Por ALEJANDRO CÁRDENAS SAN ANTONIO / MASEUAL
Cuernavaca, Morelos, México, 3 de noviembre de 2025.- Contexto: en la Plaza Morelos de Uruapan, aún flotaba el aroma a cempasúchil y el eco de marimbas del Festival de las Velas cuando, la noche del 1 de noviembre, siete balazos segaron la vida de Carlos Alberto Manzo Rodríguez, presidente municipal de esta ciudad aguacatera.
El alcalde independiente, de 40 años, cayó ante cientos de testigos –incluyendo niños y su propia familia– fue un atentado hasta este momento atribuido al Cártel Jalisco Nueva Generación CJNG.
El saldo, colateral: un agresor fue abatido, dos detenidos y un escolta federal herido.
Manzo, conocido como el “Bukele mexicano” -por su mano dura contra el crimen-, se convirtió en el sexto alcalde asesinado en México este año 2025 y es el tercero en Michoacán.
Su muerte hoy no es solo un luto local: es un grito histórico que invita a interrogar -sin exageración- si encarna al héroe triunfante o al mártir sacrificial, según los arquetipos forjados en la historia mundial. Me explico:
Desde la Antigüedad, la historia define al héroe como el agente de cambio que, mediante acciones excepcionales y riesgos calculados, logra un impacto concreto y duradero en su comunidad o época.
Hay que pensar en Alejandro Magno, que conquistó un imperio expandiendo la helenística, o Simón Bolívar, libertador de naciones sudamericanas que vio nacer repúblicas independientes.
El héroe sacrifica –tiempo, salud, estatus–, pero sobrevive lo suficiente para liderar su movimiento y cosecha frutos tangibles. Su legado es estructural: fronteras redibujadas, leyes reformadas, avances científicos. Como Marie Curie, que arriesgó su salud con radiación pero vivió para ganar dos Nobel y fundar institutos de investigación.
El héroe inspira emulación activa; altera el curso de eventos con victorias palpables, no son meras promesas.
En contraste, el mártir –del griego mártys, “testigo”– es el testigo supremo cuya muerte, sin triunfo inmediato, cataliza el cambio póstumo mediante indignación colectiva.
No cosecha; siembra con sangre. El ejemplo clásico es Sócrates, que bebió cicuta en 399 AC. defendiendo la verdad sin evitar su condena, pero su ejecución, inspiró a Platón y la filosofía occidental. Otro caso más cercano a México es Emiliano Zapata, acribillado en 1919, él no vio la Reforma Agraria plena, pero su martirio radicalizó la Revolución Mexicana.
El mártir transforma la derrota en símbolo: su fin irreversible genera oleadas de rechazo al opresor, impulsando reformas indirectas a través de la memoria colectiva, no del mando directo.
Carlos Manzo, encuadra inequívocamente como mártir.
No héroe, por la cronología de su asesinato respecto a sus logros. Nacido en 1985, fue exdiputado morenista (2021-2024), renunció al partido al que calificó de “podrido”; Manzo asumió la alcaldía de Uruapan el 1 de septiembre de 2024 como candidato independiente bajo el slogan de “Los del Sombrero”, un movimiento ciudadano de sombrero de Charro como símbolo de cercanía popular.
Su plataforma: seguridad frontal contra el CJNG, que extorsiona huertos de aguacate –el “oro verde” de Uruapan, exportado masivamente a EEUU– y opera campamentos de entrenamiento en sierras locales.
Desde su primer día de gobierno, enfrentó amenazas: una llamada prometía matar a sus hijos si no permitía “actividades” criminales. Respondió con audacia.
En mayo de 2025, desafió públicamente a la Presidenta Claudia Sheinbaum y su política continuista de “abrazos, no balazos”, exigiendo armas de alto calibre para policías municipales y vehículos blindados.
El alcalde asesinado, llegó a decir públicamente: “Delincuente que se tope armado y resista, hay que abatirlo”, y así lo declaró en TikToks virales donde lo idolatraban los de la Generación Z, que ahora convoca a una mega marcha de protesta.
Carlos Manzo, patrullaba personalmente zonas boscosas, canceló el Grito de Independencia tras el asesinato de un policía en septiembre y denunció campos ocupados por el narco y respaldó la detención de un líder del CJNG.
En octubre, en su Facebook clamaba: “No dejen solo a Uruapan contra delitos federales. No quiero ser otro ejecutado”.
Sus acciones fueron visibilizaron la impunidad en Tierra Caliente, inspiraron a productores como el limonero Bernardo Bravo -asesinado días antes- y presionaron al gobierno federal, que le asignó 14 guardias nacionales, pero no cristalizó triunfos estructurales como lo experimenta un héroe.
En 14 meses, la violencia persistió –Michoacán suma según cifras oficiales, mil 300 homicidios tan solo en 2025–, y reiteramos, Manzo no miró desmantelamientos masivos ni reformas.
El ex alcalde murió sin ver un cambio: su ejecución, en un acto festivo Día de Muertos, fue venganza selectiva, no colateral a una victoria como lo fue con Zapata.
Su sangre, catalizó de manera espontánea e inmediata -pese a reiterados intentos por minimizar los hechos-, hubo protestas que irrumpieron en el Palacio de Morelia, una mujer cacheteó al gobernador Alfredo Ramírez Bedolla en su funeral, y Sheinbaum, convocó con urgencia a su Gabinete de Seguridad.
Por su parte, la esposa de Carlos Manzo, Grecia Quiroz, juró continuar “El Sombrero” como “legado de justicia”.
¿Por qué mártir y no héroe?
No es héroe como Mandela, que estuvo 27 años preso, pero fue presidente post apartheid y lideró la cosecha; en el caso de Manzo, -testigo fatal-, su muerte está sembrando semillas póstumas. Nadie puede negar una visible indignación nacional.
Su muerte acelera lo que en vida solo gestó: mayor escrutinio a la estrategia de seguridad, posible envío masivo de fuerzas a Michoacán.
Manzo no es un Bolívar victorioso, sino un equivalente a Zapata porque murió gritando verdades que otros cosecharán.
Hoy Uruapan llora, pero su martirio está iluminando camino.

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