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Opinión

AMANDA MIGUEL EN CONCIERTO O EL ENCANTO DEL IMAGINARIO SOCIAL

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Por JOSÉ LUIS FIGUEROA GONZÁLEZ / MASEUAL

La escuela transformadora: del caos a lo determinado, de lo determinado a la poiesis

 Jojutla, Morelos, México 13 de Noviembre del 2017.- Las sociedades se constituyen sobre el cimiento de lo establecido, de lo instituido en tanto antes fue instituyente. Es el imaginario social lo que permite coincidir ante similares significados y significantes para hacer posible la convivencia y también para desplegar las alas de la creatividad a la vez que extender las raíces de la reciedumbre. Verlo para vivirlo y para creerlo; aprenderlo para socializarse, compartirlo para disfrutarlo. Pisar firme en la tierra y darse un momento para girar la mente en comunión con otros que han decidido darse un tiempo de relajación y virtualidad, autoengaño y evasión. Al menos a eso nos invita todos los sábados y domingos Amanda Miguel en concierto; un rincón del parque de la Ciudadela de la CDMX es el escenario de forma circular donde una mujer alta, de figura muy bien delineada juega con los encantos de la estética femenina y regala el sueño de cantarnos casi al oído aquellas líneas de “Él me mintió”, “Hagamos un trato”, “Así no te amará jamás”, “El pecado” y otras. La escultural mujer hace bien los gestos de exageración, pero le resulta complicado imitar los desgarres de voz y las notas agudas de la grabación original. De cualquier forma, entre el pequeño público sentado alrededor de Amanda Miguel los movimientos sensuales tienen su efecto, sea para dejarse llevar por ese toque erótico o para aferrarse a la memoria emocional que se estimula entre las mujeres. Algo no funciona, pero casi nadie se percata o finge no darse cuenta: la voz que sale de la bocina es igualita a la famosa argentina pero los susurros en el micrófono que se sostiene en las delicadas manos están en otro tono e incluso fuera de tiempo. Nada importa porque todos los presentes entramos en comunión y seguimos a la bella de cabellera eróticamente enmarañada, con la mirada, con las palmas en el aplauso, con el propio cuerpo que gira para dónde ella camina. La mujer se sube a una pequeña plataforma redonda al centro del improvisado escenario, pide agua “al tiempo” con una voz afectada de delicadeza y seducción, luego sigue jugueteando con el cable del micrófono y canta esa propuesta de convertirse en gata y decirse disponible para hacer gatitos de colores; intenta un chiste de albur con la idea de los animalitos peluditos y “pachoncitos”; nadie se entera o finge no enterarse para no romper el encanto. El público aplaude entusiasmado, está formado por setenteros y para atrás; la magia de los recuerdos envuelve a los ilusionados en ese imaginario nada exigente y todo predispuesto al juego grupal. Para salir de la rutina, es conveniente recordar que todos los sábados y domingos nos espera Amanda Miguel con su voluptuosa estampa para hacernos imaginar a sabiendas de que el play back es lo de menos cuando nos aproximamos al éxtasis en colectivo.

 

El efecto aglutinante del imaginario social nos brinda unidad y certeza cuando se cumplen las coincidencias en los resultados esperados. En un principio fue el caos para la organización social y después se fueron definiendo los significados y significantes que nos permiten pensar y actuar de manera semejante. Cómo es que se construyen los significados de las cosas de manera que todos entendamos su sentido desde el primer momento y podamos orientamos en los complicados pasillos de las relaciones humanas. Para eso existen las instituciones, para determinar lo establecido válido para todos y para poner un orden determinando, lo más conveniente para alcanzar la armonía y el bienestar general. Cuando nacemos ya se encuentra determinado cómo vivir, qué es lo aceptable y qué no. Llegamos al mundo con un pensamiento heredado y pareciera que todo está determinado y lo único que hace falta es apegarse lo mejor posible a lo instituido. Pero como dijera el filósofo Corneluis Castoriadis, lo determinado no explica por qué somos como somos ni el alcance de nuestras posibilidades como individuos y como grupos. Nos movemos en el magma de lo determinado mezclado con lo indeterminado, compuesto por los “elementos extraños” no del todo comprensibles pero que siempre dejan un margen para la sorpresa y para las construcciones más imprevisibles. Si dejamos de considerar el poder creativo de la psique, el valor de la conciencia, las construcciones generadas desde las capas más internas del pensamiento, no podemos concebir que más allá de lo establecido es siempre posible activar los mecanismos de lo alternativo. El pensamiento heredado está ahí esperando nomás que siga llegando gente a este mundo para enfilarla “correctamente”. Pésele a algunos o sea estimulante para otros, los “elementos extraños” subyacen y saltan a la primera oportunidad para contradecir a lo instituido y formar lo instituyente; en esto consiste lo interesante de la vida, que nunca todo está predeterminado porque la capacidad de construcción creativa no puede ser suspendida o cancelada. Viéndolo de esa manera podemos imaginar dos situaciones ante el concierto de Amanda Miguel: la de un sujeto despectivo que se ríe de cómo se divierten los pobres que no tienen para comprar boleto de un concierto de verdad y los complacientes autoengañados que se ríen de los que ni comprando un lugar de primera fila ante la verdadera artista disfrutan como ellos tan a lo gratis y tan al aire libre. El poder de la imaginación es enorme y ahí está una clave de nuestro paso por la vida.

 

La explicación de cómo es que se logra pasar del caos a la organización social es materia permanente de la sociología. Para Bordieu un punto de interés es el estudio de los hábitos para comprender nuestras maneras de entender y hacer las cosas que son menester. Así el concepto que se dibuja es el habitus y ahí comienza un viaje para explorar quiénes somos y qué hacemos, a razón o aparente sinrazón de qué. Se ha podido encontrar explicaciones acerca del comportamiento masivo o individual en los elementos supraestructurales de la sociedad, de tal forma que cuestiones como la moda, la manipulación de los deseos y la creación de necesidades virtuales, el carisma de los líderes, el efecto de la oración en grupo, etcétera, se han sustentado en muchas tesis para develar lo que hay detrás de la aparente “normalidad” en el transcurso de la vida humana. Pero no todo acaba ahí, falta considerar que el imaginario social que hace funcionar a la sociedad también comprende al imaginario instituyente o sea el resultado de la poiesis, la creatividad y la potencialidad de producir nuevos sentidos, nuevas formas de pensar y de hacer. La dialéctica entre instituido e instituyente que como totalidad envuelve al fenómeno de estar, de ser y de hacer en el mundo, explica mejor por qué cuando pensamos que ya todo está hecho resulta que no; es el territorio de lo indeterminado, de lo posible y necesario, de lo imprevisible tal vez, de lo ineluctable.

 

Cada día los avances tecnológicos nos sorprenden con espectáculos de masas que se conciben para generar utilidades económicas de manera estrambótica. Los conciertos de robots o de artistas virtuales representados en hologramas que hacen chillar de emoción a las multitudes, se inscriben muy bien en lo que podríamos llamar la estandarización de las emociones o el desahogo mediante el pay-per-view. Lo mismo el “éxito” de Amanda Miguel se basa en cierta regularidad constituida alrededor del cauce que se le da a las emociones derivadas del despecho amoroso y la necesidad de alcanzar la catarsis. Así los jóvenes japoneses que cantan, se desgañitan y aplauden a un holograma o la preventa de boletos para interactuar con la primera ciudadana-robot de Arabia Saudita que interactúa casi, casi como humana con el público, son novedades que reflejan el encantamiento de un imaginario social entregado en cuerpo y alma a la magia de la robótica. La masificación de los contenidos y los sentidos se vuelve más y más propicio para el control absoluto de la humanidad o quizá no lo sea del todo y el imaginario instituyente –con el conocimiento y uso de la misma tecnología- pueda servir para aproximarse a la creatividad y a la producción de ideas y proyectos para la autonomía y la construcción de alternativas a lo instituido. Puede ser ya tiempo de aplicarle preguntas a la realidad virtual para encontrar respuestas al qué, cómo, por qué, para qué de todo lo que se presenta estimulante a los sentidos.

 

La complejidad del magma del imaginario social pasa por considerar el papel de las instituciones como formas de control y hasta determinación mediante formatos de pensamiento y acción. La escuela es una institución por excelencia en la tarea de configurar a las generaciones jóvenes para que se adapten de la mejor manera a los requerimientos supuestamente de interés general. Detrás de nociones acerca del deber, de “lo más conveniente para todos”, se esconden “elementos extraños” que orientan hacia la consecución de objetivos no favorables para la mayoría. Sin embargo, dentro de esos elementos extraños está también la capacidad de dudar, de replicar y de orientarse de modo distinto al de las masas. La presión social para caminar por la ruta “correcta” es muy fuerte y los espíritus tienen que clasificarse entre muy resistentes, algo resistentes o no resistentes para escapar de su fuerza. El camino de las instituciones -entiéndase escuelas y por ende el de las personas- tiene que irse trazando entre la tendencia al conservadurismo o bien por la inclinación al cambio social. La segunda opción es la sal de la sopa, la apertura a los mundos posibles que den respuesta a lo no resuelto, a lo que urge cambiar pero no se sabe cómo y a veces ni por qué. Luego entonces, la escuela transformadora de sí misma y de su entorno no se logra por determinaciones externas ni aunque sean llamadas “superiores”. En todo caso el cambio consiste en un movimiento al interior de la escuela que lleve a los sujetos de una apacible situación de determinaciones a otra de interrogaciones primero y después al atrevimiento, a la poieis, a la inventiva, al descubrimiento y a la construcción con sentido renovado.

 

Para pasar de una escuela que no canta o desafina, del autoengaño acerca de que hacemos lo más conveniente para todos, para superar a la sociedad de las complacencias y de los haceres actuados, es necesario detenerse en el habitus para que a manera de espejo empecemos a ver cómo nos vemos cuando hacemos lo que hacemos. Si encargáramos a los alumnos hacer una parodia de la actuación de los profesores pronto sabríamos si ellos confían en nosotros porque cantamos bien las rancheras o nos tienen por unos aficionados al play black o lo que es igual fingen entendernos porque nosotros fingimos actuar a su favor. Esa parte del autoengaño es la que se debe atender para salir del esquema que nos vuelve quejumbrosos de lo mismo que repetimos como disco rayado. Para ir un poco más allá del pensamiento heredado nos conviene explorar las potencialidad de creación y de construcción subyacente en toda personalidad humana. De ahí que los modelos educativos que no se dirigen de manera formal y real hacia la realización de proyectos de autonomía no puedan más que intentar servir fielmente al estado de cosas dominante. Libertad para la creatividad es condición ineludible para salir de los esquemas rígidos, repetitivos y propios para el adocenamiento.

 

El dilema casi nunca discutido en la escuela es convertirse en una institución para la socialización de las personas mediante hábitos de un determinado desempeño y nada más o bien en espacio y tiempo para vivir la paidea encaminada hacia la autonomía de pensamiento y hacia el cambio social para que las cosas injustas o indebidas dejen de ocurrir. La mayoría de los casos se propone la primera opción y muchas veces ni ese nivel se alcanza porque se atraviesan “elementos extraños” como la complacencia, la desidia, el interés particular, el sentido confortable de la vida y el encuadre de la conducta al pensamiento heredado. Los sucedáneos nos hacen felices como en el caso del “concierto” de Amanda Miguel y lo esencial se nos olvida por un instante de presunción o de algarabía banal. Lo esencial sigue oculto toda vez que la existencia se reduce a esas instantáneas de satisfacción pasajera. Lo aparencial sigue cubriendo a lo esencial y todos felices aunque muchos vuelvan a la triste realidad tan rápido como pasó el momento de relajación o disfrute. El punto de reflexión sigue siendo qué somos y para dónde vamos. Todavía son minoría, pero todos los días ya trabajan los que creen en la enseñanza-aprendizaje para la autonomía, la libertad y el cambio social.

 

Es bastante válido jugar al concierto como nos invita la seductora Amanda Miguel, pasar el momento en el imaginario de que estamos escuchando a la mismísima creadora de temas para la catarsis de las desilusiones. Pero ese mismo poder de imaginación y creatividad nos puede llevar a crear mundos posibles –también valen los imposibles- en un bosquejo para completar aquello que nos falta y nos urge. Hagamos un trato con nosotros mismos y empecemos a ver las posibilidades, ahí mismo donde nos platicaron que no las hay. Así como se predispone la imitadora, qué pasaríamos si nos vistiéramos con el traje del pensamiento autónomo, si nos la creyéramos para empezar a hacer algo distinto al cumplimiento burocrático. Algo pudiera ocurrir si nos sentamos durante el recreo a observar a los alumnos jugando y hablando de sus cosas para conocerlos un poco más y preguntarnos qué tipo de escuela es la institución donde nos desempeñamos, si trabajamos para la instrucción laboral y la reproducción del estado de cosas o podemos hacer algo para avanzar hacia una educación integral con el máximo de desarrollo de las facultades del intelecto, las habilidades corporales y el sentido ético de la existencia. Ya puestos en esas reflexiones podría intentarse la detección de prácticas que detienen el proceso de autonomía y realización del ser humano; esto es, percibir hasta qué punto los niños se están quedando en la heteronomía o la dependencia de los adultos o bien en qué punto van respecto de la toma de decisiones de acuerdo a sus posibilidades y responsabilidades. Directivos y maestros harían bien en fijarse –observando la actuación de los niños- que tipo de imaginario comparten con los padres de familia creyendo estar haciendo lo mejor y tal vez afectando la personalidad infantil en formación. Elaborar una lista de prácticas que fomentan la dependencia o una simple reproducción autoritaria del pensamiento heredado. Desmontar al menos en parte el aparato autoritario sin miedo a los riesgos de la experimentación a favor del cambio progresista, se vuelve posible cuando el imaginario social de los maestros empieza a coincidir en reflexión, proyecto y acción. Por supuesto, principales sujetos son los padres de familia que conjuntarán esfuerzos con profesores cuando caigan en la cuenta de que otra manera de hacer las cosas es mejor y resulta viable. Al final de cuentas el aterrizaje esperado consiste en la configuración del proyecto de colectivo escolar para empujar más fuerte que el cumplimiento por compromiso o la simulación para vivir a ras de piso. Proyecto para aprovechar la potencialidad infinita del imaginario social que nos puede conducir al ejercicio con autonomía para el beneficio de todos por el efecto sanador de males varios y la oportunidad de construir lo deseable y necesario.

 

Es de agradecerle a Amanda Miguel el despertar de los sentidos, la administración del placebo de su imagen para viajar algo pachecos sin mayor inyección que su encanto exterior, de tal modo que saber si canta o no sale sobrando, para eso está la grabación. Ahora necesitamos un estímulo similar para imaginar la familia que nos merecemos, la sociedad donde queremos habitar. En particular hace falta que hagamos un trato para imaginar y construir la escuela que necesitamos y deseamos tener, sin que un día al ir pasando alguien nos grité: “él me mintió”.

 

13 NOVIEMBRE 2017.

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