8 octubre, 2025

PERIODISMO INDEPENDIENTE EN MORELOS

DOÑA ROSENDA, MÁS DE 70 AÑOS VENDIENDO

Especial
Por HUGO BARBERI RICO / MASEUAL

Tlaltizapan de Zapata, Morelos, México, 11 de agosto de 2025.- Doña Rosenda, tiene más de 70 años vendiendo, en este municipio cuya cabecera fue clasificada como “pueblo mágico” y donde prácticamente “todo mundo” la conoce; era una niña cuando por necesidad decidió vender para el sustento de su hogar; han pasado décadas y aun se le ve dentro de su local picando cebolla, papas, lo necesario, para dar atención con platillos variados a decenas de comensales que la visitan a diario.
No descansa ni un día, le gusta mucho su trabajo, dice, y lo disfruta dando atención directa en un local donde vende gorditas, quesadillas, sopes y diversos guisados.


De domingo a domingo, doña Rosenda Zúñiga Muñoz, de 86 años de edad, criolla tlaltizapanense, suele despertarse a las cinco de la mañana, para iniciar su jornada.
A la protagonista de esta historia se le buscó dos veces y por azares del destino en la primera sucedió que tuvo la imperiosa necesidad de hacer trámites en la capital morelense y no estuvo todo el día, la segunda vez fuimos testigos de que permanecía en la cocina de su negocio, en pie, preparando alimentos y dando instrucciones a sus empleadas, muy atenta con el cuchillo, los alimentos y la tabla de cocina. Era de mañana y pasó del medio día y ella continuaba en lo suyo, sin almorzar, pero aplicada en su trabajo, picando, rebanando, moviendo el guisado de la pequeña estufa del pequeño local ubicado en pleno zócalo de Tlaltizapan, bajo la sombra fresca de frondosos laureles. Había terminado un evento de carácter oficial y tanto funcionarios públicos, periodistas, blogueros y demás comunicadores ocupaban mesas de jardín con sombrilla roja, tanto como amas de casa y uno que otro solitario.


Finalmente aparece, doña Rosario es muy amable, cordial, habla muy bajito, pero se da a entender muy bien, se nota que tiene buena memoria y que le gusta platicar:
—De haber sabido que vendría me habría arreglado para la foto. —Reclama con media sonrisa, pero sin dejar la cordialidad.
Es de pelo abundante que le hace ver una frente reducida, cejas pobladas, ojos negros, pequeños y rasgados que cuando hace pausas en su plática le hacen reflejar una mirada profunda que de repente se pierde en el horizonte y facilita una toma gráfica que le retrate justo esa profundidad.
—Toda mi vida me gustó vender. Desde muy chiquilla vendía, aunque sea en la calle, en el carnaval, pero me establecí a la edad de 17 años. Antes, de niña, me gustaba mucho ir a vender al tren (a la estación del ferrocarril, calle Lerdo de Tejada, donde ahora están las instalaciones del sistema para el Desarrollo Integral de la Familia). Venía de Iguala e iba para Cuautla, por aquí pasaba a las siete de la mañana y regresaba a las cinco de la tarde. Soy de ese Barrio de San Marcos. —Dice y agrega, que corría el año de 1948 cuando ella vendía por estos lugares, fruta, ya que “Tlaltizapan era hermoso, tenía mucha agua, por el pueblo atravesaba un canal con mucha agua, tenía muchos árboles frutales, hermoso, hermoso… había de todo, mango, zapote, chico, mamey, limón, lima, limón real, pero se acabó el agua, no sé para dónde se la llevaron”.
Añade que en pleno centro del otrora también recinto del Cuartel General del Ejército Libertador del Sur, habría una gran noria que se activaba con el agua del canal y hacía trabajar un molino de maíz, “estaba muy grande esa ruedota”, refiere.
“Me gustó más trabajar, vender y vender, me regañaba mucho mi papá, porque decía que me podía atropellar el tren, pero yo me aventaba del tren, del tinaco a la estación”.
—¿Por qué se puso a vender?
—Por la necesidad, muy triste nuestra infancia, porque llegaban muchos cortadores de caña aquí a las huertas a hacer casitas de lámina o de zacate de arroz. Llegó una señora con su marido, con su familia, con sus papás y todo y sacaron a mi mamá, nos quedamos tres niñas huérfanas (de madre). Se llevaron a mi mamá unos hijos que tenía, mayores, porque la señora (la que los despojó) golpeó a mi mamá, feo, pero a nosotros nos dejaron con mi papá, mis hermanitas chiquitas lloraban mucho… sufrí con la madrastra, muy grosera…, le quitó todo en vida a mi papá, no le dejaba ni pensión, porque estaba pensionado como veterano de la Revolución y por el ejido, todo le quitó. Entonces muy chica (15 años de edad), me casé, tuve una niña y tenía que mantener a mi hija y dije: voy a seguir vendiendo y me decían: a quién le vas a vender, Rosenda, pues al que llegue (les respondía).


Optó por hacer “gorditas”, previo a continuar vendiendo la fruta, chiles, jitomates, lo que podía y gustó su sazón. Lo hizo junto a donde hacían parada los autobuses “Estrella Roja”, en la calle “5 de Febrero”, la principal que pasa por el zócalo, después instaló una casilla de madera.
“Los presidentes (municipales) me conocían y me daban permiso: sí ‘mija’, me decían, ponte…”, comentó.
Posteriormente se colocó a donde hoy en día se le ubica, solo a unos pasos de la presidencia municipal, “aquí ya tengo 35 años”, ha estado más de 65 años instalada, “harto tiempo”, dice, “aquí crié a mis hijos, a mis sobrinos, les compraba juguetitos, de todo vendía”.
Llegar al puesto de comida es encontrarse un ambiente agradable, las sombrillas de madera y trapo rojo intenso, clavadas en fuertes mesas de fierro cafés que hacen combinación con el color beige del local de cocina y las tonalidades verdes de los árboles del zócalo, agradable por la frescura de la sombra contrastada con el soleado zócalo, en plena calle Constitución, centro.
Doña Rosenda tiene seis nietos, tuvo dos hijos, uno varón que recientemente falleció y una hija con quien se apega en atenciones porque ya fue víctima de dos infartos cerebrales que le han dejado secuelas, “ya no reacciona bien, ya no puedes platicar con ella… tiene cuatro hijos, quedó viuda hace un año” y es atendida directamente por su hija.
Dice que se siente a gusto porque nota el aprecio de la gente.
No fue mujer de problemas, “nunca tuve una rival, tuve puras amistades”, le llena de gozo también el reconocimiento que una vez le dio con la entrega del local, luego de arreglar el jardín municipal, el entonces presidente municipal de este lugar, Arturo Edmundo Zúñiga Hernández, quien le avisó que la reubicarían para realizar sus trabajos, pero que no se preocupara y cuando entregó el jardín, también le dio el local ya construido, reconociéndole su trabajo, esfuerzo de tantos años.
Sin embargo, también lamentó la intervención que hizo en el zócalo el gobierno anterior de Gabriel Moreno Bruno, quien tiró todo lo que se había hecho para modificarlo, sacrificó diversos árboles y jardines y dio preferencia a más concreto, disminuyendo áreas verdes, bancas para descanso y un nuevo sitio donde predomina el color negro, “feo y triste” a los ojos de doña Rosenda.
“El presidente Zúñiga nos dio estas mesas (de fierro) con sombrillas, nos dio material, nos arregló todo… una gran sorpresa que nos dio hasta el último… (mientras que Moreno Bruno) destruyó todo, sobre todo árboles que ahora hacen mucha falta, yo veo todo muy triste, los ‘palmones’, la explanada para que jugaran los niños, las jardineras, nuestro pocito de agua tenía su jardinera y este señor lo dejó sin nada, nos dejó tristes… nos dañó muy feo, había un tulipán en ese lugar”, sin consultar a la gente, sin dar trabajo a las personas del pueblo.


—Pero en su trabajo está feliz, le gusta.
—Sí, no estudié… no estudié. Me gustó, porque esto me mantuvo. Si yo hubiera tenido una carrera… le decía a mi papá: cuando yo sea grande voy a ser enfermera… me gustaba como se veían las enfermeras que siempre de blanco, bien bonitas, cuando empezaron a trabajar en el seguro yo ya estaba vendiendo gorditas y me decían que me buscaban un trabajo de intendencia (en el seguro social) y luego estudiar algo para enfermera, pero no, les decía que no dejo mi puesto, me gustaba terminar mis tres vitroleros grandes de aguas frescas que se vendían y mis gordas, todos los días yo tenía dinero, sentía que ya no me hacía falta.
Trabajan con ella cinco mujeres y afirma que no se dan abasto.
“No tengo palabras para decirles cuanto los estimo, cuanto los quiero, todos me buscan, me van dando más apoyo, pues me recomiendan y me traen a más y me dicen: ya le traigo para que prueben la pancita. Hago un caldito verde con elote, calabacitas, chayote y res el lunes y se acaba rápido, hago mole verde, aquí se muele la semilla lo preparamos todo, nada empaquetado, hago mole rojo, tortas de camarón, en Semana Santa me hago mis manojotes de huanzontles y se acaban, cómo cree que no voy a estar tan agradecida con mis clientes, clientas, todos me van ayudando más y más”, varios, ha visto pasar generaciones “hay a quienes conocí niños y ahora ya vienen con sus nietos… se fueron al norte y vienen. Presidentes municipales han estado aquí todo el tiempo. Estoy muy agradecida”.

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