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Estado Opinión

EL NORMALISMO, UN ENEMIGO A VENCER

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Por JOSÉ LUIS FIGUEROA GONZÁLEZ / MASEUAL

Represión, violencia y diseño curricular para terminar con el normalismo de sentido social

Jojutla, Morelos, México. 11 de junio del 2017.-  La represión a los estudiantes normalistas en Aguascalientes con motivo de la lucha emprendida para evitar la reducción de la matrícula y la conversión de la Normal “Justo Sierra Méndez” de Cañada Honda de internado femenil a escuela mixta, significa apenas una más de las agresiones a las que están siendo sometidos los alumnos de las escuelas Normales, en particular las de tipo rural. La intención gubernamental, apoyada por sectores del poder fáctico, ya no disimulan su interés por cerrar -de una vez por todas- esas instituciones de formación docente donde se concentran jóvenes cuya condición no les abre otra posibilidad de mejoría socioeconómica. Es demasiado lo que tenemos que ir acumulando como actos de represión y violencia, del Mexe a Ayotzinapa, de Tiripetío a Cañada Honda y de ahí sígale contando porque es ya una constante enterarnos que el gobierno federal y los gobiernos estatales algo fuerte se traen en contra de las Normales. Los docentes de origen normalista –la mayoría- tenemos presente que el fondo de la cuestión estriba en la decisión de abandonar al normalismo mexicano a su suerte desabasteciéndolo y agrediéndolo porque representa un obstáculo para la aplicación absoluta del proyecto económico neoliberal que abomina de la educación pública. La receta en contra de los normalistas es similar a la diseñada para el magisterio en general: desacreditación mediante campañas de odio y exaltación de la animadversión social teledirigida, además de un dejo de desprecio y segregación por el origen social de los estudiantes.

La Escuela Normal fue para casi todos los maestros de escuela pública la tablita de salvación que nos permitió rescatarnos de la condición menesterosa a la que están destinados los que sobreviven de la venta de su mano de obra de baja capacitación. Los hijos de esos trabajadores pudimos hacernos acreedores de una oportunidad para vivir algo mejor y para cursar estudios que nos permitieran ampliar nuestro horizonte cultural. El fin del Estado de bienestar con el arrecio del modelo de economía neoliberal viene cortando las alas de las generaciones recientes y abiertamente las declara insostenibles bajo su esquema de adaptación al mercado global. La lógica natural es el desarrollo de estrategias para la resistencia y para la controversia propia de lo que se quiere ignorar como lucha de clases. La transformación de las sociedades industriales modernas en sociedades del conocimiento y de alto desarrollo tecnológico quiere ser presentada como un proceso terso e inevitable; de modo que las incongruencias y contradicciones provocadas por la homogenización de las sociedades que aspiran al progreso según cánones globales, son costos “necesarios” para llegar a la cumbre de la felicidad. La Escuela Normal no entiende ese lenguaje y le cuesta trabajo romper con sus principios basados en la justicia social, en la reafirmación de la identidad y en el sentido social de patriotismo y cuidado de lo que es de beneficio común. La cuestión de fondo es la polarización provocada por un sistema económico y social que procura el beneficio de minorías a cambio de la pauperización de los demás como destino inexorable.

En ese estado de cosas, lo natural es que las comunidades defiendan sus Escuela Normales tanto porque pagaron con sacrificios su creación, como por representar prácticamente la única opción para que sus hijos puedan acceder a estudios superiores. Ahí está la dificultad del Estado para deshacerse sobre todo de las Normales Rurales y eso es lo que tiene nerviosos y confundidos a gobernantes cuya prepotencia les hace creer que todo se revuelve firmando acuerdos y enviando a la policía por los normalistas y pobladores que se les atraviesen. Una insensatez mayúscula como la de emitir una convocatoria en Cañada Honda para reducir la matrícula sin tomar en cuenta la disposición de normalistas y comunidad para defender su escuela. El resultado es de pena porque la autoridad descubre la importancia del diálogo después de los golpes y luego de tantear que su acción no tendría buen fin.

Como sea, la Educación Normal se encuentra en un laberinto difícil de cruzar mediante el simplismo de creer que la mano dura lo resuelve todo o bien asumir que la resistencia sirve para dejar todo como en el pasado. La Escuela Normal camina por un túnel sin salida cuando los que mal gobiernan suponen que la obligada modernización global requiere la adecuación y aplicación de planes y programas para adaptar la formación de los profesores a los requerimientos del libre mercado. El propio modelo neoliberal se tambalea en el escenario mundial y nada asegura que sea posible formar desde la escuela básica a los autómatas que se están solicitando en las fábricas. Nada asegura que el modelo de formación por competencias para darle satisfacción a los empleadores será tan eficaz y eficiente que no habrá modo de salirse del camino y resistir a sus designios. Sin embargo, eso no quiere decir que la Escuela Normal no deba establecer una lucha consigo misma para superar los atavismos e incongruencias que la persiguen desde hace tiempo, ya no para adaptarse sino para enfrentar los retos de un milenio que nos sorprendió a todos con la complejidad de las relaciones de producción y con la sofisticación de los modos de hacer las cosas. En el enredo del laberinto se encuentra el dilema de decidir cuál es el tipo de profesional de la educación que se requiere según propósitos y principios manifiestos, explícitos y consensuados por los sectores sociales mayoritarios. En el embrollo está al acecho la clase política gobernante con su disposición de quitar de en medio a lo que estorbe para seguir ampliando el margen de negocio en lo que se refiere a la conversión de la educación en mercancía al mejor postor; por otro lado, desconfiada e inoculada de falsos argumentos se encuentra la parte de la sociedad que poco entiende del valor de la Escuela Normal y no mete las manos para su defensa.

Siempre es conveniente tener cerca un breviario de la historia del normalismo en México para retornar a él cuando nos queden dudas acerca de por qué estará sucediendo lo que vemos. Bueno es saber que la Escuela Normal se crea como institución rectora para guiar las formas de enseñar, que su norma nace como clave para empezar a ponerse de acuerdos ante tantos modos de asumir la enseñanza. De Francia y España llega a México a principios del siglo XIX con la Compañía Lancasteriana dándole a la docencia un estatus de profesión liberal hasta que durante el porfiriato se convierte en una “profesión de Estado”; datos retomados del libro La Escuela Normal. Una mirada desde el otro (Ducoing Watty, Patricia Coord., Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación, UNAM, México, 2013). Lo relevante de esta historia es que el normalismo se observa, a través de su diseño curricular, en relación estrecha con los intereses de cada régimen en turno. En esta obra se maneja la tesis de que el diseño curricular ha estado cargado a los saberes pedagógicos distribuidos en cultura general, metodología de la enseñanza y de aplicación técnica. En consecuencia la primera conclusión que nos puede interesar es el alejamiento de la formación docente de tareas que involucren al futuro profesor en la investigación y la innovación educativa. Queda establecido que históricamente el docente se ha venido formando casi exclusivamente como un instrumento de aplicación de las disposiciones oficiales. Tradicionalmente, lo anterior le resta estatus a la docencia y la coloca debajo de las otras carreras universitarias; además sin los elementos de la investigación y la innovación, la Escuela Normal siempre queda desfasada de los cambios de todo tipo que ocurren en la realidad social. De esa manera es fácil acusar a los normalistas de estar aprendiendo con esquemas caducos pero a la vez no hacer lo necesario para colocar a la Escuela Normal a la altura de las necesidades del presente sin pretender cambiarle su naturaleza para que únicamente se adapte al rigor de los modos actuales de producción.

Los autores del libro de referencia señalan como grandes limitaciones de la Escuela Normal el hecho de centrar su enseñanza en los conocimientos útiles para la organización y la aplicación en la práctica escolar. El descuido por relacionar la docencia con la investigación educativa y con la innovación en la materia es otro de los grandes pendientes, que de no resolverse condena a la Escuela Normal a la obsolescencia. El enfoque por competencias con que se ha investido a la formación normalista ha distraído el perfil del futuro docente hacia preocupaciones acerca de la preparación del capital humano y la atención a las demandas del mercado laboral; en ese jaloneo no sirve bien a una tarea ni a otra porque la resistencia al interior de las Normales hace que el discurso pedagógico oficial sea de una orientación y la práctica real sea distinta.

En medio de la controversia queda la intención de procurar una formación docente crítico-reflexiva que los acontecimientos de represión y defensa continua desde los muros de las Normales y más allá no permiten su realización mientras el discurso sobre la formación del pensamiento crítico de los profesores no es nada más que una mascarada para intentar atraer la atención de los inconformes. Dentro del libro el capítulo titulado “Los otros y la formación de profesores” firmado por Patricia Ducoing Watty, se apela a la necesidad de mover la formación de los profesores de la poïesis (saberes técnicos) a la praxis (saberes por la palabra y acción que se abre hacia los otros). Esta especialista y otros expresan sus preocupaciones porque la formación docente sigue atada y limitada a los saberes técnicos que la adecuan a los propósitos del gobierno en turno. Se conduelen del hecho que la docencia sea una “profesión de Estado” y se demanda un nuevo profesional que se atreva a descifrar la complejidad y la incertidumbre que rodean a la realidad actual. Reto mayúsculo pero ineludible es enfrentar el desgaste social al que ha sido llevada la Escuela Normal y lo enredado de sus intenciones pretendiendo servir a todos sus actores y apenas sobreviviendo al embate de Estado. El meollo del asunto es diseñar las estrategias educativas y también las políticas para salvar a la Escuela Normal de los depredadores y de los atavismos que le impiden reconocer el trayecto hacia la renovación-reconstrucción del perfil docente apropiado para insertarse en el mundo moderno-posmoderno sin entregar su alma a los acechantes intereses perversos.

Llegados a este punto es importante preguntarse cómo se ha ido transformando la Escuela Normal para pasar de eje rector del sistema educativo a una potencial escuela de turismo según opinión de una abyecta líder magisterial. Cómo se ha llegado a la afirmación de que cualquier licenciatura puede servir para dedicarse a la enseñanza, es otro pendiente a releer –no “reler”- para descubrir de qué se trata ese afán por llevarla en contra de lo que contenga la palabra normalista. El abandono material y el desprecio manifiesto por el normalismo no se puede entender como la “falta de presupuesto” y la “falta de paciencia” de los demandantes; es algo de profundidades poco exploradas pero que intuyen, se trata de un choque de intereses que atraviesan los planos de la economía, la política y todo lo relacionado con el control social. De esa manera, el normalismo ha sido llevado al centro de la disputa por la posesión y usufructo de los recursos naturales y la rentabilidad de la mano de obra calificada y abaratada. Ya nadie se salva, las opciones son pocas, se sirve al dominio y aprovechamiento de las cosas y de los otros o se vive para la sobrevivencia y la insistencia de alcanzar lo que por derecho corresponde. Mientras tanto, la Escuela Normal se sigue viendo impedida para desarrollar la inventiva y la intelectualización de los profesores. Pese a todo, en el supuesto de que lo natural es que el sistema dominante camine en esa dirección, lo propio de los profesores en formación y en servicio es darse cuenta de las amenazas que lo rodean y hacer algo para alejar los males a los que se nos tiene condenados.

Para rebasar a la poïesis o al practicismo en la formación y en el desempeño docente es necesario salir de la comodidad que produce manejarse por la regla del compromiso cumplido. El estudiante que cumple con una tarea a la que no le encuentra sentido pero que no dice nada para no provocar el malestar de su maestro, que sin entender mucho cumple y se siente satisfecho porque su meta es ir aprobando materias y llegar a la meta de un documento que lo acredite con tal o cual membrete, el profesor que llena documentación o cumple su comisión para salir del paso, ambos cargan la cruz de su anulación tal vez sin darse cuenta. Llegar al dominio de la palabra y la acción (praxis) no es nada sencillo si consideramos la influencia de los que todo el tiempo nos invitan a ir a donde va Vicente, donde va toda la gente. Es el paso de no percatarse o tomar conciencia que ser maestro va más allá de cursar una licenciatura como requisito para hacerse de cierto ingreso económico. Es el movimiento de la perplejidad que producen los vertiginosos cambios sociales y tecnológicos que afectan la forma de acercarse al conocimiento, a la conciencia y desempeño como profesional autónomo

La defensa del normalismo nos queda como una opción de sentido común, si no lo hacemos aún a sabiendas de lo que significaría reducirnos al modelo empresarial en todos los aspectos de la vida, al menos que no haya queja o que se tenga el carácter necesario para asumir las consecuencias. Por supuesto, nada es puro y la misma Escuela Normal deberá revisar sus usos y costumbres para hacer la autocrítica obligada para mejorar lo mejorable. De repente, salta el dato de que en ciertas Normales se acostumbran las novatadas para molestar y someter a los alumnos de nuevo ingreso, mueve saber que los autogobiernos de los alumnos en algunas Normales puedan ser nocivos para sus propios integrantes, duele saber que la filosofía de lucha pueda estar estancada en la “dictadura del proletariado”, representado por cabecillas desorientados. En fin, eso corresponde a cada centro educativo donde se percaten de que entran a una revisión profunda, crítica y autocritica o se disponen a prolongar los sufrimientos por una resistencia que se vuelve complicada. Claro que los normalistas no están solos porque la solidaridad y el sabio consejo de las comunidades los acompañan; de cualquier forma bien haría buscar un momento de tranquilidad para remover los obstáculos que impiden avanzar en la salvaguarda de la Educación Normal bajo los principios de justicia social y bienestar para todos.

 

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