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Estado Opinión

Y AHORA, ¿CÓMO EDUCAMOS A LA GENERACIÓN Z?

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Por JOSÉ LUIS FIGUEROA GONZÁLEZ / MASEUAL

Jojutla, Morelos, México.-  Natsuki es una chica japonesa que nació a principio de los años 90 del siglo pasado, su nombre significa “luna de verano” pero a ella la mantiene mucho más ocupada estar frente a la pantalla de su computadora, de su teléfono inteligente, de su tablet y del televisor que observando la luna, los cerezos o cualesquiera manifestación de la naturaleza que la invite a la paz interior o a tomarse las cosas con calma. Para Natsuki el mundo se mueve y se comunica a alta velocidad, por eso ella disfruta de la banda ancha por internet todo el tiempo; desde que se despierta está conectada con sus miles de amigos en las redes sociales y no puede dejar de estar pendiente de todo lo que se publica en tiempo real. Los videojuegos son un encanto sin el cual no se imagina vivir, a través de ellos se transporta a mundos imposibles de alcanzar de otra manera. Si está comiendo, si se está bañando, si está en el retrete, ella tiene que estar conectada porque de otro modo la invade una sensación de tristeza y soledad. Natsuki duerme poco porque teme perderse de algo bueno en la red de redes cuando está dormida. Ella nació con internet y no puede imaginarse el mundo sin este sistema de comunicación inmediata con sus amigos y con toda persona que conoce por facebook, instagram, whatsap e infinitas aplicaciones digitales a su disposición. La conexión cerebral de Natsuki entre cabeza y dedos es de reacción rapidísima; ella sonríe cuando ve la lentitud con que sus padres intentan teclear los teléfonos para llamar o escribir mensajes. Sin embargo, la chica no tiene paciencia para detenerse a pensar los problemas de la vida cotidiana, se desespera cuando las cosas no ocurren de inmediato y en el lugar donde espera que ocurran. Los deportes, los libros y la interacción directa con las personas no la emocionan, prefiere estar sola en su cuarto pero conectada con sus amigos; ya no le molesta que le digan otaku por lo que los demás consideran obsesiones. Natsuki es parte de la generación Z, la generación expuesta a la tecnoadicción.

En 1932 el escritor inglés Aldous Huxley publicó la novela titulada Un mundo feliz, una historia que entró de lleno a la saga de la literatura futurista que se puso de moda cuando arreció el avance de la maquinización y el perfeccionamiento de los procesos de producción. En la novela se hace referencia a Henry Ford –el creador de la producción en serie de los famosos coches modelo T- como el prototipo, casi dios, de los hombres y mujeres cuyas vidas se centraban en la ciencia llevada hasta el cientificismo. En Un mundo feliz, los niños ya no nacen de su madre por obra y gracia de un progenitor que colabora con la semilla; en el mundo futuro imaginado los seres humanos se diseñan en laboratorio a partir de células embrionarias que procesadas adecuadamente dan por resultado sujetos destinados a formar parte de grupos específicos para la ejecución de actividades específicas e inamovibles. Huxley no tenía elementos para predecir las consecuencias del desarrollismo tecnológico, pero si tuvo la intuición para imaginar lo que vendría a provocar la fe ciega en las máquinas, el pragmatismo utilitario en detrimento de las capacidades de raciocinio, del pensamiento reflexivo, el razonamiento lógico y el enfoque ético y moral sobre el mundo.

La Natsuki imaginaria es el retrato de cualquier adolescente o joven nacido después de 1990, son los chicos que asisten a las escuelas y están siendo atendidos por la generación Y (1980-1990 según investigadores) y por otras anteriores en la antesala de la jubilación. Algunos Z ya se están incorporando a la educación de Z menores y es de pronóstico reservado lo que ocurrirá en esta confluencia, confrontación o coincidencia entre generaciones. Lo cierto es que ya están juntos tratando de darle un sentido a eso que se llama educación. Es tiempo de plantearse preguntas e intentar respuestas porque el cometido no es nada sencillo, se trata de educar a la generación Z, la omnipotente generación que confía más en internet que en sus maestros, la generación que busca y encuentra fecha de caducidad en todo lo que tiene enfrente, incluyendo a las personas. Ahora es más fácil buscar un tutorial y aprender a hacer de todo sin la mediación presencial de un profesor, según esto se estaría cumpliendo la premonición de que algún día sustituirían los ordenadores a los maestros. ¿Cómo demostrar que siguen siendo necesarios los docentes que no entienden mucho de informática si un niño les puede enseñar a ellos? Por eso, parte fundamental de los cambios recientes consiste en enrolar a los educadores en la formación tecnológica de punta, aunque sin disponer de lo último y sin suficientes recursos para subirse al huracán de los cambios o actualizaciones que ocurren en todo momento por obra y gracia de los mercaderes de la tecnologización.

Así como la educación, el mundo laboral, el arte y la cultura, el entretenimiento y todas las otras dimensiones de la vida están permeadas por la tecnología y la informática. Luego entonces resulta inevitable, para subsistir, el dominio de las tecnologías de la información (Tics). Lo otro es perecer en el intento y atenerse a la caducidad con que vamos siendo marcados. En esta obsesión por ganarse el derecho de vivir en el mundo feliz, la mayoría de las veces se pierde la moderación y el sentido común, y el comportamiento de la aldea global es regresarse a los rituales que nuestros antepasados remotos hacían cuando un nuevo dios se les revelaba. Igual que antes, oscuros y ocultos intereses jalan los hilos de las masas para marcar el ritmo de sus movimientos, haciéndoles creer que todo es en beneficio propio. Al dios hay que alimentarlo, antes con sangre y sacrificios y ahora con dinero que proviene de trabajos escasos y mal pagados.

La generación Z es difícil de entender para los mayores porque su ritmo es intenso e inauditamente rápido; todos hiperactivos ya no sabemos qué hacer con ellos y no encontramos la manera de contenerlos. Un directivo de secundaria alguna vez dijo quejándose ante los padres de familia: “Ya no queremos que sus hijos aprendan, queremos que siquiera no se salgan de la escuela y se pongan en riesgo allá en la calle. Por eso ayúdennos a reforzar el perímetro con malla y alambre”. Su desesperación era grande porque ya se veía ante los reclamos de los padres de familia por el hecho de que a sus hijos les ocurriera algo grave en horas de clase, al grado de la renuncia a su función primordial. La generación Z trae de cabeza a sus profesores, a sus padres y a la sociedad en su conjunto pero sin saber qué hacer con ellos respecto a su educación y a su incorporación al mundo laboral. Sigue relacionándose asistir a la escuela con la preparación para el trabajo remunerado y se insiste en ignorar la

relevancia de la escuela para la formación de seres humanos íntegros. El valor de cambio de la formación escolarizada ha quedado por encima de su valor de uso.

Los investigadores hablan de una generación de mutantes, otros dicen la generación Z, la realidad es que ya están aquí estos pequeños –en edad- monstruos que devoran información digital, modas y modos de vida de todas partes pero principalmente de los centros del poder global. Son adictos al opio digital y su intoxicación ya preocupa seriamente a los expertos que han empezado a generar terapias para tratar de limpiar cerebros intoxicados digitalmente. El psiquiatra japonés Takashi Sumioka propone tratamientos de seis meses para más o menos resetear a los chicos tecnoadictos; el problema es de tamaño desconocido pero deducible y asusta pensar en las consecuencias. Por supuesto, no se trata de satanizar a las Tics y demás parafernalia informática porque nadie puede negar que están para servir al desarrollo de la humanidad; el problema es el endiosamiento digital que amenaza convertir a este planeta en tierra de mutantes. El punto es ocuparse en pensar lo que vamos a hacer con los mutantes en las escuelas, antes de que acabemos igual o peor que ellos.

El psicólogo Olivier Houdé de La Sorbona propone distinguir el sistema cerebral de automatización que está desarrollando la generación Z cuando se observan sus habilidades para reaccionar tan rápido en cuestión de coordinación ojo-cerebro-mano, lo cual puede ser útil en actividades de operación manual. Pero la automatización viene desplazando a la capacidad de resistencia cognitiva, es decir el poder cerebral para detenerse a pensar qué, por qué, para qué, cómo, hacer las cosas; se trata de un choque en el que la automatización le va ganando a la reflexión en calma, al pensamiento crítico y al enfoque ético y moral sobre las acciones humanas. De esto se desprende la necesidad de que los educadores puedan enseñarle a los niños y jóvenes Z a resistir sus propias sinrazones derivadas de la automatización de sus actos, para sustraerse de los estereotipos y de las decisiones absurdas. En suma, los especialistas proponen atender urgentemente la educación y reeducación del cerebro; de ahí que empiecen a tomarse en cuenta temas como la neurolingüística y el aprendizaje metacognitivo para la formación de los profesores.

El papel del maestro de la generación Z se va orientando hacía el desarrollo de habilidades, conocimientos, actitudes y aptitudes para la promoción del pensamiento lógico, del razonamiento, la tolerancia, la formación valoral, la colaboración entre pares y el desarrollo integral. Hay que buscar estos elementos de innovación en la actual reforma educativa, hay que revisar las condiciones que propician sus promotores; por ejemplo hay que darse cuenta si un maestro estresado por las presiones laborales es el “idóneo” para realizar este abordaje con la generación de mutantes. De una vez por todas que se demuestre el contenido pedagógico de la reforma que dice Peña Nieto que va porque va. Que se tape la boca a los miles de maestros inconformes con la propuesta pedagógica concreta de un gobierno que hasta ahora no sabe más esgrimir amenazas y garrotes.

Por lo pronto requerimos hacer algo en las escuelas, lo real y concreto está en las aulas y ahí se requieren acciones inmediatas. Lo primero es tomar algo de conciencia de qué ocurre con nuestros alumnos, son o no mutantes de la generación Z, qué posibilidades tienen de sobrevivir en este marasmo de ambigüedades y contradicciones, con qué contamos y qué nos falta. De ahí ya podremos contar con alguna base para plantearnos empezar por nosotros mismos como educadores en la mediación entre tecnología y la recuperación de los saberes y habilidades que oferta la opción por la cultura regional, su arte, el contexto, las interacciones con los otros reales en encuentros cara a cara, el desarrollo de la conciencia de quién soy y qué lugar ocupo ante los demás, qué es eso que llaman conciencia histórico-social.

Los maestros cargamos una enorme responsabilidad al decidirnos por trabajar con la generación Z pero lo peor es que ocurre sin las herramientas necesarias; se nos pretende hacer de cargo el éxito o el fracaso de los hijos del nuevo milenio, nada más y nada menos que los mutantes que nada quieren entender de prácticas “tradicionales” donde no se implique la internet. La generación Z no es de arcilla para moldearla, es de un ímpetu desatado que no obedece rienda. Bien por los cambios que nos hacen aparentemente más libres y autónomos, mal por no entender que tal vez el dominio sobre los Z está tan cerca que ni lo alcanzamos a ver. Huxley ironizó con el mundo feliz que imaginó, pero esto ya no es ficción; aquí y ahora es obligatorio darse cuenta en qué tipo de profesor se nos quiere convertir y cuál es educador que requiere la sociedad posmoderna para revertir las perversidades del poder global. josluis.figueroa666@gmail.com

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