Por ALEJANDRO CÁRDENAS SAN ANTONIO / MASEUAL
Cuernavaca, Morelos, México, 17 de julio de 2025.- La mentira, entendida como la distorsión deliberada de la verdad, ha sido una constante en la historia de las interacciones humanas. Sin embargo, cuando se normaliza en una sociedad, convirtiéndose en una práctica aceptada dentro de su psique colectiva, sus efectos trascienden lo individual y generan profundas consecuencias sociales.
Comenzando por la definición de psique colectiva: fue el psicólogo suizo, Carl Gustav Jung, el que aseguró que los valores, creencias y arquetipos compartidos, dan forma al comportamiento de una sociedad.
En nuestro país, la psique colectiva está influenciada por su historia de colonización, resistencia y sincretismo. Octavio Paz, en “El laberinto de la soledad” publicado en 1950, describe la “máscara” como un mecanismo cultural, mediante el cual, los mexicanos, ocultan sus emociones o intenciones, una respuesta a siglos de dominación y desconfianza.
Esta máscara, puede manifestarse en prácticas como el albur, la cortesía exagerada o la “mentira piadosa”, donde la verdad se sacrifica por conveniencia social.
Desde la psicología analítica de Carl Jung, la mentira, se vincula a un arquetipo, es decir: un patrón de comportamiento o una forma de ser que vemos una y otra vez y Jung le llamaba la “sombra”; o sea, los aspectos reprimidos de la psique colectiva.
En México, esta “sombra”, incluye la aceptación de prácticas como el soborno o la corrupción, vistas como inevitables en un sistema disfuncional.
Roger Bartra, antropólogo, sociólogo, escritor y ensayista mexicano, en su obra: “La jaula de la melancolía”, que vio la luz en 1987, asegura que la identidad mexicana se construye sobre mitos que a menudo encubren realidades incómodas, como la desigualdad o la impunidad, normalizando la mentira como estrategia de supervivencia.
En esos contextos, pareciera que la mentira no siempre es reprobada, sino que se percibe como una herramienta para navegar en un entorno social y político complejo. Desde luego, esta normalización de la mentira, tiene un impacto muy significativo en la cohesión social, las instituciones y la identidad colectiva. Entre las consecuencias principales, -en nuestro contexto mexicano-, podemos mencionar sin duda: la erosión de la confianza social.
Según el INEGI, los datos que arroja la “Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamental”, en el año 2023, más del 70% de los mexicanos, perciben a las instituciones públicas como corruptas, lo que fomenta un escepticismo generalizado y esta desconfianza, lleva a priorizar lealtades personales sobre el bien común, debilitando la cohesión social y perpetuando un ciclo de aislamiento cívico.
Por otra parte, la normalización de la mentira, está ligada a la tolerancia de prácticas corruptas; es decir: se ha legitimado la Corrupción. Y no solo es una opinión, “El Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia International”, publicado anualmente por la organización no gubernamental Transparencia Internacional, en sus resultados del año 2024, situó a México en el puesto 126 de 180 países, reflejando una aceptación implícita de la deshonestidad en la esfera pública.
La mentira, manifestada en promesas políticas vacías o manipulación de datos, se convierte en una herramienta para mantener el poder. El clientelismo político, donde se intercambian favores por votos y depende de narrativas que normalizan la deshonestidad, perpetuando la impunidad y desincentivando la rendición de cuentas.
Por desgracia, como se ve en los argumentos, la mentira como normalidad, ha moldeado la identidad mexicana reforzando una autoimagen ambivalente.
Samuel Ramos, filósofo, profesor y humanista mexicano, en su libro “El perfil del hombre y la cultura en México”, publicado en 1934, argumentó que el complejo de inferioridad mexicano, lleva a justificar la mentira como una forma de sortear desigualdades y esta narrativa del “mexicano astuto”, que usa la mentira para sobrevivir, perpetúa una visión de la sociedad como inherentemente desigual, donde la verdad es un lujo y esto, limita el desarrollo de una identidad colectiva basada en la autenticidad.
Para concluir, la normalización de la mentira, amenaza la calidad de la democracia.
La desinformación y las “fake news”, según un estudio de la Universidad de Oxford en 2023, (Computational Propaganda Project), polarizan el debate público en México, dificultando la deliberación informada.
La retórica política que promete soluciones sin sustento, contribuye a la apatía electoral y al desencanto con las instituciones, debilitando la participación ciudadana y la capacidad de exigir transparencia.
Entonces: ¡Sí, la mentira se sigue normalizando!
Y para combatir la normalización de la mentira, se requiere: educación ética, fortalecimiento institucional, pensamiento crítico, revalorización cultural y nunca cambiar por dádivas, la solidaridad entre nosotros como población de a pie, nunca corromper esa solidaridad social que se mostró al mundo como ejemplo y sin mentiras, en los terremotos de 1985 y 2017.

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