21 noviembre, 2025

PERIODISMO INDEPENDIENTE EN MORELOS

PRISIONEROS DE NUESTROS MITOS

Por ALEJANDRO CÁRDENAS SAN ANTONIO / MASEUAL

Cuernavaca, Morelos, México, 2 septiembre de 2025.- La narrativa que construimos para dar sentido a nuestra existencia política, social y tecnológica, aunque inicialmente emancipadora, se ha convertido en una jaula que limita la libertad y por eso es muy evidente, que hoy, somos prisioneros de nuestros propios mitos, distorsionamos la realidad y perpetuamos dinámicas de poder.

Este fenómeno profundamente arraigado en la intersección de la filosofía y la política, revela cómo los relatos que forjamos para encontrar orden y propósito, pueden transformarse en cadenas que restringen nuestra autonomía, alimentan divisiones y nos alejan de la verdad.

Explorar las causas y consecuencias de este encarcelamiento nos invita a reflexionar sobre cómo liberarnos de estas prisiones autoimpuestas. Los mitos políticos y sociales surgen de una necesidad humana fundamental: dar coherencia a un mundo marcado por la incertidumbre, la crisis o la desigualdad.

Los mitos no son simples fantasías, – afirmaba Mircea Eliade, filósofo e historiador rumano, uno de los fundadores del estudio de la historia moderna de las religiones y destacado estudioso sobre el tema de los mitos; él aseguraba que los mitos son estructuras que organizan la experiencia colectiva, ofreciendo identidad y propósito -y en ese sentido-, es que narrativas como el “progreso tecnológico inevitable”, la “nación elegida” o las utopías ideológicas, han inspirado revoluciones, pero también opresiones.

Estas historias, a menudo impulsadas por líderes carismáticos, instituciones o movimientos, buscan legitimar el poder o unificar a las masas y es aquí donde podemos justificar a Platón y su alegoría: “El Mito de la Caverna”, que ilustra de manera magistral, cómo es que las narrativas proyectan sombras sobre una pared a manera de pantalla y el auditorio, -en este caso, Platón pone como ejemplo a prisioneros en una oscura cueva- confunden las sombras con la realidad y las aceptan sin cuestionarse nada a pesar de que sean en extremo incongruencias o viles mentiras.

La psicología humana, refuerza este proceso. La tendencia a la confirmación sesgada, descrita por el filósofo alemán Frederich Nietzsche como una expresión de la “voluntad de poder”, nos lleva a abrazar relatos que consolidan nuestras creencias preexistentes, incluso si son contradictorias o insostenibles.

En la era digital, la repetición constante de estas narrativas en redes sociales y medios de comunicación, crea cámaras de eco, donde los mitos se solidifican como verdades absolutas. La polarización política amplifica esta dinámica transformando diferencias en abismos irreconciliables mediante relatos de “nosotros contra ellos” -que simplifican la complejidad social- y convierten al otro, en un enemigo… y sucede que si a alguien se le ocurre cuestionar estos mitos, se le percibe como acto de traición, lo que fortalece aún más su dominio.

Ser prisionero de un mito, tiene efectos profundos: limita el pensamiento crítico al interiorizar una narrativa como verdad incuestionable; los individuos y las sociedades, pierden la capacidad de analizarla o considerar alternativas y esto, lleva a decisiones políticas desastrosas, como guerras justificadas por mitos de superioridad, revoluciones que prometen utopías inalcanzables o políticas tecnológicas que priorizan la eficiencia sobre la ética, ignorando la realidad.

No hay que perder de vista que los mitos perpetúan la división social al reducir el mundo a dicotomías—pueblo contra élites, progreso contra tradición—y esto genera hostilidad y desconfianza.

Los relatos populistas, por ejemplo, glorifican al “pueblo” mientras demonizan a las “élites”, erosionando la legitimidad de las instituciones democráticas y debilitan la cohesión social y lo peor: los mitos históricos que idealizan un pasado glorioso, pueden justificar acciones violentas o autoritarias en nombre de la restauración alimentando conflictos.

Ser prisioneros de un mito, implica una pérdida de autonomía y despoja a los individuos de su capacidad de juicio moral convirtiéndolos en instrumentos de una narrativa que en el mayor de los casos, es puro humo y, regala comodidad en las ilusiones.

Las consecuencias de este fenómeno, se manifiestan en el fanatismo, el autoritarismo o la pasividad frente a la injusticia perpetuando así, dinámicas de poder que benefician a quienes controlan el relato.

¡Sí! Como en la Caverna de Platón, hoy somos prisioneros de nuestros propios mitos.

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