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Estado Opinión

Autogobierno normalista

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Por AQUILES MATA

Cuernavaca, Morelos, México, 30 de agosto de 2021.-  El jueves arribaron frente a la entrada de la normal, tal como lo habían pactado los dos padres de familia. Sus hijas, las dos jovencitas procurarían soportar los pésimos tratos de las que este año tienen la encomienda de torturar a las de nuevo ingreso. Es la normal de Amilcingo que contrariamente al actuar del redentor agrario, Emiliano Zapata, dicha normal lleva su nombre.

Las trece horas con cuarenta minutos. La entrada es una puerta común y la abre y cierra una alumna comisionada. Nadie, ningún padre de familia debe entrar al plantel durante la semana llamada de adaptación. En efecto, desde el día en que dieron a conocer los resultados del examen de admisión, las normalistas coordinadoras delinearon tenuemente a los padres de familia de cómo funciona dicha normal.

La escuela está en las condiciones que la miran; se requiere de limpiarla de maleza, de lavar pisos, de recoger basura. Los trabajos son los propios de todo internado. Trabajo agrícola y pecuario, dijeron en el auditorio. Sin embargo sabíamos de antemano que ahí se aplican medidas extremas, con el objeto de eliminar a las aspirantes notoriamente ajenas a las labores agrícolas. Hasta ahí todo indica que está bien.

Mas en dicha normal, como lo sabe AMLO, los directivos escolares son de caricatura; han sido rebasados por el comité de lucha. Las propias alumnas deciden los horrendos métodos para eliminar aspirantes. Aplican sus fobias sin consideración alguna. El escalafón es pantomima. A la comunidad sede del plantel se le otorgan pases directos; no sustentan examen y sólo les queda soportar esfuerzo físico extremo, humillaciones, el pisoteo de su dignidad, la agresión verbal, los insultos.

En tono militarizado, dicen: Tú, ustedes no son nadie; vienen acá buscando ser alguien. Así que obedecen si quieren un lugar en esta escuela. No es un director, un académico ni un prefecto quien tajante así se expresa, sino cualesquier de las comisionadas.

A las dos de la tarde salen las primeras. El noventa por ciento de las humilladas aspirantes, al trasponer la puerta, hacia la libertad, se echan a llorar en los brazos de sus mamás, de sus papás o del familiar que acudió a recibirlas. Es una tortura, pronuncian en lastimosa voz. Nos impidieron dormir una sola hora. Con machetes tocaban en los salones que ensuciaron a propósito y que nos obligaron a limpiar con las palmas de nuestras manos y a secar con nuestra ropa. Estamos amenazadas; se nos prohíbe decir, quejarnos, denunciar del maltrato que sufrimos. Fue humillante.

Los padres de familia, impotentes, miramos las ámpulas en sus manos; algunas falseando al andar, despeinadas, deprimidas, desveladas, con rostro desencajado. Los testimonios son básicos; importan y mucho. En la semana de adaptación se violan derechos humanos. La CNDH los recibirá en horas para que las autoridades actúen y pongan coto a la arbitrariedad que los propios alumnos cometen en agravio de las y los aspirantes.

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