Por ALEJANDRO CÁRDENAS SAN ANTONIO / MASEUAL
Cuernavaca, Morelos, México, 17 de noviembre de 2025.- Es más notorio cada día, que vivimos en La Verdad de las Mil Mentiras. La propaganda ha mutado; en la era digital ya no se necesita tanques ni altavoces; basta con miles de cuentas digitales que parpadeen al unísono. A ese uso tecnológico hoy se le define como bots y es la estrategia algorítmica que da forma al “consenso” fabricado y asfixia el pensamiento crítico.
Esto no es conspiranoia, Joseph Goebbels, arquitecto de la gran mentira Nazi, decía que una falsedad repetida mil veces se convierte en verdad. ¡Y así fue! Hoy, esa metodología ha quedado superada. En redes sociales, esa milésima repetición no la hacen únicamente los fanáticos convencidos o medios que subastan su línea editorial, sino algoritmos fríos: “robots” que publican, dan like, retuitean y responden a velocidades inhumanas.
La Verdad de las Mil Mentiras es el resultado de un bombardeo de narrativas que ahoga cualquier voz crítica bajo una avalancha artificial de “consenso”. El disenso no es refutado; es sepultado bajo capas de ruido sintético.
La psicología de la persuasión ha comprobado que cuando vemos un mensaje en redes sociales que en minutos logra tener miles de likes y otros tantos miles equivalentes a renvíos, nuestro cerebro interpreta automáticamente que por el volumen de presuntas personas que lo apoyan, significa que el contenido debe ser cierto o importante, aunque el 70-80% de ellos, provengan de bots.
No hay que olvidar que las afirmaciones que se repiten con frecuencia se perciben como más verdaderas, incluso cuando son objetivamente una mentira y aunque la persona sepa inicialmente que son una falsedad. La repetición aumenta la fluidez cognitiva, pues, cuando algo nos resulta más “fácil” de procesar, el cerebro lo etiqueta inconscientemente como más familiar y, por tanto, más creíble.
En la era de los bots: Una misma narrativa repetida 8 mil veces en 45 minutos por cuentas automatizadas genera esa fluidez. Aunque la leamos por primera vez, el cerebro la percibe como algo que “todo el mundo ya dice”, y por tanto más verosímil.
En resumen: los bots no necesitan convencer con argumentos; solo necesitan gritar más rápido y más veces que cualquier ser humano para activar esa Ilusión de verdad. Quien desconoce la estrategia, solo acepta pasivamente el mensaje y dice: “lo he visto repetido muchísimas veces” ¡Y lo cree! y, eso es exactamente para lo que se utilizan los bots, para manipular la noción de realidad.
La mente humana prefiere la heurística del “todos lo dicen”, antes que el esfuerzo de verificar. Así, la minoría ruidosa se disfraza de mayoría silenciosa. En temas de crisis social y riesgo político, las redes sociales son inundadas por autómatas que no dialogan, sino que repiten.
Esto es lo más recurrente en las mentiras políticas, la frontera entre lo hecho y la ficción, borra sistemáticamente la capacidad misma de juzgar, se paraliza, se oficializa el “pasto azul”. Los bots no solo mienten; destruyen las condiciones de posibilidad de una verdad compartida. T
Técnicamente, la operación es sencilla y barata. Una granja de bots puede manejar decenas de miles de cuentas desde un local o habitación lleno de teléfonos móviles conectados a VPN rotativas; o sea: servicios que cambian automáticamente tu etiqueta numérica única (IP); es decir, lo que identifica a un dispositivo en una red informática, como Internet, -y lo hacen- incluso sin que se tengan que desconectar y volver a conectar.
Algunas cuentas son perfiles creados desde cero con fotos generadas por IA; otras, cuentas son reales, secuestradas mediante phishing o credenciales vendidas en la dark web. Así, un solo cliente —gobierno, corporación o partidos políticos en campaña— pueden alquilar esta capacidad por horas y dirigirla contra cualquier tema incómodo.
El efecto es inmediato: un tuit crítico que normalmente recibiría 200 respuestas orgánicas, pasa a recibir 8 mil insultos coordinados en menos de veinte minutos y el autor, abrumado, suele borrar el mensaje o la cuenta entera. La voz crítica desaparece sin necesidad de censura formal; basta con asfixiarla en ruido.
Este fenómeno no es conspiranoia; está documentado. Investigaciones de la Universidad de Oxford (2018-2023) estiman que hasta el 60 % del tráfico político en redes durante eventos sensibles proviene de cuentas automatizadas o semiautomatizadas. Joseph Goebbels, ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich, entre 1933 y 1945, necesitó radios, periódicos y cine. Hoy, basta un presupuesto modesto y un programador competente.
La mentira ya no necesita repetirse mil veces por seres humanos convertidos por la enajenación; le basta con ser gritada mil veces por máquinas. Y cuando la máquina grita más rápido y más alto que cualquier persona, la verdad de carne y hueso termina ahogada.
Hemos perfeccionado la gran mentira: hoy ya no se convierte la falsedad en verdad; se convierte el silencio en consentimiento, en La Verdad de las Mil Mentiras.

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