Por ALEJANDRO CÁRDENAS SAN ANTONIO / MASEUAL
• La irrupción de los smartphones y redes sociales
Cuernavaca, Morelos, México, 26 de junio de 2025.- Hay alarma y no es exageración. Se ha comprobado científicamente un grave aumento en los problemas de salud mental entre los adolescentes de la llamada “Generación Z”, -quienes resulta-, que se caracterizan por padecer depresión, se autolesionan y llegan incluso al suicidio y los actores son las y los nacidos después de 1995.
Este asunto, comenzó a llamar la atención de especialistas en psicología social, a principios de la década de 2010, -especialmente en países desarrollados, aunque ya no es privativo, pues ahora se presenta en todo el planeta- y es que las investigaciones, -se enfocaron y han demostrado-, un grave incremento en casos de ansiedad en los jóvenes y encontraron que el detonante, es la irrupción de los smartphones y las redes sociales, combinado con una sobreprotección en el mundo real y una falta de supervisión en el entorno digital.
Es claro, que el tema, por ser tan actual, sigue siendo para muchos una ridícula especulación y rechazan el dato; lo dejan pasar, para aparentar que no están en planos anacrónicos, pero es un asunto que todos miramos con tan solo caminar por la calle, estar en un espacio y centro público, en las escuelas o en el transporte… es más, en nuestro inmediato y propio, entorno privado.
Los casos más claros son en Estados Unidos, -y repito, no se necesita ser primer mundo, México no es excepción- las tasas de ansiedad reportadas entre jóvenes han crecido exponencialmente y las visitas a emergencias por autolesiones se han duplicado. Tendencias similares se observan en países anglosajones y nórdicos. Las redes sociales están causando una epidemia de enfermedades mentales entre los jóvenes. Son realmente escasos los países que han planteado o desarrollado programas de prevención para este nuevo problema que se prevé, será de salud pública.


Hay factores interconectados. La exposición constante a contenido idealizado, fomenta la comparación social, lo que genera baja autoestima, ansiedad y depresión al sentir que no se cumplen estándares irreales.
El diseño adictivo de las plataformas digitales, con notificaciones y algoritmos que promueven el uso excesivo, interfiere con el sueño y aumenta el estrés. Además, el ciberacoso y la presión por obtener validación a través de “likes” o comentarios afectan negativamente la salud emocional.
El punto de inflexión comenzó en el período de 2010 y 2015, cuando los smartphones y las redes sociales se volvieron omnipresentes. Este cambio, transformó la infancia, pasando de estar basada en el juego libre y las interacciones cara a cara a una experiencia mediada por pantallas. También, la sobreexposición a información negativa o polarizante en las redes, incrementa sentimientos de aislamiento y desesperanza en los jóvenes.
La falta de familiaridad en este tema por parte de los adultos, nos lleva a omitir que la biología del cerebro está estrechamente relacionada con el impacto de las redes sociales en la salud mental de los jóvenes.
Las redes sociales activan el sistema de recompensa cerebral, liberando dopamina al recibir “likes” o notificaciones, lo que puede generar comportamientos adictivos similares a los de las drogas. Esta estimulación constante puede alterar el equilibrio de neurotransmisores, aumentando la ansiedad y la vulnerabilidad a trastornos como la depresión.


Y no solo eso ocurre en el sistema biológico, el uso excesivo de pantallas afecta el córtex prefrontal, encargado de la regulación emocional y la toma de decisiones, especialmente en cerebros adolescentes en desarrollo y un dato adicional es que, la exposición prolongada al estrés inducido por las redes puede elevar los niveles de cortisol e impacta negativamente la salud mental a largo plazo.
La crisis actual, surge de dos tendencias contradictorias: una sobreprotección en el mundo físico y una infraprotección en el mundo digital.
En el ámbito real, los padres modernos han restringido la autonomía de los niños, limitando actividades como jugar en la calle, trepar árboles o ir solos al colegio, por temor a riesgos físicos. Esta sobreprotección, aunque bien intencionada, priva a los menores de experiencias esenciales para desarrollar resiliencia y habilidades sociales.
Por otro lado, en el mundo virtual, los niños han sido dejados a su suerte. Desde edades tempranas, muchos acceden a smartphones y redes sociales sin supervisión, enfrentándose a un entorno diseñado para captar su atención y generar adicción.

Especialistas en psicología social, afirman que quien compara el smartphone a un niño o un adolescente, le regala algo semejante a una “aguja hipodérmica” que administra dopamina constante que le crea patrones de dependencia similares a los de las drogas. Y es que, -sin satanizar o rechazar tajantes el uso de la tecnología- , según los resultados de las investigaciones, las redes sociales exacerban problemas como la privación social, la falta de sueño, la fragmentación de la atención y la adicción y en conjunto, dañan el cerebro en desarrollo de los adolescentes y ni qué decir el de un niño o niña en etapas críticas para la formación de la identidad y la regulación emocional.
El tema es realmente nuevo y las investigaciones ya comienzan a tomar forma de manera irrefutable.
Hay aún mucho qué descubrir en esta nueva etapa en el desarrollo de nuestra humanidad, donde la tecnología nos acompaña de manera permanente.
Y todo esto expuesto, está documentado, -para quien lo quiera consultar y seguir a profundidad-, en una investigación del psicólogo social Jonathan Haidt, profesor de liderazgo ético en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York, y lo ha dado a conocer en su libro publicado recién en 2024: “La Generación Ansiosa”.
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