parte de maestros y de autoridades. El asunto parece complicado pero no lo es tanto si nos percatamos de que solamente tenemos que empezar a actuar por sentido común, por compromiso personal y de colectivo escolar en concordancia con la comunidad de padres de familia. Es obvio que el proyecto escolar se podrá constituir únicamente a partir de maestros que tienen bien definida su identidad docente con base al menos en el sentido común derivado de la sabiduría popular que todavía lo tiene colocado en un lugar significativo; la otra opción es adaptarse consciente o inconscientemente a la instrumentalización de las reformas que lo convierten en un simple empleado subordinado y condicionado a actuar incluso en contra de sus convicciones e intereses.

Si el sentido común se está perdiendo en la sociedad y en la escuela, necesitamos tener en claro con qué se está sustituyendo. El sentido común producto de la experiencia ancestral y de la lógica natural se presenta hoy en día como obsoleto ante la espectacularidad de los cambios tecnológicos en la economía y otros ámbitos. Es un estorbo para la implantación del modelo de vida prediseñado por los centros del poder global; cuando se requiere la renuncia al derecho de ser y de vivir para sí mismo, para que prevalezca el sistema económico del mercado libre entonces a la sabiduría popular se le hace retroceder. Si los maestros se dan cuenta de la maniobra estudian el problema y refuerzan su conciencia y sus acciones, si no simplemente se convierten en piezas manipulables, explotables y desechables. Es por eso que se hace necesario plantearse la pregunta de si es posible recuperar y reforzar el sentido común en la escuela pública mexicana.

Para introducir el tema del sentido común en la escuela se vuelve necesario invitarse a un momento de tranquilidad y reflexión en medio de tanto ajetreo. Es crucial plantear el tema del hedonismo como signo de la vida moderna y de cómo llega esa moda a la escuela, qué se hace con ella, cómo se percibe o cómo se omite cuestión alguna al respecto. Es tan simple como empezar observando la dependencia que los maestros y hasta los alumnos muestran acerca del uso del teléfono celular para darse cuenta de qué tanto favorece o afecta al clima de relaciones humanas en la escuela. Igual ayuda tomar nota de los temas de interés en las conversaciones de los maestros y de los alumnos para tener idea acerca de lo sustancial o superficial del modo de ver la realidad. Estos datos ayudarían a entender qué estado guarda la identidad profesional de los docentes y el criterio en formación de los alumnos. Es factible reaprender a observar y actuar por sentido común si empezamos por despojarnos del modito ritual de hacer las cosas. De esa manera, el maestro podría reencontrarse con el sentido común de entender la vida y el mundo de la comunidad donde presta sus servicios y ya no trataría de caminar en dirección inversa a lo que se espera de él.

Pasar de la tozudez a la disposición de pensar, comprender y actuar en consecuencia, no es un proceso que se pueda realizar por indicaciones; pero de cualquier forma, ayuda el intercambio de experiencias y este caso el aprendizaje entre pares. Una propuesta es emular al gran Sócrates aplicando la mayeútica o el arte de hacer preguntas para desentrañar el ser de las cosas. Para conocerse a sí mismo, el maestro puede empezar planteándose preguntas, desde las más simples hasta las más complejas. Interrogar a las personas y a los objetos

ayuda introducirse en ellos para darse idea de cómo están constituidos, llegar a algún conocimiento de esa realidad y proceder a diseñar las acciones de transformación necesaria y deseable. He aquí algunas preguntas para buscar y reencontrar el sentido común en la escuela: ¿Cuáles son las necesidades educativas reales de nuestros alumnos y de la comunidad en la que presto mis servicios? ¿Es confiable el método con el que conozco estas necesidades? ¿Qué hace y qué puede hacer el colectivo de profesores para atender dichas necesidades? ¿Cuál es el interés que predomina en la escuela? ¿El de los maestros, el de las autoridades, el de los padres de familia, el de los alumnos? ¿Se cuenta con un proyecto escolar estructurado con base en las necesidades reales de los alumnos? ¿Cuál es el compromiso docente al respecto? ¿Cómo asumen los directivos y profesores las demandas institucionales externas a la escuela? ¿Cómo actúa el cuerpo docente ante los obstáculos a su labor? ¿Cómo se da seguimiento y cómo se evalúa la aplicación del proyecto escolar? Es claro que se trata de un sencillo ejercicio para la reflexión que de iniciarse llevará a múltiples preguntas que a su vez derivarán en alternativas a lo que se quiere atender y resolver. Primero sentido común, luego investigación académica para profundizar.

El sentido común puede ayudar a comprender y encuadrar el esquema de prácticas pero no puede resolverlo todo porque está limitado al nivel de las experiencias, conocimientos y creencias que retoma. Para ir más allá del sentido común será necesario aprender a autorregularse detectando las inconsistencias del sentido común, dado que en toda forma de concebir el mundo permean enfoques distintos y a veces opuestos. De ahí que la formación permanente de los profesores no debe limitarse a una actualización para seguir las instrucciones o los principios de los paradigmas educativos en boga o a tono con los intereses políticos y económicos que encubren; la profesionalización de la docencia con una orientación crítica que propicie la autonomía del ser docente tendría que proponerse la formación de un analista de la realidad educativa, seguido de la preparación de un investigador en toda línea que haga factible la constitución de los transformadores educativos. El proceso de transformación escolar direccionada retoma el sentido común pero con una trayectoria que asciende a la sistematización de la práctica educativa.

Ante la amenaza real de una debacle total de la escuela pública que puede reducirla a mero símbolo de escolaridad para la capacitación laboral, mientras la formación integral se reserva a las élites de la sociedad, al menos hay que iniciar por el rescate del sentido común. Más allá del anecdotario sobre actuaciones dislocadas de ciertos profesores, de ciertos representantes y de ciertas autoridades, la imagen del maestro todavía es relativamente fuerte en el contexto social y su recuperación o hundimiento no está del todo definido. Pese a los vientos en contra, el magisterio mexicano no dejará de beber de las fuentes de su época de oro, de los tiempos de un sentido común a toda prueba. A los maestros del presente queda, por el momento, guardar las botas y el sombrero para disponerse a llevar en alto la otra vestidura, la que no se define por prendas sino por dichos y por hechos.

 

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