Por EDILBERTO NAVA GARCÍA / MASEUAL
Chilpancingo, Guerrero, México, 13 de octubre de 2025.- Desde luego que todo poder público instaurado por cualesquiera de las vías asume varios compromisos, primero la de mantener su posición y en tal propósito echa manos de cuantos recursos tiene a su alcance; no se detiene a mirar si su actuación resuelve bien o mal los asuntos inherentes, ni contempla si sus medidas y procedimientos son justos, menos si se apegan o no a la legalidad, porque está siempre vigente la expresión que el fin justifica los medios.
En nuestro país rige ahora un movimiento que se ha constituido en partido político cuyo fortalecimiento fue acrecentándose por la constante lucha de un líder que fue Andrés Manuel López Obrador, y por la necia y terca actitud de dirigentes del viejo régimen, quienes engreídos y prepotentes siempre menospreciaron la participación popular, valoraron más allá de lo normal a los medios masivos de comunicación y se creyeron vivir en una burbuja indestructible, desearon apasionadamente continuar saqueando al país mediante un control basado en el engaño y la manipulación.
El referido movimiento pudo haber avanzado sin más metas que el combate a la corrupción pública desde todos sus tentáculos, pero en la marcha los mexicanos nos percatamos que toda la vida pública estaba hecha una pudrición, un asco, que volver a la normalidad no se lograría en un sexenio, sino en más tiempo. Eso parece real.
Sin embargo, quienes desde el inicio impulsaron el movimiento de regeneración pública, hay algunos que comienzan a olvidar los principios que le dieron y dan sustento en la base social. Uno de ellos es la moral pública, que exige a todo empleado público, quizá desde el de la escoba, hasta al más alto ministro o secretario del poder ejecutivo, adquieren el deber ineludible de conducirse correctamente. Cuidarse de no cometer abusos desde el poder en sus manos y vivir públicamente en la justa medianía. Y mirar, lamentablemente que en esto de la vida pública pocos controlan sus emociones, algo que algunos aprendimos en el ICAP, de cuando México vivía el boom petrolero; de cuando el presidente tuvo que devaluar el peso, pese a declarar, casi llorando, que defendería el peso como un perro.
Se insistió en que el actor político debe tener siempre la cabeza fría y el corazón helado, es decir, un control absoluto de las emociones. Por eso a muchos les duele y a otros les molesta en grado sumo la actitud del senador Fernández Noroña, tan capaz, pero que no controla sus emociones, pues su conducta raya en la imbecilidad, porque sólo un imbécil actúa diciendo que él no está obligado a vivir en la medianía, que no está obligado a rendir cuentas, y lo último, decir una barbajanada: que un evasor fiscal como Salinas Pliego le pagó parte de su gira en avión.
Con su actitud, Fernández Noroña ha entrado al círculo de cínicos públicos con todo bombo y platillo para que todo mundo lo sepa, lo degrade y los desprecie.
Hay un coahuilense que anduvo en el sur donde incluso fue diputado, y por cierto se condujo sin principios del partido que representaba sino como un pelele. Se trata de Ricardo Mejía Berdeja, un veleta que de buenas a primeras se encaramó en el equipo de López Obrador. Fue entonces que en el sur supimos que dicho sujeto era de Coahuila, porque se separó de su cargo para hacer fila por la gubernatura de aquella entidad, pero le fallaron los electores.
Bien, ahora exhibe las pésimas posturas del dirigente nacional del PRI, sin tomar en cuenta su conducta propia, tan contraria a la moral pública, es decir, son casi iguales, o que cojean de la misma pata.
Ciertamente, los críticos del régimen dicen ahora que a Morena lo están copando los arribistas, procedentes de las mas diversas corrientes no ideológicas, sino de intereses variados.
Los comentócratas no están desacertados, pero sus voces carecen de efecto porque no gozan de credibilidad.
Al régimen le hacen más daño en la base, un Mejía Berdeja, el líder del senado y Ricardo Monreal, líder de la cámara de diputados. Son cabezas muy visibles, son políticos ampliamente conocidos que no se asumen como mexicanos que deben anteponer los intereses de la nación a los propios. Carecen pues, del sentimiento nacionalista que tiene otro calificativo.
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