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Opinión

EL DESEO MIMÉTICO EN LA ESCULA COMO FACTOR DESESTABILIZADOR

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Por JOSÉ LUIS FIGUEROA GONZÁLEZ / MASEUAL

Causas y efectos de las tendencias imitativas en la escuela

Cada uno se cree solo en el infierno.

Y eso es precisamente el infierno.

RENÉ GIRARD

Jojutla, Morelos, México, 4 de enero de 2017.-  Sócrates de Atenas fue un hombre bueno y un gran filósofo que se propuso aclarar el sentido de la vida en lo que hacemos y cómo lo entendemos. Su labor después de haber servido a su ciudad como soldado fue la pasearse por los lugares públicos haciendo reflexionar a sus discípulos para que encontraran el conocimiento de sí mismos y con ello la felicidad en el pensar, decir y hacer. Nadie se podría imaginar a simple vista que una actividad como la de Sócrates hiciera algún daño a los atenienses sino todo lo contrario; pero entonces no se entiende por qué sus conciudadanos un día decidieron que ya bastaba de filosofía socrática y que lo mejor era deshacerse de este hombre que aunque sabio resultaba muy molesto. Todos sabemos el destino de Sócrates y nos quedamos con una idea de injusticia cometida contra alguien que nada más buscaba cumplir lo que consideraba su misión en el mundo: aprender a conocernos a nosotros mismos. Todo iba bien hasta cuando el filósofo se metió a preguntón y a provocar la duda entre la gente acerca de si sabían realmente qué es lo que querían y el fin de la actividad que desempeñaban; el problema vino cuando, uno a uno, los atenienses se sintieron desnudados en cuanto a sus actos y deseos. A nadie le gustó sentirse ignorante o persona vil, menos aún cuando todos lo habían hecho así, siempre y de la misma manera. La doble moral, los fines perversos, las incompetencias, la codicia y la ruindad quedaban patentes y eso les dolió demasiado. Así que, en lugar de reconocer las fallas de cada quien, lo más sencillo fue aplicar la receta del chivo expiatorio. Sócrates fue llevado a juicio por supuestas ofensas a los dioses y por “pervertir” a los jóvenes (de algo había que acusarlo) y condenado al destierro o al suicidio. Sirva este pasaje de la historia de la filosofía para plantearse la interrogante acerca de qué es lo que hace al ser humano actuar de tal modo que lo más natural es la imitación de modelos para quitarse de incomodidades y obtener beneficios personales y de grupos, recurriendo sin mayor problema al uso de la violencia de todo tipo.

Para el filósofo y antropólogo francés René Girard (1923-2015) el origen de las confrontaciones desde el mundo antiguo recae en el deseo mimético. Estudioso de los mitos ancestrales, de las obras literarias clásicas y observador minucioso de la realidad, Girard encontró una tendencia natural del ser humano a imitar las conductas y formas de pensar de otros, a quienes les asigna valores de éxito y poder; es una forma natural de vivir con base en un modelo sin percatarse en los medios de alcanzar determinados fines. Incluso se considera estar haciendo lo “correcto” puesto que es admitido y aplicado por los otros. Para hacer notar lo anterior tómese en cuenta las posibles causas y consecuencias de la siguiente anécdota: Un día dos maestros de secundaria acudieron a un grupo de sexto grado de primaria para hablarles a los niños sobre la conveniencia de inscribirse a continuar sus estudios en la escuela dónde ellos

laboraban. Como se trataba de una región rural, los maestros notaron una actitud algo indiferente en los próximos egresados y para animarlos uno de ellos les dijo: “Les conviene estudiar la secundaria muchachos, si lo hacen podrán comprarse una camionetota como esas que se ven en los ranchos de por acá. Anímense, ¡no se arrepentirán! Si la premisa hubiera sido verdadera los caminos de esa región del país deben estar saturados de “camionetotas”. Sin embargo, el profesor promotor de estudios secundarios, contaba con olfato muy intuitivo que se puede validar en casi todos los contextos sociales. Si vamos a hacer un esfuerzo que sea para cumplir un deseo material, porque la vida, sin tener lo que otros presumen, no vale mucho. Aquí nos ayuda René Girard y su teoría mimética para explicar cómo somos y hemos sido desde los principios de los tiempos y peor todavía, cómo seguimos ocupadísimos en seguir ese plan de vida.

La importancia de la teoría mimética es relevante porque podría ayudarnos a darnos cuenta, al menos en parte, de por qué hacemos lo que hacemos hasta encontrar las causas que nos llevan al conflicto de intereses y a la violencia. Y es que desear lo que otro posee, digamos que se resuelve cuando lo llegamos a obtener; pero no, eso no termina porque deseamos no tanto el objeto como la personalidad del otro, ser como él para que los demás nos admiren, nos aplaudan, nos sigan, y seamos sus modelos. Eso más o menos es el significado de éxito, tan interiorizado como imperceptible hasta el grado del cinismo. Ser el “mejor” por cualquier medio, representa estar por encima de otros; hacer lo que se tenga qué hacer hasta la deshumanización más abyecta para obtener poder y riquezas. Puede que arruguemos la nariz, pero nos guste o no, se trata del esquema vigente y por desgracia infiltrado en las escuelas. A decir de Iñaki Piñuel rápido aprendemos a vivir como seres de “segunda mano”, aspirantes a clon de algún sujeto de admiración, algún líder como modelo de vida (Liderazgo Zero, LID Editorial, España, 2009). Los fans de cualquier cosa entran en éxtasis cuando pueden ver o tocar a su modelo y lo único que vale es parecerse en algo al fetiche.

Los modelos nos enseñan cómo vivir, por eso es importante conocer a quién admiran y por qué nuestros estudiantes lo hacen así; más o menos lo sabemos, pero conviene tener la respuesta en datos duros. Al examinar los datos de una encuesta al respecto tendríamos información valiosa para analizar en qué tipo de valores y deseos miméticos están involucrados. Padres y maestros tendrían que decidir la manera enfrentar la situación y proponerse una ruta para reconstruir los modelos. Más allá de los sujetos de admiración exhibidos por las redes sociales y demás medios de información, vale la pena detenerse a analizar el lenguaje verbal y metalingüístico de profesores, autoridades y padres de familia para reconocer cómo se están promoviendo ciertos deseos miméticos en beneficio o afectación del desarrollo integral de los niños y jóvenes. Tal vez ni nos demos cuenta de cómo transmitimos esos deseos ni tampoco nos prevenimos de las consecuencias indeseables. Estas acciones podría ser parte de una ruta de mejora para hacer algo más significativo que lamentar las limitaciones en el proceso de formación y las dificultades en la indispensable interacción de profesores para actuar de manera concertada.

Iñaki Puñuel también se refiere a lo que llama el “paradigma del narcisismo social”, es decir del modo de vida interiorizado en las familias y en la sociedad, basado en la pretensión del ser el de más atributos deseables entre todos los demás. Narcisismo porque cada cual se mira en su espejo al que interroga a diario quién es el más guapo, el más agraciado en todo y hasta el más deseado; social porque se presenta como una enfermedad ya contagiada a la inmensa mayoría de la sociedad. Las consecuencias nos han llevado a estar “todos contra todos”, sin miramientos ni remordimientos. En la escuela no se pueden evitar las contradicciones entre los nobles propósitos educativos y los “valores” del paradigma del narcisismo social; lo cual equivale a oponer resistencia entre fines contradictorios con resultados -en el mejor de los casos- equivalentes a cero. Los profesores nos seguimos haciendo la ilusión de que el mundo feo de afuera se disipa y se mejora al interior del edificio escolar. No nos gusta darnos cuenta de que los males sociales los carga cada sujeto a donde quiera que va. Preferimos hacernos de la vista gorda para aparentar que todavía la escuela funciona como se dice que debe funcionar. Tomar el asunto en serio significaría percatarse de los efectos de caminar todo el tiempo a base de deseos miméticos, tales como el éxito de pocos con el costo de la auto culpa de los demás cuando no les queda mayor explicación de su fracaso que la culpa que les repiten de afuera y se repiten desde adentro; la frustración ante el fracaso y por ende el eterno miedo a equivocarse; la envidia y la codicia por desear lo que los exitosos logran y por último el camino de la violencia como salida inevitable de los conflictos. Algún día será posible que los sujetos educativos podremos entender que nuestro papel no consiste en favorecer la adaptación de los alumnos al mundo de los adultos, sino su incorporación con mejores posibilidades para que construyan su propio ser, sin graves contradicciones con el entrono social. Cuando para unas escuelas el ideal es formar sujetos para que actúen como se encuentra establecido el mundo y sus sistemas, lo justo es que el equilibrio venga de instituciones educativas en las que no se maten sino se alienten la autonomía, la libertad, la cooperación y la solidaridad.

Es el deseo mimético una tendencia natural para hacerse de un lugarcito en el mundo que de principio no entendemos ni elegimos para vivir. Pero lo que nos detiene como miembros de la tribu es no percatarse del que el jefe también falla o de los modelos de toda virtud también guardan sus secretitos. De ahí que Iñaki Puñuel proponga un liderazgo zero (entiendo que la z es para hacer comercial el título) o lo que es igual, una profunda revisión de los liderazgos predominantes hoy en día. Modelos acartonados y provisionales ya no serán necesarios cuando cada quien se dé cuenta de que no necesita meterse a ningún molde para procurar el bien propio y el de los demás. Para entonces el conocimiento y la técnica ya no estarán al servicio de los deseos miméticos aunque no se trata de ignorar o desaprovechar la capacidad y naturaleza imitativa de los niños en su primera infancia y años después para promover la emulación de valores elegidos a conciencia en el colectivo escolar y social. Este podría ser el inicio del camino que vaya de la rivalidad hacia la solidaridad en las escuelas.

Las incapacidades que se derivan del comportamiento orientado por el deseo mimético sin más, se incuban en la familia y se desarrollan en las escuelas cuando se evita la capacidad de

valorar lo que tenemos enfrente, por lo cual se vuelve difícil elegir y mayor problema saber actuar por sí mismo. A decir de Iñaki Puñuel, estos aprendizajes se diluyen por el modelo del narcisismo social replicado sin prudencia alguna. Se requiere, en sentido contrario, fomentar el aprendizaje de valorar, elegir y actuar para superar las consecuencias del hostigamiento entre pares y no pares y la competencia como modelo natural de vida. Si al menos alguien le soplara al oído a los profesores de una escuela privada que conozco donde toda práctica al aire libre la viven para el juego competitivo, convencidos de estar haciendo lo mejor para sus alumnos sin percatarse que el lenguaje de los niños revela un acoso sutil a veces y a veces declarado. Los padres asisten a algunas de las demostraciones y se muestran contentos, quizá satisfechos de que ven en sus hijos ganadores a los futuros herederos de negocios donde vale la ley del más fuerte; eso en el caso de los “exitosos”, los demás padres y alumnos perdedores – la mayoría- quizá se retiran fraguando el desquite. Para esos casos, -de mejor aplicación en la escuela pública- nada mejor que conocer y desarrollar habilidades mediante el juego cooperativo, que aunque usted no lo crea también existe en variadas propuestas.

Ojalá algún día nos demos cuenta de los pasos en falso dentro de las escuelas y hagamos posible que las “tendencias naturales” a imitar lo peor de otros con tal de ser un ganón, queden a la vista para que puedan ser desbancadas del lugar de honor que no se merecen. Mientras tanto es conveniente hacerse de un detector de paradojas en la escuela para descubrir al detalle las inequidades y hasta las injusticas que se cometen a favor de seguir un proceso de enseñanza basada en la intención adaptativa. La distancia entre los discursos que se pronuncian por enseñar a pensar y las acciones que reprimen la diferencia debe quedar a la vista para reducirla a favor de un pensamiento crítico y consecuente. Las lecciones sobre valores serán vivas cuando el ejemplo y la emulación estén por encima de la aceptación implícita y hasta el fomento de los antivalores sociales. La congruencia entre el decir y el hacer será real si los discursos de legalidad, equidad y solidaridad logran vencer con acciones consecuentes, a la justificación de las desigualdades y las competencias desiguales. El enfoque del mundo al revés puede facilitar el mejoramiento posible. Admitir que un día es posible y deseable que les toque mejor suerte a los perdedores de siempre, que los triunfadores se acostumbren a que también hay de cal por las tantas de arena que han disfrutado; que las cualidades de los maestros se sumen en lugar de chocar, que un día aunque sea por curiosidad el director de escuela asuma las responsabilidades de un maestro de grupo y viceversa para que no les digan y no les cuente que el otro está en un lecho de rosas; que los niños más capaces interactúen con los menos favorecidos sin sentirse superiores y superando cualquier forma de egoísmo; que los padres de familia practiquen un poco de empatía para percatarse de lo que su hijo requiere cuando se encuentra en el salón de clases y que el maestro se involucre, conozca y oriente sobre la manera de vivir de sus alumnos en familia. Total, se necesita que algún aspecto de la ruta de mejora contemple elaborar un proyecto con distintas alternativas para compensar las desventajas de muchos alumnos, el engreimiento de pocos, la complacencia con unos en detrimento de los demás.

Trascender como profesor ahora es más difícil que nunca porque su papel de guía moral y modelo de actuación se ha pulverizado y se toma como normal el hecho de que el profesor haga una separación entre su trabajo y su vida personal. A la vez es buen momento para intentar reconocer hasta qué punto colaboramos o no con el predominio de los deseos miméticos sobre la naturaleza humana orientada al bien común. Y así como don Quijote de la Mancha sublimó sus deseos de justicia, honor y libertad al emular al caballero ficticio Amadís de Gaula hasta el dolor y el sacrificio al servir, los maestros estamos llamados a seleccionar mejor a los modelos de realización humana ejecutando de forma sublime la capacidad de valorar, elegir y actuar. De este modo, no entiendo si hay otro, será posible girar las cosas en sentido opuesto al conflicto por deseos copiados sin razón ni sentido.

 

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