Por ALEJANDRO CÁRDENAS SAN ANTONIO / MASEUAL
Cuernavaca, Morelos, México, 24 de noviembre de 2025.- El lenguaje es narrativo, la verdad una historia; uno conquista mentes; la otra, conciencias. El poder de la palabra no es igual al poder de la verdad.
El lenguaje, es por naturaleza narrativo: selecciona, dramatiza, omite, exagera y, cuando hace falta, inventa. En la atmósfera del lenguaje, necesitamos que los hechos tengan principio, nudo y, sobre todo, sentido. La misión del lenguaje no es ser fiel, sino ser memorable.
El lenguaje no describe el mundo: lo cuenta. Desde que el primer homo sapiens dibujó una lanza en la cueva de Chauvet, en Francia, ya estaba construyendo un relato, no un inventario.
En cambio, la verdad no tiene prisa por ser entendida. No necesita personajes redondos ni giros argumentales. Se presenta desnuda, a veces aburrida y en ocasiones, incómoda. La verdad no busca ser amada, solo que se reconozca y, cuando eso acontece, no cambia la opinión: cambia la conciencia.
La verdad no es un relato: es una historia en el sentido más antiguo de la palabra, una pesquisa, un registro, crónica judicial.
El lenguaje narrativo nos salva de la parálisis: nos da alguien a quien odiar, alguien a quien amar, una razón para levantarnos. La verdad histórica, en cambio, nos salva del error, pero casi siempre a posteriori y con sabor amargo.
La inteligencia artificial IA, no piensa como el humano, solo procesa entradas y genera salidas, así es como escribe narrativas impecables en segundos: historias de miedo, de esperanza, de venganza o redención, -según convenga al solicitante- el algoritmo.
La verdad, sigue necesitando tiempo, fuentes, verificación, dudas y, sobre todo, alguien dispuesto a compartir datos al público.
El peligro no es que nos mientan -siempre nos han mentido-. El peligro es que hemos empezado a preferir las novelas rápidas a las actas lentas. Nos hemos acostumbrado a que la realidad tenga ritmo de serie y no de archivo.
La historia, nos ha enseñado que toda dictadura empieza con una gran narrativa y termina con una montaña de documentos que nadie quiso leer a tiempo y al final, el lenguaje, nos pone a todos en el mismo cuento.
Toda liberación empieza con alguien que, contra el relato dominante, se atreve a escribir la historia tal cual ocurrió. Y sucede, que es la misma historia en su ritmo, la que demuestra que el precio a pagar, -sin omitir daño físico- serán las toneladas de descalificaciones semánticas e invalidación mediante el uso deliberado del lenguaje, aprovechando la ambigüedad, las diferentes interpretaciones o las connotaciones de las palabras.
El lenguaje es narrativo, la verdad una historia. El lenguaje nos da cuentos para dormirnos, la verdad nos despierta, -casi siempre demasiado tarde-, pero nunca en vano.

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