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Estado Opinión

EL NUDO GORDIANO DE LA EVALUACIÓN EDUCATIVA

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Por JOSÉ LUIS FIGUEROA GONZÁLEZ / MASEUAL

Jojutla, Morelos, México.-  La evaluación educativa en el marco de reforma impulsada por el gobierno que encabeza Enrique ¨Peña Nieto se ha convertido en un verdadero nudo gordiano, en un problema de muy difícil solución. Cuenta la leyenda que en la antigüedad, cuando en la región de Frigia (Turquía) necesitaron nombrar a un nuevo rey acudieron al oráculo y ahí recibieron las indicaciones para elegir a un humilde labrador de nombre Gordias. El nuevo rey hizo una ofrenda de agradecimiento a Zeus entregando sus únicas pertenencias que eran una carreta y sus bueyes; para eso amarró el yugo y la lanza con un nudo tan complicado que nadie lo podía desatar. Entonces se lanzó el reto de soltar el nudo como señal para convertirse en conquistador de Asia. Cuando Alejandro Magno llegó a Frigia descargó un golpe de espada y cortó el nudo diciendo: “es lo mismo cortarlo que desatarlo”. Y efectivamente él fue el conquistador de gran parte del mundo entonces conocido. Sirva la leyenda para invocar a quien se atreva a desatar o cortar el nudo que ya hicieron los neoliberales y sus palafreneros con la reforma educativa simulada como programa para mejorar la calidad de la educación.

Evaluar es un proceso fino y delicado que no se puede ejercer como un oficio de verdugo que detecta, clasifica y castiga, so pena de agitar las aguas en las que se ahogarán sus afanes. La tarea de evaluar implica el propósito de obtener información para tomar las decisiones que transformen y mejoren la realidad. Para su realización se necesita el buen juicio, la responsabilidad, el conocimiento del contexto y de las mejores herramientas para recopilar los datos. Se requiere un afán constructivo para mejorar con sentido social, se necesita involucrar a los actores para que las decisiones sean compartidas y se generen perspectivas de trascendencia. Elaborar un examen sin tomar en cuenta nada o a nadie, aplicarlo, procesar los datos en la computadora, trazar la línea que separe a idóneos y no idóneos, no es evaluar y prácticamente cualquiera lo puede hacer. El asunto se complica más si no se tiene claro qué se entiende por “calidad de la educación”; es decir, un concepto polisémico sin definirse, sin asumirse con claridad, no puede ser el punto de partida para evaluar. El punto de partida es responder las preguntas: ¿qué es evaluar?, ¿cuáles son los principios de filosofía y epistemología que sustentan el concepto de evaluar?, ¿qué se va a evaluar?, ¿para qué y cómo se va a evaluar? La mayoría de las veces, y así ocurre en el problema de la evaluación de los profesores, se nos vende la idea de que medir el porcentaje de conocimientos retenidos o memorizados es evaluar; se nos presenta el examen como el máximo de los instrumentos de evaluación, cuando una cantidad enorme de estudios revelan las deficiencias y los usos indebidos que se derivan del manejo categórico de los datos duros. Hay que empezar al menos por colocar en el centro de las discusiones el tema de la polémica y el antagonismo no resuelto en torno a los paradigmas y modelos de evaluación. El examen no es la única ni la mejor herramienta para evaluar, a lo sumo sirve para indicar cierta cantidad de información que maneja el sujeto medido pero nunca podrá mostrar lo que realmente ocurre en la actuación cotidiana de los actores sociales en la escuela.

Uno de los peores males de la escuela tradicional ha sido la evaluación casi exclusiva a través de exámenes escritos y orales. No hay persona que haya pasado por una escuela que no guarde recuerdos desagradables y aún se le revuelva el estómago cuando escucha la palabra “examen”. Michel Foucault plantea muy bien en su libro Vigilar y castigar, el trasfondo social, cultural, político y psicológico que hay detrás de la acción tan cotidiana como es elaborar y aplicar exámenes. El sistema político y económico se sostiene en buena medida a través de las perversidades y miedos que infunde mediante el examen. Los sujetos llegan a interiorizar tanto este método que después de la escuela lo reclaman

para sus hijos y utilizan modalidades de examen para controlar, a la vez que entienden que es una forma válida para que otros los controlen a ellos. La fe en el examen es una falla heredada y reproducida por los profesores y ahora que tenemos en frente al monstruo con la espada en ristre para decapitar a todos los indeseables; ya sería tiempo de ponerse a reflexionar y de calcular cuáles sin nuestras posibilidades para desatar o cortar este nudo gordiano.

Ya nadie es inocente para creer que el gobierno peñista se propone mejorar la calidad de la educación mediante la aplicación de exámenes clasificatorios y punitivos a los profesores. Sin embargo, debido a las campañas mediáticas de los poderes fácticos, todavía no queda claro entre muchos padres de familia e incluso entre maestros. Muchos padres de familia caen en el simplismo de decir que si los docentes no se quieren evaluar pues que se vayan, sin tomar en cuenta las implicaciones de este modelo para todo el sistema de educación pública. Al parecer no se entiende que el quid del problema está en la mañosa falta de definiciones, en la intenciones manifiestas y solapadas de grupos e individuos interesados en aprovechar el desconcierto para hacer negocio con la educación, en que la evaluación de los profesores se pretende manejar como una caja negra en la que todo el control del proceso estaría en manos de unos pocos quienes le dirían a la sociedad el listado de los idóneos y los inservibles sin mayor responsabilidad que sus datos manejados con toda libertad de manipulación y malicia. Es triste, pero este panorama es aceptado por una sociedad manipulada y hasta por docentes que se atienen a sus supuestas “capacidades personales”. No se quiere ver que los diseñadores de los exámenes, bajo orden expresa de sus patrones, tienen el control para manipular la redacción de los ítems, el enfoque de las preguntas, la importancia de ciertos temas en detrimento de otros, el poder para marcar la línea roja que daría cuello a los clasificados de manera negativa. No se está proponiendo formar y profesionalizar a la docencia, se está pretendiendo sustituir a los maestros incómodos para configurar una nueva planta docente dócil, permanentemente temerosa, acorralada y dispuesta a obedecer porque siempre colgará sobre sus cabezas la espada de Damocles.

Evaluar para transformar el algo muy distinto, se trataría entonces de propiciar las condiciones para lograr el diagnóstico pedagógico más preciso posible en cada centro de trabajo con la participación de profesores, directivos, padres de familia, alumnos y comunidad. Se revisarían las condiciones materiales que favorecen o perjudican el desarrollo óptimo del proceso enseñanza-aprendizaje. Se establecerían mecanismos de comunicación permanente entre todos los niveles de la administración educativa para mejorar desde el diseño original de los proyectos. Se plantearían metas concretas y perfiles claramente definidos para el desempeño de los profesores y para el logro de propósitos educativos en los alumnos. Se desecharía la aplicación de exámenes estandarizados o al menos pasarían a ser meros ejercicios de retroalimentación que se cotejarían con la información obtenida por otros medios como la encuesta, la entrevista y las observaciones de campo registradas con rigor metodológico. Y finalmente las decisiones se empezarían a tomar en colectivo para que los éxitos o fracasos sean afrontados por todos. Así empezaríamos a encontrar la punta de la madeja de este nudoso enredo.

La insurgencia magisterial en contra de la evaluación educativa empieza a parecerse a otros momentos álgidos de resistencia y lucha prolongada que no siempre han dado buenos resultados para sus promotores. Es bueno que los profesores salgan de sus escuelas desafiando a la pobre imagen de una autoridad acorralada que lo único que acierta es a calcular porcentajes de participación en las protestas que vengan siendo minorías que no les quiten el sueño. Es bueno sentirse capaces de juntar hombro a

hombro para salir a las calles a protestar a pesar de estar condicionados por ser de reciente ingreso; es bueno sentir la presencia del otro afectado, a diferencia de quienes en el solipsismo sólo se preparan para el inexorable examen. Pero de ahí a suponer que estamos ante una nueva insurgencia magisterial en Morelos quizá próxima a la participación que se vio en 2008, hay mucha distancia. No se observa un rumbo definido de la protesta magisterial, no se percibe la dotación de una diversidad de estrategias de lucha más allá de las marchas. Por supuesto, estamos en el principio de lo que puede ser un movimiento trascendente en el ámbito laboral y en el pedagógico, pero también se corre el riesgo de que la protesta se diluya y se retorne a la concepción individualista de “sálvese el que pueda”. Los asesores de la autoridad educativa están en el permanente cálculo de cuántos, dónde, quiénes, para ir diseñando la contrainsurgencia que desanime, que bloquee, que someta. Toca a los maestros rebeldes afinar sus propias armas y recursos para evitar una nueva frustración.

Un error de 2008 no se debe repetir, los docentes no pueden comportarse como masas que las llevan y las traen por dónde les indican los líderes tradicionales convertidos en Mesías. Cada centro de trabajo podría verse como un comité de lucha con un grado importante de autonomía y capacidad de persuasión y reacción. La dirigencia colectiva que haga a un lado a la bola de oportunistas que no faltan y se ofrecen solícitos para iluminar a los desamparados. Lo más que se puede aceptar es la asesoría de quiénes decidan los colectivos escolares pero nunca permitir que los sustituyan. La lucha se fortalecerá si empieza de la consolidación de lo específico para alcanzar la unidad y el frente de oposición sólido a nivel regional y estatal. La actual etapa de resistencia magisterial requiere el cuidado de no delirar pensando que somos muchos e irresistibles ni tampoco menospreciar la capacidad de inventiva en el plan y de fortaleza en la acción. Por eso un aspecto esencial es la comunicación y el entendimiento con los padres de familia para contrarrestar los efectos de la manipulación mediática y para confluir en lo más conveniente para todos.

El magisterio debe también aprovechar la oportunidad para realizar una autocrítica que permita darnos cuenta en qué hemos fallado al interior del gremio y ante nuestras responsabilidades con los alumnos. Esta es una buena oportunidad para demostrar que somos capaces de reconstruirnos y que no será una evaluación de castigo lo que nos hará mejores. El boicot al proceso de evaluación debe valorarse considerando varias alternativas, no se puede limitar a la manifestación o a la confrontación con los que resguarden los centros de aplicación y peor aún con los compañeros maestros que vayan convencidos a presentar su examen. Es necesario tomar conciencia de que esta lucha no será breve ni sencilla. Se trata de un nudo gordiano, pues de no llegar a comprender la esencia del problema no podremos desatarlo ni tampoco dar el espadazo que corte lo enredado. jluisfiglez@yahoo.com.mx

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