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Opinión

LA ANTIPOESÍA COMO PROPUESTA PEDAGÓGICA

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Por JOSÉ LUIS FIGUEROA GONZÁLEZ / MASEUAL

El rompimiento de la solemnidad para diseñar y ejercer una pedagogía emergente

Durante medio siglo la poesía

fue el paraíso del tonto solemne,

hasta que vine yo

y me instalé con mi montaña rusa.

Claro que yo no respondo si bajan

echando sangre por boca y narices.

NICANOR PARRA

Jojutla, Morelos, México, 27 de noviembre de 2017.-  La modulación de las relaciones humanas, es decir la procuración del buen vivir entendido como la mayor armonía posible y la construcción de caminos hacia la resolución de problemas comunes, pasa por la aplicación de todos los recursos al alcance para llegar al entendimiento; desde el autoritarismo más violento hasta el consenso más aglutinador. Por supuesto, el autoritarismo no queda aprobado como sistema de conciliación puesto que violencia genera violencia y a su vez el ideal de consenso total está descartado por la diversidad de conciencias e intereses. De todos los recursos para la aceptación del orden establecido cabe destacar la aparente eficacia de la solemnidad para dar formalidad, esplendor, reconocimiento y aceptación general para el acto, discurso o planteamiento que se presente. Por las apariencias, la solemnidad gira en torno a lo que pudiera llamarse consenso, pero es común que lo solemne pase a ser ridículo, expresado con afectación –en el sentido de presunción extravagante- o incluso acto fuera de lugar solamente aceptado cuando la hegemonía está de parte del sujeto solemne. Detrás de lo solemne está siempre el disenso aunque sea de manera solapada o estratégica, esperando la oportunidad para contradecir o contravenir lo que se festeja o se remarca; sin embargo, la solemnidad cumple un papel social importante al encuadrar a los sujetos en formas admitidas para actuar de manera compartida bajo valores entendidos. En contraparte, lo solemne también obstruye y paraliza lo relativo a los disensos aunque estos puedan enfocarse a la mejoría del modo común de vida. Lo solemne encubre lo diferente y de esa manera engaña y confunde creando esquemas de entendimiento y de acción aparentemente consensuados.

Lo ocurrido en Jojutla, Morelos durante la visita de Enrique Peña Nieto con motivo de las graves afectaciones provocadas por el sismo del 19 de septiembre, es una muestra de las contradicciones entre solemnidad y realidad. Sucedió que antes del arribo del personaje en cuestión, soldados y agentes de seguridad vestidos de civil intentaron ordenar y poner formadita a la gente que quería decirle algo al presidente o solamente complacer su curiosidad de verlo en persona. Pero las multitudes no se caracterizan por ser obedientes y de todos modos una bola de curiosos, periodistas y afectados rodearon al visitante para aclamarlo, para hacer peticiones, pero también para soltarle expresiones antisolemnes como: “¡Peña estás hermoso Peña! ¡Dame un beso! ¡Ch… tu madre!” En tanto, una mujer se observó sonriente

después de haber saludado de mano a Peña Nieto. Tampoco faltó el vecino que se quejaba del cinturón de seguridad diciendo: “Estos cabrones son más prepotentes que el presidente”. He ahí la poca satisfacción del sujeto discordante, que sin evitar el protocolo tampoco se queda callado y así demuestra que no todo es como lo imagina el ideal de la solemnidad. Cabe también hacer notar que aquel que tocó la mano del Huey Tlatoani siente en alma un regocijo porque no cualquiera alcanza esa dicha.

Por solemnes perdemos el piso de la realidad y nos vamos acostumbrando a decir y hacer según lo esperado o lo que se considera conveniente para cada ocasión. Es entonces que la comunicación directa, clara y concreta se observa inconveniente, irreverente y hasta perjudicial. El discordante se vuelve incómodo y lo procedente es bloquearlo, callarlo, apartarlo; de este modo, soñamos con el mundo feliz donde todos somos concordantes. Mundo maravilloso a pesar de las desgracias, tal como se lo imaginó una directora de escuela que convocó a los alumnos y maestros con todo y banda de guerra para despedir al edificio escolar. Con la máquina demoledora en frente, con el taladro bien afilado a punto de borrar el nombre de la escuela, la solemne directora lanzó su mensaje en forma de perorata: “Es triste pero necesario, el día de hoy comienzan los trabajos por (sic) la demolición de nuestra emblemática (escuela), grandiosa y la número uno en Jojutla, Morelos que se llama…” Los niños contestaron en forma medio apagada porque su ánimo estaba más en la lamentación que en la euforia que se sacó de la chistera la maestra. Sin disenso, la máquina empezó a demoler la fachada de la escuela y supongo que todo en orden. La cuestión estriba en la afectación de solemnidad de los sujetos educativos al grado de pretender tapar el sol con un dedo. La investidura que se puede hacer con las palabras cae sin consuelo cuando los hechos muestran lo contrario. Es el lenguaje heredado de la cultura de los clichés, de los escenarios prefabricados, de la solemnidad sin ton ni son. Esto significa que el lenguaje maquillador no alcanza para entender lo que ocurre ni lo que necesitamos hacer con la finalidad de remediar nuestros males sociales.

El poeta chileno Nicanor Parra (1914) se puso a pensar –un día ya lejano- qué le pasaba a la poesía tan llena de adornos, fantasía, subconsciente y de imaginación al estilo del modernismo, del surrealismo y del dadaísmo: tan cortesana en muchos casos. Parra sintió que hacía falta una poesía de lo directo, de lo coloquial no afectado por lo retórico, algo al estilo de los juglares del Medioevo que contaban cantando versos de lo cotidiano. La cotidianidad, el lenguaje popular, le dieron a Nicanor Parra los elementos para proponer su antipoesía que es el reconocimiento de lo inmediato tal y como se presenta pero sin adornos o un refinamiento que encubra la realidad; entonces propone el humor capaz de volvernos críticos de sí mismos, sarcásticos con el poder opresor, practicantes de la parodia para develar lo que hay detrás de la solemnidad o de tanta complacencia, irónicos y exagerados para deshacer vestuarios y adornos que nos impiden reconocernos cómo somos o cómo queremos ser. Y no es que nos haga daño disfrutar de la poesía con toda su retórica, lo que se reconoce a Parra es haber creado un estilo para hacer poesía de lo que tenemos enfrente y representa nuestro sentido de

la vida a veces anquilosado, con el propósito de jugar con las palabras para descubrir significados ocultos y vías no exploradas para el cambio personal y social.

El lenguaje eufemístico –el arte de pintar bonito lo que no lo es- se ha convertido en una pedagogía desfasada, pero degustada por convicción o conveniencia sólo sirve para que se prolonguen las adversidades y se estanque el imaginario social creyendo que lo visible es lo único disponible para vivir. Si nos pusiéramos a detectar frases eufemísticas en las familias, las sociedades y en las escuelas podríamos hacer una compilación muy interesante. Confundida con buena educación, protocolos para la buena convivencia e incluso con amor por lo demás, la solemnidad eufemística mantiene los esquemas de vida y prolonga las desigualdades convirtiéndolas en “males necesarios” o en “pruebas de vida”. De este modo hasta el oprimido se puede mostrar feliz por haber estrechado la mano de su opresor. El eufemismo sirve para encubrir lo desagradable y evitar los desacuerdos aunque la realidad rebasa esas pretensiones y las disidencias sean inevitables.

El eufemismo es de una utilidad temporal, engaña por algún tiempo, por eso tiene que renovarse constantemente para darle más tiempo al estado de cosas vigente. De este modo bloquea los cambios que se consideren inconvenientes y resguarda los intereses privilegiados. No se está afirmando que debamos adoptar un estilo rudo de comunicación interpersonal, se sostiene que se hace necesario un lenguaje directo y concreto que se aproxime mejor a los intereses comunitarios; sabido es que como herramienta de control el eufemismo rinde buenos frutos a sus practicantes empoderados, la cuestión es cómo construir puentes para una comunicación sincera, centrada en las necesidades sociales y no basada en cartabones. Para ejemplo, situémonos en una reunión encabezada por un presidente municipal, representante del gobierno del estado y presidenta de una fundación para apoyar a comunidades en desgracias naturales. A dicha reunión también asisten representantes de la sociedad civil. Varios de ellos se conocen y se saludan con aparente afecto y complacencia. Empiezan los discursos y se escuchan los llamados a la “unidad hoy más que nunca”. Nadie dice que no, coincidencia total, es más se reconoce que el pequeño grupo no representa a toda la comunidad y que hace falta convocar a los ausentes. Se habla de un rediseño urbano que contemple todos los avances de las ciudades modernas en cuanto a vialidad, ecología, aspecto, espacios públicos, etcétera. Todo bien en apariencia, pero algo no cuadra desde que varios asistentes se mueven y expresan como miembros de una misma familia, son los de siempre. Algunos “extraños” andan por ahí y cuando piden la palabra no los ven porque no los conocen y procuran que la voz cantante la lleven los de siempre; de todos modos a regañadientes escuchan alguna voz distinta y a diferencia de los otros casos aplauden hasta que lo hace alguien del presídium, muchos se han quedado con signos de interrogación girando alrededor de sus cabezas. Son los sesgos de un esquema al que no se puede renunciar y entonces el llamado a “estar más unidos que nunca” hay que entenderlo bajo las reglas de los notables. Sin otro referente de “unidad” el lenguaje se vuelve eufemístico y las acciones no pasarán de buenos propósitos rebasados por la realidad. Este tipo de lenguaje en

la sociedad como en las escuelas sirve para encubrir propósitos y para evadir responsabilidades.

El antídoto lo podemos tener a la vista si queremos ser mejores observadores, la antipoesía se presenta como una propuesta –tal vez “indecorosa”- para los oídos castos y las conciencias “puras”. Se trata de disfrutar de la bella poesía para vivir el éxtasis y viajar por el éter del romance, de las ilusiones y la fantasía, pero también de llegar –aunque sea de vez en cuando- a la antipoesía como un modo para vacunarnos en contra de la solemnidad y del uso malicioso de los eufemismos. De ese modo ya no nos extrañaremos, ni sentiremos culpa para rezar junto con Nicanor Parra: “Padre nuestro que estás dónde estás. Rodeado de ángeles desleales Sinceramente: no sufras más por nosotros Tienes que darte cuenta de que los dioses no son infalibles Y que nosotros perdonamos todo”. Al menos nos daremos cuenta de esa ingenuidad que nos han inculcado para vivir esperando, esperando y esperando la gracia de algún Ser todopoderoso. La antipoesía permite deshacernos de las reverencias para que con humor –a veces negro o más oscuro- nos podamos reír de todo, de las adversidades para superarlas, de los opresores para hacerlos a un lado, de nosotros mismos para superar nuestras propias debilidades.

La antipoesía es la amante clandestina que siempre nos espera, todavía nos espera a pesar de nuestras ataduras. Ella está dispuesta a consentirnos siempre y cuando no nos confundamos e insistamos en que poesía solamente es adornar con retórica una declaración de amor o de ver en un lago cristalino solamente la belleza por la belleza y no las contradicciones entre peces, sapos y nenúfares. La palabra antisolemne no tiene que ser baja o vulgar aunque recupere las expresiones populares; la antipoesía se apega al sentido de las palabras para mostrar rebeldía y propuesta. Dice Nicanor Parra: “…a que nadie es capaz de arrancarle una hoja a la biblia/ ya que el papel higiénico se acabó/ a ver a que nadie se atreve a escupir la bandera chilena/ primero tendría que escupir mi cadáver” (En Sermones y prédicas del Cristo de Elqui). Lo dice tomando la figura del Cristo de Elqui, por lo tanto no es Parra y el Cristo puede decir lo que quiera. Lo antisolemne sirva para esclarecer el pensamiento, sirva para pasar del lector simplemente receptivo al lector observador, reconceptualizador y transformador del mundo a su alcance. La mirada del antipoeta como alternativa de pensamiento y congruentemente de acción.

En un principio la antipoesía nos puede cambiar la perspectiva que nos tiene atrapados. La subversión intelectual como un camino para desestructurar lo estructurado para el agravio y la opresión. La antipoesía como recurso para trascender los límites de la solemnidad y los protocolos encasilladores. La aplicación de artilugios como el de hablar con la voz de otro para confrontar situaciones discutibles o polémicas. Pasar de una solemnidad acartonada en la escuela, donde se simula y encubre para sobrevivir, a una interrelación franca, abierta, sin caretas que confundan y obstaculicen los procesos de mejora. No es nada sencillo porque la complacencia y la autocomplacencia se imponen al interés general en aras de obtener ventajas

personales o de subgrupos. El control social da como favorita a la solemnidad y se escandaliza si alguien le habla como Mario Benedetti: “…no creo en predicadores ni en generales/ ni en las nalgas de miss universo/ ni en el arrepentimiento de los verdugos/ ni en el flaco perdón de dios” (“Credo” Mario Benedetti). O esta otra del mismo autor: “…lo más probable es que siga escribiendo cuentos no neutrales, y poemas y ensayos y canciones y novelas no neutrales…será así aunque traten de mariposas y nubes y duendes y pescaditos” (“Soy un caso perdido” Mario Benedetti). Una vez rebasado el miedo a ser señalado como distinto ya se está en condiciones de ver y actuar en el mundo de otra manera.

La necesaria pedagogía de la resistencia pasa por darse cuenta de las consecuencias de la simulación al tratar de ver al emperador elegantemente vestido cuando en realidad camina desnudo. Esa es la actitud de quien está dispuesto a vivir la vida de una escalera, que sirve para que por ella asciendan todos. Por eso al magisterio en resistencia le conviene asomarse a las versiones intelectuales del disenso de modo que encuentre un camino distinto a la subordinación y sus amenazas. El goce de la poesía en la escuela, la lectura en colectivo, los ejercicios de escritura son importantes para ver el lado maravilloso del mundo, las emociones y los sentimientos. Pero para alcanzar la perspectiva diferente a lo solemne controlador está la antipoesía, primero para los maestros comprometidos con el servicio a la comunidad; luego como ejercicio cuidadoso para ayudar a pensar lo que se quiera pensar. La antipoesía como alternativa a las adversidades y para perderle miedo a reír con sentido de todo y por todo.

La educación y la sociedad en general están enfermas de varios males y las medicinas recomendadas por los doctores neoliberales prometen acabar con la enfermedad mediante la extinción del enfermo. Las alternativas andan por ahí revueltas, asumidas como patrimonio de unos, aparentemente ineficaces cuando por el momento importa la sobrevivencia. Bueno, al menos sépase que también por ahí –medio oculta- está la antipoesía esperando ser probada para desfacer algún entuerto o al menos influir en el plano del sarcasmo liberador de algunos traumas y pesares.

 

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